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1 | Cerbatana


Extenuado, se permitió aplacar los ruidos de su cabeza rota y se durmió entre cuatro paredes despojadas de personalidad y recuerdos, Dimitri se entregó al mayor trance de reparación mental, el sueño.
Se había autorizado a seguir respirando mientras dormía.

Sabía que su corazón palpitaba sin voluntad tras sobrevivir al peor embate al que fue sometido y el pequeño músculo pataleaba por no ser roto en mil pedazos.

Abrió grande, sus ojos grandes.

Los dirigió a las puntas de sus pies y se quedó durante eternos tres minutos observándolos.
Una vez más, sintió en su tobillo derecho, la irritación tras la picadura de algún insecto malnacido y el escozor lo llevó friccionar la zona con violencia, desgarrando la piel hasta lograr un introvertido sangrado. Se rascó hasta que le dolió sin importarle que en el proceso el líquido rojo manchara las plumitas de sus alas.

Aún sabiendo que sería un alivio momentáneo, porque era obvio que empezaría a picar de nuevo, sonrió al ganarle a la maldita roncha por escasos minutos.
Se incorporó para detener el fluido presionando la herida con un dedo. Sus pies alados se encontraban tan o más inertes que él.

Se dejó caer nuevamente y se enfocó en sus manos. Ellas lo tocaban pero él no era dueño de esas caricias, él no estaba allí, su cuerpo sí, pero hacía un par de horas que Dimitri no se hallaba dentro de sí mismo.

Un golpe en la puerta lo sacó del ensimismamiento.

—¿Dimitri estás visible? ¿Puedo entrar?

—No.

La puerta se abrió de todos modos, su amigo Yael entró y se sentó en cuclillas a los pies de la cama.

—¿Para qué me preguntas si vas a hacer lo que se te ocurre?

—Porque preguntar antes de entrar es de buena educación.

—Pero dije que no.

—Pero, siempre dices no.

Dimitri no tenía ánimos para discutir esa cuestión con la que no estaba de acuerdo.

—¿Qué quieres, Yael? —contestó perezoso —habla ya y déjame solo lo antes posible.

—Levántate tengo una noticia que despegará tu traste de la cama.

—¿Qué demonios es?

—No es un demonio. Escuchame, encontré la forma de que regreses a tu reino, con tu gente.

—¿Yael, qué ocurre contigo? ¿Por qué no logras entender que mi vida está aquí?. Allá no hay nada que me interese. Solo dolor.

—Pero si sigues en este plan, Tristán romperá tu corazón, amigo, ¿Por qué quieres seguir sufriendo?

—No quiero sufrir, pero no hay nada que pueda hacer al respecto. Me metí en terreno prohibido y la estoy pagando. Y para que no te queden dudas, Tristán me ama, él jamas “romperá” mi corazón. Que te quede claro, me separaron a la fuerza del amor de mi vida, que es muy distinto…

—¿Qué? ¿Cuando ocurrió eso?

Antes de que Dimitri pudiera contestarle, Yael enfocó su vista en el cuerpo inerte de su amigo.

—¿Qué es eso? ¿Sangre? Estás sangrando Dimitri —afirmó el hada.

El chico observó su pie.

—Sí, pero no es nada grave. Me picó un jodido mosquito cerca del ala.  

Yael dirigió sus ojos hasta el tobillo de Dimitri y los regresó a su pecho.

—No, Mitri, no hablo de tu pie.

Acercó su mano a la altura del pecho y se empapó de un líquido sanguinolento.

—¿Qué es esto?

—¡Oh mierda! —el de pies alados maldijo en varias lenguas.

—¿Será que finalmente empiezo a deshacerme? —rió triste— Creo que mi cuerpo está dejando esta existencia y empezará por lo que está más roto: mi pequeño corazón de alípede.

—No seas idiota. ¿Qué es esa herida?

Dimitri descorrió del pecho, la suave y blanquecina mano de su amigo.

—Yael déjame solo por favor, respeta mis espacios y mi necesidad de morir en paz.

—Te voy a patear tan fuerte que vas a querer morir del dolor. Levántate ya. ¿Qué mierda es esa de que quieres morir?

—No quiero, es lo que va a ocurrir. Pero antes debo ir a rescatar a Tristán.

—Va ocurrir si lo permites.

—Yael, eres un hada, no tienes idea de cómo funciona el cuerpo de un alípede.

—Cuéntame —Se oyó sarcástico— tengo todo el tiempo del mundo.

—Estoy roto por dentro. Me jugué el alma pensando que lo que hacía era lo correcto, pero no… ya ves, salí perdiendo a mi amor. Lo condené a que tomaran represalias contra él…

—Es la segunda vez que lo afirmas. ¿Tristán te ama?

—¿Lo dudas? ¿No has sido testigo de cada paso que mi flor y yo dimos?

—Sí, pero… somos hadas y —tartamudeó— y tú, un pie alado. No sé qué le hiciste para que él te amara así…

—¿Qué le hice? —interrumpió— ¿No esperarás a que te cuente detalles, verdad, pequeño ser curioso?

—No, no, no hablo de eso… —sonrió con el rostro colorado.

—Ya lo sé —con la mano que no tenía sangre, despeinó el flequillo del hada— Tristán y yo creamos una alianza para poder estar juntos. Nos amamos. No hay otra verdad más verdadera que esa, Yael.

Suspiró cansado y vencido.

—Dimitri deja de tener pensamientos tan nocivos, cada vez que suspiras esa cosa en tu pecho se pone más oscura.

—No puedo evitarlo, Yael.

—¿Desde cuándo tienes esa herida? déjame verla.

—Desde hace unas horas. Tristán y yo consagramos nuestro amor ante la luna y ella nos bendijo, pero alguien alertó a tu rey y nos cayeron encima.

—¿Les c-ca-cayeron… quiénes?

La guardia del rey —Volvió a acariciar su pecho— Se lo llevaron, tenemos que hacer algo para rescatar a Tristán.

—Bueno, te ayudaré ¿Sabes donde lo tienen?

—En el jardín de cactus.

—¿Qué? ¡No! ¡Espinas, van a matarlo!

—¿Qué dices?

—Un hada no puede estar allí. Si una espina lo roza perderá sus brillos. Mira, aunque ni una sola aguja lo tocara, no puede estar allí por mucho tiempo. Él necesita sol, néctar… y a ti. Si ustedes ya se han unido en carne, él necesitará de ti hasta para respirar…

Los ojazos de Dimitri se movían rápidamente tratando de asimilar la nueva información.

—No entiendo cómo es que sigues echado sin tener reacción…¡Levántate ya, Dimitri! Hay que ir por él. ¿O quieres que muera??

—¡Rayos, no!

Al incorporarse la herida en el pecho se oscureció aún más provocando que él cayera arrodillado con sus manos en el tórax.

—Dimitri  —gritó su compañero corriendo a su lado a sostenerlo— ¿Qué es exactamente lo que le pasó a tu pecho?

—Antes de llevarse a Tristán, el guardia del rey disparó con su cerbatana y dió en mi pecho.

—¡Oh, por todos los caracoles, Dimitri! ¿Eso es producto de una de nuestras armas?

El chico herido hizo sí con su cabeza.

—Es letal, amigo, es veneno… —Lloró al lado del enorme cuerpo del ángel de pies alados— Si no encontramos el antídoto, tú morirás y Tristán después de ti.

—Me duele.

—Entiendo perfectamente.

Un dejo de tristeza se instaló en el rostro de Yael. Él conocía los estragos que provocaba el arma con el que habían herido al alípede.

—Tristán no puede esperar, debo ser fuerte por él, lo han hacinado a que viva una vida de perros en lugar de vivir como la bella y hermosa flor que es. Y eso es algo que me está matando.

—Te matará antes el veneno si no hacemos algo.

—¿Conoces a alguien que tenga el antídoto?

—Si, pero…

—¿Pero qué?

—No creo que vaya a gustarte lo que tendremos que hacer.

Un sabor metálico en la lengua le anticipó a Dimitri que el veneno se estaba propagando por su cuerpo lenta y letalmente.

Yael tomó sus manos para observar con dolor que el color azul en la lúnula de las uñas no era otra cosa más que el veneno llegando a donde, si no se contenía ya, les sería muy difícil darle batalla.

Ese pensamiento lo impulsó a levantarse cual saeta en busca de lo que él creía era el camino a tomar si quería salvar a su amigo alípede y al enamorado de este, el hada Tristán Otoño.



















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