Kilian
Miro a través de mis pestañas a la chica que llevo en mis brazos. Es menuda, cabello castaño oscuro y figura esbelta. Sé quién es, la reconozco a la perfección, pero no quiero adelantarme a los acontecimientos. Su padre me sigue los talones mientras la llevo adentro del coche. Unas cuantas gotas de sangre han manchado mi traje negro preferido, pero no es algo que me quite el sueño ahora mismo. Me pregunto quién odia tanto a estas personas como para querer verlos muertos. La chica parece muy dulce, estoy seguro que ni enemigos debe tener, alguien con esa cara y ese cuerpo no puede ser un peligro para otro ser vivo.
«Céntrate, Kilian, deja de pensar estupideces que tú eres guardaespaldas, no juez»
El asiento de mi coche cruje cuando deposito a la chica en él. No me mira, pero noto que sus ojos azules se mueren por encontrarse con los míos.
—Fue solo un rasguño, una de las balas rozó el cuello y la pólvora del contenido de la bala hizo esta pequeña herida por fricción. —Les informo mientras analizo la herida en el cuello de la chica, saco el botiquín de primeros auxilios que siempre llevo en el asiento trasero del coche y extraigo de su interior dos bandas de cura. Desinfecto el área de la herida con alcohol y coloco una gasa para cubrirla, pero cuando voy a colocar una de las bandas de cura la mano de la chica toma la mía impidiéndomelo.
— La azul, por favor —me pide.
Miro a la chica a los ojos por primera vez y me percato que no brillan, han perdido la ilusión, y me atrevo a decir que también la esperanza. La entiendo, en estos momentos la entiendo, porque ese hombre al que hoy estábamos enterrando era la única persona a la que podía considerar amigo. Mi visita al cementerio hoy fue mera casualidad, en calidad de amigo del difunto y no por trabajo, pero no me quiero llegar a imaginar lo que hubiera pasado con la chica si mi presencia no hubiera estado allí.
—La azul, me refiero a la banda de cura —dice al verme indeciso con su pedido. Enseguida tomo la de color azul y la coloco en su cuello perfectamente encima de la herida, cuidando de cubrirla por completo. La chica hace un gesto de dolor pero no opone resistencia a mi tacto.
—Sabia elección —bromeo para romper el hielo. Ella no parece tomárselo muy bien.
—No estoy para bromas —indica con su cejo fruncido y su expresión se oscurece.
—Lo siento.
Si antes pensaba que era una chica dulce, ahora retiro mis palabras. Dulce mis cojones.
—Cooper ya nos tenemos que ir —se levanta del asiento del coche y su padre, que todo este tiempo ha sido espectador, asiente con la cabeza mientras la mira boquiabierto.
—Muchas gracias, señorita —murmuro con ironía antes de que se pierda de mi vista. Ella retrocede dos pasos hacia tras y me dedica una mirada por encima del cristal de la puerta del copiloto.
—De nada, un placer haberlo ayudado a quedar hoy como el héroe de la historia —me responde con la misma ironía que utilice en mis anteriores palabras.
«Já, héroe dice, si no fuera por mi ahora estarían enterrando dos cadáveres en vez de uno»
—Gracias a mi heroicidad está viva ahora mismo, no le vendría mal un poquito de humildad —la recrimino.
Una sonrisa sarcástica se dibuja en sus labios. Sus labios, sus carnosos labios.
«Por Dios, Kilian»
—Mi nivel de humildad está bien, gracias, ninguna de las dos necesitamos tu opinión —se encoge de hombros como si mis palabras le dieran igual.
—Marla, vámonos —Cooper la toma del brazo mientras tira de ella hacia él. Mi sonrisa se intensifica al ver la furia que muestran sus ojos, han pasado de estar sin brillo a echar fuego por ellos.
«Bingo, Kilian»
El sonido de un mensaje en el móvil hace que pierda el hilo de la conversación. Tomo el móvil entre mis manos y el nombre de mi jefa ilumina la pantalla.
—Lo siento, señorita humildad, pero hay personas que no nacieron ricas y necesitan trabajar, ahí te quedas princesita de carnaval —reconozco que fui cruel, pero la dosis de adrenalina que me provoca enfurecerla hace que sonría.
Ni siquiera le di tiempo a responder, porque arranqué el coche y aceleré por toda la avenida del cementerio. El chillido de las gomas sobre el pavimento hace que las personas alrededor de la avenida se giren en mi dirección y abran la boca asombrados. Mi móvil vuelve a sonar indicándome una llamada entrante.
— ¿Sí, mamá? —contesto de inmediato.
—Kilian, querido, esta mañana ha llamado un tal Cooper, ¿me puedes explicar quién es? —a mil kilómetros de distancia puedo imaginármela refunfuñando. Sonrío al escucharla.
—Kai, son cosas mías, odio cuando te pones en plan jefa y madre mandona juntas a la misma vez. Es un nuevo trabajo que tengo pensado aceptar —le explico.
—Yo estoy muy feliz de que finalmente vuelvas a la acción, pero por favor, no vuelvas a dar el número de casa para estas cosas —me suplica y tiene razón, por nuestra propia seguridad familiar tenemos prohibido mezclar datos personales con trabajo.
—Tienes razón, mamá, fue un fallo que tuve, prometo que no volverá a suceder.
—Por cierto, Kilian, ese hombre te dejo una dirección para que vayas a verlo cuanto antes. Habló con tanta urgencia que puedo decirte que estaba desesperado — declara con pesar.
—Envíamela al móvil, me pasaré ahora mismo.
Cuelgo y a los segundos me llega un mensaje con la dirección de Cooper Llorca. Dirección que ya tenía y no me acordaba.
Kai: Reenviado: Address: 1923 Bond Cir Ne, Center Point, New York.
Mi sonrisa se ensancha ante la idea de volver a ver a la temperamental princesa de carnaval. Solo espero que no se tome mal el hecho de que vaya a ser su nueva sombra.
Una hora y media después me encuentro subiendo por el ascensor hasta el pent-house de Cooper. Las paredes del mismo enchapado en oro me parecen una exageración y un derroche de dinero innecesario. Supongo que asi son todos los ricos. El pitido me hace ver que ya he llegado a mi destino. Las puertas se abren y una inmensa sala de estar repleta de retratos familiares en las paredes me hace sentir nostalgia por mi infancia. Vuelvo a mirar el mensaje de Connor en mi móvil para cerciorarme de que no me he equivocado, pero esta vez Kai se me adelanta y me envía información.
Cliente: Cooper Llorca, abogado principal del bufete Pérez-Llorca y dueño del club náutico Pinky Rose.
Sujeto a proteger: Marla Collier, hija única del cliente.
Misión: protección las veinticuatro horas.
Duración: seis meses.
Tarifa: no concordada aún.
Genial, Kai, sin duda es la mejor. Mi sonrisa se borra por unos segundos cuando leo que Cooper es el dueño del club náutico Pinky Rose. Los malos recuerdos del pasado invaden mi mente y hacen que me cabree en segundos. Mi última misión, la última vez que trabajé en la marina americana, la última vez que me enamoré, la última vez que me atreví a disparar contra un camarada, todo eso regresa a mí y me hacen recordar que tengo memoria. Todo un año diagnosticado con estrés postraumático regresa en solo unos segundos.
«Céntrate, Kilian, no vayas por ese camino, es pasado»
—Bienvenido, el señor Llorca lo espera en su oficina, acompáñeme por favor —un amable anciano que supongo que es el mayordomo me guía a través de la estancia hasta llegar a una inmensa oficina moderna.
—Pase, señor Hamilton —el señor Cooper se levanta de su asiento presidencial y me tiende su mano en saludo, al que yo con reticencia correspondo.
—Es un placer, señor Llorca.
—Bien, tome asiento, tenemos una conversación muy larga por delante —Él vuelve a ocupar su lugar en su silla y yo tomo asiento enfrente, mirándolo directo a la cara.
—Usted dirá.
—Lo primero es el dinero, ya sabe, no hay negocio sin dinero de por medio. Estoy dispuesto a pagarle 250 mil dólares mensuales por la protección de mi princesa —y lo dice con esa calma, como si estuviera hablando de 250 pesetas.
Examino su oficina, fijándome en la foto enmarcada de una niña de unos cinco años que descansa sobre su escritorio. Por el color de sus ojos y la ilusión que se refleja en su mirada, estoy seguro de que es su hija, la princesita de carnaval con cero atisbos de humildad. Me desabrocho la chaqueta del traje y trato de cubrir la mancha de sangre con el cuello de la camisa.
—Su amigo Carlos me ha hablado muy bien de usted, cree, perdón, creía que era el mejor para proteger a mi hija —explica.
¿Carlos?
—Disculpe, ¿Quién es Carlos? —formulo la pregunta ante la duda que me asalta.
—Oh, lo siento, quizás lo conocía como Connor.
Asiento con la cabeza y no puedo apartar la confusión de mi rostro. ¿Qué razones llevaron a Connor a cambiar su nombre y oculta su verdadera identidad?
—Volviendo al asunto que nos concierne, ¿Cuándo necesita que empiece? —pregunto dudoso.
Cooper se remueve un poco en su silla y centra sus ojos serios en mí.
—Lo antes posible —dice —. Muchas gracias por lo de hoy, y le pido una disculpa por la actitud de mi hija, le aseguro que ella no se comporta de esa manera, pero entienda que está abrumada emocionalmente —justifica las acciones de su hijita mimada.
—Bien, no se preocupe, estoy acostumbrado.
Cooper me tiende una carpeta con toda la información que necesito acerca de su hija y de él. Le echo un ojo por arribita, y algo en mi interior me dice que en este dossier no se encuentra toda la información que de verdad requiero. Todos ocultan algo, es como una secuencia que se repite una y otra vez.
—Le cuento, alguien secuestró a mi hija hace unos días, por suerte logro escapar, pero hace seis años a mi correo llegan notas amenazantes. Carlos fue asesinado, y tengo motivos de sobra para creer que él descubrió la red de mentiras a mí alrededor y eso le costó la muerte. Mi hija, aunque no tiene mi apellido por motivos personales que no vienen al caso, está en peligro por el simple hecho de llevar mi sangre.
— ¿Tiene enemigos? ¿Alguien que pudiera querer verlo muerto a usted o a su hija? —la pregunta del millón tratándose de un abogado reconocido.
—No estoy seguro, pero hace dos años tuve una pequeña rivalidad con el dueño del bufete Graham y Asociados, su presidente y abogado principal, Melvin Graham no aceptaba perder su mejor cliente e intento amenazarme un par de veces, pero eso sucedió hace tiempo.
— ¿Mantiene contacto con ese tal Melvin Graham? —le pregunto dirigiendo mi mirada hacia la estantería repleta de libros que se encuentra a su espalda.
—No, por supuesto que no. Mi hija es lo más valioso para mí —declara de repente. Su mirada se entristece.
— ¿Está seguro que no mantiene contacto alguno con Melvin Graham? —vuelvo a preguntarle, pero esta vez lo observo dudar mientras niega con la cabeza.
—Seguro.
Parece sincero, pero si algo me ha enseñado esta profesión es a no creer en lobos con piel y cara de oveja. Y el señor Cooper Llorca no es un santo que digamos, de eso estoy seguro.
—Ok, acepto el trabajo. No tiene que preocuparse por la seguridad de su hija. —Afirmo.
—Muchísimas gracias, señor Hamilton, ni todo el dinero del mundo puede pagar el hecho de tener a mi princesa con vida, usted no se imagina —Se levanta de su silla y me estrecha la mano con ímpetu.
—Voy a hacer todo lo que está en mis manos para proteger a su hija y de paso averiguar quién está detrás de las amenazas y el secuestro.
La expresión de Cooper se contrae en una mueca furiosa, algo que termina confundiéndome. Aunque se nota preocupado, algo en él no me acaba de cuadrar. Al fin y al cabo no hay político, empresario, o miembro de la elite americana que no esté embarrado de algo sucio. Voy a descubrir la verdad de todo este asunto, necesito llegar al fondo de todo esto, incluyendo la doble vida de mi difunto amigo Connor.
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