Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Carlos

Desde que llegué de regreso a Nueva York no he tenido tiempo ni de acomodar mi ropa en el armario. Me marché hace cinco años, huyendo de algo que estoy convencido que habría podido evitar sino hubiera posado mis ojos en Marla Collier. Pero no me arrepiento de nada en absoluto. En todo este tiempo no he dejado de pensar en ella ni un solo segundo de mi miserable existencia. En muchas ocasiones me preguntaba si se encontraría bien, pero suponía que sí. El día que llegué a la ciudad me encontré con Marla, estoy seguro de que ella también me avistó, aunque lo disimuló muy bien. Ella sostenía dos grandes maletas, un color rosa pálido y otra negra. Por un momento me pasó por la cabeza ir a su encuentro y saludarla, pero solo me limité a observar cómo se alejaba y tomar nota mental de algunos cambios en ella.

Lo primero que hice al pisar la ciudad, fue visitar a mi hermano en el cementerio de Green Wood. Mi vida no ha sido la misma desde su pérdida. Solo tuve unos minutos para saludar la tumba de Austin, suficientes para que los ojos se me llenaran de lágrimas. Coloqué un ramo de girasoles enfrente de esta y me dispuse a marcharme. Esta mañana me llamaron del hospital para informarme que debía de incorporarme a mi trabajo de inmediato, por ese motivo me encuentro ahora mismo aparcando mi coche en el parqueo del Children Center. No me fue difícil volver a este sitio, los directivos tomaron consciencia de mi larga trayectoria y mis excelentes resultados aquí.

Miro a mi alrededor al bajarme del coche. Me sorprendo de todo lo que observo y de que este sitio me produzca exactamente las mismas sensaciones que hace cinco años atrás. Aún me sigo preguntando por qué he necesitado regresar aquí de nuevo. Entro en la recepción y la amplia sonrisa de una Isla más madura me recibe. Ha cambiado mucho, aunque claro, cinco años no es poco tiempo. Si en aquel entonces tenía dieciocho años, imagino que ahora tenga unos veinte y tres.

— ¡Doctor Pierce, que gusto volver a tenerlo por estos pasillos! —la voz de Isla me hizo sonreír y volver al presente, y sobretodo, recordarme la razón por la que he regresado.

Nos abrazamos como lo hacen dos buenos amigos que hace tiempo no tienen contacto. Nada fuera de lo normal.

—Estás… distinta. —Murmuré, un poco alucinado por su nuevo aspecto.

—Ya, es que he pegado el estirón, ya sabe. —Sonríe, pero enseguida capto que mi comentario la ha hecho sentir incómoda porque sus mejillas se tiñen de un color rojizo. Soy un insensible.

—Lo siento, Isla, no lo digo como algo sexual. —Me disculpo avergonzado —. Por dios —paso una de mis manos por mi rostro abatido —, podrías ser mi hermana.

—No se preocupe, doctor, ya estoy acostumbrada. —Trató de restarle importancia con una pequeña elevación de su labio superior.

—Ninguna mujer debería de acostumbrarse a algo como eso.

Ese siempre ha sido mi pensamiento. Jamás sería capaz de ofender a una mujer solo por poseer una figura esbelta y una cara bonita. Eso viola todos mis principios. Isla no emite palabra alguna durante los siguientes segundos, por lo que opino que es el momento perfecto para escapar hacia la cafetería.

—Luego nos vemos, necesito mi dosis de cafeína desde temprano. —Le muestro una sonrisa cargada de confianza y comienzo a andar hacia la cafetería del hospital, dejando a Isla allí parada observándome.

Pido una café negro sin azúcar. Esta es mi mejor manera de comenzar el día. Saboreo cada matiz del néctar negro y cierro mis ojos para sentir su frescura en mi boca. Por suerte nadie más me interrumpió en mi rutina mañanera de entrada al trabajo.

Cuando termino mi café, sigo mi camino hacia mi consulta. Imagino que mi secretaria ya debe estar allí. Siento un dolor punzante en las manos y me doy cuenta de que estaba apretando mi maletín con tanta fuerza que casi interrumpo mi suministro de sangre en esa zona de mi cuerpo.  Entro en la consulta y mis ojos se centran en la nueva decoración. Todo se encuentra muy cambiado, los muebles que antes eran de color gris, ahora son blancos, al igual que las cortinas y las paredes. El buró de madera oscura al igual que la silla detrás de este, resalta entre tanto blanco. Todo se ve muy moderno, y no puedo negar que también bonito.

Coloco mi maletín lleno de papeles encima del buró y me siento en la silla. Enciendo la computadora que se encuentra delante de mí y abro una carpeta con el título “Pacientes”. En ella se muestra una lista con un aproximado de quince nombres, todos de niños menores de diez años. La nueva directora me ha hablado del nuevo sistema de atención pediátrica que intentan implementar en el Children Center. Cada médico tiene asignado quince pacientes hasta que estos cumplan la mayoría de edad. Por supuesto, se trata de niños con tratamiento prolongado, algunos ya han sido operados hace unos años, pero aún asi se les otorga seguimiento cada dos meses para ver que todo se encuentre bien.

—Doctor Moyer, lo solicitan en urgencias. —Me indica Isla, asomando su cabeza por entre la puerta.

La observo y asiento con la cabeza. Acto seguido me levanto de la silla para dirigirme a urgencias. Y sí, en todos estos años he decidido que era mejor para mi anonimato utilizar el apellido de mi padre. Pocos conocen mi verdadero nombre, pero es mejor que asi se mantenga, no quiero ser blanco de investigaciones por parte del resto del personal del hospital.

Los pasillos de urgencia se mantienen calmados, gracias a Dios. No parece haber ningún altercado del que tenga que ocuparme. Un llanto femenino interrumpe mis pensamientos. Es un llanto incesante, continuo y doloroso para cualquier oído humano. Parece ser de una niña pequeña, por la intensidad del quejido, pero no estoy seguro. De lejos observo un gran revuelo en la zona este del pasillo, una enfermera pasa corriendo con un set de sutura en sus manos. Entrecierro mis ojos y me acerco hasta la camilla donde se genera todo el caos. Una niña de unos cinco o seis años llora sin consuelo mientras su pierna se nota inflamada y fuera de lugar. Empujo con delicadeza a una de las residentes para hacerme un hueco en el lugar.

— ¿Qué tenemos? —le pregunto a la residente sin levantar mi mirada de la pierna de la pequeña.

—Menor de cinco años con tobillo dislocado y múltiples heridas en la frente producto de una caída. —Me informa esta de carretilla.

—Muy bien —asiento —, soy el doctor Moyer, especialista en pediatría, y estaré atendiendo a esta pequeña —acaricio levemente la cabeza de la niña y esta relaja sus hombros poco a poco. Sonrío y levanto mi rostro para enfrentar a los familiares de la pequeña de cabello naranja. La verdad, se me hace conocida, pero he tratado tantos niños, que me es imposible descifrar quien es.

— ¿Carlos? —Una voz que reconocería aunque pasaran muchos años hace que centre mi vista en una chica rubia de grandes ojos azules.

—Marla. —Afirmo, y me parece mentira que ahora mismo se encuentre delante de mí.

Su cabello seguía siendo del mismo tono rubio platino de antes, aunque un poco más lacio y corto. Lo llevaba recogido en una coleta alta. El mismo cuerpo, quizás un poco más atlético y esbelto que hace cinco años.

—La misma, pensé que no me reconocerías. He cambiado mucho. —Sonríe, mostrando los hoyuelos que fueron los culpables de que me encaprichara con ella. No sé cómo actuar, estoy estupefacto.

—Ya veo. Pero te recuerdo exactamente igual.

—Ahora soy una mujer muy segura de mi misma.

Mis emociones amenazan con salirse de control ante esa frase. Siento la exasperación subir por mis mejillas en conjunto con la frustración. La última vez que estuvimos juntos en la misma habitación la atmosfera estaba tensa. Quizás si le hubiera contado toda la verdad, ahora las cosas fuera diferente. La breve intimidad que habíamos compartido ha acabado por evaporarse. Tengo la necesidad de hablar con ella, de explicarme algunas cosillas, pero estoy seguro que Marla no querrá escucharme.

—Un gusto volver a verte, Carlos. —Me saluda Serena.

—Igual para ti, Serena. Bueno, ahora veamos ese tobillo. —Examino la pierna de la pequeña, no parece nada grave —. No es nada grave, se resolverá con un yeso y listo. La enfermera suturará esas pequeñas heridas de la frente. También aplicaremos un antiinflamatorio para el dolor. No se preocupen por nada.

— ¿Puedo escoger el color? —Pregunta la pequeña con una sonrisa un poco fingida.

—Hazel… —La regaña su madre. Le resto importancia con un gesto de mi mano y le dedico una enorme sonrisa a la niña.

—Por supuesto, tenemos todos los colores disponibles. Lili te ayudará con ello, ¿vale? —le respondo con voz melosa.

—Vale. —Hazel sonríe. No recordaba su risa. Verla hace que mi mente se transporte al pasado, ese pasado que intento olvidar y que al final del día acaba por implantarse en mi cerebro.

Guardo mi estetoscopio en un bolsillo de mi bata blanca y giro mi torso para volver a mi consulta. Me detengo en seco al sentir unos ojos clavados en mi espalda. Necesito hablar con Marla, aunque no creo que este sea el mejor momento y lugar. ¡Qué carajo!, me voy a arriesgar. Retrocedo varios pasos hacia atrás, recorriendo el mismo camino que antes había transitado. Me detengo delante de ella y de Serena y la miro directo a los ojos antes de formular mi pregunta. Trago saliva tratando de disolver el nudo que se me ha formado en la garganta.

—Marla, ¿podemos hablar? —le pregunto con la mayor vergüenza del mundo. Jamás en mis casi treinta y siete años una mujer me ha hecho dudar tanto de algo. Pero supongo que a cada cual le llega su momento.

—Creo que no es el mejor sitio para ello. —Responde, y pude notar el nerviosismo en su voz.

—Lo reconozco, pero quiero tener la conversación que tendríamos que haber tenido cinco años atrás. Quiero, no, mejor, necesito explicarte muchas cosas y tú necesitas algunas respuestas.

—Lo sé, pero insisto, no es el momento. Y no sé qué pasará por tu cabeza ahora mismo, pero contrario a lo que puedas pensar, no necesito ninguna respuesta. Ya he pasado página. —Sus palabras suenan tan crudas, que mis manos comenzaron a sudar.

—Está bien, no te forzaré a nada. —En estos momentos siento ganas de tomarla y cargarla en mi hombro para alejarla de todo, pero reconozco que eso sería una estupidez de mi parte. Solo empeoraría las cosas entre nosotros. Seré paciente.

Camino de regreso a mi consulta con el rabo entre las patas y el corazón latiéndome con fuerza. Me detuve en el pasillo superior a urgencias y suspiro para calmar a mi acelerado músculo cardíaco. Miro para ambos lados para cerciorarme de que nadie me observe antes de soltar una maldición.

— ¡Maldita sea! —exclamo.

Me quedo con mi espalda recostada a la pared del pasillo, aun combatiendo el shock que me ha causado reencontrarme con Marla Collier. Cuando abro la puerta de mi consulta, las manos me tiemblan y el pulso se me dispara. Ahora mismo soy incapaz de seguir con mi trabajo, necesito aire y salir de este maldito hospital lleno de recuerdos para nada felices.

—Abby, cancele todas mis consultas de hoy. —Le informo a mi secretaria, la cual me dedica una sonrisa y hace lo que le ordeno.

—Listo, doctor.

Recojo mis cosas y salgo de la consulta, en el camino a la salida me despido sutilmente de Isla y salgo al estacionamiento en busca de mi auto. El lugar se encuentra a oscuras, a excepción de un foco en la salida del ascensor de acceso utilizado por el personal del hospital. El sonido de un mensaje de texto entrante hace que me detenga antes de subirme al coche. Tomo el teléfono del bolsillo de mi bata blanca que aun llevo puesta y le echo un vistazo. Es un número desconocido, pero creo saber de quién se trata.

No nos hemos olvidado de usted, Señor Pierce.

Un dolor cegante se implanta en mi nuca. Fue de repente y sin previo aviso. Alguien me golpeó con algo, pero fue imposible ver de quien se trataba. Me había tomado por sorpresa en el menor descuido que tuve al leer el mensaje en el móvil. Un puño salido no sé de donde, impacto en mi rostro haciéndome caer el suelo desprovisto de algo para defenderme. Unas gotas de sangre salpicaron en mi bata blanca y la vista se me nublaba con cada golpe que me propinaban. Cubro mi boca y con los dedos de mi mano derecha toco la sangre que sale de la orilla de mi labio.

—Escoria, ¿pensaste que huyendo hace cinco años te librarías de cumplir con tu trato? Iluso. —Una carcajada malévola inunda el estacionamiento subterráneo.

Intento levantarme para defenderme, pero otro hombre me toma por la espalda mientras el tercero me golpea las costillas. La paliza apenas dura unos minutos, pero fueron los suficientes para que me dejaran tirado casi sin aliento. No siento gran parte de mi cuerpo, los golpes han cesado, pero el dolor se mantiene instaurado renuente a alejarse de mi cuerpo. Los tres tipos ya se han ido, pero todavía siento el olor a humo que han dejado en el lugar al salir huyendo con su coche a toda velocidad. Logro arrastrarme hacia donde ha caído mi teléfono y marco al 911.

—Ayuda, por favor… —susurro en mi último aliento.

Todo se vuelve negro y el peso de mi cabeza cede al suelo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro