Libro Dos; Heather McInston
25 de octubre de 2022
Estaba yendo hacia la cita con un chico que conocí en una App de citas. Él es muy amable y cariñoso, creo que esta vez sí es el correcto.
Al llegar al restaurante, él estaba sentado en una de las mesas cerca de la entrada.
Velozmente me senté al frente de él.
—Siento la tardanza —sonreí.
—No tardaste tanto —rodó los ojos, riendo.
La cita transcurrió normal, bastante placida y divertida.
Luego, llegó el fin de la cita.
—Me divertí contigo Matthew —dije, mirándolo.
—Igualmente —sonrió, yéndose hacia su casa.
Mientras caminaba hacia mi casa, tomé el teléfono para ver la hora.
—Bien, aun puedo dormir unas cuantas horas antes de ir a trabajar —susurré.
De pronto, una furgoneta se detiene delante de mí, justo antes que cruzara hacia la otra calle. De ella se baja un hombre vestido completamente de negro junto a una máscara tapándole la cara. Sin darme tiempo de reaccionar o gritar, me mete dentro de la camioneta, arrancando casi de inmediato.
—¿¡Qué mierda crees que haces!? —grité, lo cual respondió con un puñetazo en la cara, noqueándome.
...
Al despertarme, pude notar que estaba atada en una silla en los pies y brazos. Delante de mí estaba un hombre, el secuestrador.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —musité con un dolor punzante en la cabeza.
—¿De ti? Nada —respondió despreocupado—, ¿de tus padres? Su dinero —añadió con una amplia sonrisa macabra.
—¿Q-qué?
—¿Eres sorda o te haces?
—Mis padres están muertos —lo miré con el ceño fruncido, enojada y dolida.
—Bien, tus tíos, abuelos, quien sea —volvió a sonreír macabramente.
—Eres un... —no llegué a terminar de hablar porque me dio una cachetada.
—Cuida tu vocabulario o me obligarás a volver a darte un puñetazo —dijo furioso, levantándose para tomar mi celular de la mesa que estaba a unos pocos metros.
Pude notar como marcaba a alguien.
—¿Matthew y unos corazoncitos? Tu pareja supongo —sonrió.
—S-solo estamos saliendo —titubeé.
—Sigue sirviendo —dijo, llamándolo.
Luego de unos momentos con el tono de espera, contestó.
—Hola —saludó—. No, no soy su pareja —rió—. No necesitas saber quién soy, es irrelevante. Solo debes de saber que ella estará bien al menos que no mandes una cierta cantidad de dinero —rió macabramente.
Se acercó a mí y posicionó el teléfono en mi oreja.
—¿Matthew? —sollocé.
—¿Heather, estás bien?
—Cr-creo que sí, por favor, ayúdame —comencé a llorar.
—Tranquila Heather, todo estará bien, ¿sí? —llegó a decir, pues el hombre me quitó el teléfono del oído.
—Ya es suficiente —dijo, yéndose hacia otra habitación, aun hablando con Matthew.
Aun llorando, comencé a mirar a mi alrededor, viendo una forma de escapar. Puedo ver que estamos bastante alto, puesto que por las ventanas solo se ve el cielo.
—A-alguna forma debe de haber para escapar —murmuré.
Intenté desatarme de los brazos, en vano. Estaban muy bien amarrados.
Comencé a sacudirme en el lugar, con la leve e inocente esperanza que se desataran. Inútilmente solo causó que me caiga de costado, con silla y todo.
—¡Mierda! —me quejé de dolor.
—¿Qué crees que haces? —se acercó él, parece que justo había cortado con Matthew.
Con un paso acelerado se me acercó, y con una sola mano me puso de pie.
—Si vuelves a hacer algo raro, terminarás en un pozo —dijo enojado.
Eso hizo que comenzara a llorar.
—¡Deja de llorar! —gritó, tirándome para atrás, haciendo que me desmaye del golpe.
...
—Al fin despiertas —dijo, de vuelta sentado—. Mira, siento haberte tirado, ¿sí? Es que me ponías muy nervioso.
—¿E-eso te da derecho a golpearme como a un saco de boxeo?
—Vaya que eres una molestia, y yo intentando ser amable —dijo, parándose.
—¿Por qué hiciste esto?
—Dinero —sonrió macabramente, otra vez.
—Sabes que Matthew no tiene todo el dinero que quieres.
—Ni siquiera sabes cuánto quiero.
—Sé que él no podrá pagarlo.
—No es más de veinte mil dólares.
—Definitivamente no podrá pagarlo.
Él comenzó a sonreír.
—Que lastima, por ti claro —rió.
—Por favor, déjame ir. No diré nada, lo prometo.
—¿En serio crees que me la voy a creer? ¿Me tomas por idiota o que carajos? —dijo, enojándose.
—Hablo en serio, por favor, déjame ir —comencé a sollozar.
—¡Ya deja de llorar maldita seas! —gritó, apuntándome con su puño, hacienda que cierre los ojos.
Al no sentir el golpe, los abrí, viendo que estaba golpeando la pared enojado, muy enojado.
—De todas las personas que pude secuestrar, ¿tenías que ser tú? —me miró con ira.
Quise llorar, pero me aguanté. No quiero que me golpee.
—Bien... ya decidí que hare contigo —sonrió, dejando de golpear el muro—. Te dejaré libre con una condición. Debes de hacer todo lo que te digo, sino —tomó un arma de un armario, cargándola—, ¿entendido?
Asentí, con mucho miedo. Él sonrió, poniendo su pistola en su bolsillo trasero, tapándola con la remera.
Con un cuchillo de cocina cortó las cuerdas. Me dio mi teléfono, me ayudó a levantarme y ambos salimos del edificio, bajando por las escaleras.
Al llegar a la planta baja, una señora justo estaba entrando.
—Hola señora Smith —sonrió amablemente él.
—Oh, hola Jones —respondió ella—. ¿Y esa chica quién es?
—No es más que una vieja amiga que justo iba a acompañar hasta su casa, ¿o no Meghan?
—S-sí.
—Entiendo, nos vemos luego Jones —sonrió ella.
—Claro —dijo él, entrando al estacionamiento del departamento.
Mientras caminábamos sin saber hacia dónde nos dirigíamos, él agarrándome del brazo para evitar que escape, sacó unas llaves de su bolsillo.
Me obligó a subir dentro de la furgoneta.
—Si te escucho gritar, te disparo —dijo, cerrando la puerta del costado. Casi seguido él entró al asiento de copiloto, arrastrándose hacia el de piloto.
...
Luego de no sé cuánto tiempo conduciendo, se detuvo.
Cuando abrió la puerta del costado, pude ver que era un bosque.
—¿Q-qué hacemos aquí?
—Tú sígueme y todo estará bien —dijo bordemente.
Seguimos caminando por un buen rato largo, posiblemente kilómetros.
Se detuvo al llegar a un claro en el frondoso bosque, donde había una especie de pozo de pocos metros natural.
—Bien, fue un gusto conocerte —sonrió, tirándome en él, sacando el arma.
—¡No por favor, dijiste que me dejarías libre!
—No especifiqué si viva o muerta —comenzó a reír, apuntando con el arma hacia mí.
Pude escuchar el ruido del arma, luego varias aves volando, asustadas. Después de eso, casi milésimas de segundos, un fuerte dolor en el estómago.
—Mierda, fallé. Ya que, morirás desangrada —se encogió de hombros, dijo, yéndose.
—A-alto... no m-me d-ejes aquí p-por favor —dije agonizando, mirando el suelo.
¿Así termina mi vida? ¿En un bosque en medio de la noche desangrada por un secuestro que no funcionó? ¿Cómo llegué a este punto?
—¿M-Matthew, estás ahí? —dije muy adolorida—. Ay-údame... e-estoy muriendo... ¿Hay a-alguien... ahí?
Mi vista se fue. No puedo ver nada, pero aun puedo escuchar el ruido del viento, pero no duró mucho. No debí ir a esa cita.
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