Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

1


El rugido del motor de aquel precioso Porsche 718 Cayman al pisar el acelerador aumentaba su ansiedad. Sus ojos anegados de lágrimas unidos a la gran tormenta que caía esa noche, no hacían otra cosa que impedir que Valkiria pudiera ver algo a través del cristal. En la garganta tenía un nudo que le impedía hablar, lo único que conseguía era emitir sonidos guturales y vacíos. Sus manos apretadas al volante manejaban el coche a toda velocidad por las calles de Estocolmo. Eran pasadas las tres de la madrugada.

No sería la primera vez que la parase las autoridades por conducción temeraria; sin embargo, esa vez, si la cogían, no se libraría de ir a prisión unos días. Aunque el alcohol y el efecto de la heroína se habían disipado, sabía que daría positivo en cualquier control. El corazón le iba a mil y los pulmones le quemaban, pues no sentía que el aire le bajara más allá de la garganta. Tenía la boca seca y un único pensamiento en la mente: Marco.

Hacía ya tres años que Marco Cirillo les había dejado. Las drogas lo consumieron y se llevaron su vida, rompiendo el grupo de pop-rock con el que habían alcanzado la fama. Los recuerdos que aquellos días aciagos la envolvieron, transformando la tristeza en ira. Una ira que le recorría desde la cabeza hasta los pies, obligándola a pisar más a fondo el acelerador.

El motor volvía a rugir, aumentando la velocidad. Pero, en ese momento, tras el cristal por el que caía a raudales el agua de lluvia, a lo lejos, una figura achaparrada se interponía con lentitud en su trayectoria.

Los ojos de Valkiria se abrieron de par en par; y, ya fuera por suerte o por sus propios reflejos, reaccionó pisando el freno. El ruido que el Porsche hacía al frenar, unido al desgaste de los neumáticos al derrapar, bloquearon la mente del individuo que, vestido con un viejo abrigo raído y empujando un carro de supermercado lleno de trastos encontrados en la basura, se quedó mirando, en silencio y con los ojos como platos, el coche que paraba a sólo un metro de él.

Valkiria se golpeó la cabeza contra el volante, quedando semiinconsciente durante unos minutos. Un hilo de sangre caliente brotaba de su ceja derecha, despertándola del sopor en el que se encontraba. Durante unos segundos había olvidado dónde estaba, cómo había llegado hasta allí y qué había pasado.

Levantó la cabeza con pesadez, delante de ella ya no había nadie. Le costaba respirar ahora más que antes, las manos y las piernas le temblaban; había estado a punto de matar a una persona. ¿En qué clase de monstruo se había convertido?, se preguntaba una y otra vez a sí misma desde hacía ya un año. Buscó con la mano su bolso en el asiento del copiloto y sacó de dentro lo que necesitaba en ese momento: un cigarrillo y su mechero.

Trató de encenderlo, pero las manos le temblaban a horrores. Tras tres intentos pudo conseguir inhalar la primera calada que le supo a gloria. Salió del coche y miró a su alrededor. Era noche cerrada, llovía a mares y en aquella enorme avenida no había nadie. Tal vez había imaginado todo aquello, se dijo con el ceño fruncido.

Miró al cielo, dejando que el agua helada la empapara y le calara hasta los huesos. Llevaba una fina camiseta negra con lentejuelas plateadas en el pecho, una falda de cuero y unas botas de tacón altísimas que no dudó en quitarse en ese momento. Respiró fuerte y tiró la colilla mojada al suelo. Miró el Porsche con los ojos entornados, y el rostro de Marco le llegó hasta su mente. Negó en silencio, odiándose a sí misma.

—¡En esto me he convertido! —gritó al aire mientras el llanto se apoderaba de ella.

Se abrazó a sí misma, y volvió a entrar en el coche. Se sentó y cogió de nuevo el bolso de diseño negro. En él había algo más fuerte que el tabaco que podía relajarla.

Cogió la jeringuilla y la miró durante un rato. Tragó saliva y las lágrimas volvieron a brotar. Sentía un pellizco en el pecho que le impedía respirar; la boca aún estaba más seca. Se pasó la mano por la ceja abierta, el hilo de sangre seguía cayendo hasta su barbilla. Se lamió los dedos manchados para limpiarlos. Negó con la cabeza, no entendía cómo había caído tan profundo. Las lágrimas volvieron a aflorar de nuevo. Recordó entonces la primera noche que pasó sin Marco, y el vacío que invadía su corazón se intensificó, aumentando la fuerza que el pellizco ejercía sobre su pecho. Trató de respirar fuerte, pero de nada servía, pues a cada inspiración que daba, más ahogada se sentía. Necesitaba calmarse, y sólo lo podía conseguir de una manera, su cuerpo llevaba unas horas pidiéndoselo a gritos. Quitó el protector de la aguja, y se la clavó en el brazo; el pinchazo era lo más doloroso, sobre todo después del estado tan deplorable que estos tenían. Pero lo que venía después, aquella sensación de libertad, de bienestar y de total relajación, era lo que la impulsaba a seguir adelante.

Se quedó unos minutos allí, con la aguja clavada a su antebrazo mirándola sin inyectarse el néctar que la llevaría a la libertad. Tragó saliva de nuevo. Estaba muy cansada. Cansada de la vida vacía que llevaba. Sonrió triste al recordar aquellos días en los que era feliz. Aquellos días en los que cantar tenía sentido. Sentarse frente a su piano a componer era aquello que la llenaba, antes incluso de que K.A.M. se convirtiera en el sueño por el que luchar.

Zarandeó la cabeza para quitarse los pensamientos, aquello ya de nada le servía. No había nada que le devolviera su pasión por la música, y mucho menos le devolviera a Marco. Pero en el momento en que trató de inyectarse, el tono de su teléfono le hizo dar un bote sobre el asiento. Se quitó la jeringuilla del brazo, le puso el protector y comenzó a rebuscar en su bolso el teléfono.

—Joder, ¿quién coño llama a las tres de la madrugada?

Valkiria sacó la cartera, las llaves de su casa, una armónica, un paquete de clinex y por fin, el teléfono. La llamada se reflejaba en la pantalla como contacto desconocido. Frunció el ceño, pero respondió.

—¿Sí? ¿Hola?

—¿Ágata? —los ojos de la mujer se abrieron de par en par. Aquella voz, su tono y cadencia, su tranquilidad, no era posible volver a escucharla.

—No, no puede ser —una risa histérica tomó el control de su cuerpo.

Ágata, soy yo, mi vida. ¿Qué te estás haciendo?

La risa histérica se transformó en un llanto silencioso.

—¿Dónde estás? ¿Quién eres?

Las preguntas correctas no son esas, Ágata. Dime, ¿dónde estás tú? ¿Quién eres tú?

—¡¡Soy Valkiria!! —gritó desesperada, llevándose una mano a la cara y trató de limpiarse con el dorso el reguero de sangre y lágrimas. Negó nerviosa y miró a su alrededor. Aquello tenía que ser una broma de mal gusto.

No —la voz sonaba seria y casi enfadada—. Tú eres Ágata. Valkiria es sólo una ilusión.

En ese momento, la conexión se apagó y la llamada finalizó. Valkiria miró la pantalla de su teléfono con la boca entreabierta por el susto. Tragó saliva y volvió a mirar a su alrededor, dando con la pequeña armónica que antes había sacado del bolso.

Cerró sus delgados dedos coronados por una preciosa manicura roja alrededor del instrumento. El metal helado hizo que un escalofrío recorriera su columna vertebral. La miró con detenimiento: era una armónica preciosa, pensó con una sonrisa triste.

—¿Por qué coño me dejaste, Marco? Tú lo eras todo para nosotros. Para mí. Le diste sentido a mis letras, y ahora... —Valkiria se quedó en silencio durante unos segundos, repasando todos y cada uno de los momentos de su vida junto a Marco, a K.A.M. y ahora en solitario. La ira le subió desde los pies a la cabeza—. Ahora todo va a cambiar, Marco. Estoy aquí, y no pienso hundirme contigo.

Cerró la mano sobre la armónica y salió del coche. Miró a su alrededor, cerró la puerta del Porsche de una patada abollando la puerta un poco en su extremo. La ira recorría e inflamaba las venas calentando su cuerpo desde dentro.

—¡¿Me has oído, Marco?! —gritó mirando al cielo con los brazos extendidos—. ¡Yo no pienso hundirme contigo! ¡Soy Ágata y estoy aquí! —y de nuevo las lágrimas y un llanto desconsolado se hicieron dueños de ella.

Ágata se dejó llevar por la tristeza y la ira que la obligaron a salir corriendo sin rumbo. Necesitaba descargar la adrenalina que sentía tras la llamada de teléfono. Corría con los ojos cerrados, se golpeó en el hombro con un poste de la luz en su avance, y luego se tropezó con lo que pensó que parecía una lata o una botella tirada, cayendo de bruces sobre unas escaleras. Levantó la vista, y allí lo vio. Tras esas escaleras, algo le decía que estaba su salvación, su esperanza. Se levantó torpe, subiendo las escaleras y tambaleándose a punto de caer por ellas. Se dirigió al enorme portalón de madera. Lo empujó y logró que cediera lo justo para que pudiera entrar en aquella enorme iglesia.

Una vez dentro, esperó unos segundos hasta acomodarse a la luz. Una larga alfombra roja la guiaba hasta el altar, pasando por el centro de la sala salpicada por bancos de madera a sus dos lados. El aire le seguía faltando, y la sangre caía por su rostro. Sentía que todo su cuerpo le pesaba, pero debía llegar al altar, allí estaba su salvación, esperándola.

Las fuerzas le abandonaron. Se agarró a un banco para no caer, pero de nada sirvió. Perdió el equilibrio en su paso y se golpeó la rodilla con el suelo de piedra. Ante aquello, una imagen que sabía daba lástima y vergüenza a todo aquel que la hubiera conocido, no pudo más que dejarse arrastrar de nuevo por el llanto. Necesitaba ayuda urgente, pero no sabía dónde pedirla.

El recuerdo lejano de una voz femenina le susurraba al oído una lección que había olvidado: Siempre hay salvación para aquellos que la desean. Aunque no es fácil conseguirla, la fe y la perseverancia ayudan a encontrarla. Valkiria se aferró a ese recuerdo ahora casi desaparecido, antes de terminar de caer sobre la alfombra.

Sus ojos se cerraban, le dolía el hombro, la cadera y la rodilla sobre la que había caído, pero sobre todo le dolía el alma que casi yacía muerta en su pecho.

Unas manos la asieron por la cintura y la obligaron a ponerse de pie. Valkiria levantó la vista y pudo distinguir unos ojos verdes observándola con tristeza. Su pelo blanco caía sobre sus orejas, confiriéndole un aspecto más entrañable. Una sotana negra y un alzacuello le indicaban que el que la recogía no era otro que el pastor de aquella iglesia que ella había profanado a altas horas de la madrugada con su llanto y desconsuelo.

Se agarró al pastor como pudo. Los brazos le pesaban, al igual que la cabeza y el resto del cuerpo. No pudo evitar dejarse arrastrar de nuevo por un llanto silencioso.

—Ayúdeme —susurró cansada, al borde de la inconsciencia—. Ayúdeme, padre, porque he pecado y me he perdido.

Y sin poder emitir más sonido, sus ojos se cerraron.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro