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7 de Mayo

Carlos

Las ganas de ir al baño fueron las culpables de que ahora, cinco de la mañana, esté despierto y sin ningún indicio de sueño posible. Alcanzo el móvil encima de la mesita de noche para verificar si tengo alguna llamada o algún mensaje; nada, no hay nada. Dejo el móvil en el mismo lugar antes de levantarme y colocarme una camiseta gris que me encuentro tirada en el sofá de la habitación. Camino hasta el salón y tomo las llaves del coche de la alacena de la cocina, donde siempre las mantengo guardadas. Salgo de mi ático en el ascensor hacia el sótano, apago la alarma del coche y me subo en él. Mi objetivo es conducir sin destino, a ver si asi espanto las malditas pesadillas que cada noche me acompañan.

Conduzco como un demente por toda la quinta avenida. No tengo límites, al menos no hasta que logre mi objetivo. Seis minutos con dieciocho segundos es lo que llevo delante del volante y haciendo sufrir las ruedas en la carretera. Fueron los minutos y los segundos necesarios para que mis pesadillas desaparecieran y dieran paso a otro tipo de pensamientos, unos que involucran a cierta chica rubia de grandes y profundos ojos azules.  

Me lleva solo unos minutos aparcar el coche enfrente del edificio de Marla. Me bajo de él y abro la puerta del portal. Presiono el botón para llamar el ascensor, pero parece que no tiene intención alguna de funcionar.

— ¡Mierda! —lanzo un bufido al aire de frustración mezclada con enojo al ver que el puto ascensor se encuentra fuera de servicio. Sigo insistiendo con eso, hasta que me rindo y subo por las escaleras.

En lo único que soy capaz de pensar mientras deslizo mis pies por los escalones de la escalera de madera algo desgastada, es en la noche en que follé con Marla. No creo poder recuperarme de eso nunca. En ocasiones me parece que aún puedo saborear su boca y sus pechos, recordar  a la perfección la manera que su cuerpo se fundía con el mío. Pero no pienso solo en ese momento con ella. Lo hago desde el primer puto día que la vi y a cada puta hora del día que no la tengo junto a mí. Como un estúpido enamorado, me he pasado la mayor parte de estos últimos cuatro días recordando cada instante que la tuve delante de mí y no supe aprovechar la ocasión. Pero eso va a cambiar, lo juro por mi hermano. Por eso estoy aquí, en la puerta de su apartamento dispuesto a forzar la puerta, a la cinco de la mañana y con el pijama de dormir puesto.

Saco de mi billetera la ganzúa que suelo llevar conmigo a cada uno de mis trabajos. La única diferencia de un encargo a esto, es que ahora no tengo la necesidad utilizar mis guantes de cuero. No me importa dejar huellas en el pomo de su puerta, de hecho, pienso dejar muchas huellas en ella, en su alma, en todo su cuerpo. Introduzco la ganzúa en la cerradura de la puerta mientras observo a ambos lados del pasillo para cerciorarme de que nadie me pesque. Para mi suerte, este tipo de puerta es fácil de manipular, por lo que dando varios giros con la ganzúa, logro escuchar el “clic” que me indica que tengo vía libre. Guardo mi herramienta de vuelta en mi billetera y me introduzco en la vivienda con el mayor sigilo posible.

Todo se encuentra en penumbras y la luz de la cocina parpadea anunciando que ya ha terminado su vida útil y que es momento de cambiarla. Puse mis ojos en blanco y  sigo el camino por el pasillo hasta la habitación de Marla. Al final del pasillo observo dos puertas de madera blanca, supongo que son las dos habitaciones con que cuenta el diminuto apartamento. Me acerco a la primera y coloco mi mano en el pomo de esta para abrirla, entro y percibo a Marla enrollada en las sábanas de color crema. Con todo el sigilo que poseo me aproximo a ella y me arrodillo a su lado. Recorro el contorno de su rostro con mis dedos y ella se sobresalta al sentir mi tacto.

—Shh, no grites, soy yo —le ruego en un susurro.

— ¿Carlos? ¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste? —entrecierra sus ojos medio adormilada.

Los reflejos de las luces de la ciudad que nunca duerme iluminan la habitación y, por ende, nuestros rostros. Se encuentra vestida con un sexi pijama que incluye un tanga rojo de corazones y una diminuta blusita de encaje. Se ve muy apetecible con ese conjunto, tan atractiva que hace pierda el sentido de la orientación y olvide lo que vine a decirle. Trago saliva y centro mis pensamientos para lograr hablar.

—Tengo mis métodos, duendecilla. —Una sonrisa sarcástica surca mi rostro. Primera vez que la llamo de esta manera y… me gusta.

—No quiero saberlos. —Dice mientras se levanta de la cama, mostrando su cuerpo en ese conjunto sexi en todo su esplendor —. Quiero que te vayas, no tienes nada que hacer aquí. —Se cruza de brazos y su mirada llena de furia se centra en mis ojos.

Me levanto del suelo y me coloco a su altura, mirándola tan intensamente como si fuera a atacarla en cualquier momento. Marla tira de la sabana y se tapa con ella, yo sonrío ante ese gesto tan infantil.

—Tengo que decirte muchas cosas —la tomo de las caderas y la vuelvo a deslizar en la cama, pero esta vez conmigo a su lado.

Ella intenta poner resistencia, pero al final cede. Estiro una de mis manos y acaricio su rostro delicado para luego detenerla encima de su pecho. Puedo sentir los latidos de su corazón tan acelerados como los míos. Sus ojos azules se posaron en los míos, y una vez más, comprendo su capacidad de hacerme perder la cordura con solo una mirada. Nos quedamos asi unos minutos, observando cada rasgo significativo de cada uno. Admiré el contorno perfecto de su rostro, la pequeña elevación de su barbilla, un rasgo que me parece sumamente atractivo, sus labios sensuales y carnosos que me hubiera encantado besar muchas más veces de las que los he probado. De inmediato Marla se movió de su lugar, y yo aprovecho el momento para hacer lo mismo y clavarle mi erección en su entrepierna. Que sienta lo caliente que me pone en cuestiones de minutos.

—No juegas limpio, Carlos —murmura, y un jadeo se le escapa de su boca.

—Nunca lo he hecho, duendecilla. —Deposito en tierno pero caliente beso en la comisura de sus labios, logrando que se estremezca —. Vine para decirte que… soy todo tuyo, ya podemos estar juntos, pequeña duende —mientras hablaba besaba su boca de forma intermitente.

Marla me aparta de un empujón, haciendo que cayera al suelo. Tuve que reírme por su osadía, pocas cosas en esta vida me han hecho caer, ni siquiera la justicia. Ella me mira con el ceño fruncido.

— ¿Qué dices?

Me levanto del suelo y camino hacia ella, la tomo del brazo y la miro.

—Lo que escuchaste, ya nada nos impide estar juntos.

—No te entiendo, Carlos, ¿tú te crees que soy un juguete al que puedes tirar y recoger a tu antojo? No estamos en edad de jugar a los escondidos. Eres el hombre más frustrarte que he conocido en mi vida —espetó molesta.

—No es así, Marla —camino dos pasos más hacia ella, pero se vuelve a alejar.

— ¿No? Entonces explícamelo mejor porque no entiendo nada. —Se encoge de hombros como si mis palabras no le importasen en lo más mínimo.

Mis ojos penetran en ella con mucha oscuridad, y casi puedo sentir como mis demonios y mi mal carácter comienza a salirse de control, y no quiero eso. Cierro mis ojos con fuerza para espantarlos y vuelvo a avanzar dos pasos hacia ella.

—Hay cosas que es mejor mantener ocultas. Con el tiempo todo saldrá a la luz, pero por ahora es mejor que todo quede bien guardado. No soy un buen hombre, Marla, pero estoy dispuesto a serlo por ti, para ti.

—Hablas muy bonito, doctor Pierce, pero la realidad es otra. Estás enamorado de otra, ve a decirle esas palabras a ella, no a mí — suelta enojada, clavando sus ojos en mí.

Me aparto de la luz y echo a andar el tramo que me falta hacia su lugar. Ella retrocede y su espalda choca contra el closet de ropa. Se me está haciendo un hábito acorralarla de esta manera.

—No hay otra, en mi campo de visión solo estás tú, ¿te vale mi respuesta, o quieres otra? —indago crudo.

Marla traga saliva y se muerde el labio inferior. Creo que me acaba de dar su respuesta, hay cosas en las que solo basta un simple gesto inocente para lograr un enorme cambio, y el amor es una de ellas. Marla menea la cabeza en un no.

—No, no me vale. Insisto en que te vayas. No me interesan tus sentimientos, asi como a ti no te importaron los míos. Vete, Carlos —dice, pero en su voz noto que le cuesta decirme aquello.

Tomo su barbilla con mi mano y la alzo a la altura de la mía, la miro en busca de la verdad, pero la mantiene oculta muy bien. Suelto su barbilla y mantengo mis brazos a ambos lados de mi cuerpo, estoy dispuesto a irme, pero de repente, Marla estampa sus labios contra los míos. Sus labios son suaves, como siempre, y su lengua es terciopelo puro. Lame mi labio inferior y yo estoy en estado de shock total. Esto es algo que no esperaba, joder. Reacciono a tiempo y aprieto su cuerpo contra el mío, coloco mis manos en sus nalgas pero no la cargo, solo los dejo ahí, en el lugar donde siempre deberían estar. Gimo mientras me besa y ella entierra sus manos en mi cabello, revolviéndolo en el proceso. Sujeto su cara por los lados y profundizo el beso. De sopetón se aparta de mí y me quedo embobado. Parpadeo un par de veces para ver la realidad de todo esto. Marla me ha besado, por primera vez no era yo el culpable de un beso robado.

—Ya puedes irte. —Dijo con voz tajante.

Entrecerré los ojos sin entender lo que decía. ¿De verdad espera que me marche después de semejante beso? No lo creo. Aunque tengo un plan mejor.

—Lo haré, pero con una condición —me indicó con su barbilla que hablara —. Que me acompañes afuera, no quiero que lo nuestro termine con un simple beso robado.

Mi plan consiste en montarla en mi coche a empujones, asi sea necesario cargarla en mi hombro, y luego conducir lo más deprisa posible hasta mi casa. Allí le mostraría los motivos por lo que no podíamos estar juntos, incluyendo la verdad sobre su padre. Reconozco que si se lo pido de buena forma, Marla no accederá, es muy terca.

—Está bien. —Contesta, colocándose un camisón encima de su cuerpo.

Salimos los dos juntos afuera de su edificio. El ruido de los pocos autos en la carretera se escuchaba salvaje. Hace un poco de aire y frio, asi que imagino que tengo que ser rápido, de lo contrario Marla acabará congelada con ese fino camisón. Nos acercamos a mi coche aparcado en la acera. Bordeo el coche para subirme a él.

—Acércate, por favor. —Le pido, aun sin sentarme en el asiento del piloto.

 Ella lo hace poniendo sus ojos en blanco. Sonrío al verla tan mortificada por mi pedido. Cuando llega a mi posición tomo una de sus manos y deposito un tierno beso en ella.

— ¿Satisfecho? —me pregunta cortante. Parecemos un matrimonio, en este caso la esposa despidiendo al esposo porque este se va de viaje.

Pero antes de que pudiera contestarle una moto que no sé de donde salió, se tira contra nosotros, haciendo que Marla caiga en el asfalto de la calle. Si no llego a sostenerla, es muy probable que hubiera acabado debajo de la moto. El motorista se detiene unos segundos. Mi sangre se congela al ver el gesto tan imponente que este me dedica antes de perderse del todo por la carretera. Enseguida pienso en Míster Crawford y en sus amenazas.

— ¡Mierda! ¡Maldito hijo de puta! —gruño, ayudando a Marla a levantarse del suelo —. ¿Estás bien? —le pregunto preocupado. No quiero pensar en nada ahora, ese tipo me las pagará.

—Estoy bien, ¿qué ha sido eso? —indaga con el entrecejo fruncido.

—Nada, un imbécil que no sabe conducir. Seguro está ebrio. —Busco la excusa que suene más creíble, Marla es muy inteligente y puede darse cuenta de que algo no va bien.

«Respira, Carlos, respira»

El sonido de una llamada a mi móvil capta la atención de Marla. No quiero contestar, porque tengo la certeza de quien es.

— ¿No piensas responder? Tu móvil está sonando. —se percata ella mientras se sacude la poca tierra de su ropa.

—No es nadie importante, no te preocupes. —Contesto enseguida.

Unos segundos después, el móvil ha dejado de sonar, pero el tono de un mensaje de texto entrante hace que lo extraiga del bolsillo del pantalón con mucha curiosidad.

Es Cooper Llorca o Marla Collier.
Tú escoges. La próxima vez no fallaremos.
Míster Crawford

Cierro mis ojos y aprieto con mis dedos el puente de mi nariz. El dolor de cabeza empieza a apoderarse de mí. Está claro que tengo que ponerle fin a todo esto. Marla me mira expectante, en espera de que hable o haga algo. La tomo de las manos y la miro a los ojos.

—Haz ganado, duendecilla. Esta vez me alejo de ti para siempre —anuncio. Y aunque me duela, es lo que tengo que hacer.

—Me parece perfecto, doctor Pierce. —Puedo sentir el dolor en esa frase, ella se suelta de mi agarre y camina varios pasos hacia la entrada de su edificio para luego girarse hacia mí —. Hasta nunca.

Y dicho eso, se pierde escaleras arriba. No puedo evitar sentirme triste por todo. Subo a mi coche con las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón. Repaso en mi mente cada uno de los besos que compartí con Marla, tratando de no olvidarme de ninguno. La lluvia se hizo presente en esta parte de New York, y se siente como mi cabeza ahora mismo: un puto torbellino de emociones. Estoy consciente de que tengo que desaparecer para siempre de esta ciudad. Es por esto que no mezclo placer con negocios, es por esto que no me permito enamorarme de nadie, porque estoy consciente de que tarde o temprano el maldito cuento de hadas termina en sangre y muerte.

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