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Carlos

Fijé mi mirada sobre la pared que tenía enfrente. El ladrillo marrón combinaba con el suelo de madera y a la vez con la enorme cama con dosel del mismo color. Había estado merodeando días antes aquel lugar para cerciorarme de su seguridad, desde que había logrado averiguar el hotel donde Marla se hospedaría con ese inútil. El día que finalmente los vi entrar juntos al hotel reí para mis adentros, que estupidez la de Marla al intentarme olvidar con ese tal Burton, que hasta nombre de perro tenia. También había apretado los puños cuando el imbécil posó su mano en la cintura de Marla.

-No puedes obligarme a escucharte, Carlos. -La voz de Marla me hizo volver a la realidad. Centré mis ojos en ella y la observé por unos instantes. Estaba mucho más hermosa cuando se hacía la difícil, y por supuesto, a mí me encantaba obligarla.

Sonreí sarcástico.

-Sabes que sí puedo, de hecho, lo estoy haciendo. Por favor, siéntate, tenemos mucho que aclarar. -Señalé el sofá que se encontraba a mi derecha, ella lo miré por unos segundos hasta que decidió tomarme la palabra y hacerme caso por primera vez en su vida.

-Bueno, viendo que no tengo otra opción, y que tampoco puedo escaparme por una ventana... tú dirás - asintió mirándome de forma reacia.

Estiré mi mano para alcanzar el puf que se encontraba frente a ella y lo acerqué mucho más para sentarme lo más cerca posible de Marla.

-Lo primero son las preguntas. Necesito saldar unas cuantas dudas que tengo con respecto a tu pasado -apreté los labios ante la idea de que mis sospechas fueran ciertas y Marla terminara siendo la única hija de mi objetivo y la razón por la que ahora mismo mi cabeza tenia precio.

- ¿Mi pasado? ¿Qué tiene que ver mi pasado con lo que pasó entre nosotros? - arrugó sus ojos sin entender.

-Mucho. Marla, necesito saber a qué edad llegaste al orfanato. Es importante.

Ella se miró sus dedos y comenzó a jugar con ellos, un gesto que me demostró que estaba tocando terreno vetado.

-No veo porque es importante que te diga eso, pero fue a los cinco años. Pasé toda mi infancia siendo criada por monjas.

- ¿Nunca conociste a tu padre? ¿Jamás tu madre te dijo su nombre o algún indicio que te ayudara a buscarlo?

Ella negó con su cabeza.

-Nunca lo vi, nunca estuvo presente en nada, mi madre pocas veces hablaba de él, y yo nunca pregunté. Solo conozco uno de sus apellidos, pero jamás hice el intento de buscarlo, un detective no es nada barato.

Me dolía, aquella confesión hizo que el corazón se me acelerara de manera surrealista. Nadie, ningún niño merece algo así. Me pasé la mano por la cara en un intento de contener mi frustración.

- ¿Cómo murió tu madre? -la pregunta del millón, Marla se removió incómoda en el sofá y yo pensé en abrazarla, pero contuve mis ganas. Su pelo desaliñado le caía por los hombros y su mirada se centró en la mía.

-Sobredosis de crack, la encontraron muerta dentro de nuestra propia casa y yo estaba presente. Yo fui la que llamé a la vecina que solía darme de comer algunas ocasiones, y al ver que mi madre no respondía ni daba señales de vida, ella llamó al 911. Llevo toda mi vida con esa escena en mi cerebro, llevo toda mi vida alimentando la esperanza de que mi padre aparezca, llevo toda mi vida con el apellido Gardner grabado a fuego lento en mi mente, llevo toda la vida esperando que alguien me ame tal y como soy, llevo toda la vida esperando cosas que nunca van a suceder. ¿Sabes lo que pesa todo eso para una niña de cinco años?

Se derrumba. Sus lágrimas ruedan por sus mejillas coloradas y trata de ocultarlas secándoselas antes de que están caigan sobre su ropa. Gruñí enfadado ante la idea de verla sufrir, por mi cabeza rondó la idea de acabar de una vez por todas con el padre de Marla por hacerla sufrir de esa manera, por abandonarla a su suerte, pero no sería buena idea arrebatarle lo que más ha ansiado toda su vida.

-Marla, hay personas que te quieren mucho, personas que te adoran, créeme. No estás sola en este mundo.

-Ya da igual, Carlos, no necesito tus palabras de aliento, pero las agradezco. -Terminó de secar las lágrimas que le quedaban ancladas en los ojos.

Sonreí al darme cuenta que había vuelto la Marla luchadora que no soportaba que los demás sintieran lastima de ella. Tomé sus manos y las acaricié por unos segundos. Ella se relajó por unos segundos hasta que retiró sus manos de las mías y su odio por mi volvió a salir a flote. Me fulminó con sus ojos claros y echó su cuerpo hacia atrás para que su espalda descansara en el respaldar del sofá.

-En mi vida eres muy importante, Marla, la persona más importante entre todas. Pero no puedo permitir que te suceda algo por mi culpa porque creo que no lo soportaría. Desde niño me han enseñado a ser fuerte, a no llorar, a no rendirme, pero nada de eso sirve si a ti te llega a pasar algo. -Negué con la cabeza ante ese riesgo y maldije entre dientes.

- ¿Por qué me dices todo eso ahora? No entiendo. -Su voz se notó temblorosa y yo apreté la mandíbula.

-Marla, tu vida corre serio peligro. Necesitaba alejarme de ti porque pensé que de esa forma te dejarían libre a ti, pero no voy a esconderme más, no voy a seguir lejos de ti dejándote en manos de un imbécil como ese tal Burton. Prefiero que me maten a mí antes que volver a estar lejos de ti.

De repente, sin siquiera planificarlo ella se echó a mis brazos y me abrazó. La sentí sollozar a mis espaldas y me sentí miserable por ello. La atraje mucho más hacia mí y deposite un tierno beso en su pelo que olía a lavanda. Su respiración se había agitado de forma violenta, sus manos se aferraban con demasiada fuerza a mis hombros y sentía como sus lágrimas caían en mis hombreras.

No, no, no, esto era lo menos que quería hacer. Hacerla sufrir.

Estaba perdiendo el control sobre mis emociones y eso no me lo podía permitir, control era mi segundo nombre. La vibración de mi teléfono hizo que me apartara de Marla unos segundos para ver de qué se trataba. Saqué el móvil del bolsillo del traje miré el mensaje que acababa de recibir.

Hola, señor Pierce, espero que no se haya olvidado
de nosotros, pronto nos veremos las caras.
Míster Crawford.

La piel se me erizó de solo leer aquello. Volví a guardar el móvil y miré a Marla con cariño.

-Marla, escúchame -tomé su barbilla para que me mirara fijamente -. Tu vida corre peligro y todo por mi culpa, pero hay algo mucho más importante que debes saber. Es sobre tu padre. Yo sé quién es.

Sus ojos se abren de par en par con sorpresa. Sus dientes se apretaron y cerró sus puños con fuerza. Estaba enojada. Pestañeó varias veces alucinada y sus ojos destilaban fuego, de ser azules claros pasaron a ser azul oscuro con pequeñas motas negras.

- ¿De qué hablas, Carlos? ¿Cómo puedes tu saber algo asi? Explícate mejor porque no estoy entendiendo nada.

Dudé unos instantes si seguir confesándole lo que sabía. Era ahora o nunca.

-Lo descubrí por mí mismo, casualidades de la vida que no tienen explicación -por supuesto que la parte de que soy un puto asesino a sueldo y que me colé en la oficina de su padre con el objetivo de matarlo no se la iba a contar -. Solo quiero que sepas que quiero lo mejor para ti, y si te estoy contando esto es porque mereces saberlo.

-Carlos, dime de una puta vez quien es ese hombre, o juro que voy a patear tus bolas hasta que se revienten -aquella amenaza no me hizo mucha gracia.

-Su nombre es... -dudé otra vez -, Cooper Llorca Gardner.

- ¿Qué? ¿El abogado amigo de Serena? Eso es mentira, tú tienes que estar jugando conmigo, ¿Dónde está la cámara oculta? ¡¿Dónde?! -comenzó a gritar.

-Marla, cálmate, por favor. -Le rogué.

-No me pidas que me calme, Carlos, pídeme cualquier cosa menos eso. No entiendes la magnitud de lo que acabas de decir. No lo entiendes. -me fulminó con la mirada y yo me removí nervioso en el puf.

-Necesito entregarte algo -me levanté y caminé hacia la mesa donde había depositado antes un dossier amarillo con la información que había reunido de Cooper Llorca, lo tomé entre mis manos y se lo tendí a Marla -. Toma, aquí se encuentra toda la información que necesitas para convencerte que él es tu padre.

Ella miró el dossier para luego mirarme a mí, hasta que finalmente lo tomó para abrirlo. Sus dedos recorrieron las letras impresas en los papeles, se detuvo en varias ocasiones mientras se colocaba una de sus manos en el pecho. Por un momento pensé que volvería a comenzar a llorar, pero se mantuvo fuerte.

-No puedo hacerlo... -Se detuvo en mitad del camino para abrir el dossier.

La miré con adoración. Ella era más fuerte que yo, estaba consciente de ello, pero entiendo que toda esta situación la superaba con creces.

-Tranquila, yo te ayudo -le arrebato el dossier y comienzo a leer toda la información que contenía en su interior -. Cooper Llorca Gardner, nacido el 21 de noviembre de 1970 en Kearney, Nebraska. Hijo de Roger Llorca, un importante ganadero americano de la zona y Klara Gardner, una reconocida actriz porno de revistas para adultos. Ambos nacidos en Estados Unidos.

Callé por unos segundos.

-Continúa, por favor. -Me pidió ella.

Tomé aire.

-Graduado de abogado con honores de la Universidad de Colorado, mejor estudiante de su promoción. En el 1995 contrajo matrimonio con la abogada Jessica Giles, durando apenas seis meses por las continuas infidelidades de Cooper. A la par de su matrimonio mantenía una relación con Karin Collier, artista de bajo nivel en el barrio de Queens, fruto de esta unión nació su única hija, Marla Riley Collier.

Marla tardó unos segundos en hablar hasta que finalmente lo hizo.

-Sí, ese es mi nombre, y también ese es el nombre de mi madre. ¿Puedo preguntar como conseguiste toda esa información? Me parece algo surrealista -preguntó alzando una ceja.

-Esa información ya no es importante, tengo mis métodos. ¿Sigo? -asintió con la cabeza y yo puse los ojos en blanco -, bien, tras la muerte de Karin la pequeña pasó a manos de Tanya Lynn, vecina y mejor amiga de la chica, hasta que fue llevada al Graham Windham Services y según estos informes jamás fue adoptada por ninguna familia -leer aquello me entristeció, repito que ningún niño merecía pasar por algo asi.

-Eso no es cierto, si me adoptó una familia.

Mis ojos se abrieron ante su confesión. ¿Cómo se me había podido pasar aquella información? Debía de ser un error.

-Aquí no dice ninguna información acerca de eso. -Me froté las manos con ansiedad.

-Me adoptaron los Montoya, pero solo permanecí en su cuidado dos días, luego decidí escaparme y regresar al orfanato con las monjitas y Serena. Ellos no entendía la razón de mi silencio y yo estaba renuente a explicarles. -Se encogió de hombros restándole importancia a aquella anécdota.

Tiré el dossier a un lado decidido a no leer nada más de aquello que contenía en su interior. La miré a los ojos y deslicé el puf más cerca de ella, acaricie sus muslos con la yema de mis dedos para luego subir mis manos hasta su cara y comenzar a acariciarla también. Ella parecía responder a mis caricias, sus ojos los mantenía cerrados mientras se dejaba llevar por las sensaciones.

-Dime que me necesitas, exijo escucharlo -le rogué casi a punto de llorar -si me dices que me necesitas prometo jamás abandonarte, pero si no lo haces entenderé que es mi oportunidad de alejarme de ti para siempre.

Estaba consciente que no podía pedirle aquello, estaba dándole un ultimátum y poniéndola a elegir entre su seguridad y yo.

Silencio

-Marla...

Silencio

- ¡Dilo! -en mi voz se podía escuchar mi desesperación. La poca paciencia que me quedaba se estaba yendo a tomar por saco.

-Vete, Carlos, regresa a Nueva York -dijo casi a punto de llorar.

-Marla... mírame a la puta cara y dime la razón por la que estas a punto de llorar. ¡¿Dime en mi puta cara por qué me mientes?!

Ella se levantó del sofá rompiendo el contacto que nos unía.

-Vete, Carlos, por favor -volvió a decir.

Entonces vi caer varias lágrimas de sus ojos y eso terminó de romperme todavía más. La había lastimado y ya no había marcha atrás. Esto estaba roto.

-Tú... tú eres lo más importante en mi vida, tengo muchas ganas de ti, de tenerte conmigo, de serlo todo para ti, tú eres lo único seguro en mi vida.

-Lo siento, no puedo ser nada de eso para ti.

Agachó su cabeza cabizbaja.

-No lo sientas -limpié con brusquedad la lágrima que amenazaba con deslizarse por mi mejilla y me levanté de mi asiento -. No volverás a saber nada de mí, a partir de hoy olvida que existo.

-De acuerdo, me parece bien.

Su frialdad me estaba volviendo loco y desesperándome a partes iguales.

- ¿Por qué lo haces? ¿Por qué te comportas de esta manera? -pregunté más dolido de lo que me gustaría admitir.

-Porque quiero y puedo. Punto. Regresa a Nueva York, Carlos, olvídate de mí.

- ¿Lo harás tú?

Asintió.

-Lo voy a hacer.

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