Marla
Veinte y cuatro horas después…
La noche cae sobre Nueva York. Avanzo por el pasillo que conduce hacia la sala de estar y escucho una melodía que emana de su interior. La puerta de entrada a la casa se encuentra entreabierta y la luz tenue del foco del exterior se filtra por la pequeña rendija. Me quedo parada al escuchar dos voces distintas afuera.
—No podemos ocultarle esto, Serena, es algo muy grave —susurra la voz de Cooper con pesar.
¿De qué hablan? No entiendo, ¿qué no pueden ocultarme? Me deslizo con sigilo por las paredes color salmón y acerco mi cuerpo a la rendija abierta de la puerta.
—No sé cómo decírselo —Serena acaricia su mentón, se nota confundida, en shock —. Sufrirá, estoy segura de ello.
La incertidumbre se instala en mi mente y trato de no emitir sonido alguno para no levantar sospechas.
—Pero tiene que saberlo, Serena, tarde o temprano se enterará y será mucho peor para ella —él mira a mi amiga con miedo.
Decidida a acabar de una buena vez con todo esto, salgo de mi escondite detrás de la puerta y encaro a esos dos que algo traman. A mi paso la puerta resuena con ímpetu al salir y ellos dos se giran en mi dirección con cara de asombro. La melodía aun continua resonando en la casa, pero entrecierro mis ojos al darme cuenta que no proviene del exterior como yo creía hasta hace solo unos minutos.
—Marla, ¿qué escuchaste? —pregunta Cooper, y casi puedo sentir la lástima cuando centra su mirada en mí.
— ¿Qué es eso que debo saber? —indago, y mis lágrimas amenazan con salir, pero trato de mantenerlas a raya.
Serena se acerca a mí y toma mis manos entre las suyas, luego deposita un cálido beso en mi mejilla y sonríe débilmente. Me mira con una ternura infinita y justo ahí me doy cuenta que algo no anda bien.
—Entremos, cariño, tenemos algo muy importante que contarte —Serena me empuja con delicadeza hacia el interior de la vivienda y yo continuo sin entender a qué se debe tanto misterio —. Toma asiento, por favor, lo que tenemos que contarte no es nada fácil para nosotros.
Cruzo mis brazos sobre mi pecho y le dedico a mi amiga una mirada de reproche.
—No, no pienso sentarme, ¿quieren acabar de soltar la sopa? No aguanto tanto drama, esto parece un capítulo de la Rosa de Guadalupe —sonrió al decir aquella ingeniosidad, solo a mí se me ocurrirían semejantes tonterías en momentos de tensión. La mirada de Cooper y Serena se intensifica sobre mí y sus ojos brillan. ¿Están llorando? No, no puede ser, mis ojos me están jugando una mala pasada.
—Marla, es algo muy delicado. Siéntate por favor —me pide Cooper. Lanzo un suspiro de resignación al aire y finalmente tomo asiento.
— ¿Y bien? Ustedes dirán.
Estaba ansiosa por conocer lo que ese par quería contarme. Serena volvió a dedicarme una mirada de lastima y Cooper tuvo que levantarse varias veces de su asiento para tomar aire y continuar.
—Carlos… Ha pasado algo con él —murmura Serena por lo bajo y puedo notar como su respiración se torna más agitada.
—Si te refieres al mentiroso de Connor, porque no sé si ya estas enterada, pero ese es su verdadero nombre, ese Connor, no me interesa saber nada de el —mi orgullo estaba siendo mucho más grande que mi amor, pero ya me había hecho daño y no iba a permitir que volviera a lastimarme.
—No, Marla, esto sí que te interesa —hace una mueca y se cruza de brazos —. Carlos… está muerto.
En este justo momento mis lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas. Llevo mi mano a la boca ante el asombro de la mala noticia y luego la dirijo hacia mi cabeza. Seco mis lágrimas y me pongo de pie junto al sofá. No emito sonido alguno, solo me limito a caminar hacia la ventana más cercana y mantenerme allí parada, mirando los autos pasar y la noche caer. Aprieto mis labios en un intento de reprimir mi llanto y toco el cristal de la ventana con la palma de mis dedos. Siento la presencia de Serena a mi lado.
—Marla, lo siento muchísimo —murmura acercándose, pero yo me echo hacia atrás evitando su contacto.
—Hija, tienes derecho a sentirte así, tienes derecho a llorar, es normal al perder a un ser querido —susurra Cooper a mis espalda.
—Estoy bien, déjenme sola, por favor —pido con amabilidad, pero en el fondo quería gritar, quería destrozar todo a mi alrededor. El nudo en mi garganta poco a poco se deshace.
Ambos salieron de la sala de estar y se perdieron de mi campo de visión. Llevo mi mano de vuelta a mi pecho y puedo sentir que el corazón se me dispara. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo y hace que la piel se me erice. Corro hacia mi habitación y saco de su escondite una foto de Carlos que le robé de sus tantas identificaciones falsas. Me tiro en la cama y justo en ese momento me permito llorar con ganas. Abrazo su foto y luego deslizo la yema de mis dedos por sus sinuosos labios. Lo miro y me parece mentira que ya no esté en este mundo, conmigo. No, no, no. Me rompí, era inevitable no hacerlo. Miro la foto entre lágrimas por última vez y la culpa inunda mi mente, de un manotazo tiro la lámpara de noche que antes descansaba en la mesita. Observo mi mano cubierta de sangre y seco algunas de mis lágrimas con ella, dejando una mancha de la misma en mi rostro.
— ¡Eres un maldito cabrón! —Le grito a la foto y la mezcla de mis lágrimas con la sangre cae en pequeñas gotas encima de esta —. ¡Te odio! ¡Te odio con todas mis fuerzas!
La puerta de mi habitación se abrió y Cooper y Serena entraron en ella como dos dementes.
—Marla, cariño, déjame ver tu mano, está sangrando —toma la mano herida y la revisa con esmero, se quita su corbata negra a rayas y me la coloca en la mano a modo de vendaje, yo solo lo miro y Serena se mantiene estupefacta enfrente de la cama —. Listo, pequeña, esto contendrá el sangrado.
Cooper me dedica una tierna sonrisa y Serena se acerca para abrazarme. No la rechazo, porque en estos momentos necesito muchísimo sentir el calor humano. Me permito llorar en su hombro mientras ella me acaricia el cabello poco a poco.
—Lo lamento, cariño —dice ella, dándome unas palmaditas de consuelo en la espalda.
—Es un maldito, ¿Cómo se atrevió a morir? ¿Qué hago yo ahora? ¿Qué hago yo sin él? Serena no soy tan fuerte —tantas interrogantes y para ninguna de ellas tengo respuesta. Me siento vacía, aunque al misma tiempo culpable.
—No fue tu culpa —me dice al oído Serena, como si supiera por donde iban mis pensamientos.
— ¿Cómo sucedió? Necesito saber quién lo hizo. —pregunto secándome las lágrimas que tanto odio derramar.
—No lo sabemos, solo llegó a mi casa muy mal herido.
Trago saliva y me obligo a volver a la cruda realidad, una realidad en la que el hombre que amo ya no está. A partir de este día mi mundo no volverá a ser el mismo. Mis sueños han acabado y la Marla de antes jamás volverá, porque yo me encargaré de eso. Repito mentalmente mi nuevo mantra: no dejes entrar a personas que pueden romperte.
—Dentro de seis horas se celebrara el funeral, Alan preparó todos los detalles en vista de que Carlos no tiene familiares vivos —me informa Serena.
Seco mis lágrimas y levanto mi rostro del hueco de su cuello, la miro y le dedico una leve sonrisa en agradecimiento.
—Gracias, me cambiaré de ropa e iré con ustedes.
Seis horas y media después…
En cuanto el auto se detiene delante del cementerio situado en frente de la tienda de empeños, Cooper gruñe al ver el gentío en el interior del mismo. Le pido que espere un momento mientras rebusco en mi bolso la foto de Carlos y la miro por última vez antes de salir del auto. Una vez afuera miro mi reflejo en el espejo retrovisor y me asombra ver las ojeras y la cara tan pálida. Las zapatillas deportivas negras que llevo puestas son de la mejor calidad, y las más caras que me he puesto en la vida, al igual que el conjunto negro.
Las dos facciones de mi cerebro son incapaces de ponerse de acuerdo sobre los sentimientos que ahora mismo estoy experimentando. Aun me parece mentira que me encuentre en este lugar cuando hace menos de cuarenta y ocho horas Carlos me estaba prometiendo vengarse de los tipos que me habían secuestrado.
« ¿Cómo puedo amar tanto a alguien y odiarlo con la misma intensidad?»
Maldigo la hora en la que puse mis ojos en el doctor Carlos Pierce o como quiera que se llamaba.
Hago ademán de entrar al cementerio, Cooper se ha adelantado para ultimar los pagos finales con el encargado de las flores, pero una mano misteriosa me detiene y me ofrece una nota.
—Señorita, disculpe, le envían esto —me ofrece el hombre vestido de negro y blanco con demasiada amabilidad.
Tomo la nota entre mis manos y la analizo. No trae remitente ni firma, solo un corto texto que hace que la piel se me erice y el alma se me revuelva.
Tenemos cuentas que ajustar, si cuentas todo lo que sabes acerca de Carlos a alguien se muere y tendrás que preparar otro bonito y emotivo funeral.
Guardo la nota amenazante en el bolsillo de mi conjunto y busco con la mirada al hombre que antes me la había entregado pero no hay rastro de él por ningún lado. Desapareció. Trato de recomponerme y no parecer nerviosa ante mi familia y amigos. Entro al cementerio mirando todo a mí alrededor con desconfianza, todo esto me parece surrealista. Un escalofrió terrorífico recorre mi cuerpo y comienzo a inquietarme cuando un grupo de hombres con trajes negros se acercan a mí.
—Mis condolencias, señorita Llorca —dicen varios de ellos a la vez.
Mi ceño se frunce al escuchar el apellido de Cooper. Serena se remueve incomoda a mi lado y me pega un manotazo para que diga algo.
—Muchas gracias —no soy capaz de decir algo mas y mucho menos de sonreírles.
No se quienes son esos tipos, pero imagino que se trata de compañeros de trabajo de Cooper o socios del bufete de abogados. Una de ellos continua observándome a lo lejos, prestando especial atención en mí, en un momento dado nuestras miradas se entrecruzaron y mi mente me juega una mala pasada, algo me dice que ese hombre y yo nos conocemos.
—El señor es mi luz y mi salvación —susurra el padre mientras rocía agua bendita sobre el ataúd cerrado donde descansa el cuerpo sin vida de Carlos.
—Amén —mascullan a coro varios de los presentes.
—Dios redentor, concédele al alma de Carlos Pierce la remisión de todos sus pecados, para que alcance el perdón por la misericordiosa iglesia, por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
De repente una bala salida de la nada se incrusta en la tapa del ataúd. Todos los presentes se tiran al suelo y comienzan a gritar. El equipo de seguridad que ha contratado Alan se moviliza y nos mantiene a resguardo en sus espaldas mientras apuntan con sus armas a la nada.
— ¡Manténgase a raya! —nos grita uno de los guardias de seguridad. Todos iban de negro, por lo que era difícil percibir quienes eran del equipo de seguridad y quienes eran simples conocidos.
Otro disparo que acabo al vacío, y luego dos más. Un leve ardor en mi cuello hace que me ponga de pie y pose mi mano en esa área. Estoy desconcertada, aturdida.
— ¡Señorita Collier regrese al suelo! —me grita uno de los gigantes de seguridad.
Hago caso omiso a sus órdenes. Las manos me tiemblan y cuando retiro mi mano del cuello observo la sangre correr por ella. Entro en pánico y comienzo a gritar.
— ¡Serena! ¡Sangre!
Cooper llega hasta mí al verme alterada, se coloca a mi lado y observa mis manos llenas de sangre. Su expresión cambia de forma rápida.
— ¡¿Qué pasa?! ¡¿Por qué estás sangrando?! —indaga mientras revisa todo mi cuerpo de forma frenética.
— ¡No lo sé! ¡Arde mucho! —toco mi cuello para que se percate del lugar exacto de donde fluye la sangre.
— ¡Una ambulancia por favor!
Uno de los guardias de seguridad llega a nuestro lado y me carga en brazos mientras le da órdenes a Cooper.
—Tranquilos, ya están a salvo. Señor Llorca continúe apretando su mano contra el cuello de su hija, eso evitará una hemorragia —ordena.
Los disparos ya no se escuchan y todos los presentes han comenzado a correr despavoridos hacia sus autos. De reojo veo al cura persignarse y decir unas palabras religiosas que no alcanzo a entender. Los grandes y musculosas brazos que me mantienen sujeta me indican que voy bien custodiada. Mis manos se entornan sobre sus bíceps y noto que no se ha sentido mi tacto. No he levantado a vista para mirarlo a la cara pero no me hace falta para saber que es joven. Trago la saliva que ha comenzado a formarse en mi boca y escondo mi cara en el hueco de su codo. El cuello me duele un montón y mucho más cuando Cooper presiona en ese lugar. La sangre continúa saliendo y siento que en cualquier momento los ojos se me cerraran. Recuerdo la nota de antes y todo encaja a la perfección, era un aviso de lo que iba a suceder y yo ni siquiera le presté atención.
No puedo contar nada.
No puedo ir a la policía.
No puedo abrir la boca.
A lo mejor la policía puede protegerme.
No, estoy segura que nadie puede protegerme. Ya nadie puede salvarme.
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