Marla
«No dejes de respirar, Marla. Tienes que seguir con vida…»
Me repetía esa frase una y otra vez para mí misma, con la esperanza de mantenerme lo suficientemente cuerda para soportar la tortura a la que estaba siendo sometida. El saco en mi cabeza me impedía respirar con normalidad, los pulmones me ardían al punto que tenía la sensación de que pronto dejarían de responder. Tenía la ropa empapada de agua mezclada con sudor y tierra producto a que esos malditos me habían empujado al barro. No podía evitar llorar. Me negaba a demostrarles a estos idiotas mi debilidad de mujer, pero era algo inevitable.
Me corazón comienza a latir con fuerza cuando una puerta se abre y sentí la presencia de alguien a mi lado. Me quedé congelada al oír el sonido del cargador de una pistola. La persona cerca de mi ejerce una especie de tortura psicológica paseándose a mi alrededor de izquierda a derecha y viceversa. De repente su maldita voz hizo que el estómago se me revolviera.
—No tienes escapatoria, putita, esta vez tu maldito novio no podrá hacer nada para ayudarte —anunció, quitándome el saco de mi cabeza y la mordaza, liberándome por fin de la escasez de oxígeno.
—Déjeme marchar, por favor —dije a la mínima oportunidad de poder hablar, sintiendo que las lágrimas se me deslizaban por la cara —. Por favor, prometo que no le diré nada a nadie, lo prometo, por favor…
Ni siquiera me dejó continuar con mis suplicas, la culata de su pistola impactó de lleno en mi mejilla, dejándome adolorida y haciendo que mis lágrimas no cesaran.
— ¡Cállate, puta! ¡Eso no es una opción!
Los ojos del tipo se clavan en los míos, eran de un color avellanas, con una expresión dolida, torturada. Aunque por su voz parecía un hombre mucho mayor, era justo lo contrario. Limpió mis lágrimas con la punta de la pistola y mi piel se volvió a erizar, temiendo lo peor.
—Es mi deber como buen ciudadano ponerte sobre aviso acerca de tu noviecito —dijo mientras una vez más comienza a pasearse por toda la habitación ante mi atenta mirada llorosa —. No es una buena persona, ni siquiera sabes su verdadero nombre —parecía ofendido por ese hecho.
—No tengo novio —confesé, esperando sacarlo de su equivocación.
Deslizó sus dedos por mi pelo durante varios segundos mientras colocaba la pistola encima de una pequeña mesita de madera con más años que el corte inglés.
—Oh, lo siento, hablo de Carlos Pierce, ¿o mejor debería llamarlo Connor? —me preguntó con una sonrisita estúpida y maliciosa en sus labios —. Carlos Pierce no existe, es un invento, su verdadero nombre es Connor Moyer y es un puto asesino a sueldo —soltó de golpe, haciendo que me replanteara todo lo que alguna vez Carlos me había contado.
—Eso no es cierto, puto mentiroso —dije calmada pero llena de dudas.
Una sonrisa maliciosa volvió a aparecer en su rostro.
—Puede confiar en mí, putita, no tengo motivos para mentirte. Tu noviecito es un puto asesino que ha acabado con la mitad de Nueva York, parece un medico honorable pero no lo es, no te dejes engañar por su carita de niño bueno —tomó la pistola y me acaricia los muslos con ella, acto seguido toma mi cara entre sus asquerosas manos y deposita un beso en mi frente. Mi estómago brincó de tanta repulsión.
— ¡Que te jodan! —exclamé, escupiendo su cara —. ¡Que te jodan! ¡Que los jodan a todos!
Sonrió como si hubiera sido un halago y no un insulto.
—Pero aun no sabes lo más impactante de la historia de Carlos mentiroso Pierce —sus ojos se vuelven a centrar en los míos —, mi jefe lo contrató para matar a tu padre.
¿Qué? No, eso no podía ser cierto. Carlos no era un asesino, él no era mala persona. Me negaba a creer esas palabras. De pronto el hombre del que me enamoré había dejado de existir. Intenté contener las lágrimas pero estas fueron más fuertes que yo. Lloré, lloré por todo lo acontecido en mi vida en los últimos meses, lloré porque ese momento hubiera preferido morirme que no estar viviendo eso.
—Eso es mentira —murmuré entre sollozos.
—Ya quisieras, putita, pero no lo es. Carlos te ha dicho muchas mentiras, es un experto en el arte del engaño — tragué saliva y dejé escapar mi aliento. Sequé mis lágrimas lista para hablar.
—Si están haciendo esto por dinero, no lo tengo, ni tengo a nadie que pueda pagar un rescate por mí —dije, justificando mi situación.
—No, putita, no queremos un rescate por ti, tú para nosotros no vales nada. Estas aquí por la falta de palabra de tu novio Carlos, el trato fue ese, o tu padre Cooper Llorca o tú, y está claro que el prefirió que acabáramos contigo primero.
Volví a secar mis lágrimas, dispuesta a seguir buscando respuesta y a enterarme de una vez por todas de la verdad.
—Tengo… tengo muchas dudas en esta historia, ¿Carlos ya sabía de mi existencia antes de enamorarme? Quiero creer que no, por favor — supliqué sin saber las enormes ganas que tenia de que la respuesta fuera no.
El hombre pareció dudar en responder, pero al final lo hizo.
—Exacto, putita, eres muy inteligente.
No, no, no. apreté los dientes y traté de mantener los ojos pegados a un punto fijo del suelo, intentando apartar las lágrimas y el odio que en ese momento sentía por Carlos, o Connor, como se llame. El teléfono del tipejo ese comenzó a sonar en el bolsillo de su pantalón.
—Sí, jefe, entendido. —Colgó y sus ojos se vuelven hacia mí, mirándome de manera despectiva, con su mano derecha sostenía el teléfono móvil y con la izquierda me acaricia los muslos.
—No me toques. — Aparté su mano de un solo movimiento de mis muslos, sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa que preferí ignorar.
—Como sea, putita. Ahora vas a ver lo que es ser un verdadero líder — tomó el teléfono y marcó un número que no alcancé a ver, a los dos timbres alguien contesta, y su voz me es tan conocida que no puedo evitar pensar por un momento que se trata de Carlos —. Habla, puta — me exigió el tipejo.
Me negué a emitir sonido alguno, por supuesto que no iba a ser partícipe de todo este corredor de la muerte donde mi cabeza estaba en juego. El tipo solo me miraba con los ojos entrecerrados pero sin obligarme a cumplir con sus exigencias.
—Bueno, querido Carlos, tu novia se niega a hablar contigo, es algo lógico después de enterarse de tu verdadera identidad, después de todo no eres tan buen partido como dicen — su sarcasmo lo odio, es pésimo —. Entonces, es hora de negociar, tienes dos putas opciones, o la pequeña y apetecible Marla, o su egocéntrico y perdedor padre Cooper Llorca. Vamos Carlitos, se te acaba el tiempo, tic, tac, tic, tac, la cuenta atrás ha comenzado.
— ¡Marla, todo va a estar bien, te lo prometo! — escuché decir a Carlos a través del altavoz del móvil.
— ¡Eres un mentiroso de mierda! ¡Te odio! ¿En qué momento te convertiste en un maldito monstruo capaz de acabar con la vida de un ser humano?, ¿en que momento te convertiste en un puto mentiroso y dejaste de ser el hombre del que me enamore? ¿Dime? —grité, pero no estaba segura si me había escuchado o no.
El tipo colgó el teléfono en ese momento, justo después de mi pequeño discurso de furia y dolor. La estúpida sonrisita no desaparecía de sus labios y yo estaba comenzando a hartarme de ella.
—Lo siento, putita, creo que no llegó a escuchar tu lindo discurso, pero no te pongas triste, tengo una lista de nombres que seguro te mantendrán en tensión y muy entretenida. — De su bolsillo derecho de la chaqueta extrae un papel arrugado, el cual abre muy lentamente y comienza a leer tomándose su tiempo y de paso haciendo que mi dolor se agrande.
—No necesito escuchar estúpidos nombres —dije, girando mi cabeza hacia otro lado, ignorando cada una de sus palabras
—Oh, estoy seguro que esta lista te encantará escucharla, se trata de cada una de las personas a las que te amado les ha quietado la vida, es solo como prueba del tipo de persona que es — se aclaró su garganta y comenzó con su tortura psicológica —. El primero de la lista es nuestro antiguo gobernador Patrick Carney, el activista Colton Dalton, el abogado Phillip Pugh, el psicólogo infantil Wallace Shelton, el juez del distrito Braden Conrad, el ex militar retirado Elias Lozano y el más importante Clyde Moyer, su tío.
No logré ocultar mi asombro, ¿su tío? Su propio tío. Ya no sabía que pensar de toda esta historia. Me llevara una mano a la boca si no fuera porque las tenía atadas.
—Son muchos nombres más, pero ya estoy exhausto. Creo que con esos tienes suficiente por hoy. Luego nos vemos, putita, necesito descansar —lo observé salir por la puerta que antes había entrado, pensé que volvería a taparme la boca y a cubrir mi cabeza pero no fue asi, simplemente se fue, dejándome allí con un montón de dudas y sentimientos encontrados. No pude evitar fijarme que la puerta de salida solo la echó hacia delante, no escuché ninguna llave cerrando ni nada por el estilo. Tenía las manos atadas por delante de mi cuerpo, lo que no me impedía moverme con total libertad. Poco a poco fui moviendo mis pies para ir desajustando la soga que los mantenía atados, cosa que no me llevó mucho tiempo. Mi mente comienza a dar vueltas, y me duele tanto el pecho que sentí que estaba a punto de tener un ataque al corazón. Poco a poco y con mucha paciencia la soga comienza a ceder hasta que logro quitarla de mis pies totalmente. Una vez liberados mis pies suelto un suspiro de tranquilidad y hago la misma acción con mis manos, pero con estas no resulta igual de fácil.
Necesito salir de aquí, necesito escapar y cuando lo haga, desapareceré de aquí.
Escucho ruidos afuera y voces indicando que dentro de un rato los guardias que me mantienen cautiva se irán a dormir. Al menos ellos pueden, pienso.
«Sólo tienes que esperar, Marla»
Los pelos de la nuca se me erizan y trago saliva cuando escucho una puerta cerrarse, y acto seguida un disparo.
Algunas horas después…
Finalmente me decidí a levantarme de la silla que me mantenía cautiva, desistí de tratar de quitarme la soga que mantenía atada mis manos y huir asi tal cual. Con sumo cuidado y sigilo abrí la puerta de la habitación donde me encontraba, miré a ambos lados para cerciorarme de que nadie me observara escapar, para mi suerte el corredor se encontraba vacío. Me deslizo poco a poco por las paredes y en la esquina del pasillo me encuentro un palo con algunos clavos incrustados en él, imagino que funcionara como arma perfectamente, lo tomo en mis manos y continúo mi recorrido.
Al final del corredor hay otra puerta y un hombre ronca sentado en una silla delante de ella, un arma descansa en su barriga como si nada. Tengo dos opciones: o trato de pasar por delante de el sin hacer el mínimo ruido, o le pego en la cabeza con el palo. Me decido mejor por la segunda puesto que la primera no es buena opción y terminarían descubriéndome. Aunque tampoco la segunda es muy buena opción teniendo en cuenta que llevo las manos atadas.
¡Dios, estoy jodida!
—Lo tenemos, jefe —murmura entre sollozos el hombre que duerme plácidamente en la silla.
Dicha marcha atrás por unos segundos, pero luego continué con mi plan inicial. Agarro el palo con la mayor seguridad que posee y trato de mantenerlo firme entre mis manos atadas y acto seguido le encesto un golpe en la cabeza. El hombre cae en el suelo inconsciente y mis lágrimas corren por mis mejillas. Jamás había hecho algo como eso, pero supongo que se le llama instinto de supervivencia. Sigo mi recorrido tratando de no hacer ruido con mi llanto. Después de tanto caminar logro ver la luz que me indica que estoy cerca de la salida. Sigo andando sin ningún tipo de remordimiento en mí. Llego hasta la puerta de salida y la empujo con todas mis fuerzas, dos hombres grandes y fornidos vigilan del otro lado de la puerta pero a mi derecha, dándome la oportunidad de salir corriendo por el lado izquierdo, y eso hago.
«No dejes de correr, Marla»
Corro sin mirar hacia atrás. Me cuesta respirar y tropiezo con un tronco del bosque en el que me encuentro. ¿Dónde diablos estoy? La verdad no me interesa la respuesta a esa pregunta ahora mismo, solo quiero alejarme de aquí lo más rápido posible. Sigo corriendo justo antes de detenerme delante de la desembocadura de un rio, me detengo en seco y apoyo mi cuerpo en un árbol. Levanto la mirada al cielo buscando las fuerzas necesarias para seguir corriendo y una luz ilumina mi cara.
No, no, no.
«Sigue corriendo, Marla, sigue corriendo»
Y eso hago. Trato de bloquear los pensamientos insanos y empiezo a correr de nuevo, mucho más rápido esta vez. Me centro en el camino que tengo por delante y clavo los ojos en la carretera que aparece de pronto delante de mis narices. De repente unos faros aparecen en la curva de la carretera, iluminando todo a su alrededor, incluyéndome. Le hago señas al chofer y rezo mentalmente para que no tenga nada que ver con esos tipos. El conductor frena de golpe y se apea del coche negro de lujo, mi corazón vuelve a latir con fuerza cuando me doy cuenta que se trata de un hombre de dinero.
— ¡Ayuda por favor! —grito mientras corro hacia el desconocido.
—Calma, señorita, ¿se encuentra bien? — el hombre se acerca hasta mi borrando el espacio que nos mantenía separados, clava sus ojos negros en los míos y con delicadeza agarra mis hombros.
Contengo el aliento y suspiro.
—Necesito… necesito un teléfono, por favor. Necesito hacer u… una llamada urgente —le pido jadeando por la falta de oxígeno en mis pulmones. Siento que los ojos se me cierran y no puedo hacer nada para evitarlo. Es más fuerte que yo. Caigo al suelo en una intensa nube de humo y oscuridad.
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