2 de Febrero
Carlos
Cinco días después de mi encuentro con Marla, mi mente no paraba de analizar cada una de las palabras que salieron de su boca, y mucho menos del beso. El olor de su colonia aún lo tenía impregnado en mi bata blanca. Por mucho que trataba de alejarme de ella, me era imposible, por eso cuando me invitó a su fiesta para celebrar la satisfactoria recuperación de Hazel, no pude resistirme y acepté.
Son las nueve y media de la noche y mis pies caminan por la avenida 126, en dirección al edificio donde vive Marla, he preferido dejar el coche estacionado en el hotel Miller, no tengo ningún interés en que ninguno de los presentes en la fiesta vean mi Ferrari azul con faros dorados. Lancé un suspiro al detenerme delante del edificio de ladrillos rojos de tres pisos. Era una propiedad algo desgastada por los años, sus ventanas negras estaban iluminadas por las luces amarillas del interior. La puerta principal que daba acceso a las escaleras es de un color roja casi similar a la sangre. Ni una planta se ve a miles de kilómetros del lugar, parece un lugar sombrío y abandonado, si no fuera por las luces encendidas, parecería un lugar donde no habita nadie.
Subo la pequeña escalerita hasta entrar en el edificio, Serena me dijo que el apartamento de Marla era el 232, asi que me encamino en búsqueda de una puerta con ese número. Cuando la localizo llamo en ella, y me asaltaron unas tremendas ganas de salir corriendo, como cuando Austin y yo éramos niños. La puerta se abrió y me recibió una Marla preciosa, con un vestido rosa y una cinta hecha un lazo en su cabeza, me imaginé ese lazo negro atando sus manos en el cabecero de mi cama. Sacudí mi cabeza para apartar esos pensamientos eróticos.
—Ah, hola doctor. Qué bueno que pudo venir —me dijo ella, mostrándome una inocente sonrisa. ‘
Me hizo pasar y enseguida un tipo me dio una copa de vino que yo acepté encantado.
—Llámame Carlos, solo Carlos —le pedí.
Miré a todos los rincones del pequeño apartamento, buscando la presencia de Serena, la única persona con la que podía hablar y asi evitar a Marla, pero no la encontré.
— ¿Necesitas algo, Carlos? —me preguntó Marla.
—Eh, no.
—Si buscas a Serena aún no ha llegado, ni Alan tampoco —no sé a qué se refería, pero noté ciertos celos en su voz, o tal vez eran ideas mías.
—No, no, solo estaba buscando el baño —inventé una excusa bastante tonta.
—Carlos, estás buscando amor en unos ojos que miran a otra persona.
La pequeña sonrisa que todavía quedaba en mi cara, de pronto desapareció, porque me dolía que Marla pensara que yo quería algo con Serena, en otro tiempo si me interesaba, pero ahora sé que ella está enamorado de otro, a parte, ahora mis ojos buscan a otra persona. Pero ya que ella pensaba eso, tal vez esta es mi oportunidad para librarme de ella y asi poder olvidarla. Lo sé, me estoy portando como el mayor imbécil de toda la historia, pero intento protegerla.
— ¿Sabes algo, Marla? —Ella me miró interrogante —, Alan hizo sentir a Serena insegura, rota por dentro, traicionó su confianza y aun así ella lo perdonó, pero las cosas no duran para siempre. Tarde o temprano esa relación terminará y yo estaré aquí para Serena.
Aquellas palabras salieron de mi boca como si de verdad las sintiera, sí, quiero mucho a Serena, pero me he dado cuenta que lo que siento por ella no es amor de verdad, simplemente era cosa del roce, de la cercanía.
—Es cierto todo lo que dices, pero se te olvida algo —la insté a que siguiera hablando —, él le hizo daño a ella y ella a él, puede que en su momento no se hablaran, hasta se odiaban, pero habían momentos en que se echaban de menos, y eso solo puede ser amor de verdad.
—Ok, tienes razón, Marla. Pero uno no elige de quién se enamora. Me enamoré de quien no imaginaba, de quien no esperaba y de quien no estaba buscando. El amor no se elige, es él quien nos elige a nosotros —justo las palabras que quería decir, puede que ella piense que esas palabras van dirigidas a Serena, pero la verdad es que van dirigidas a ella. No estoy enamorado, pero Marla me gusta mucho, por eso debo alejarme de ella o acabará de la peor forma posible: muerta.
Me di la vuelta, dejé mi copa en el fregadero de la cocina y salí del apartamento pasando por delante de una Marla que se había quedado sin habla.
Esa noche debía de encontrarme con mi hermano, teníamos varias cosas que conversar, el negocio se nos estaba hiendo de las manos, el dinero se acababa y mientras más personas solicitaran nuestros servicios, más riesgos de ser descubiertos corríamos. Esto se estaba convirtiendo en una carrera por la supervivencia, y ese era el motivo por el que no quería tener a ninguna mujer cerca de mí, mis enemigos podían identificarla como mi debilidad, y entonces ya no correría riesgo solo mi vida y la de Austin, sino también la de ella.
Arranqué mi coche para llegar a tiempo a mi cita con mi hermano, había elegido un Club Night cerca del Children Center. Cuando entré en el local las luces de neón iluminaron mi rostro en un tono amarillo chillón, de fondo sonaba una melodía clásica que le confería al sitio un aire tranquilo y sofisticado. Divisé a mi hermano sentado en el fondo a la derecha, muy cerca de la barra del club. Agitaba su vaso con un líquido ámbar en su interior, la mesa donde estaba sentado es la más alejada a la puerta y al resto de las mesas, perfecta para nuestra conversación de “negocios”.
— ¡Brother! —la voz de Austin sobresaltó en todo el club, haciendo que agilizara el paso hasta llegar a la mesa donde se encontraba, el objetivo era no llamar mucho la atención.
Me acerqué a mi hermano sigilosamente y me senté en la silla enfrente de él. Crucé una de mis piernas y me recargué en el respaldo de la silla de cuero.
—Austin… —murmuré el nombre de mi hermano, que a estas alturas puedo decir que ya está totalmente borracho.
—Hermano, ¡Cuánto tiempo! —gritó con demasiado entusiasmo, chocando su mano en mi antebrazo.
—Shh, baja la voz, nos escucharán.
—Carlos, tengo un negocio entre manos que nos hará aún más millonarios —y comenzó a reírse de forma grotesca.
—Austin, ya te he dicho que no me interesan tus “negocios”, no son lo mío. Mejor cuéntame cómo te va en el bar de tu amigo —traté de cambiar de tema, porque cuando mi hermano se enfrascaba en tratar de meterme sus negocios sucios en la cabeza no había dios que lo callara.
— ¡Ah, ese es un perdedor! —bramó. No conocía a ese amigo suyo, pero por lo que veo son amigos de apariencias.
—Volviendo al tema que nos interesa, sabes que estamos casi en la quiebra, tenemos que tomar una decisión y pronto. Hace meses no nos contratan y eso no es bueno para el negocio —enuncié alarmado.
—Tranquilo, hermano, ya lo solucioné —dice tan tranquilo, que por un segundo le creo.
— ¿De qué hablas? —lo miré interrogante.
—Acepté el trabajo de Llorca —sus manos que antes descansaban encima de la mesa, ahora las tenía escondidas por debajo de la mesa, echándose para atrás en su silla y bebiendo un sorbo de su trago.
— ¡Estás loco! —grité.
—Shh, nos escucharán, hermano —dijo utilizando las mismas palabras que antes había dicho yo.
— ¿Por qué lo hiciste? Sabes de sobra que no aceptamos ese tipo de trabajos —estaba enojado con él por tomar decisiones importantes sin consultarme.
—No tenemos otra opción, si queremos lograr nuestro objetivo necesitamos dinero, eso lo sabes perfectamente, Carlos.
Me detuve por un momento para pensar, mi hermano tenía razón, no nos quedaban más opciones, era eso o mandar a la mierda todo nuestro plan.
— ¿Cuánto está dispuesto a pagar el cliente? —pregunté acariciando mi barbilla con lentitud.
—Mucho, seis millones de dólares en realidad.
Mi boca casi se abre de la impresión, pero con los años he aprendido a no impresionarme con casi nada.
— ¿Está dispuesto a pagar por adelantado?
—Sí, de hecho ya lo ha hecho.
—Entonces… visto de esa manera, tendremos que hacerlo —dije.
—No, tú tendrás que hacerlo, ya te dije que tengo otro negocio entre manos —Austin se levantó de su silla, dispuesto a irse.
—Gracias, hermano, por contar siempre contigo —dije irónico. Un camarero se acercó a nuestra mesa con una botella de Dom Pérignon en la bandeja y la colocó en la mesa.
—Señor, va por cuenta de Míster Crawford —dijo, y miré a ambos lados del club buscando a ese tal Crawford, y un tipo vestido de negro alzó su copa hacia mí y luego bebió un largo sorbo de ella.
Odiaba aquello, tamborileé en la mesa con los dedos, repitiendo mentalmente las palabras de mi hermano, tratando de no detenerme a pensar tanto en ello, de lo contrario terminaría golpeándolo. Me levanté de allí y me acerqué hasta la mesa del tipejo ese. El tipo sonrió cuando me senté delante de él sin siquiera preguntar si podía hacerlo, pero por sus gestos, intuyo que esperaba que hiciera eso. Austin ya se había marchado del club, cosa que agradecía.
—Bienvenido a mi club, señor Pierce. —Me saludó el tipo trajeado.
— ¿Quién es? —fui directo al grano.
—Alguien que acaba de contratar sus servicios, por lo que no debería tratarme tan fríamente, Carlos Pierce, ¿o prefiere que lo llame Lord? —se burló, haciendo alusión al nombre por el que todos mis anteriores clientes me conocían.
—No entiendo —abrí y cerré mis ojos, incrédulo.
—Tu hermano y yo llegamos a un acuerdo, ustedes acaban con la vida de Cooper Llorca y yo, que estaré inmensamente feliz, les pagaré seis millones de dólares. Ya he depositado la mitad de esa suma. Está de más decirles que esto queda entre nosotros. —Comenzó a reírse otra vez
— ¿Cuál es su interés en todo este asunto?
—Pierce, Pierce, no aprendes. Las preguntas las hace el cliente, pero tranquilo, te responderé. Yo no soy tu cliente, solo el intermediario, mi jefe no tiene ningún interés en ser visto. —Se ajustó el saco negro y dejó ver una Glock 17 en su cinto, indicando que no aceptaba más preguntas. Pero aun asi no me importó.
— ¿Quién es Míster Crawford? Porque está claro que no es usted.
—Eres muy inteligente, Carlos Pierce. No, no soy yo, pero a ti no te interesa saber quién es.
Colocó la pistola encima de la mesa, mis ojos se desviaron hacia ella y sentí el impulso de agarrarla y amenazarlo con ella hasta que me dijera el nombre de su jefe, pero me contuve. A mi mente llegaron los recuerdos del pasado, de cuando Austin y yo éramos niños, de cuando nos arrebataron nuestra puta infancia de la manera más cruel posible para unos niños de doce y nueve años. La venganza era la primera opción de nuestra vida.
Miré mi reloj, marcaba las once menos cuarto de la noche, había llegado el momento de salir de este lugar, por lo que me puse en pie para irme, hasta que la voz de ese tipo me detuvo.
—Recuerde, Señor Pierce, ni una palabra a nadie o puede que nosotros seamos las últimas personas en verlo con vida.
Se me erizó la piel, pocas cosas hacían que eso pasara, estaba convencido que debía tener cuidado con esta gente, pero ellos también debían de tenerlo conmigo, a mí nadie me amenaza de esa manera, pero ya me las cobraré, tarde o temprano averiguaré quien es ese tal Crawford.
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