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Marla

Ugh. La alarma resuena a mi lado, pero la ignoro por unos segundos. Nuevo día, nuevo desafío, y sobretodo, nuevas formas de joderle la vida a mi nuevo guardaespaldas para que acabe renunciando. Mi cerebro delibera las posibilidades una por una.

Correr el rumor de que es gay.

Esconderme un par de horas mientras él piensa que alguien me ha secuestrado.

O mi favorita… vestirlo con ese tutú rosa que llevo tiempo pensando y hacerlo modelar en medio de varios modelos profesionales. La burla duele más que cualquier otra venganza.

«Abre los ojos, Marla, tienes una putada que poner en marcha» me digo mentalmente.

En cuanto abro el primer parpado la luz del sol hace que enseguida lo vuelva a cerrar. Un toque en la puerta de la habitación hace que me sobresalte, pero lo ignoro tal cual hice con la alarma.

—Uy, ¿qué es esto? — me pregunto a mí misma al percatarme el nuevo reguero de celulitis que adornan mis muslos. No me estiro, no bostezo, mi atención se centra en la próxima llegada de mis treinta y cinco años. Mi cuerpo lo sabe. No solo por los dolores articulares que en ocasiones me asaltan, si no también porque ha comenzado a mostrarlo al público —. ¡Dios! ¡No puede ser!

Deslizo mis manos por los muslos mientras mi boca se mantiene abierta de par en par. Tendré que comenzar una dieta estricta y una nueva rutina de ejercicios. ¡Yo! Con lo que odio el deporte. De repente la puerta se abre de forma brutal y mis ojos se dirigen a ella.

— ¿Está bien? — me pregunta el payaso de Kilian mientras en su mano carga un arma y con sus ojos rebusca indicios de peligro dentro de mi habitación.

— ¿Qué diablos haces aquí, idiota? — hablo a la vez que cubro mi cuerpo lleno de celulitis con la manta. Sus ojos se centran en mí y me mira con detenimiento.

—Escuché tu grito, pensé que estabas en peligro — explica guardando el arma en la parte trasera de su pantalón.

—Cuando pienso que no puedes ser más estúpido acabas sorprendiéndome con un nivel más alto de estupidez. Estoy bien, payaso — murmuro mientras lidio con la idea de levantarme y vestirme delante de él, o mandarlo a salir. Creo que la primera me gusta más para llevarlo al borde del desquicio.

—Gritaste, y yo estoy preparado para atacar en cuanto mi objetivo alce la voz — dice, acomodándose un mechón de pelo detrás de la oreja. No puedo evitar pensar en él con un traje antiguo de vikingo y una espada.

«Marla, no vayas por ahí»

—Que idiota eres, Kilian.

—Puede, pero aun no entiendo a qué se debió tu grito, ¿acaso viste una cucaracha voladora? Déjame decirte que son totalmente inofensivas —se mofa de mí el muy cabrón, y aún se atreve a sonreír.

—Yo… vi algo desagradable y eso me sobresalto un poco, solo eso —susurro entre dientes evitando dar muchas explicaciones sobre mi cuerpo.

—No me digas que te encontrarte una cana nueva —continúa burlándose.

Me levanto de la cama como un resorte y corro hacia el baño privado para mirarme al espejo.

— ¡Oh, por Dios! —le grito a mi reflejo con odio. Parpados hinchados y rojos, el cabello hecho un desmadre y el camisón manchado de algo rojo oscuro. Kilian se acerca hasta el baño y recuesta su hombro al marco de la puerta, su sonrisa burlona y sarcástica hace acto de presencia.

—Vamos, princesa de carnaval, era una broma — dice.

—Sal de aquí, payaso, voy a cambiarme y no necesito que nadie me vigile

—Estaré esperándote afuera para llevarte a la tienda de moda.

Lo veo perderse puerta afuera sin siquiera esperar mi respuesta. Vuelvo a mirarme al espejo y acabo de darme cuenta que mi humor se ha estropeado por culpa de mi reloj biológico. Sin tiempo que perder me ducho, cepillo mis dientes y salgo corriendo hacia mi habitación para vestirme. Rebusco en el enorme bulto de ropa dentro del closet, no he tenido mucho tiempo para acomodar desde que vine a vivir a la mansión de Cooper. Miro el montón de ropa que acabo de tirar encima de la cama, el desespero se instaura en mí ante la idea de no saber que ponerme. Pruebo mi antigua falda de tubo negra de hace más de dos temporadas.

— ¡No me jodas! —grito como una loca mientras me fajo con el cierre de la falda. No cierra y yo estoy comenzando a pensar que me ha llegado la hora de sufrir una crisis de la mediana edad —. No me hagas esto, joder.

Nada. Me la quito y la devuelvo al montón de ropa. A lo lejos deslumbro una camisa blanca muy chula, es como si el señor celestial la hubiera iluminado para mí. La tomo y me la pruebo. Genial, me entra perfectamente. Me abotono la camisa y agarro la primera falda que me queda, una muy colorida donde predomina el verde. Ahora parezco un bufón de feria, perfecto para incentivar las burlas del estúpido de Kilian.

Cinco minutos después, y sin siquiera maquillarme, salgo por la puerta principal de la mansión a la misma velocidad que un huracán categoría cinco. El payaso me espera recostado al coche y suelta un silbido de admiración. ¡Por favor, ni que hubiera algo que admirar!

—Vaya, señorita Marla, veo que su sentido de la moda es muy peculiar —niega con la cabeza al tiempo que su sonrisa se ensancha —. Es muy osada, ni siquiera yo fuera capaz de vestir una falda tan… extravagante.

—A la tienda, ahora —exijo ignorando por completo sus estupideces. Me abalanzo sobre el asiento del copiloto y cierra la puerta con ímpetu.  

—Enseguida, su alteza real — murmura por lo bajo, pero pude escucharlo a la perfección.

—Lo más rápido posible, llego una hora tarde —explico mientras miro a través del espejo retrovisor.

—Haré lo que pueda, no soy corredor de fórmula 1, me pagan para protegerte, no para matarte en un accidente automovilístico el primer día de trabajo.

El coche arranca con tanta prisa que mi cabeza se golpea contra la parte delantera. ¿No acaba de decir que no es corredor de fórmula 1? Tanteo con las manos el cinturón de seguridad y me lo coloco a trompicones. Mis ojos se abren de par en par cuando me doy cuenta que ha subido a la acera para evitar el atasco que acabamos de pasar. ¡Dios, no permitas que muera!

Mi mente repasa la lista de pecados por los que, de seguro tendría la entrada al infierno asegurada. San Pedro no permitiría que entrara al cielo ni de coña.

—Dios, prometo jamás volver a mentir ni engañar a nadie. También prometo no volver a pensar en hacer actos de maldad, es más, te juro que no vuelvo a llamar payaso a este adorable tipo que me protege del mal.

—Te estoy escuchando, ¿en serio prometes todo eso? —rebate Kilian desde su asiente de piloto mientras conduce como un desquiciado.

Lo miro con la boca abierta, pues se me había pasado su presencia junto a mí.

—Dios mío, perdóname, pero no puedo prometerte dejar de llamar a este idiota payaso —alzo mi vista al cielo como si en verdad estuviera hablando con San Pedro. Kilian me mira sonriendo como si estuviera loca.

—En serio, todas las mujeres están locas de remate —repone él, mientras pierde su vista en el tráfico.

— ¡No lo estamos! —chillo alterada —. Ustedes son todos unos cabrones.

—Ya hemos llegado, asi como usted pidió, su majestad —aparca el coche, se baja de él y hace una pequeña reverencia de lo más ridícula.

Abro la boca en un gesto indignado y le lanzo una mirada asesina. Me distraigo enseguida al localizar con mis ojos a Serena. Corro hacia ella y ambas nos abrazamos ante la atenta mirada de Kilian.

— ¿Cómo están los niños? He separado unos días de la agenda para pasarlos con ellos —le pregunto mientras me retiro de su agarre.

—Bien, deseando volver  a ver a su hada azul —Serena sonríe y mira por encima de mi hombro en dirección al molesto hombre de negro que espera con paciencia detrás de mí —. ¿Ese quién es, Marla? Me suena su cara.

Giro mi torso en torno a él y le dedico una mirada de odio. Él sonríe, como siempre. ¿Acaso siempre tiene sonrisas para dedicarles a todos?

—Ah, es la nueva niñera que Cooper ha contratado —digo con sorna, restándole importancia al asunto.

—Como sea, entremos y me cuentas un poco más.

Serena toma mi mano y me arrastra hacia el interior de la tienda. Miro hacia donde se encuentra Kilian y para mi sorpresa sigue de pie en la misma posición. Mi mueca de satisfacción por haberlo llamado niñera ahora cambia por una de disgusto.

«Contrólate, Marla, no tiene que estar todo el tiempo detrás de ti»

La nueva tienda de modas de la avenida 26 de Lombard Street se encontraba cerrada al público, por lo que Serena extrae su llave del bolso y abre la puerta. Fijo la vista en el interior del local. Las paredes de ladrillo rojo lo hacen ver de estilo industrial. En sus mejores tiempos este edificio solía ser una antigua fábrica de objetos de porcelana, hasta que un cruel incendio acabó con él y años más tarde fue reconstruido por el senado de Nueva York. Ahora pertenece a la pequeña comunidad de comerciantes del área, entre los cuales nos incluimos nosotras. Tomo asiento en una de las sillas detrás del mostrador y espero a que mi amiga me siga.

—Y bien, ¿qué me estabas contando acerca de ese guapetón? —Serena ríe entre dientes y me dedica una mirada juguetona.

—Es mi guardaespaldas, nada más que mi guardaespaldas —informo con gesto de desagrado, sigo pensando que no era necesario todo este drama.

—Vaya, por tu cara no parece caerte bien —bromea ella mientras coloca su bolso encima del mostrador.  

—Es un idiota con aires de grandeza, sin contar que se cree que todo se lo sabe. ¡No lo soporto! —protesto enojada, y por un momento mis ojos se dirigen hacia la puerta en busca de su presencia, pero no veo nada.

—A mí me parece muy mono.

Arrugo la nariz con desagrado ante la declaración de mi amiga, traidora.

—No es para nada mono, es un payaso creído, con ínfulas de grandeza, se cree el héroe de la historia, es vulgar, se las da de sabelotodo, me dijo vieja en mi propia cara, le gusta verme enojada y sacarme de mis casillas, me llama princesa de carnaval y aún no sé por qué, parece un vikingo con esa mata de pelo largo y por último, pero no menos insignificante… ¡se atrevió a burlarse de mi sentido de la moda!

Cierro los ojos y tomo aire y trato de restarle importancia a todo este asunto, un vikingo idiota no me sacará de mis cabales. «Relájate, Marla» Un carraspeo profundo hace que mis ojos se abran poco a poco, primero uno y luego el otro. «No me jodas»

«Que no sea él, que no sea él»

Cuando los abro del todo la figura imponente de Kilian enfrente de mí de pie hace que desvíe mi mirada hacia otro lado.

—No sabía que pensabas todo eso de mí, pero para aclararte las cosas y hacértelas un poco más fáciles — se acerca hacia mí y toma mi barbilla entre su mano —. No estoy aquí para ser tu amigo, que te quede bien claro.

Dicho esto se aleja, dejándome frustrada y con ganas de pelear. Mi sentido común y mi espíritu guerrero no me permiten quedarme callada, por lo que me levanto de la silla y lo encaro.

—Me queda clarísimo, porque tampoco me interesa ser tu amiga, vikingo idiota. ¿Y sabes una cosa? Tu presencia me causa repugnancia —mi cara de asco y la furia que brota de mis ojos, hacen que lance enfurecida mi bolso hacia una esquina. Salgo casi corriendo dejando a Serena y al causante de toda mi cólera allí parados. Necesito tomar aire.

El aire de Nueva York me hace bien, inspiro y vuelvo a soltar el aire. El olor a colonia Dior inunda mis fosas nasales y hacen que me gire hacia el lugar de donde viene el aroma.  

—Te pasaste, Marla, fuiste insolente e hiriente. Te desconozco —me recrimina Serena con cara de pocos amigos.

—Entiéndeme, Serena, todo esto me supera, soy una persona completamente diferente, nunca volveré a ser la misma de antes, nunca —sentencio con demasiada determinación, siendo consciente de mis palabras.

—Entiendo, sé que no ha sido fácil para ti, para nadie lo ha sido, pero eso no te da derecho a lastimar a otra persona para liberar tus caras emocionales.

Suspiro y me lanzo a los brazos de Serena en un cálido abrazo. No voy a llorar, pero siento que mi alma lo necesita. Llevo meses comportándome como una cría de cinco años con un berrinche, hiriendo a todos a mí alrededor sin ser consecuente de mis actos y mis palabras. Los brazos de Serena se sienten plácidos, acogedores y reparadores. Justo lo que necesitaba mi trastornado corazón.  

—Ahora entra ahí y pídele disculpas a ese bombón que solo intenta cuidar de ti y cumplir su promesa —murmura ella en mi oído.

Me separo de ella y la miro a los ojos, le dedico una sonrisa afable y giro la cabeza en dirección a la entrada de la tienda. Me debato entre entrar o esperar el momento exacto para ofrecer mis disculpas, pero una palabra que acaba de brotar de la boca de Serena hace que mis ojos se entornen y mi ceño se frunza.

— ¿Promesa? ¿De qué hablas? —indago con extrañeza.

La postura de Serena cambia, se tambalea de un pie al otro y rasca su cabeza por detrás.

—Oh, me refiero a la promesa de protegerte, ya sabes, es deber de todo guardaespaldas —me sonríe débilmente, restándole importancia a sus propias palabras. A mí no me la cuela, esta oculta algo, pero no voy a perder mi tiempo tratando de averiguar lo que sea que esconda.

De reojo observo que Kilian sale de la tienda y se refugia detrás de una de las columnas del portalillo. No habla, no hace ningún gesto, solo se mantiene allí parado observando la nada. De repente siento pena por él, por haberlo tratado tan mal. Por primera vez en meses siento la desesperación de disculparme con alguien. Serena me insta a que me acerque a él. Con mucha calma y meditando mis palabras me aproximo a él. A mi lado veo pasar a Serena que entra a la tienda, dejándonos solos.

—Esto… lo siento, fui injusta contigo —digo acariciando mis propias manos y tragando el nudo que se me había formado en la garganta. ¿Por qué me resulta tan difícil pedir perdón?

Observo que Kilian cierra los ojos y toma aire por la nariz. Parece meditarse si acepta mis disculpas o pasa de mí, y ese pensamiento hace que vuelva a perder la respiración y apriete mi mano con rabia ante la idea de haber sido tan estúpida de disculparme. Tomando de la mano mi orgullo herido y la poca dignidad que me queda, doy media vuelta dispuesta a irme a donde sea que no se encuentre él, pero una voz a mis espaldas hace que me detenga.

—Oye, princesa de carnaval — me vuelvo y nuestras miradas se encuentran —. Está bien, te perdono, pero solo porque tus palabras no tienen ningún efecto sobre mí.

Su sonrisa se ensancha y juro que me pareció ver que me guiñaba un ojo. Era desconcertante mirarlo tan sonriente y relajado después de mis palabras tan crueles, pero supongo que hay personas a las que no les importa la opinión ajena. ¿En verdad mis palabras no lo habían lastimado? A paso lento observo como Kilian se acerca a mí, como lo haría un depredador con su presa, lento y cauteloso para que no se le escape.

—Te propongo algo con lo que puedes resarcirte —dijo y su mirada se oscureció, ya no sonreía, ahora su expresión era indescifrable.

— ¿Qué? ¿No es suficiente con mis disculpas? —me atreví a articular algo después de unos minutos de silencio. Mi cara de frustración era evidente, nunca he sido buena ocultando mis emociones.

—Oh, claro que no. te propongo una carrera —mi ceño se frunce y llevo mi mano a mi boca, analizando su oferta, él me mira serio para que no me queden dudas de su propuesta.

— ¿Una carrera? Vaya estupidez, ya no somos críos de cinco años, Kilian —murmuro cruzándome de brazos.

Kilian echa a andar unos cuantos pasos hasta posicionarse encima del pequeño puente de madera de Ocean 21, justo al lado de la tienda. Yo lo observo de lejos hasta que gira su torso y me indica con su mano que me acerque. Lo hago, y las tablas de madera crujen a mi paso.

—De aquí a la bastilla del paso 21, no vale hacer trampas —dice convencido, se coloca en posición de salida como si fuera un atleta profesional y vuelve a dedicarme una de sus sonrisas matadoras.

—Está bien, tu ganas —cedo, sin siquiera pensar en las consecuencias de mis actos. ¿Qué podría pasar?

Me posiciono en la salida improvisada y miro a Kilian, ambos sonreímos cómplices como dos niños haciendo travesuras.

—Voy a cederte dos minutos de ventaja, asi que corre, princesa, usa esas hermosas piernas que tienes.

Lo miro boquiabierta, ¿ha llamado hermosas a mis piernas? No, no vayas por ahí, Marla, olvida sus palabras, céntrate en la carrera y gánale al vikingo este. Sacudo mi cabeza para apartar los pensamientos pecaminosos que mi cerebro intenta implantar en mí y centro mi mirada en la pista de carreras que tengo por delante.

—A la cuenta de tres, uno… dos… tres… ¡corre princesa de carnaval! —grita tan fuerte que el estruendo hace que salga corriendo disparada. Mis brazos se mueven al compás del aire que me despeina mucho más de lo que antes estaba.

Mi cuerpo expulsa suficiente adrenalina para llegar a la meta, pero tropiezo con mis propios pies y caigo rodando por el pequeño puente de madera. Qué vergüenza. Justo en ese momento Kilian pasa corriendo a mi lado sin importarle mi bochornoso desenlace, me dedica una de sus sonrisas irónica y balbucea algo entre dientes.

—Veo que lo tuyo con el suelo es un fetiche. Ahí te quedas, princesita —se burla, como ya es costumbre en él. Me levanto del suelo como puedo y un dolor cegador en el tobillo hace que vuelva a caer.

— ¡Dios, lo que me faltaba! —chillo con frustración pasándome una mano por la cara.   

A lo lejos veo la bastilla del paso 21 y la figura del idiota de Kilian llegando a ella y coronándose como el ganador. Su mirada se dirige a la mía, pero ya no sonríe, ¿es preocupación lo que detecto en su rostro? No lo sé, no logro descifrarlo, como cada cosa que tenga que ver con este hombre. Es un enigma, uno que no estoy dispuesta a desentrañar.

— ¡¿Por qué todo me pasa a mí?! —grito al universo, como si me pudiera escuchar.

—Marla, ¿estás bien? —me interroga Kilian cuando llega corriendo a mi lado. Toca mis hombros en busca de alguna herida y yo me quejo de dolor cuando roza mi tobillo con su rodilla.

— ¡Auch! Mi tobillo, idiota.

—Lo siento, de verdad, no imaginé que una simple carrera pudiera terminar en esto —se lleva sus manos a la cabeza, luego restriega una de ellas por sus ojos para después depositarlas con delicadeza encima de mi tobillo magullado.

—Lo sabía, sabía que no era buena idea —lo veo agachar la cabeza con culpa y eso hace que me sienta mal, por lo que intento salvar la situación con alguna de mis ingeniosidades —. No importa, seguro no es nada. Además, las escayolas se me ven muy sexys —bromeo para romper la tensión que nos envuelve ahora mismo.

El ríe, yo también lo hago.

—Vamos, princesa de carnaval, tenemos que llevarte al hospital a que te revisen ese tobillo —no sé cómo, pero en unos segundos me encontraba entre sus brazos como la primera vez que nos conocimos. Huele a colonia y a sudor, aunque claro, estaba corriendo en una maldita carrera de críos. Aprovecho la ocasión para aspirar su olor y colocar mi cabeza en el hueco de su cuello. A mi mente llegan los recuerdos de Carlos, de todas las veces que terminé entre sus brazos. De un momento a otro mis ojos se llenan de lágrimas que terminan bañando toda mi cara. Lo extraño, aunque odio hacerlo.

— ¿Estás llorando? —pregunta Kilian al percatarse que mis lágrimas han comenzado a caer en su traje.  Con rapidez las seco con el dorso de mi mano y me obligo a fingir que todo está bien.

—No, digo sí… sí, me duele mucho el tobillo —miento, y soy consciente que al paso que voy jamás entraré al reino de los cielos.

—Ya… no tienes que contarme nada, pero tranquila, ya vamos camino al hospital —dice mientras me deposita con suavidad dentro del asiento trasero de su coche.

—Oye, vikingo —lo llamo antes de que me dé la espalda —. Gracias.

Kilian entorna los ojos y se mantiene impasible.

— ¿Por qué? Por mi culpa terminaste con un tobillo inútil.

—Por hacerme olvidar, por recordarme que todavía estoy viva.

Lo veo coger aire y asentir. Acerca su rostro al mío con demasiada cercanía, haciendo que dirija mi mirada hacia otra dirección. ¿Qué me pasa? ¿Por qué estoy tan nerviosa?

«Dios, explícame»

—Mientras yo exista, jamás olvidarás que aún estás viva, princesa de carnaval.

Y sus palabras sonaron a promesa y también me hicieron sonreír como hacía tiempo no pasaba, con ganas. Al mismo tiempo un miedo se instaura en mi interior, porque, las promesas se pueden romper, y algunas llegan a ser un verdadero problema, y yo no estoy dispuesta a volver a ser un problema para nadie más.

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