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Marla

—Marla, joder, no te atrevas a…

La voz chillona de Kilian se filtra a través de mis oídos, haciendo que recobre la consciencia.

—Cierra la boca, Vikingo, no pienso dejarte libre tan fácil —hablo con lengua de trapo, arrastrando las palabras y sin una gota de seguridad en ellas. Intento sentarme, pero las agiles manos de Kilian me lo impiden.

—Joder, gracias a Dios —pega su frente a la mía y logro aspirar su olor a sudor y desesperación.

Miro a mi alrededor y me percato que estamos en otro lugar y no en la casa de Serena. Todo es blanco y un fuerte aroma a creolina y medicamento inunda la habitación. A mi lado se escucha el pitido incesante de un monitor y mi mano derecha se encuentra inmovilizada con un suero.

— ¿Dónde estoy? —pregunto con el ceño fruncido.

—En el hospital.

Nuestra conversación es interrumpida por una enfermera. La misma se acerca a mí y revisa mi vía endovenosa, me dedica una sonrisa dócil y lee algo en los informes que lleva en sus manos.

— ¿Todo está bien, enfermera? —indaga Kilian preocupado, toma mi mano entre las suyas y me mira con cariño. Yo solo me limito a sonreírle.

—Sí, no es nada grave —dice ella, dejando sus informes en una esquina de la cama de hospital —. La señorita Marla solo espera un bebé.

Aparto la mirada de Kilian y la incrusto en la enfermera. ¿Qué acaba de decir? Debo haber escuchado mal.

— ¿Qué? —pregunto tragando saliva.

—Pues eso, está embarazada, señorita, de seis semanas —la enfermera solo sonríe, como si estuviera feliz.

«Dios mío, no, no puede ser»

La vista ha comenzado a nublárseme, la cabeza me da vueltas y el nudo que se me ha formada en la garganta es imposible de tragar. Miro a Kilian, buscando en sus ojos su opinión, pero solo se mantiene inmóvil, como si estuviera igual de desconcertado que yo.

—No quiero tenerlo —murmuro entre dientes, pero muy segura de mi decisión.

La enfermera me dedica una mirada de compasión, pero asiente al escuchar mi proposición. Apunta algo en sus informes y camina con decisión hacia la puerta de la habitación.

— ¿Está segura de su decisión? ¿Qué opina el padre sobre esto? —pregunta antes de salir por completo, dirigiendo su mirada a Kilian.

Miro a Kilian que se ha quedado sin habla, le doy un apretón en la mano para llamar su atención.

—No hay padre —susurro con la mirada centrada en Kilian.

—Yo soy su guardaespaldas, no tenemos nada —rebate Kilian, hablando finalmente.

—Está bien, hubiera jurado que eran pareja, se nota mucho amor entre ustedes —susurra la enfermera al tiempo que da la vuelta y sale de la habitación.

No sé cómo tomarme sus palabras, pero trato que no me afecten, porque tiene razón, no tenemos nada. Tampoco sé a qué amor se refiere la enfermera, ni siquiera siento eso por él, no lo conozco lo suficiente, por mucho que la tensión sexual cada día se haga más descomunal ente nosotros. Kilian posa sus ojos en mí y sonríe débilmente. Sé que quiere expresar su criterio al respecto, pero no quiero escuchar palabras que puedan hacer que cambie de opinión con respecto a mi decisión.

— ¿Por qué? — consulta dudoso.

Las lágrimas me caen por la cara mientras Kilian acaricia mi mano con mucha más fuerza. Lo miro y se me cae el alma, justo lo que no necesitaba en estos momentos.

—Porque… porque no quiero tener un hijo de un… de un tipo como Carlos. No quiero tener que criar a un niño sola, yo mejor que nadie sabe lo que causa la ausencia de un padre en la vida de un hijo —aunque no son las palabras exactas que quiero expresar, no puedo decir que, en realidad, no quiero tener un hijo de un puñetero asesino.

Kilian agacha su cabeza y suelta mi mano con frialdad.

—Entiendo.

La enfermera de antes vuelve a entrar y se acerca a mí con un papel y un bolígrafo en sus manos, me lo tiende asintiendo con la cabeza.

—Firme aquí, por favor, es su consentimiento para realizarle un aborto —me indica.

Tomo el bolígrafo y sin pensarlo firmo.

—Enseguida la doctora estará con usted.

La mujer me mira como si yo fuera una especie de animal salvaje, como si fuera la primera embarazada que decide realizarse un aborto.

—No me iré, no te dejaré sola en todo este proceso —me dice Kilian y sus ojos se iluminan, dándome la seguridad que necesito en este momento.

Asiento con la cabeza y le sonrío en agradecimiento.

—Gracias.

Me incorporo un poco en la cama del hospital y la puerta se abre de par en par, una mujer vestida de verde entra en la habitación acompañada de la anterior, la enfermera. Me mira y chasquea los dientes a modo de desaprobación.

— ¿Está lista, señorita Collier? —asiento con dudas, pero trato de apartar esos pensamiento de mi cerebro. La doctora se coloca unos guantes y mira al hombre a mi lado —. Usted no puede estar aquí durante el proceso.

Kilian le dedica una mirada fría y se levanta de su asiento. Se acerca a ella intimidante. La doctora se mantiene en su posición, pero puedo ver el miedo en sus ojos.

—Ni usted ni nadie me sacará de este cuarto, ¿queda claro? —amenaza Kilian, tomándome por sorpresa sus palabras y la decisión con la que las expresó. ¿Tan comprometido está con su trabajo que es capaz de amenazar al personal de salud por mí?

«Este hombre está loco de remate» pienso riendo.

La mujer retrocede unos pasos al oír la vehemencia de las palabras de Kilian. Kilian vuelve a mi lado y la enfermera le tiende una bata verde a la doctora.

—Colócale la anestesia —indica la doctora a la enfermera mientras se sienta de frente a mí y coloca mis pies en posición ginecológica.

La enfermera cumple su orden, retira el suero que antes colgaba del porta sueros e inyecta un líquido en mí vía endovenosa. No ha pasado ni un minuto y ya comienzo a sentirme mareada, hasta que mis ojos se cierran por completo, dejándome en plena oscuridad.

Seis horas después…

No recuerdo mucho del momento exacto en el que perdí la consciencia. Vuelvo a abrir los ojos y todavía me encuentro en la misma habitación de paredes blancas, suelo gris industrial y olor a desinfectante de creolina. Me incorporo en la cama y miro a ambos lados buscando a Kilian, pero no se encuentra dentro de la habitación, estoy sola. Ya no tengo cables pegados a mi cuerpo y el monitor que antes pitaba ahora se encuentra apagado a un lado de mi cama. Miro mi mano derecha y ya no tengo la vía endovenosa, solo un trozo de curita cubriendo el lugar, me preparo para arrancármela pero la puerta se abre y aparece una mujer desconocida.

—No. si se quita la curita la sangre manchará todo —informa la mujer con cierto terror en sus ojos.

— ¿Dónde está Kilian? —me aferro a la curita como si mi vida dependiera de ello.

—Se encuentra afuera, hablando por teléfono.

Lanzo un suspiro de alivio al escuchar sus palabras. Suelto mi mano y vuelvo a acostarme. La puerta se abre nuevamente y un Kilian perturbado entra en la habitación.

—Hola, ¿cómo te sientes? —me pregunta preocupado, y percibo cierta tristeza en sus ojos.

—Bien, estoy bien, ¿qué ha pasado? Te noto un poco preocupado —me mira y deposita un tierno beso en mi frente, la mujer carraspea y nos mira con atención.

—Nada, asuntos familiares —sonríe sin ganas. He aprendido a diferenciar cuando miente y cuando está siendo sincero, y ahora miente.

—Esto… ya puede llevársela a casa, el procedimiento fue realizado con éxito —la mujer se ríe —, ya no está embarazada, aquí tiene la ecografía post aborto —me ofrece un papel en blanco y negro, lo tomo y lo miro con algunas lagrimillas en mis ojos —. Es posible que experimente síntomas como algunas nauseas o mareos, pero nada grave.

—No se preocupe, doctora, estará en buenas manos —dice Kilian convencido mientras sonríe a la doctora, la cual se sonroja y sale de la habitación casi corriendo. No la culpo, este hombre tiene el poder de bajarle las bragas a cualquiera con solo una mirada.

—Necesito ir al baño —digo y me bajo de la cama entrando al pequeño baño privado del cuarto de hospital.

Me tardo más de lo normal en el aseo, miro mi cara en el espejo y echo agua en mi rostro algo demacrado. Un golpe seco suena en la puerta y me giro asustada.

—Marla, tenemos que hablar sobre algo, sal por favor —me pide, y el tono amable con el que me habla hace que abra la puerta y salga del baño.

Aprieto mis dientes con rabia y tomo asiento en una esquina de la cama.

— ¿Qué es eso tan importante que tenemos que hablar? — inquiero con cierta rabia en mis palabras.

—Desde este momento he dejado de ser tu guardaespaldas, ya no trabajo para tu padre —confiesa a raja tabla.

Alzo un poco la cara y lo miro sin entender nada.

— ¿Por qué? —pregunto, y yo misma me sorprendo.

—Tengo otro trabajo que realizar, es importante. Otro compañero, un hombre de mi absoluta confianza viene de camino para protegerte.

Trago saliva y me acerco a él dispuesta a averiguar a qué se debe su cambio.

— ¿Y si no quiero que nadie más me proteja excepto tú? —indago, tratando de no sonar desesperada ante la idea de perderlo de mi vida. Es algo que no puedo evitar, el terror a no verlo nunca más es mucho mayor que yo.

—Marla…

—Dime, respóndeme, por favor —ahora si he sonado desesperada y estoy a punto de ponerme a llorar como una niña pequeña. Llevo mis manos a su cuello para abrazarlo, pero él me rechaza.

—Marla, no hagas esto más difícil —me pide, y por un momento noto que para él también está siendo una tortura.

—Está bien, huye como todos, ya estoy acostumbrada —sin poder evitarlo, mi mano se clava en mi cara, tapándomela para que Kilian no vea lo alterada que me encuentro. Suelto el aire de mis pulmones y pego un brinco de horror cuando la puerta de la habitación se vuelve abrir y la figura imponente de un hombre joven vestido de verde produce que ambos nos giremos en su dirección.

— ¡Primita! —chilla el hombre acercándose a mí con emoción. Mi ceño se frunce sin entender nada. El desconocido me abraza y Kilian me mira apretando los dientes.

— ¿Quién eres? —pregunto por fin cuando me suelta y logro respirar.

— ¿Cómo? ¿No me reconoces? Veo que mi tío no te ha hablado de mi —brama con entusiasmo —. Soy Lewis, tu primo.

¿Mi primo? Cooper jamás me ha hablado de que tuviera un sobrino.

—Cooper no me había hablado de ti —inquiero un poco extrañada.

—Supongo que se olvidó. Estaba viviendo un tiempo en Miami, pero acabo de regresar y me entero que tengo una prima, y me dije, ¡pues vamos a conocerla, Lewis! Y aquí estoy —cuenta sonriendo —. Me enteré por tu amiga, la morena, que estabas aquí en el hospital.

«Serena»

—Ok, un placer conocerte —le tiendo la mano como toda persona haría.

Él la mira, pero no corresponde mi saludo, sus ojos se vuelven fríos y deja de sonreír. Lo veo cambiar de personalidad como lo hace una serpiente con su piel.

—Oh no, primita, no te equivoques, mi visita nada tiene que ver con amabilidad, todo lo contrario, vengo a dejarte bien claro tu posición en esta familia —espeta enojado, agarrando mi brazo con fuerza, lastimándome.

Kilian se para a su lado y toca la mano con la que me tiene agarrada el tipo, le dedica una sonrisa irónica y termina por empujarlo.

—No se atreva —le dice mi vikingo enojado mientras aprieta sus puños. Mi cuerpo empieza a temblar de miedo y dirijo mi mirada a mi supuesto primo.

—Oh, vaya, tu noviecito ha salido en tu defensa —se burla sarcástico y Kilian termina por perder la paciencia y estampa su puño cerrado contra la cara de ese imbécil. El tipo se hecha hacia atrás hecho una furia, pero no se atreve a devolverle el golpe a Kilian al ver su tamaño en comparación con el de él.

—Salga de aquí antes de que pierda por completo la paciencia, tiene dos minutos para correr —espeta Kilian sacando su pistola del cinto de seguridad y amenazándolo con ella.

—Kilian —digo con dificultad.

Dirige su mirada hacia mí, como si se hubiera percatado de que estaba allí parada. Se gira hacia mí y me estrecha entre sus brazos. Guarda su pistola devuelta a su sitio cuando el tipejo sale corriendo de la habitación y se pierde de nuestra vista.

—Nadie te pondrá un dedo encima mientras yo esté vivo, lo prometo —me dice en un susurro, pero con la suficiente fuerza para que yo sonríe en su dirección y me aferre a él con mucha más vehemencia.

—Entonces, ¿no te alejarás de mí? —pregunto preocupada, con la esperanza de que su respuesta sea que no, que nunca lo hará, pero en cambio se aleja de mi dejándome un vacío enorme entre mis brazos.

—Esa no es una opción, princesa.

—Pero acabaste de decir que…

No me deja terminar la frase.

—No importa lo que yo diga, es mejor que todo quede aquí —musita, y no sé porque aprieta sus puños y su mandíbula afilada se tensa.

—Te entiendo.

—Vamos, te llevaré a casa —susurra, tomándome del brazo para sacarme del hospital.

No soy idiota, sé que algo gordo oculta, el motivo por el que se aleja de mí y ha prescindido del contrato de protección. A pesar de su frialdad y la rudeza que siempre utiliza cuando me habla, me ha demostrado que también tiene un lado tierno y sensible. Una lágrima cae por mi mejilla mientras sus fuertes manos me llevan al coche. No sé en qué momento exacto este asunto ha dejado de ser solo protección física, para convertirse en algo lleno de emociones y necesidad. Ya he probado lo que se siente cuando alguien te rompe el corazón, y no estoy preparada para volver a pasar por ese dolor. No puedo permitir que Kilian Hamilton se vuelva indispensable en mi vida.

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