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Carlos

Froté mis mejillas con la palma de mis manos para darles un poco de calor, el frio y la lluvia en Nueva York en estos meses es insoportable. Estaba parado enfrente de la mansión de Serena y Alan, dispuesto a averiguar el paradero de Marla en estas últimas semanas. Estoy consciente que después de nuestra última conversación ni siquiera debería pensar en ella, debería estar aliviado, pero el latido desbocado de mi corazón y la mente que me trabaja a mil por hora cada maldito día de la semana, me hacen imposible seguir con mi vida asi como si nada. Crucé la calle y eché a andar en dirección a la mansión de Serena.

La puerta estaba cerrada, por lo que tuve que llamar al timbre como cualquier otro mortal. Enseguida Serena asomó la cabeza por el patio lateral y sonrió al ver que se trataba de mí.  Contuve el aliento cuando la chica pelinegra se acercó a la puerta para abrirme.

—Carlos, es bueno verte pero… ¿qué haces aquí? No eres muy dado a las visitas —murmuró ella con una sonrisa contagiosa.

Vuelvo a contener el aliento, «Tranquilo, Carlos, no pasa nada», me digo a mi mismo para darme ánimos.

—Necesito saber dónde está Marla, por favor Serena, es muy importante para mí —rogué como nunca antes lo había hecho, jamás me perdonaría si algo le pasaba a Marla, a la mujer que adoro con la vida.

—Desde que volvió a Nueva York no la hemos visto, en serio quisiera poder ayudarte pero no está en mis manos. De hecho, ni siquiera ha venido a ver a los niños, algo que es muy raro en ella porque sabes que Marla adora a esos pelirrojos inquietos —murmuró, apartándose hacia un lado para dejarme entrar.

—Descuida, Serena, no voy a entrar, solo vine para saber de Marla y ya veo que ustedes no tienen esa información. Estoy muy preocupado por ella, tampoco está en su apartamento, ni siquiera ha ido a trabajar, nada, es como si se hubiera esfumado. Serena —aclaré mi garganta y sostuve sus brazos con los míos, mirándola fijamente a los ojos —. Tengo motivos para creer que Marla está en peligro, y no me perdonaría si le pasara algo por mi culpa.

La postura de Serena cambia de un pie para el otro, tragó saliva y pestañea varias veces, incrédula y hasta con temor en sus ojos. Estaba asustada, lo podía ver.

—Carlos me estás asustando. No sé dónde pudiera estar Marla, pero si se de alguien que a lo mejor si sabe algo —me aseguró mirándome a los ojos —. Cooper Llorca.

Claro, como no se me había ocurrido antes, debí sospecharlo después de que le conté la verdad acerca de su padre.

—Gracias, Serena, si saben algo de Marla me hacen saber enseguida, ¿está bien? —llevé una de mis manos a mi frente y cerré mis ojos.

Ella asintió y volvió a cerrar la puerta tras de mí.

Mi próximo destino es la oficina de Cooper Llorca, espero que esté preparado para volver a recibir mi visita, esta vez amistosa.

Me solté la corbata con desesperación ante la idea de estar cara a cara con mi objetivo, ese por el que me habían pagado una millonada por acabar con su vida, ese que ahora es el padre de la mujer que amo. Caminé con determinación hasta llamar a la puerta de la oficina del señor Llorca. Un toque, dos toques, y al tercer toque escuché su voz dándome permiso para invadir su privacidad.

Tomé aire, ya estaba metido en este lío hasta los huesos, ya no había vuelta atrás, además de que no soy hombre de incumplir compromisos.

—Permiso, señor Llorca —entré en su oficina sin siquiera fijarme en la decoración, no estaba dispuesto a perder mi tiempo en minoridades —. No estoy muy seguro si usted me conoce, pero no estoy aquí para socializar. Vengo buscando respuestas y espero que usted sea capaz de dármelas.

Claro y conciso, como solo a mí me gustaba.

Los ojos de Cooper se abrieron de par en par con asombro.

—Si se quién eres, fuiste el medico que ayudó a la pequeña Hazel a recuperarse, lo que no se es que quieres exactamente —contesto desafiante, lo que hizo que le bajara varias rayas a mi tono de voz y me tranquilizara.

—Mi nombre es Carlos, y vengo en busca del paradero de su hija, Marla Collier —dije con mucha seguridad en mí mismo y mirando hacia él.

El señor Cooper se levantó de su silla y caminó lentamente hacia mi dirección, desafiándome con cada paso que se acercaba a mí. De momento no hablaba nada, solo me observaba tratando de procesar mis palabras, hasta que se atrevió a hablar.

—Ya veo que eres osado, señor Carlos, pero siento mucho decirle que mi hija Marla no se encuentra aquí. Esta mañana me hizo una visita, de la cual se fue muy molesta conmigo, desde ahí no lo he vuelto a ver. Pero… ¿puedo saber por qué la busca? —me preguntó entrecerrando sus ojos azules muy parecidos a los de su hija.

Me removí incomodo en mi lugar y crucé mi brazos por detrás de mi espalda.

—Amo a su hija, no lo voy a esconder, pero tengo motivos para pensar que puede estar en peligro. Nadie la ha visto, ni siquiera Serena, nadie sabe nada de ella, no está en su apartamento ni en su trabajo, eso no es algo típico de Marla —expliqué casi al punto de perder la paciencia.

—Usted tiene razón, nada de eso es típico de mi hija, que raro. Verá, cuando salió de aquí hoy, iba muy alterada, pudo haber tenido un accidente.

—No, señor Cooper, hay personas que estarían dispuestos a hacerle daño a su hija para llegar hasta usted, yo no soy el único que conoce el parentesco de Marla con usted. Personas muy peligrosas capaces de cualquier cosa, usted sabe que tiene muchos enemigos —dije, tratando de darle una explicación creíble cuando todo aquello estaba pasando por mi culpa.

— ¿Me está diciendo que han secuestrado a mi hija? ¿Es eso lo que trata de decirme? —Cooper me miró preocupado, elevando una ceja, pidiéndome con sus ojos que le diga toda la verdad.

—La verdad es que yo… —dudé por un segundo —. Exactamente, señor Cooper, eso es lo que llevo diez minutos tratando de decirle. Ahora hágame un favor y empiece a escribir una lista con todos sus enemigos o posibles enemigos —alterado, tomé un papel y un bolígrafo de encima de su escritorio y se lo ofrecí con brusquedad.

Él se quedó petrificado ante mi demanda, los ojos se le querían salir de su órbita mientras negaba con la cabeza volviendo a colocar el papel y el bolígrafo de vuelta al mismo lugar.  

—No, no, no, usted no puede venir asi aquí y soltar semejante idiotez. ¿Quién se cree que es para ordenarme nada a mí? En todo caso llamaré a la policía y ellos se encargaran —hizo ademan de descolgar el teléfono, pero yo se lo impedí arrebatándoselo de las manos.

—Señor Cooper, tiene que confiar en mi si quiere volver a ver a su hija con vida —sus ojos a punto de llorar me estaban matando, pobre hombre, secuestran a su hija ahora que por fin la recuperaba y yo tratándolo duro —, por favor —le pedí, rebajando el tono de mi voz mientras mi mano aún seguía deteniendo la suya para que colgara el teléfono de vuelta, y asi lo hizo.

— ¿Por qué habría de confiar en usted? —preguntó desconcertado.

Suspiré y tragué el nudo que no sabía que estaba conteniendo en la garganta.

—Creo que es mejor que tome asiento, Señor Cooper, tengo mucho que contarle —dije mientras él me miraba fijo y tensaba su mandíbula.

Para mi sorpresa se sentó detrás de su escritorio sin rechistas dispuesto a escucharme. Acomodó su trasero en la silla y entrelazó sus manos por debajo de la mesa.

—Bien, lo escucho.

Volví a ajustar mi corbata a la par que tomaba asiento delante de sus narices, dispuesto a contarle toda la verdad, mi verdad. Era ahora o nunca, la vida de Marla dependía de mí.

—Verá, mi nombre es Connor Moyer Pierce, fui miembro durante casi veinte años del ejército americano, serví a este país lo suficiente para otorgarme el cargo de General principal dentro de las filas, era el mejor en lo que hacía. Me postulé a los 16 años, era uno de los soldados más jóvenes en ese momento, cosa que hice huyendo de la crueldad de personas como mi tío Clyde Moyer —lo observé asombrarse al escuchar el nombre de mi tío paterno —. Sí, es exactamente lo que está pensando, mi tío fue el carnicero de Greene, secuestraba niños menores de quince años para venderlos a altos funcionarios del gobierno, y cuando ya no les servían los mataba de las maneras más sanguinarias y despiadadas.

— ¡Dios mío! —exclamó llevándose una mano a su boca.

—Pero lo que nadie sabía era que todo aquello también se los hacia a sus dos sobrinos, mi hermano y yo. Desde los seis años mi tío nos obligaba a mantener todo tipo de prácticas sexuales con hombres mucho mayores que nosotros, todos pertenecientes a grandes cargos en este país, jueces, abogados, médicos reconocidos, psicólogos, gobernadores, y cualquier otra profesión de la que ni siquiera se puede llegar a imaginar. Pero todo eso cambió cuando me harté y decidí matarlo, ni yo ni mi hermano podíamos seguir permitiendo aquello, éramos solo niños. Huimos antes de que la policía pudiera encontrarlo muerto. En todos esos años de abusos mi hermano Austin y yo nos dedicamos a apuntar en una libreta cada uno de los nombres de cada hombre que abusaba de nosotros, todos me los aprendí de memoria. Asi fue como llegamos al ejército, eso nos permitió prepararnos para nuestra venganza.

— ¿Venganza? No entiendo.

—Sí, señor Cooper, nuestra venganza contra todos aquellos que durante años nos lastimaron a mi hermano y a mí, justicia por todos esos niños que perdieron la vida a mano de mi tío y de aquellos hombres. Ninguno merece vivir. En el ejército aprendimos muchas cosas, yo logré hacerme médico y mi hermano manejaba las armas como nadie. Y asi nos convertimos en los justicieros de Nueva York, acabando con toda la escoria de esta ciudad.

—Entonces, usted y su hermano son asesinos, jamás me lo hubiera imaginado.

—No solo eso, para poder llevar a cabo nuestra venganza necesitábamos dinero, por lo que durante todo ese tiempo hemos brindado nuestros servicios de blood money a diferentes clientes.

— ¿Blood money? Asesino a sueldo, ¿me está diciendo que es un asesino a sueldo? ¡Dios mío!, ¿pero con qué clase de personas se junta mi hija?  

—Su hija fue una casualidad en toda esta historia. Señor Cooper, alguien me contrató para acabar con usted, pero yo hice lo que jamás había hecho en toda mi vida: incumplir mi palabra —dije en tono seco, cortante.

Se levantó de golpe de su silla y casi que corrió hasta mi lugar, pensé que me golpearía, pero solo se quedó de pie a mi lado con los ojos abiertos de par en par.

—Continúe, antes de que pierda la paciencia y haga esa llamada a la policía, pero esta vez para arrestarlo a usted —dijo, y con esas palabras me dejo muy claro mi posición en esta historia.

—Desde hace meses debía de haber cumplido con mi encomienda, es por eso que mi cliente estaba furioso y puso mi cabeza en la horca dándome a elegir su vida o la de Marla. No tenía escapatoria, intenté persuadir a Marla para que escapara lo más lejos de mi posible, pero nunca me escuchó. Y ahora esos malditos hijos de puta han cumplido con su palabra y se han llevado a Marla.

De repente una bofetada impactó en mi cara, y yo no puse resistencia alguna. Froté mi mejilla para aliviar el dolor que me había causado.

— ¡Esto es por mi hija! ¡¿Cómo se atrevió a poner a mi hija en peligro?! —me gritó, totalmente alterado, cosa que entendí a la perfección.

—Señor Cooper, comprendo su…

Mis palabras fueron interrumpidas por el sonido de un mensaje en su móvil, Cooper deja su alteración a un lado para extraer su teléfono de encima de su escritorio, lo que me dio tiempo a observarlo de reojo. El nombre de Marla resaltaba entre tantas letras.

— ¿Qué es esto? —dijo él, atónico ante lo que decía el mensaje.

Enseguida le arrebaté el móvil de las manos, Cooper cae frustrado a la silla donde antes estaba sentado y se pasa una mano por su cara. Leí el mensaje que recibió y mi corazón comenzó a detenerse poco a poco y mis pies se negaban a seguir de pie. Me quedé detenido en el tiempo, observando y rogando que aquellas palabras cambiaran de posición y formaran otro mensaje, cosa que no sucedió. Esto no podía estar pasando.

Cooper Llorca, tus días están contados, al igual que los de tu hijita querida.

Justo cuando pensaba que tenía todo controlado alejando a la mujer que amo de mí, pasa todo esto, de nada sirvió todo mi sacrificio para olvidarme de ella, de nada. Mi estabilidad emocional se tambalea una vez más y soy incapaz de contener mis emociones. Noto mis ojos llenos de lágrimas que se niegan a derramarse, me odio, me odio por arriesgar la vida de la única persona a la que he amado.

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