Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Marla

Solté una maldición por lo bajo. Se había despegado de mi lado igual de rápido que siempre, nunca entendía la facilidad de este hombre para salir huyendo y evadir preguntas. Su mente era como abrir una caja de pandora, una vez lo haces todos mueren. Estaba consciente que cuando dijo que los que me secuestraron lo iban a pagar caro, se refería a que, en realidad iban a terminar muertos. La piel se me erizó de solo pensar en la muerte.

Por mi parte ni siquiera me levanté de la cama, permanecí allí inerte mirando el amplio dosel que la cubría y los pequeños detalles de oro que la adornaban, esos a los que el con orgullo había llamado “insignificantes”. Insignificante era mi mera existencia. Las paredes de la habitación eran de un color crema ligero y de ellas colgaban dos cuadros de arte surrealista. Un diminuto jarrón adornaba una de las esquinas y en la otra se encontraba una mesita de noche de caoba con un teléfono encima. Con mucho detenimiento observé la mesita, la cual también poseía una gaveta deseosa de ser abierta por mí. Con mucho sigilo me levanté de la cama y me dirigí a ella, al principio dudé por pavor a encontrar algo que me hiciera escapar de allí, pero la curiosidad acabó siendo mucho más fuerte que el miedo que pudiera llegar a sentir. Me acerqué a ella y comencé a abrir su cajón. Lo abrí poco a poco dudosa. El pelo de la nuca se me erizó cuando percibí lo que contenía su interior.

« ¿Qué mierda es todo esto?»

Me eché hacia atrás, luchando por encontrarle sentido a todo lo que mis ojos estaban viendo.

Dos armas de fuego descansaban allí dentro, un pasamontañas y dos pares de guantes negros. Algo dentro de mí me decía que dejara todo asi allí y me alejara, pero no podía evitar quedarme y seguir hurgando. La vista se me nubló cuando divisé en el fondo del cajón un sobre blanco perfectamente acomodado y escondido. Lo tomé entre mis manos y lo abrí. Un carnet de conducir y una identificación cayeron al suelo en ese momento. Dudando los recogí y acto seguido que comencé a leer el nombre de la persona a la que pertenecen, mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.

«Connor Moyer, estado de Tennessee, 35 años»

Ambos pertenecían a Carlos. «Sus documentos legales verdaderos», pensé. Tuve que sentarme en la esquina de la cama para que mi mente lograra procesar todo aquello. Mis ojos no podían creer todo aquello, porque una parte de mi aún tenía la esperanza de que fuera mentira todo aquello de su falsa identidad. Sequé mis lágrimas y coloqué las identificaciones encima de la cama, volví a hurgar dentro del sobre y extraje de su interior cinco tarjetas de créditos a nombre de diferentes personas: Phillip Pugh, Wallace Shelton, Elias Lozano, Kaden Horton y una mujer, Tanya Lynn.

¿Qué hacía una tarjeta de crédito a nombre de Tanya Lynn aquí?

Mi mente viajaba a mil por horas. No, me negaba a pensar que Carlos fuera este tipo de persona. Tanya había actuado como mi madre adoptiva en los días en los que mi madre verdadera estaba ausente a causa de la droga, no era capaz de imaginarme que hacía su nombre aquí. Quería pensar que se trataba de un error.

El resto del contenido del sobre eran puras fotos. En ellas se encontraba Carlos con otro hombre, Austin, su hermano. Eran fotos antiguas, muchas en blanco y negro. El corazón me dio un vuelco en el pecho cuando vi una foto de él y su hermano abrazados en el ejército, ambos vestían de verde, el típico uniforme militar con la bandera americana bordada en una de sus mangas.

«Al menos en esto no me había mentido, pensé»

Suspirando devuelvo todo a su sitio dentro del sobre y este a su lugar en el cajón de la mesita de noche. La mente me da vueltas y sentía que en cualquier momento perdería el conocimiento. Mi pecho dolía como si estuviera a punto de sufrir un ataque al corazón. Cerré los ojos por unos minutos, y cuando los abro pegué un brinco del susto al ver a Carlos parado frente a mí.

— ¿Ya has terminado de hurgar en mis cosas? ¿Encontraste las respuestas a todas tus preguntas? —Me miró fijamente, tratando de intimidarme con su mirada enojada.

—No estaba hurgando en tus cosas. Y para responder a tu pregunta sobre las respuestas, no… ahora tengo muchas más preguntas que antes —repliqué a punto de volver a ponerme a llorar.

«Respira, Marla, eres más fuerte que todo esto»

—Es de muy mala educación revisar las cosas privadas de alguien sin permiso. —Comenzó a acercarse a mí manteniendo sus ojos clavados en los míos —. Creí haber pedido confianza hace solo unas horas.

—No confío en ti —le sostuve la mirada sin sentir una pizca de miedo en mí.

El ignoró mi anterior comentario con una sonrisa sarcástica y se dirigió al teléfono de la mesita de noche. Descolgó y comenzó a marcar un número.

—Buenas noches, señor Cooper, disculpe que lo llame a esta hora —su mirada se dirigía a mi mientras hablaba. ¿Por qué diablos llamó a ese señor? —. Cuando quiera puede venir a recoger a su hija. Si, se encuentra a salvo aquí en mi casa, le envié la dirección en mensaje. Que tenga buenas noches, señor Cooper y por favor… no tarde, está desesperada por verlo —Mintió descaradamente en mi propia cara.

Esperé a que colgara para enfrentarme  él y su manera tan cínica de mentir. Estaba comenzando a pensar que Carlos era experto en mentir. Le dediqué una mirada de reproche y me acerqué a él lista para abofetearlo, pero apenas llegué hasta él sus palabras hicieron que me detuviera.

—No lo hagas, no valgo la pena —dijo de repente, como si ya hubiera conocido mis intenciones —, mejor gasta toda esa energía que tienes acumulada para darme las gracias.

— ¿Perdón? ¿Por qué tendría que darte las gracias? —lo miré enojada, se le había ido la cabeza si pensaba que debía agradecerle por algo.

—Por salvarte la vida.

—En ese caso, muchas gracias por ponerme en peligro, gracias por querer matar a mi padre y gracias por arriesgar mi puta vida por tu egoísmo y tus ansias de justicia. Muchas gracias, Connor —escupí en su cara.

Él como siempre, ignoró mi sarcasmo y tomó mi mano para llevársela a la boca y besarla.

—De nada, duendecilla.

Comenzó a quitarse su caro traje y a bajarse los pantalones. Le dediqué una mirada furiosa pero Carlos hizo caso omiso. En unos segundos ya estaba en calzoncillos delante de mí sin ningún pudor. Me fue imposible no fijarme en él, en su musculoso cuerpo y los tatuajes que lo cubrían. «No, Marla, ignóralo», sacudí mi cabeza para apartar esos pensamientos lujuriosos que habían comenzado a crecer en mi interior.

— ¿Por qué tienes una tarjeta de crédito a nombre de mi vecina Tanya Lynn? —le pregunté de repente, recordando el momento en el que descubrí los misterios que guardan el cajón de su mesita de noche.

Carlos centró su mirada en mi horrorizado, luego la bajó hacia el suelo para por ultimo responder como siempre lo hacía.

—Antes te dije que me había quedado sin respuestas, aún lo sostengo. Lo siento Marla, aun no es momento de contarte toda la verdad —me dedicó una mirada cargada de lastima —. Cuando todo esto termine lo sabrás.

Siempre igual, siempre lo mismo. Cuando todo esto termine, esa siempre era su respuesta. Estaba comenzando a perder la fe de que en algún momento me contara toda la verdad acerca de él y de mí. En ese punto dudaba hasta de mi propia existencia.

El timbre del ascensor comenzó a sonar y Carlos se colocó un albornoz encima de su cuerpo. Salió de la habitación y yo detrás de él. Abrió la puerta del ascensor y Cooper Llorca entró en su apartamento.

—Hija, me alegro mucho que estés bien —me sonrío y luego dirigió su mirada hacia Carlos —. Gracias por devolvérmela sana y salva.

Carlos asintió y le devolvió la sonrisa.

¿Qué coño? Él se llevaba el crédito de todo sin siquiera haber hecho nada.

—Puede llevársela, señor Cooper —lo instó Carlos. Los miré a ambos con reproche.

—No soy un paquete — objeté enojada porque ambos se estaban comportando de manera muy idiota.

—Hija, nadie en esta sala piensa eso —Cooper se acercó a mí y tomó una de mis manos —. Vámonos a casa.

La calidez con la que dijo la palabra “casa” hizo que sonriera de forma autónoma. Nunca en la vida había tenido un hogar, una familia y mucho menos una casa. Tomé su mano de vuelta y juntos salimos del apartamento de Carlos, necesitaba alejarme de él lo más rápido que mis pies me lo permitieran. Antes de salir le dediqué una última mirada cargada de ilusiones y esperanza. Una parte desesperada de mi cree que Carlos entrará en razón y me tomará de la mano para volver con él, para que no me vaya. Y si, lo hace, justo antes de subirme al coche de Cooper Carlos grita mi nombre para que me detenga.

—Marla… espera.

Lo más rápido que pude corrí hacia él.

— ¿Qué pasa, Carlos? —le pregunté esperanzada, y ese momento estaba convencida que mis ojos brillaban con intensidad.

—Solo… solo quería decirte algo —sus ojos oscuros me miraron con ardor —. Nunca te mentí diciéndote que podía llegar a convertirme en un héroe para ti, porque no lo soy, pero siempre te dije que no era bueno para ti. A día de hoy sostengo esa afirmación, Marla, este es el fin de nuestra historia, el fin de todo.

Sus palabras jugaban en mi mente haciéndome poco a poco derramar las lágrimas que estuve conteniendo antes de salir por la puerta de su apartamento. Casi podía sentir su corazón desbocado al igual que el mío. Aquellas palabras le estaban costando decirlas, y a mi escucharlas.

— ¿El fin de todo? —pregunté ilusa, y las lágrimas continuaban descendiendo por mi cara.

—El fin de nosotros…

Acto seguido me empujó a subirme en el coche y él desapareció de mi vida. Lo que no estaba tan segura si era para siempre.

Cinco horas después del final…

Encierro.

Llevaba cinco malditas horas encerrada en una habitación de la casa de Cooper Llorca. Aun me negaba a llamarlo papá. Me quedé por unos minutos mirando a través de la ventana. La niebla hacia que todo se notara más triste de lo normal. Lo único que tenía claro en ese momento era que Carlos había dejado de formar parte de mi vida.

—Marla… hija tenemos que hablar, no puedes quedarte encerrada toda la vida en esa habitación —la voz de Cooper hizo que girara mi cuerpo en torno a la puerta. Sequé mis lágrimas antes de responderle.

—Era justo lo que tenía pensado hacer —dije a través de la puerta.

—Marla…

Mi nombre en su boca sonó a regaño y no podía evitar esbozar una sonrisa nerviosa.

—Ok, Cooper —abrí la puerta sonriendo y secándome las ultimas lagrimas que quedaban en mi rostro —, tú ganas, aquí estoy, vamos a conversar de lo que sea que tengas que decirme.

Cooper me miró y me ofreció un vaso de jugo que yo tomó entre mis manos enseguida. Le di un largo sorbo al jugo de mango y después coloqué el vaso encima del lavamanos. Salí de la habitación con los pasos de Cooper detrás de mí, observé con miramientos los cuadros de fotos que adornaban las paredes de su sala. Una mujer muy hermosa era la principal protagonista de casi todas, supuse que se trataba de su esposa. Me acerqué a uno de ellos y acaricié la foto.

—Era muy hermosa, ¿tú esposa? —pregunté girándome hacia él aun con mi mano colocada en la mejilla del retrato.

—No, mi madre, tu abuela —dijo de forma pausada y tranquila, como si aquella información le otorgara la calma que mi presencia le había quitado.

Abrí mi boca sorprendida por sus palabras. Desistí de seguir acariciando la foto de mi abuela y tomé asiento justo en el sofá a su lado.

— ¿Y bien? —pregunté, instando a Cooper a que comenzara a hablar.

Él tomó asiento a mi lado mientras me miraba fijamente.

—Hija, una vez más te pido perdón por todo, perdóname por favor, tu eres lo único valioso que siempre he tenido en mi vida, aun sin saber de tu existencia —comenzó a llorar de repente haciendo que me sintiera culpable.

—Escúchame, Cooper —lo traté con cuidado temiendo que pudiera ocurrirle algo por su edad —. No tengo nada que perdonarte, tu hiciste lo que seguro haría cualquier persona en tu posición, no te culpo, he dejado de culparte, créeme —le sonreí  para que se diera cuenta que no mentía, ya no podía seguir culpando de todo a la única persona que me quedaba y que a fin de cuentas se encontraba junto a mí —. Perdóname tú a mí por culparte de todo lo malo que sucedía en mi vida, cuando estaba claro que la única culpable era yo, por no saber escoger mi camino.

Sí, me refería a Carlos.

Cooper no pudo disimular la sorpresa que mis palabras habían causado en él. Su hija, yo, acababa de aceptar que se había equivocado al culparlo de todo.

—Entonces, ¿me perdonas? —preguntó esperando, los ojos le brillaban y fue incapaz de esconder la enorme sonrisa que había comenzado a nacer en sus labios.

—Sí, te perdono —de repente me abrazó tomándome por sorpresa y haciendo que cayera de lleno encima del sofá —, pero… con una única condición.

Él depositó un tierno beso en mi frente antes de hacerme la pregunta que conllevaba mi condición.

— ¿Cuál condición? Aunque no me importan todas las condiciones que pongas —dijo entusiasmado.

Sonreí y besé su mejilla. Después de todo se trataba de mi padre, ese que llevaba años pidiendo encontrar.

—Es muy sencilla. No vuelvas a fallarme, por favor —dije casi rogándole.

Volvió a abrazarme pero esta vez con cuidado de no terminar tirándome en el sofá, devolví su abrazo con más ímpetu que antes y besé su cabeza en el proceso. Solo nos separamos al escuchar el sonido de su teléfono móvil sonando encima de la mesita de café. Cooper lo tomó en sus manos y me miró.

—Estrellita, debo contestar esta llamada, es importante. Enseguida vuelvo. No te preocupes, nunca más te fallaré, lo eres todo para mí, Marla —se levantó del sofá y entró en su despacho, dejándome sola en la sala.

Estrellita, asi me había llamado antes, el apodo me hizo sonreír de forma inconsciente, me hizo recordar mi infancia cuando Tanya en algunas ocasiones me llamaba asi para diferenciarme de su hija. Mi mente comenzó a viajar hacia el recuerdo de Carlos, apenas hacía cinco horas había estado con él en la misma habitación, los dos juntos, en la que sería nuestra última vez. La boca se me secó al instante ante su recuerdo. Los ojos se me iluminan con una mezcla de nostalgia y sentimientos, una combinación muy mala para la memoria. La presencia de Cooper es la culpable de que mi mente regrese al presente y se olvidara por unos instantes del pasado, incluso del futuro.

—Ya estoy aquí, estrellita —dijo al entrar y volver a ocupar su lugar a mi lado en el sofá.

— ¿Todo bien? Pareces un poco preocupado —pregunté al ver su cara un poco pálida y sus ojos llorosos.

—Todo bien, no te preocupes, nadie más podrá dañarte, tu padre se ha ocupado de eso —dijo, bajando la mirada hacia sus manos.

— ¿De qué hablas, papá? —por primera vez me atreví a decirle papá y su expresión de orgullo me hizo recordar que fue la mejor decisión. Por un lado estaba feliz de tener a mi padre conmigo, pero por otro ese hecho significaba que Carlos no podía formar parte de mi vida, se trataba de un cruel juego de la vida, o mi amor por Carlos, o mi amor por mi padre, los dos eran imposibles de tener.

Una vez más el destino me demostraba que dos amores es imposible tener.

—Estrellita, he contratado un guardaespaldas para ti, para que te proteja —murmuró sosteniéndome con delicadeza.

— ¿Guardaespaldas? ¿Para qué? no es necesario papá.

—Si lo es —él asintió con decisión —. Tu vida ha estado en peligro hasta hace solo unas horas, Marla, no voy a arriesgarme a volver a perderte.

La tristeza con la que dijo esa última frase hizo que no pusiera resistencia ante el hecho de tener a una persona detrás de mí todo el día. Apreté los dientes y resistí el impulso de negarme ante esa idea ridícula.

—Está bien, papá —me resigné.

—Genial, dentro de unos días se presentará aquí y lo podrás conocer.

— ¿Lo podré conocer? ¿Eso significa que se trata de un hombre? —pregunté ilusa, pues claro que se trataba de un hombre, no conozco a una sola mujer que sea guardaespaldas.

—Sí, hija, el mejor en su trabajo. Estarás en muy buenas manos con él.

¿Cómo le digo a mi padre que no confío en el sexo masculino? Después de todo lo sucedido con Carlos, no me sentía segura con ningún hombre, ni siquiera con él. No creía que un guardaespaldas iba a ser la excepción. Apreté los labios y miré a mi padre por última vez antes de volver a encerrarme en la habitación que antes estaba. Algo me decía que mi padre no confía en mí y en mi capacidad para no volver a cometer los mismos errores del pasado, para no volver a perder la cabeza por alguien como Carlos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro