Carlos
¿Cómo alguien podía ser capaz de quitarle el sueño a la persona que más amaba? ¿Cómo un ser humano podía destruir a otro ser humano? ¿Qué llevaba a la sociedad a matarse los uno a los otros? Todas esas preguntas me las había hecho yo desde que solo era un niño indefenso de seis años. Pero mi mayor sorpresa fue cuando años después, había descubierto la respuesta, era muy sencillo, en realidad eran solo ocho letras: venganza. Esa palabra era capaz de destruir el amor más puro, capaz de matar los sueños de cualquiera que llegara a sentirla y capaz de matar si fuera necesario. En un mundo donde los buenos aprendían a ser malos y el malo aprendía que debía centrar toda esa furia en vengarse del bueno por convertirse en malo. Era una cadena, una cadena de la que yo decidí a los quince años formar parte.
— ¡Maldición!
Me había despertado empapado de sudor, mis pesadillas habían vuelto a regresar y me atormentaban al punto de perder el conocimiento. Me incorporé en la cama con la esperanza de que lapsus pasara cuanto antes, pero al ver la hora en mi teléfono móvil recordé que tenía algo que resolver cuanto antes y que mis pesadillas debían esperar. El papel con bolígrafo que había tomado de mi biblioteca dispuesto a escribir una cursi carta de despedida para Marla aun descansaba encima de mi cómoda. «Más tarde, Carlos». Antes de ponerme en esa tarea debía realizar una llamada importante. El señor Cooper me había informado por medio de un mensaje de texto sus intenciones de contratar un guardaespaldas que protegiera a Marla, a lo que yo estuve muy de acuerdo alegando que conocía a la persona adecuada para realizar ese trabajo.
Coloqué los pies en frio suelo y caminé hacia la sala pasándome una mano por la nuca para masajearme el cuello y liberar la tensión que se había acumulado en él. Crucé la sala en dirección a la biblioteca, dirigiéndome a la inmensa estantería de caoba oscura donde mantenía escondida varias fotos de Marla. Encendí la luz y enfoqué mi visión en ellas, acariciando sus mejillas con la yema de mis dedos.
—Eres tan perfecta, no me perdono haberte salpicado con mi mierda, no me lo perdono.
Aunque en muchas ocasiones me repetía mentalmente que nada había sido culpa mía, porque aunque en toda esta historia yo no hubiera existido, Marla igual había salido perjudicada por el simple hecho de ser hija del abogado más prestigioso de Nueva York, pero igual no podía dejar de culparme.
Pasé los dedos por su rostro y cerré mis ojos para rememorar cada momento que habíamos pasado juntos. Me senté tras el escritorio en mi biblioteca para continuar recordando, pero el sonido de mi teléfono móvil hizo que dejara las fotos encima del escritorio y contestara la llamada.
— ¿Sí? —contesté chasqueando la lengua con resignación.
—Connor, amigo, soy yo Kilian, no puedo creer que aún no tengas mi número registrado —murmuró mi amigo con voz dramática, otorgándole más desgracia del necesario al hecho de haberme olvidado registrar su número cuando su hermana me lo había dado hace solo unas horas. Sonreí de solo pensar que mi antiguo compañero de guerrilla aún seguía considerándome su amigo.
—Kilian, es todo un honor volver a hablar contigo. Estaba a punto de llamarte —mentí, claro que lo iba a hacer, pero tenía pensado atormentar un rato más mi conciencia antes de llamarlo.
Mi amigo suspiró, lo podía sentir.
—Siempre fuiste una causa perdida, Connor. —Hizo una breve pausa —. Mi hermana me comentó que habías llamado preguntando por mí, y por eso te he ahorrado el compromiso de que tengas que llamarme tu y lo he hecho yo de forma desinteresada —su risa inundó la línea telefónica e hizo que yo también sonriera como hacía tiempo no lo hacía.
—Sí, necesito un inmenso favor tuyo, es algo de vida o muerte —confesé preocupado —. ¿Aún trabajas en aquella agencia de guardaespaldas?
—Por supuesto, Connor, sabes que servir y proteger es mi pasión —dijo.
—Muy bien, me alegro mucho, porque necesito tus servicios de guardaespaldas, es urgente — señalé.
—Imagino que es bien delicado el asunto porque desde aquí escucho tu ansiedad, cuéntame Connor, ¿de qué se trata?
Me levanté de la silla y empecé a caminar de un lado a otro dentro de la biblioteca mientras deslizaba una de mis manos por mi pelo y la otra sostenía el teléfono móvil.
—Es… es mi novia, o bueno algo asi, necesito estar seguro de que se encuentre bien a toda hora, y ahora mismo acaba de salvarse de un secuestro por los pelos, no quiero ni imaginarme… ni imaginarme lo que le hubiera podido suceder —anuncié, y pronunciar aquellas palabras me hicieron alterarme y volver a revivir momentos desagradables.
—Entiendo, amigo, no he estado nunca en tu pellejo pero imagino que debe ser algo surrealista. Puedes contar conmigo para ser el guardaespaldas de tu novia —me informó.
—Gracias, Kilian, ahora mismo acabas de aliviarme un gran peso. Eres el mejor para este trabajo y tengo mi absoluta confianza puesta en ti —dije más calmado, sus pirando contra el teléfono —. Ah, Kilian… su padre está dispuesto a pagar cualquier precio, al igual que yo.
— ¿Dónde puedo encontrar a su padre? Tenemos que acordar bien todo este asunto.
—Te enviaré su dirección en un mensaje de texto.
—Ok, Connor, trato hecho. Me pondré en contacto con él cuanto antes. No te preocupes, tu novio está en las mejores manos —aseguró sin titubear y eso me gustó, su seguridad en sí misma era la clave ideal para proteger a Marla, eso ligado a un buen manejo de las armas hacían de Kilian la mejor opción.
—Kilian… cuídala, por favor.
—Asi será. No te preocupes.
Tomé una profunda respiración y colgué la llamada para acto seguida enviarle un mensaje a Kilian con la dirección de Cooper Llorca. Cuanto antes iniciara con su trabajo mucho mejor, no debíamos perder tiempo porque la gente de Crawford aún permanecían al acecho. El móvil aún se encontraba entre mis manos haciéndome recordar que debía llamar a Cooper para avisarlo acerca de mis planes con Kilian.
Dos timbre, tres timbres hasta que finalmente al cuarto timbre contestó la operadora. Quizás se encontraba en el baño, o quizás Marla estaba en peligro y él se encontraba forcejeando con los tipejos de Míster Crawford. Me mente era un torbellino de lo más engañoso, capaz de hacer que una simple llamada en espera acabe siendo un asesinato en primer grado. Volví a insistir.
Un timbre, dos timbres y gracias a Dios contestó.
—Señor Cooper, le pido de favor que cuando yo llame, sea tan amable de responder lo más rápido posible, por favor, casi me hace sufrir un infarto cuando llamé y salía la operadora —no sabía la magnitud de todo aquello hasta que en ese momento me llevé una de mis manos al pecho y dejé escapar el aire que estaba conteniendo aun sin darme cuenta.
—Lo siento, Carlos, estaba en el despacho y el móvil se encontraba aquí en la sala —dijo a modo de disculpa, pero creía haber escuchado una risotada contenida al otro lado de la línea, como si estuviera aguantando el impulso de reírse ante mi miedo fuera de lugar.
—Como sea, lo llamo para ponerlo al tanto del futuro guardaespaldas de su hija, su nombre es Kilian, es el mejor en lo que hace y muy pronto pasará por su casa para ponerse de acuerdo con usted. Cooper, la seguridad de Marla es lo primero, el dinero no es un problema, usted lo sabe, ¿verdad? —pregunté por si acaso, no necesitaba su dinero para esto pero al fin y al cabo era su hija.
—Perfecto, Carlos, no se preocupe, el dinero no es problema —contestó lo que ya sabía que me diría.
—Cooper, ¿cómo está ella? —me atreví a contestar un poco nervioso.
—Mal, continua diciendo que necesita respuestas acerca de ti, ya sabes que es muy tozuda —dijo.
Sonreí ante aquellas palabras tan ciertas.
—Pronto tendrá las respuestas que ella necesita.
Fueron mis últimas palabras antes de colgar la llamada con el señor Cooper, tenía una carta que escribir, se lo debía a Marla. Salí casi corriendo de la biblioteca en dirección a mi habitación, justo donde había dejado el papel con el bolígrafo donde estamparía mi verdad. Cuando entré tomé lo que había ido a buscar y me senté en una esquina de la cama utilizando una almohada de apoyo. Tomé el móvil entre mis manos y reproduje la última lista de reproducción que había creado, esa que hacía que recordara todos los buenos momentos que había pasado junto a mi hermano Austin. La música comenzó a fluir desde el altavoz del móvil y yo me concentré en la carta que descansaba encima de la almohada.
Querida Marla…
¿No era asi como comenzaban todas las cartas? Pues yo no sería el único que comenzaría de otra manera.
Doce minutos después, dejé la carta ya redactada y doblada dentro de la chaqueta de mi traje, bien guardada. Doce minutos me había llevado contarle a Marla toda mi vida. Vaya mierda. Aparté de la cómoda donde guardaba mis corbatas un montón de ellas que me parecían horrorosas, las típicas corbatas de médicos. Al final me decidí por una negra con rayas blancas. La coloqué alrededor de mi cuello y ajusté mi chaqueta al cuerpo, cualquier persona normal pensaría que estaba loco por ir vestido de traje y corbata a mi propia muerte, pero esas personas no entenderían que el nivel es lo primordial. Me atusé el cabello delante del espejo de oro macizo que había enfrente y volví a ajustar mi corbata con cuidado, como si fuera a romperla.
Salí de mi habitación y tomé las llaves de mi auto de voladas al pasar por al lado de la pequeña mesita de café de la sala. Repasé mentalmente si llevaba conmigo todo lo que necesitaba: pistola ok, carta ok, cuchillo ok, teléfono móvil ok, las llaves del coche ok, perfecto, lo llevaba todo. Llamé al ascensor y bajé en el hacia el garaje común que compartía con el resto del edifico. Ser un asesino a sueldo jamás estuvo en mis planes a futuro cuando solo era un niño.
—Acabaré con todos —dije antes de subirme en el auto y arrancar el motor.
La lluvia caía sobre el parabrisas de forma violenta, hacía mucho frio y el viento ondeaba los árboles de Central Park. Se me encogió el corazón al pensar en las lindas tardes que pasaba junto a Austin allí. Negué con la cabeza para apartar esos momentos de alegría y centrarme en mi cometido. Ya estaba harto de Míster Crawford y sus amenazas.
Toqué mi cabeza con las manos en forma de desesperación justo después de aparcar el auto junto a la vereda central de la calle 21. Bajé de él mientras escuchaba los gritos provenientes del interior del bar. Entré en su interior y la peste a marihuana inundaba todo el lugar haciéndome estornudar. Me acerqué a uno de los camareros.
—Busco a Crawford —dije, mientras tomaba de su bandeja una copa de champán.
El camarero me miró fijamente en silencio y después sonrió de forma perversa.
— ¿Crees que el señor Crawford recibiría a alguien como tú? —me dijo, dedicándome una mirada de desprecio.
Dejé poco a poco la copa vacía sobre su bandeja y centré mis ojos en él. Estaba claro que no sabía que era yo.
—Déjame ayudarte a recordar quien soy yo —de un rápido movimiento extraje la navaja de mi chaqueta y la coloqué en su cuello —, mi nombre es Carlos Pierce, y en este mismo instante me llevaras con Crawford.
El chico asintió y se dispuso a caminar delante de mí, a cambio yo guardé mi navaja devuelta a su lugar. Nadie en el bar se dio cuenta de mi pequeña amenaza. El camarero me condujo hacia una oficina oculta detrás de un montón de telas a un lado de la barra. De repente se detiene en seco.
—Es allí, al final del pasillo. —indicó, señalando la dirección.
Me adentré en el oscuro pasillo caminando con sigilo, el camarero volvió a su trabajo dejándome solo. Avancé un poco más hasta llegar al final del pasillo, justo donde me había indicado el chico. La puerta se encontraba entreabierta, dejándome ver a un señor canoso sentado detrás de un escritorio y otro hombre de traje frente a él de pie mientras le daba instrucciones.
—Encuéntrenla, y cuando lo hagan mátenla, no quiero que dejen cabos sueltos bajo ningún concepto —le dijo al tipo de traje oscuro.
Todo aquello había comenzado a darme mala espina. Para nada me gustaba la mirada de odio que mantenía el señor canoso que parecía ser el jefe, imaginé que ese podía ser el misterioso Crawford.
—Sí, Míster. —concluyó el otro hombre de pie, para luego salir por la puerta donde me encontraba de pie escuchando su conversación.
Al salir el hombre me dedicó una mirada sospechosa antes de perderse por el pasillo. Aproveché la oportunidad y me introduje en la oficina cerrando detrás de mí la puerta. Necesitaba estar a solas para acabar con el único culpable de todo. El señor levantó la mirada del escritorio y la centró en mí, sonriendo diabólicamente.
—Oh, pero mira quien ha venido de visita —comentó con un entusiasmo fingido —. Señor Pierce, es todo un placer tenerlo por aquí.
—No podría decir lo mismo de usted, Crawford —dije, sujetando la pistola que descansaba en la cintura de mi pantalón.
—Lo acepto, me ha descubierto, reconozco que estaba en desventaja, pero los negocios a ciegas son los mejores, ¿o no, señor Pierce? —se levantó de su silla y comenzó a acercarse a mí, haciendo que aumentara la presión de mi agarre sobre mi arma.
—Usted me debe muchas cosas, y he venido a cobrárselas. Lleva seis putos años pisándome los talones y hoy por fin lo tengo frente a mí —saqué mi arma y lo apunté con ella. Estaba listo para presionar el gatillo. Solo quedaba ese maldito cabrón en mi lista negra y estaba más que decidido a acabar con él en ese mismo instante.
Si quería que Marla tuviera una vida normal, debía de hacer las cosas de forma muy meticulosa. Tendré que protegerla de las posibles tormentas que vendrán después de que salga a la luz el asesinato de Crawford y el resto de pedófilos de Nueva York. Nada de eso me importaba, estaba preparada para cargar con el peso de todo lo que pudiera venir en el futuro. El tipo se quedó quieto, era consciente que cualquier movimiento en falso que diera le volaría los sesos sin titubear.
—Connor Moyer Pierce —pronunció mi nombre haciéndome retroceder varios pasos hacia atrás mientras él caminaba en mi dirección —. Es interesante conocer su historia, pero si piensa que con esa arma debilucha de 9 mm va a acabar conmigo, déjeme decirle que está insultando mi inteligencia. Lo creía mucho más despiadado —hizo una mueca de desaprobación.
—No me conoce en absoluto, soy capaz de muchas cosas y puedo acabar con usted en unos segundos —mascullé cabreado.
—Yo no estaría tan seguro de ello. —Concluyó.
De repente dos tipos que ni siquiera percibí de donde habían salido me agarraron por sorpresa por detrás, haciendo que la pistola cayera al suelo y se disparara en el proceso, la bala salió desprendida hacia la pared y terminó incrustada en el tobillo de Crawford. Este último comenzó a retorcerse de dolor, pero eso no bastaba para acabar con él. Como pudo se levantó del suelo y sacó su móvil para tomarme una foto.
—Maldito hijo de su puta madre —susurró adolorido.
— ¿Qué hace? Es un maldito hijo de puta Crawford, caerá, tarde o temprano caerá —le prometí, para luego escupir el suelo donde se encontraba de pie frente a mí —. No acabará conmigo, no antes de matarlo yo primero.
Uno de los tipos que me sostenían me pegó con la culata de su AK-47 en el ojo derecho, haciendo que el dolor fuera tan intenso que por un momento sentí que estaba a punto de desmayarme. Malditos.
Estaba jodido.
—Me gustaría ver ese espectáculo —su teléfono móvil impactó contra mi boca, partiéndome el labio superior. Forcejeé con los dos tipos que me mantenían prisionero, pero esas dos bolas de músculos ni siquiera se movieron de su sitio —. Deje de intentarlo, señor Pierce, es en vano.
Dio con su cabeza una orden ajena a mi conocimiento, y acto seguido de eso los dos tipos me soltaron y comenzaron a golpear hasta en los lugares que menos me podía imaginar. Me dolía todo el cuerpo, hasta el corazón que en cualquier momento se me detenía dentro del pecho, me defendí hasta donde pude, pero la verdad era que necesitaba acabar con todo aquello de una puta vez.
— ¡Mátame de una vez! —grité en dirección a Crawford que se divertía con mi dolor frente a mí.
—No, yo no lo haré señor Pierce —se acercó a mi tomándome del pelo para acercar mi cara a su boca —. Una amiguita lo hará por mí.
Después de eso Crawford y los dos tipos salen de la oficina huyendo, dejándome solo tirado en el suelo, a duras penas logré arrastrarme hacia la puerta de salida de la oficina. La sangre que salía de mis heridas, principalmente de mi boca caía en el suelo de alfombra, manchándolo al instante. Gruñendo a cada centímetro que lograba arrastrarme, logré alcanzar mi pistola a mitad del pasillo que llevaba a la barra del bar. Ya no sentía el bullicio de gente pero la música continuaba sonando en el lugar. Mi cuerpo tembló cuando intenté ponerme en pie con la pistola en la mano. Di tres pasos al lado de la barra y una explosión hizo que volviera a caer al suelo, pero esta vez para cubrirme.
—Hijos de puta —murmuro, tirado detrás de la barra para protegerme de la explosión —. Fue su plan desde el inicio, maldito Crawford.
Esta era su idea desde el momento en el que entré en este bar. Acabar conmigo sin levantar sospechas, colocando una bomba dentro del bar para que el fuego no dejara ninguna pista que lo pudiera incriminar con mi asesinato.
De forma instintiva toqué la parte izquierda de mi chaqueta para cerciorarme de que la carta para Marla aun continuara en el mismo lugar, suspiré al darme cuenta que sí, que aún seguía sana y salva, muy contrario a mí. Con el dorso de la mano limpié la sangre que fluía de mi boca y volví a ponerme de pie, el fuego había comenzado a expandirse rápidamente y tenía que moverme antes de que llegara hasta mí. Cuando intenté volver a situarme de pie apoyándome de la barra, mi mano resbaló y volví a caer. Fruncí el ceño al darme cuenta que la barra estaba impregnada de gasolina.
—Mierda.
Mis ojos asustados se dirigieron al fuego que se encontraba a pocos centímetros de mí. Me arrastré como pude por el suelo logrando llegar a la salida del bar, cuando otra explosión volvió a sacudir el lugar. A duras penas logré salir de allí. Mis ojos contemplan con asombro como el bar arde en llamas y mis pulmones amenazan con dejar de funcionar. El humo llena al momento toda la manzana de la avenida 21 y la alarma de incendios de los bomberos comenzó a hacerse notar en el sitio. Tenía que salir pitando de allí si no quería terminar arrestado. Logré llegar hasta mi auto aparcado en una esquina de la avenida, los bomberos y la policía habían llegado al lugar justo cuando el motor de mi auto vibró. La pierna derecha me dolía a morir y de mi boca continuaba saliendo sangre. Tosí y un coagulo de sangre salió disparado de mi boca. Poco a poco sentía que cada vez tenía menos fuerza, por lo que me sostuve el costado donde esos malditos me habían golpeado y puse el auto en marcha.
Con la poca fuerza que me quedaba aparqué el auto enfrente de la mansión de Serena y Alan, era el lugar más cerca donde podía ir en busca de ayuda. Salí del auto y llegué a gatas al timbre de la puerta, haciéndolo sonar de forma desmesurada una y otra vez. Tragué saliva al ver la silueta de Serena aparecer frente a la puerta. La vista se me volvió borrosa y la boca había dejado de segregar saliva para reemplazarla por sangre roja rutilante.
— ¿Carlos? ¡Oh por Dios! —esta vino corriendo hacia mi cuando percibió la sangre en mi cuerpo.
—Se… Se… Serena —no fui capaz de articular nada más y terminé desplomándome en el suelo.
— ¡Alan! ¡Alan! —Gritó ella al tiempo que trataba de levantarme —. ¡Ayuda Alan!
— ¿Qué pasa, por qué gritas de esa manera? —Alan se llevó las manos a la cabeza cuando se dio cuenta de la situación, llegó corriendo hacia nosotros y tomó mi hombro para ayudar a Serena a ponerme de pie e introducirme dentro de la casa —. Dios mío Carlos, ¿Qué te ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto?
Ya dentro de la casa me colocaron encima del sofá, Serena corrió hacia algún lugar y luego regresó con un botiquín de primeros auxilios. Comenzó a curarme las heridas de mi rostro y mi boca.
—Llamaré a la policía —masculló Alan en voz baja mostrando una preocupación poco habitual en él al tratarse de mí.
Tomé la mano de Alan antes de que emprendiera camino a llamar a la policía y con una mirada le rogué que no lo hiciera.
—No… no —murmuré sin fuerzas. Sentía que mis ojos me pesaban y que el cuerpo había comenzado a ceder.
Alan se mantuvo quieto en su lugar y Serena me dedicaba miradas de compasión.
— ¿Quién te hizo esto, Carlos? —preguntó Serena asustada.
Gemí cuando deslizó una torunda de gasa con alcohol por el golpe de mi ojo. El dolor de mis heridas era profundo, pero no tanto como el dolor de no haber acabado con esos tipejos. Suspiré y toqué mis costados con dificultad, sentía algo quemándome y cuando levanté mi camisa la quemadura que poseía hizo que abriera los ojos de par en par.
—Marla —murmuró con las últimas fuerzas que me quedaban, podía sentir que no me quedaba mucho tiempo —. Carta.
Toqué la parte de la chaqueta que aún me quedaba intacta, justo donde se encontraba la carta. Por instinto, Serena deslizó sus manos en el bolsillo, encontró la carta y la sostuvo entre sus manos unos segundos.
— ¿Quieres que le entregue esto a Marla? —indagó entrecerrando los ojos a punto de llorar.
Asentí con la cabeza, la sangre seguía saliendo de todas mis heridas, tosí y una gran cantidad de sangre con fluidos salió a borbotones de mi boca salpicando la cara de Serena.
—Dile… que… la… amo —dije en mi último aliento, mis pulmones dejaron de responder y sentí como mi corazón se detenía, mis ojos se cerraban poco a poco y deslumbré la sombra de mi hermano esperándome al final de un largo túnel con luces muy blancas. Acto seguido el grito de horror de Serena hizo eco en la casa.
— ¡Carlos! ¡Carlos! ¡Tienes que despertar por favor! ¡Le prometiste a Marla que siempre la protegerías! —me recordó, y mis ojos se abrieron de golpe por última vez.
—Lo… lo hi…ze —susurré sin aliento.
— ¡Carlos, abre los ojos maldita sea! ¡Marla te necesita, se lo prometiste!
El llanto de Serena me angustiaba pero no estaba en mis manos. Volví a transitar por el largo pasillo lleno de luces blancas de la mano de mi hermano, y sentí en el trayecto las lágrimas de Serena caer sobre mi cuerpo inerte y frío.
Pensé en Marla, en mí y mi misión: todo lo había hecho por ella, todo.
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