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Prólogo

Hoy tenía que ser el peor día de mi vida. Todo tenemos aunque sea dos de esos por semana, es inevitable, aunque empieces con buen pie al final terminas maldiciendo al mundo por tu mala suerte. Hablando de suerte; yo nunca he sido una chica con eso, ni sé lo que es. Y ahora muchos dirán que soy pesimista, pero en mi vida no hay nada de optimismo.

No tuve una bonita infancia, jamás conocí al hombre que me dio la vida. Mi madre murió cuando yo era pequeña, la vecina me decía que la muerte era parte de la vida, pero es mentira, sé que mi madre murió por sobredosis de crack. Debido a eso pasé toda mi infancia en un orfanato siendo criada por monjas, pero no me avergüenzo de ello, a ellas les debo todo.

Llevo meses yendo de allá para acá, sin lugar fijo, todo por culpa de un mal amor. No todos nacemos para amar, algunos quedamos para sufrir y vivir amargados, asi como yo. Mi último destino es Ranger Trail, en Pensilvania, un bonito sendero rodeado de jardín que envuelve un hermoso lago. A ver si de esta manera me olvido del causante de mi dolor.

Amor.

Cuatro sencillas letras.

Un sinfín de enredos y complicaciones.

¿Y qué es la vida si no hay amor? Una mierda.

¿Y existe el amor verdadero? No.

Mi No relación con Carlos jamás prosperó, porque él nunca me dio la oportunidad. Ni siquiera aceptó las infinitas invitaciones que le hacía. Todas sus respuestas eran No. Sí, estoy dolida, por eso necesito desahogarme con alguien, Serena está cansada de escuchar mis lamentos, y la entiendo, es pesado tener a alguien llorando todo el tiempo en tu oído.

Sí, también tuve varias citas con otros hombres, pero ninguno adecuado para mí. Ya me he conformado con mi amigo a pilas gigante comprado en oferta en Amazon.

Caminaba tranquilamente por el sendero, tratando de no perder el equilibrio entre tantas curvas. No veía la hora de llegar al hotel.

—Buenos días, señorita Collier. —Me saludó el guardia del lugar.

Sin detenerme, alcé mis ojos azules por encima de mi hombro y lo saludé.

—Buenos días, Jeremiah.

Seguí mi camino como si nada, me urgía llegar a mi habitación, estaba hambrienta.

Exactamente siete minutos después, extraje mi llave electrónica del bolsillo trasero de mi pantalón y la incrusté sobre el panel de la puerta. Al oír el clic que hizo indicando que ya estaba abierta, entré a toda velocidad dispuesta a asaltar la nevera. El maldito teléfono móvil comenzó a sonar justo cuando iba a darle un enorme bocado a mi sándwich de jamón y queso. Refunfuñando lo alcancé y descolgué.

— ¿Diga? —dije con voz grosera.

—Marla, que bueno que contestas —es Serena —. No sabíamos nada de ti desde ayer en la mañana, ¿estás bien?

—Si con estar bien te refieres a estar viva, sí, lo estoy.

—No seas grosera, recuerda que soy tu mejor amiga —sentí pena por tratarla así, pero mis emociones me superaban.

—Lo siento, sabes que no era mi intención. ¿Y los niños? —sabía que la mejor manera de hacer a Serena cambiar de tema eran sus hijos, esos dos pequeños pelirrojos eran unos diablos.

—Bien, extrañan mucho a su hada azul —se refería a mí. Los niños me habían puesto ese mote cariñoso por el azul de mis ojos. Me encantaban esos niños.

Sonreír al escuchar sus palabras. Creo que ya es hora de volver a casa, ayer había reservado el boleto de avión.  

—Pues diles que ya no tienen que extrañarme más. —Hice una pequeña pausa —. Mañana regreso a Nueva York, ya no voy a huir más —eso ultimo lo dije con toda la seguridad que jamás pensé tener.

— ¡Me alegro! —gritó mi amiga con entusiasmo —. Hazel te tiene una sorpresa para cuando llegues

Hazel, mi pequeña pelirroja favorita. Fui feliz de vivir toda su infancia con ella, verla crecer cada día más, verla superar un secuestro, una enfermedad, la mala relación entre sus padres. Nunca he dicho esto, pero esa niña es mi ejemplo a seguir.

—Dile que la quiero mucho, que su hada azul la extraña un montón —dije con lágrimas en mis ojos.

—Mejor se lo dices tú mañana. ¿A qué hora llegas? ¿Necesitas que vaya a por ti al aeropuerto?

—Mi vuelo es a las dos de la tarde. Te agradecería si vas a recogerme.

—Ok, cuenta con ello —iba a colgar, pero Serena me lo impidió con sus últimas palabras —. Marla, lo olvidarás.

Yo solo asentí con mi cabeza, colgué el teléfono porque iba a terminar llorando y no quería hacerlo teniendo a Serena en línea, pero una vez colgué, me rompí, asi como se rompe una copa de cristal cuando cae al suelo. Necesitaba llorar, sacar todo lo que llevaba en mi interior que no me dejaba continuar. Sé que lo olvidaré, pero no sé cuánto tiempo me lleve. Algún día.

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