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Cinco años después...

Marla

—La tienda de la calle 34 va viento en popa, y he pensado que podríamos permitirnos el lujo de abrir una nueva tienda en otro lugar. ¿Qué dices, Marla?

Miro a mi amiga hacer planes, los mejores, de hecho. Hace unos tres años decidimos abrir nuestra primera tienda de ropa de diseño, y ahora es todo un éxito. Yo solo soy su socia en el sentido económico, Serena es el cerebro y la parte creativa que le da vida a tantas creaciones impresionantes. Me quito mis zapatos al entrar en el comedor de la inmensa mansión de Serena, me tiene terminantemente prohibido la entrada a su casa con zapatos.

—Me parece una idea genial. Solo que debemos de tener cuidado con nuestro presupuesto, no podemos tirarnos de cabeza a la piscina sin agua. —Le digo mientras entro descalza a la cocina en busca de un vaso de agua del grifo.

—No te noto muy entusiasmada con mi propuesta. —Me recrimina poniendo cara de pena, como siempre hace para convencerme de algo.

—No se trata de eso, Serena, no seas boba. Es solo que estoy cuidando nuestros intereses, nada más. —Bebo un sorbo de agua.

—Tengo pensado otro tipo de negocio en la nueva tienda —comenta.

— ¿Qué clase de negocio? Me asustas. —Me burlo.

— ¿Qué te parece una tienda de trajes para hombres? Expandirnos un poco más, no solo vender vestidos para damas. —Explica con mucho entusiasmo.

Lo pienso por un momento. No parece mala idea, después de todo, los hombres también se visten, ¿no es así?

— ¡Me parece una idea genial! —Grito entusiasmada mientras abrazo a Serena.

—Todo te lo debo a ti, Marla. Si no te ofreces como mi socia, jamás hubiera logrado cumplir mi sueño de ser diseñadora de moda. Eres la mejor amiga que alguien puede tener, por eso te quiero. —Ella sonríe. Nos volvemos a abrazar y algunas lagrimillas salieron de mis ojos.

Toda mi vida me la he pasado protegiendo y ayudando a Serena, desde que nos conocimos en aquel orfanato, cuando apenas éramos unas niñas solitarias que nadie quería. Y aunque las dos tenemos la misma edad, ella siempre ha sido la chica soñadora que cree en los finales felices y que nada malo puede pasar si das lo mejor de ti, pero la realidad es otra. Aunque claro, ella logró tener su final feliz con Alan, algo que jamás tendré yo, la chica realista y fría de la que todos los hombres terminan por huir.

Miro mi reloj con la esperanza de que ya sea la hora de irme, esta noche tengo trabajo en el restaurante y no puedo faltar bajo ningún concepto.

—Otra cosa, Marla, he visto a Carlos hoy en el centro comercial —comenta Serena alejándose un poco de mí, ella sabe que se adentra en tema complicado.

—No tengo ganas de hablar de eso —me escabullo como siempre hago cuando sale a flote el nombre de ese infeliz. Hecho a andar hacia el comedor y me siento en una de sus sillas sin dirigir mi mirada a Serena, la cual viene detrás de mí.

—Marla, eres una mujer adulta, ya basta de fingir que no te interesa. —Me reprocha ella, la que huía a de Alan cada dos por tres.

—Tú eres la menos indicada para reprocharme nada, ¿o tengo que recordarte todo lo que evitabas a Alan? —lo digo con tanto rencor, que hasta me estremezco ante mis propias palabras.

Serena agacha la cabeza y puedo notar la tristeza que conlleva ese gesto. No debí decir eso. Yo y mi bocota siempre dando la nota. ¿Por qué simplemente no me puedo callar lo que de verdad pienso?

—No era necesario tu comentario.

Rompo la distancia que nos separa y la tomo de sus hombros. La miro fijamente y le dedico una sonrisa de perdón. Me odio cuando hago estas cosas. Ella sonríe y nos abrazamos.

—Lo siento, ya sabes como soy. —Le digo.

—Lo sé. Ya son muchos años de soportarte. —Ambas soltamos una amplia carcajada que retumba en las paredes del comedor. Pongo los ojos en blanco ante su comentario y suspiro mientras me aparto de ella. Un silencio bastante incómodo invade la habitación,  hace que vuelva a reprocharme mentalmente cada una de mis palabras.

—Veinte y cinco, para ser exactas. — Indico con una amplia sonrisa en mis labios.

—Sí, ya hace bastante tiempo. —Suspira —. Marla, ¿nunca has deseado enamorarte? ¿Tener una familia, hijos, alguien a quien aferrarte en los momentos de debilidad? —Serena frunce el ceño a la par que pregunta.

Es una pregunta trampa, lo sé. Por supuesto que quiero todo eso, incluso casarme, pero al parecer ese no es mi destino. ¿Y quién soy yo para ir en contra del destino? Quiero lo que toda mujer desea, no más y no menos. Simplemente quiero ser feliz, pero esa felicidad no tiene por qué depender de un hombre y de un montón de niños correteando a mí alrededor.

—No sé qué decirte, soy del tipo de mujer que cree con mucha firmeza que no es necesaria la presencia masculina para ser feliz —justo la respuesta que necesito dar —. El amor te hace débil, y sobre todo, no existe el príncipe azul que todas quieren con tanta vehemencia. —Sentencio.

—Espera —Serena se detuvo en seco con su entrecejo fruncido —. ¿Me estás diciendo que no existe el amor?

—Existe, por supuesto que existe, pero el tipo de amor cursi y de cuento de hadas solo puede hallarse en eso, los cuentos de hadas que le leía a Hazel de pequeña, nada más.

—Solo tienes que vernos a Alan y a mí para darte cuenta que eso no es así —concluye.

—Es distinto, ustedes tienen dos hijos en común. —Es mejor no discutir este tema con Serena.

—Ya, lo que tú digas. Pero no respondiste lo que te pregunté. Eres una experta en evadir preguntas, Marla Collier —sonríe, para luego mirarme con seriedad —. ¿Eres feliz, Marla?

La pregunta del millón, con razón nadie la gana. ¿Qué responder? Sí, no, ambas son respuestas incorrectas. Si miento diciendo que sí, puedo que sea mentira, y si dio que no, puede que también sea mentira. Entonces, ¿cómo saber si de verdad soy feliz? ¿Lo busco en Google?

El corazón se me quiere salir del pecho, el muy idiota ha comenzado a latir con fuerza sin motivo alguno, por una simple pregunta que se resuelve con una simple mentira. Aunque, Serena se dará cuenta de mi mentira. Tengo que cambiar de tema de inmediato.

—Ya sé que Carlos está en la ciudad, lo sabía antes de que lo comentaras. Lo vi en el aeropuerto cuando llegué de mi viaje a Pensilvania. —Confieso de repente. El nombre de ese imbécil casi se me atasca en la garganta, pero intento mantener el control para que Serena no se dé cuenta lo mal que me siento con el regreso de ese engendro a Nueva York.

—Lo imaginaba. Alan me comentó que se encontró con él a las afueras del bufete de abogados de Cooper. Tuvieron una pequeña charla, pero sabes que Alan es una tumba y hasta el sol de hoy no ha querido contarme lo que hablaron.

—No quiero saber nada de él. —Sentencio con vehemencia para que no quede ninguna duda.

—Han pasado cinco años, Marla. Y aunque nunca me has querido contar lo que pasó entre ustedes, creo que es tiempo suficiente para olvidar lo que sea que haya ocurrido. No se puede vivir eternamente en el pasado, mira todo lo que vivimos Alan y yo por culpa del miedo y del rencor. No quiero eso para ti —Dijo con voz dramática.

—No es necesario dramatizar, Serena —repuse. De repente he comenzado a sentir la boca seca. Me levanto de la silla y me adentro en la cocina para servirme otro vaso de agua —. No fue para tanto.

—Si lo fue cuando no quieres ni oír mencionar su nombre. Pero todo eso es cosa del pasado. Ahora ambos son distintos.  

—De verdad que no me interesa. —Trato de restarle importancia. En todos estos años no hubo un solo día en que no pensara en él, en cómo ha sido su vida en todo este tiempo, en cómo habría sido la mía junto a él de haber sido otras las circunstancias. Serena me miraba con una mezcla de preocupación y exasperación.

— ¿Estás seguro de eso? —indaga.

—Como tú misma has dicho, han pasado cinco años.

—Si tú lo dices, está bien, no sacaré más el tema.

— ¡Mamá! —un grito ahogado hizo que ambas peguemos un brinco.

Serena y yo salimos corriendo hacia el jardín, donde Hazel y Jasper juegan a policías y ladrones. El pequeño es un diablillo inquieto desde que le salió su primer diente. ¡Dios! Que manera de tener energía, ojalá y existiera un botón para apagarlo.  

— ¡Mamá! —grita Jasper.

— ¿Qué ocurre, cielo? —le pregunta Serena preocupada.

—Hazel está llorando. —Informa el pequeño angustiado.

Cuando llegamos al lugar de donde previenen los gritos de Jasper, encontramos a Hazel tirada en el suelo llorando. Enseguida nos acercamos a ellos para ver que ocurría.

— ¡Hazel! —grita Serena al ver a su hija tendida en el suelo —. ¿Qué te ocurre?

—Mamá, me duele mucho. —Se queja la pequeña de rizos rojos.

— ¿Dónde te duele, cariño? —indago.

—Aquí, en el pie. Jasper y yo jugábamos a policías y ladrones y me caí al suelo. Tropecé con esa piedra —la señala.

Me arrodillo en el suelo del jardín y coloco mi mano en el pie de Hazel y trato de mover su pierna, pero la niña comienza a gritar y a llorar del dolor. La tiene bastante enrojecida y de un costado le brota sangre.

—Hay que llevarla al hospital, creo que la tiene rota. —Sugiero. Abrazo al pequeño Jasper, el pobre, está nervioso de ver a su hermana mayor herida. Solo espero que no sea nada grave, Hazel ha pasado por mucho y no necesita otro contratiempo con su salud.

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