Parte única
Te conocí el tercer domingo del mes de julio. ¿El año? No lo recuerdo exactamente, siento como si hubiera sido ayer pero, ¿acaso el tiempo importa? Tú me enseñaste que no. A pesar de todo, en lo más profundo de mi mente y corazón el recuerdo vivo de ese domingo veraniego es tan vivaz sin importar qué; siempre está ahí acompañándome y espero que esa memoria nunca desaparezca.
Yo caminaba a orilla del Río Han, una costumbre que tengo desde pequeño. Sorpresivamente mi mente estaba tranquila y me sentía relajado. La calidez de la tarde acariciaba mis brazos y mi rostro de una manera sutil, parecía que el sol me daba un beso tierno y coqueto. Y para complementar esta caricia, el viento me decía "¡Hola" mientras movía cariñosamente mi lacio cabello, y me refrescaba con sólo sentir su toque en mi piel.
Ser besado por los rayos del sol era de mis sensaciones favoritas en todo el universo. Específicamente a esa hora en donde sus labios ya no quemaban cual infierno, sino eran cálidos y amables conmigo: momento antes del atardecer. A esa hora el sol está por decirnos "¡Adiós!", entonces está relajado y feliz. Cuando está por amanecer, el sol sigue un poco adormilado y por eso tarda en sentirse cálido, pero en el atardecer el sol está cansado y agradecido de una jornada más. Es por eso que aunque nos deja rápido, es gentil con nosotros y podemos sentir su tibio calor. Nos deja ver esa parte de él tan única y especial.
A la gente le gusta nombrarlo "La hora dorada", y yo no podría estar más de acuerdo. Es ese momento en donde la luz hace brillar todo a su alrededor y hay un aura mágica difícil de explicar; tu cuerpo se siente liviano y si cierras los ojos, puedes imaginarte arriba de una nube rosa, sintiendo la suavidad bajo tu tacto. En "La hora dorada" mi piel brilla. Pero ni el brillo en la superficie del río, ni mi sombra en el pavimento o las relucientes hojas de los verdes árboles se comparan con la belleza de tu rostro a la luz dorada del sol.
Ese día, mientras caminaba, me topé con tu perfil iluminado. Tu mandíbula marcada me hizo suspirar y el lunar en tu pómulo era como una pincelada divina, tu piel se veía radiante y tu cabello largo del color de la miel era el dúo perfecto para esa tez de azúcar morena. Puedo jurar que de tu cuerpo salía luz, un halo divino que complementaba la preciosidad de tu rostro. Totalmente bello, tan bello que parecías una ilusión. Pero cuando pude ver tus ojos, supe con certeza que no eras un ángel caído del cielo, sino otro simple humano como yo. La tristeza y soledad en tus ojos no son sentimientos divinos, un ángel no podía sufrir de la manera en la que tú lo hacías.
Las pestañas cortas, los labios levemente rojizos y el avellana de tus ojos eran opacados por la melancolía que inundaba tu mirada. Tan llena, que ese sentimiento se desbordaba en forma de lágrimas miserables que caían con gracia por todo tu pulcro rostro. ¿Cómo era posible que un ser de luz se manchara con lágrimas de dolor? Con libertad y gracia, una mariposa blanca voló junto a ti y descansó brevemente sobre tu hombro. Pero fue tiempo suficiente para darme cuenta que ella tenía más vida que tú.
Cuando el crepúsculo terminó, fui capaz de ver el verdadero tú, o al menos en apariencia.
Alto, delgado, con un porte elegante; se podía deducir fácilmente que eras un artista, no sólo por tu ropa en tonos cálidos manchada de pintura ni por la bonita boina café que adornaba tu cabeza, sino por tu expresión soñadora y melancólica. Un alma joven y rota. Llevabas una libreta en la mano, tus dedos largos sostenían con tanta fuerza el objeto que tuve miedo de que se rompiera y las hojas volaran junto al sol. Llevabas el cabello sujeto en una coleta baja y unos lentes de montura delgada.
Ahora que la luz del sol se había ido, te limpiaste las lágrimas con un pañuelo y caminaste en dirección a mí. Me viste. Tus ojos de ángel caído conocieron los míos y sentí como si te comieras mi alma entera. Me sentí triste. Pasaste junto a mí y desapareciste como el sol.
Después del atardecer hay oscuridad. Y creo que ahí es donde pertenecías.
[...]
Después de ese día, te ví al día siguiente. Y el siguiente a ese y al otro también. En el mismo lugar, a la misma hora. Sólo aparecías ahí para ver el atardecer, pues después de que se perdiera el sol en el horizonte te ibas y no mirabas atrás. Siempre con tu rostro impasible e inexpresivo, pensaba que tus emociones se desvanecían con el sol.
Yo sólo podía observarte, aunque eso significara perderme la puesta de sol, pero valía totalmente la pena. Te observaba y jugaba a adivinar lo que cruzaba por tu cabeza. Nunca pensé en algo concreto, sólo estaba seguro de que habían pensamientos tristes. Me bajaba el ánimo pensar que alguien tan joven como tú cargaba con tanta tristeza en su interior. Aunque tu rostro era varonil, habían atisbos joviales en tus facciones; seguramente eras sólo unos años más grande que yo. ¿Por cuánto sufrimiento has pasado? Nunca lo sabré. Pero yo, Jeon JungKook, era el ser infame más afortunado porque diariamente podía apreciar ese sufrimiento de cerca.
Todos los días, al atardecer.
Con el paso de los días me di cuenta de que eras conocido entre la gente como el chico de la boina café, ese que iba diario al Río Han a ver cómo el sol se escondía. La gente decía que estabas loco, que tal vez ver el atardecer era tu única terapia. Otros decían que tu amante había muerto ahogado en el río y es por eso que ibas ahí, justo a la hora en la que sus latidos se esfumaron. Unos cuantos tenían el atrevimiento de decir que tu madre te había abandonado en ese mismo lugar cuando eras pequeño, y tú con la pequeña llama de la esperanza en tu noble corazón ibas a ese lugar anhelando un reencuentro fortuito. Pero nadie sabía la verdad.
Creo que más bien el loco era yo al ir a tu encuentro cada tarde, sin importar qué, siempre estaba ahí contigo. Sentía que esa aura mágica dada por los dorados rayos del sol me llevaba hasta ti día tras día, y yo era feliz al estar a tu lado tan solo unos cuantos minutos, para mí el tiempo se detenía cuando veía el atardecer contigo. Con sólo verte me sentía tranquilo y pronto me di cuenta que estaba perdido, totalmente perdido por ti, TaeHyung.
En uno de esos atardeceres me atreví a romper la burbuja que te separaba del mundo real y me acerqué a ti. Te pregunté tu nombre. Sin dejar de ver el rojo atardecer, me sorprendiste con tu gruesa y triste voz. "Kim TaeHyung". No dijiste nada más, no me miraste; sólo seguiste viendo la desaparición del sol e ignoraste mi presencia.
Kim TaeHyung.
El dueño de mis pensamientos y mis atardeceres.
No me dí cuenta cuando el tiempo pasó, pero el verano terminó y yo seguía viéndote a ti. Siempre tú y tu piel dorada. Tú y tus ojos tristes. Tú y las nubes. Tú y el viento. Tú y el susurro de las hojas. Tú y el trinar de los pájaros. El sol y yo. Tú y yo.
"El atardecer es el inicio de la oscuridad, el último atisbo de luz antes de envolvernos en un manto tenebroso y desconocido. La luz de la luna no es luz, es simplemente el reflejo de nuestra tristeza y miedos".
Eso me dijiste una tarde, la primera y última en la que hablamos. Ese jueves me llené de valor y me atreví a sentarme junto a ti. Ninguno de los dos dijo nada, hasta el momento exacto en el que la estrella que nos ilumina se fue y el revoltijo de colores cálidos se iba apagando poco a poco. En ese momento hablaste y mi corazón se rompió cuando, al terminar tus palabras, un sollozo salió de tus labios dulces. ¿Por qué tenías que sufrir tanto?
Siempre cargabas con la misma libreta vieja, siempre olías a miel y nunca sonreías. Desde el día en el que nos conocimos, no volviste a verme a los ojos, sólo aceptabas mi presencia y en momentos parecía que me ignorabas. Creo que más bien ni siquiera te dabas cuenta cuando estaba junto a ti, sólo tenías ojos para el sol. Estaba celoso de él, pero sabía que yo no era digno de tu atención. Eres el misterio más hermoso que pude haber conocido, Kim TaeHyung.
Eras igual que el atardecer: efímero, a veces caótico y otras veces tranquilo, cálido, único, melancólico, hermoso. Podía verte una y otra vez y en cada una de ellas había algo nuevo por descubrir, algo diferente. Detalles como el lunar en tu nariz y el otro bajo tu ojo, la forma singular de tus labios o el bigote y barba incipiente que a veces portabas. Tan guapo y triste.
Mi perdición dio inicio ese domingo de julio, mi perdición fuiste tú. Claramente eras ajeno a todo lo que pasaba en mi mente y corazón. Estabas tan lejos de mí pero tan cerca al mismo tiempo, simplemente tenía que alzar mi mano para poder tocarte y confirmar que no eras un sueño. Pero nunca lo hice. El miedo es de las emociones más poderosas y yo tenía miedo de mí mismo. Temía quedarme desnudo como las ramas de los árboles que nos acogían cada tarde, pero en el fondo sabía que desde que te ví te entregué mi vida. Soy tan patético.
¿Qué tiene de especial el estúpido atardecer? ¿Por qué es tan importante para ti? ¿Por qué te hace daño? Esas y más preguntas murieron en mis labios. Nunca supe nada de ti, y sin llegar a conocer más que tu nombre te regalé mis pintorescos atardeceres.
No importaba si las nubes se teñían de un naranja con guiños de amarillo o si el firmamento estaba enamorado y nos dejaba ver un color rosa, incluso lila; cuando el intenso rojo bañaba las nubes y el cielo azul, yo ahí estaba para ti. Los rayos del sol no me hacían sentir vivo, ahora eras tú el que besaba con paciencia y calidez cada parte de mi piel. Me sentía tranquilo, lleno de vida.
Pero el atardecer es el inicio de la oscuridad.
Te fuiste tan rápido como llegaste. Tan rápido como se va el sol. De repente un día dejaste de venir al Río, dejé de verte y te llevaste la magia de mis tardes. Ahora mi piel ya no brilla y a pesar de que siempre hay luz, para mí las nubes son grises y feas. Te llevaste el amarillo, naranja, rojo, rosa, morado y me dejaste el negro. No quiero estar en este manto y no quiero que la luna me vigile, da miedo.
Mi corazón idiota sufre por ti y te busca. La búsqueda de un desconocido nunca ha sido fácil.
Ahora la gente me llama loco, porque aunque tú ya no estés, yo sigo aquí esperando por ti. Cada día a la misma hora. Cada atardecer. ¿Es a ti a quien espero o estoy en busca de algo más? Me explicaste el significado del atardecer pero ahora necesito otro, sin ti ya no tiene sentido. Creo que eso es lo que necesito, un nuevo sentido que me devuelva a la vida. Encontrar el significado del ser, quizás. ¿Será de color canela igual que tú?
Tal vez debo sentir el verdadero beso del sol en mi piel para volver a sentirme vivo, o tal vez sólo me ayude a seguir con mi condena. ¿Acaso me convertiré en un hijo de la luna? Yo pertenezco al sol, pertenezco a la luz dorada del atardecer.
Si cierro los ojos aún puedo imaginarme acostado sobre una nube, la diferencia ahora es que ya nada es suave ni delicado. Hay gotas que chocan bruscamente contra mi débil cuerpo y estoy seguro que ahora luzco como tú. Sin vida y sin emociones. Cuando tengo momentos de lucidez me pongo a imaginar lo que la gente dice de mí, cosas tristes seguramente. Lo único que me mantenía lejos del borde eras tú, era tu piel brillante y tu aura llena de melancolía.
Pero ya no estás aquí, TaeHyung. Nunca estuviste aquí.
Yo sigo existiendo, y cuando estés listo para venir por mí aquí estaré. Siempre a la orilla del Río Han, con los ojos cerrados sintiendo el beso agresivo del sol en mis párpados mientras pienso en ti.
La vida del sol sigue. El atardecer. Triste atardecer.
Mi triste atardecer, una historia que nació gracias a un concurso con temática de Monster High, yo elegí la categoría de "inspiración en la naturaleza" y así nació este bebé.
Una historia corta pero que me gusta un montón, no puedo creer que yo escribí esta belleza.
Gracias a todes por leer, espero hayan disfrutado su lectura ♡
Moon
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