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16 de febrero - 2 de Marzo

Carlos

«Respira hondo, Carlos…», pensé.

Mi consulta en el hospital se encontraba vacía, gracias a dios estaba teniendo la mejor guardia desde que me gradué de médico hace siete años, aunque claro, la hora que era tan bien influía en que casi nadie había cruzado esa puerta. El hospital entero se mantenía a oscuras, a excepción de la recepción y alguno que otros pasillos, era orden del director del centro apagar todas las luces posibles a partir de las once de la noche, para asi limitar el flujo de paciente de un lado para otro. Era algo lógico, los pacientes de larga estadía se aburrían y su único medio para sobrevivir a este encierro era charlar y hacerse amigos del resto de los pacientes. Lo malo de esto, es que siempre escogían el horario de la madrugada para practicar sus dotes de carisma y extroversión.

Deambulo somnoliento por el pasillo del ala izquierda del área de pediatría, observo a varios niños todavía despiertos, murmurando entre ellos y haciéndose señas.

—Niños, es hora de dormir, apaguen las luces —los reprendo con voz baja.

Todos se apresuran a recoger sus cosas y apagan las luces de sus habitaciones. Continúo mi recorrido por la planta sin ningún tipo de percance. Odio hacer esto, y odio las guardias, pero debo hacerlo si quiero continuar con mi plan de venganza, necesito tener una tapadera para justificar tanto dinero. Al llegar de vuelta a mi consulta me llama la recepcionista por el telefonillo, lanzo un suspiro cansado y contesto.

—Dime, Isla.

—Doctor Pierce, tiene un caso que atender, ¿la hago pasar?

—Sí, Isla —y antes de que cuelgue le pregunto algo —. ¿Oye, Isla, qué edad tienes?

— ¿Por qué pregunta, doctor? —inquiere ella con voz seca y temeraria.

—No, por nada, solo por saber —Isla es hermosa, pero no debe de sobrepasar los veinte años, por eso le pregunto, porque varios de mis compañeros tienen planeado seducirla, y no pienso permitirlo a menos que ella tenga la edad adecuada.

Puedo ser un asesino, pero las mujeres no son mi objetivo, y siempre que pueda defenderlas lo haré, asi nos enseñó nuestra madre antes de morir.

—Dieciocho, doctor —responde ella.

—Isla, cuídate, no confíes en nadie de este maldito hospital, ¿ok?

La oigo suspirar a través del teléfono, debe de estar cansada de escuchar esa frase de sus padres, los chicos de su edad son difíciles de educar. Cuelga y me siento en mi silla en espera de mi próximo paciente, espero que no sea nada grave y se pueda resolver pronto.

La puerta se abre y se muestra una señora de unos cuarenta y pocos años con un bebé en sus brazos. Me levanto y la ayudo a sentarse delante de mi escritorio. La mujer parece angustiada, una arruga se muestra en su frente y no parece llevar nada del bebé, ni siquiera una bolsa de esas que suelen llevar las madres cuando salen con sus hijos. Vuelvo a tomar asiento, mirándola fijamente.

— ¡Ay, doctor, tiene que ayudarme! —exclama la mujer con desesperación.

—Claro, señora, para eso está usted aquí. Dígame, ¿Qué le sucede al bebé?

Quito mi estetoscopio de mi cuello y le indico a la mujer que coloque al bebé en la camilla para poder examinarlo. La criatura se mantiene tranquila, no emite ningún llanto como indicio de dolor o algo parecido. Lo examino y suelta varias risitas en el proceso, creo que es niña, o al menos lleva un pañal rosa.

—El bebé parece estar muy bien. —Me dirijo a la señora que lo mira con angustia y casi al punto de llorar.

—Doctor, lo que pasa es que ese bebé no es mío —confiesa con las manos temblorosas.

— ¿Cómo? —pregunto incrédulo.

— ¡Me lo acabo de encontrar delante de la puerta del hospital! —grita desesperada.

—Señora, ¿está seguro de eso? —coloco una de mis manos en su hombro para lograr que se calme un poco.

— ¡Claro que sí! ¡No soy ninguna mentirosa! —ahora se ofende, genial.

En ese instante, el bebé que antes se había mantenido tranquilo, comenzó a llorar y hacer movimientos involuntarios, era claro que estaba teniendo una crisis epiléptica. Lo más rápido que pude lo giré hacia el lado derecho y traté de aflojarle un poco la ropa, luego giré un poco su cabeza hacia el costado y la sostuve mientras miraba mi reloj, contando los segundos o minutos que durara la crisis.

— ¡Eso le pasa seguido! Desde que lo encontré en la puerta lo ha hecho más de diez veces seguidas. —Explicó la mujer a mi lado.

Un minuto después el bebé ya se encontraba bien, comenzó a llorar desconsoladamente. Era obvio que este bebé necesitaba atención médica, es muy posible que la causa de su abandono sea esta.

—No puedo quedarme con este bebé. —Habló la señora que a estas alturas ya estaba calmada.

—No se preocupe, será puesto en vigilancia y se le avisará a la policía. Usted puede retirarse si desea.

Tomé al bebé en mis brazos y salí de la consulta con él, alcancé mi teléfono y llamé a servicios sociales, la policía no tenía nada que hacer aquí. Arrullé al bebé y me senté con él en la recepción, necesitaba la ayuda de Isla. La chica se acercó al verme y la señora que lo encontró también.

—Tome, es mi número de teléfono, por si la policía quiere interrogarme —me tendió un pedazo de papel con un numero escrito. Lo tomé sin emitir palabra alguna.

—Isla, necesito que me ayudes, hay que hacerle varios análisis al bebé, intuyo que padece de epilepsia pero no estoy seguro. —Dije dirigiéndome a la chica de recepción.

—Por supuesto, doctor Pierce.

—Por favor, deje de llamarme Pierce, llámeme Carlos —le pedí y ella sonrió.

La observé perderse entre los pasillos del hospital en busca de una enfermera. Recosté al bebé sobre mis piernas para arreglarle la manta que se había desordenado con sus movimientos, durante esos minutos que tardó Isla en llegar con la enfermera, me detuve a observarlo con detenimiento, se veía tan vulnerable y pequeñito, que me hizo recordar nuestra infancia, la perdida de mis padres, y nuestra vida con mis tíos. Definitivamente eso era algo que no debería de pasarle a ningún niño.

Isla apareció con una enfermera detrás de ella.

—Doctor, aquí estoy —dijo la enfermera.

—Bien, necesitamos análisis de sangre, de orina y una tomografía computarizada del cerebro —me puse en pie y yo mismo fui con la enfermera hasta el laboratorio para dejar allí al bebé.

— ¿Qué cree que pudiera tener, doctor? —indagó la enfermera.

—Pudiera ser epilepsia, la señora que lo encontró dice que tuve más de diez crisis en poco tiempo, y delante de mí tuvo una.

— ¿Cómo que lo encontró? —preguntó ella curiosa.

—Sí, lo dejaron abandonado en la puerta del hospital.

La enfermera abrió los ojos con gesto atónico mientras desvestía al bebé para hacerle la tomografía.

—Yo diría que la dejaron.

— ¿Cómo? —pregunté sin entender a qué se refería.

—Sí, la dejaron, es una niña —la enfermera sonrió con dulzura.

—Ya lo imaginaba.

Miré mi reloj en mi muñeca izquierda, ya pasaban las cinco y cincuenta de la mañana, pronto amanecería y terminaría mi turno. Salí del laboratorio de tomografías con rumbo a mi consulta a preparar todo para el cambio de guardia. Hasta que un grito desgarrador me hizo detenerme y girarme para ver qué estaba pasando.

— ¡¿Dónde está mi hija?! —gritaba una voz muy conocida.

Me acerqué al lugar y percibí a Serena gritando y llorando mientras Alan le pedía que se calmara y la abrazaba.

— ¿Qué sucede? —pregunté entrecerrando los ojos.

—Carlos —todos corrieron hacia mí —, ¿dónde está Hazel?

—En su habitación, supongo —me encogí de hombros.

—No, no está, nadie sabe nada de ella. La han secuestrado —dijo Marla.

Serena rompió a llorar otra vez.

—Serena, te pido que te calmes, seguro tiene alguna explicación. La habrán cambiado de habitación o la habrán llevado a hacerle exámenes. Cálmate por favor —le pedí.

Ya sabía que eso no era verdad, también sabía que la desaparición de Hazel era la comidilla en todo el hospital desde las cinco de la mañana, cuando la enfermera fue a llevarle sus medicinas y no la encontró. No tenía ningún interés en ese caso, no estaba dispuesto a meterme en problemas con la policía, no me convenía, por eso me quedé callado como si no supiera nada. La enfermera que descubrió el secuestro llamó a la policía casi dos horas después de darse cuenta, ¿sus razones? Ni idea. ¿Quién se atrevería a secuestrar a una pequeña que acaba de ser operada? Gente sin escrúpulos.

La policía hacía sus funciones normales en estos casos, interrogar a la familia, hacer preguntas, etc. Todos se mostraron colaboradores, ninguno se comportó de manera sospechosa. Durante mis negocios y con el pasar de los años he aprendido a calar a la gente por cómo se comporta, y puedo decir con seguridad que todos los presentes se mantienen calmados, sin ningún indicio de ocultar algo turbio. Por suerte la policía no hizo ningún hincapié en mí, simplemente me tomaron como un médico que ayudaba a la familia con un poco de consuelo.

Hoy, 2 de marzo, llevaba exactamente dos semanas sin saber nada de mi hermano, y estaba empezando a preocuparme. Lo llamé a su móvil en repetidas ocasiones, pero nunca hubo señales de vida. Había terminado de llamar a Austin, la contestadora me indicó que el número al que estaba intentando llamar no respondía, cosa que ya sabía. Frustrado, lancé el móvil encima de la cama, sobrepasaban las diez de la noche y ya casi tenía la intención de irme a dormir, mañana tenía que culminar uno de nuestros encargos: acabar con la vida de Reginald Bolton, el próximo senador de Nueva York.

Apenas habían pasado unos segundos de dejar el móvil, cuando este comenzó a sonar. En la pantalla se iluminó el nombre de Serena, por lo que enseguida contesté.

— ¿Carlos, eres tú? —preguntó ella.

—Sí, ¿qué sucede?

—Han encontrado a Hazel, la acaban de traer al Children Center, necesito tu ayuda, por favor, te necesito aquí conmigo —su suplica me llegó directo al corazón, por supuesto que iría lo más pronto posible.

—Tranquila, enseguida estoy allí.

Lo más deprisa que pude me cambié la ropa y saqué el coche del garaje. Parecía un loco conduciendo por toda la autopista 35, casi choco con un Audi amarillo al esquivar el semáforo que ahora se encontraba en rojo. A más de 150 kilómetros por hora, llegué al hospital en menos de diez minutos.

Está de más decir que en Children Center reinaba la angustia, las lágrimas y el drama, los medios de comunicación se habían afianzado alrededor del hospital con el objetivo de acosar a cada persona que tuviera información acerca de la pequeña. Todo era un caos. Observé a Marla abrazar a Serena, se notaba tan deprimida, muy distinta a ella, y a pesar de ello estaba hermosa. Corrí hacia ella para avisarles que ya estaba aquí.

— ¡Carlos, que bueno que estas aquí! —exclamó Serena al verme.

—Siempre estoy aquí para ti —y dije esa frase mirando a Marla directamente a los ojos, la observé agachar su cabeza.

Lo hacía adrede, lo sé, era mi forma de evitar que saliera salpicada con toda mi mierda.

—La doctora la está operando ahora —me informó Serena.

—Nos vemos luego entonces, voy a entrar para apoyar a la doctora.

Me despedí de ellas y entré en el área restringida del hospital, me cambié de ropa lo más rápido que pude y entré a la operación para ayudar a la doctora Porter.

Fue una operación sencilla pero llena de altibajos, la vida de esa niña estaba puesta en nuestras manos. Media hora después, la doctora y yo salimos a darle las noticias a la familia.

—Doctora, Carlos, ¿cómo está mi hija? —indagó Serena mientras lanzaba un suspiro implorante y llevaba el cabello enmarañado, como si llevara días o meses sin peinarse.

—No vamos a engañarlos… —la doctora Porter hizo una pausa significativa —. Está en estado crítico, se encuentra en coma inducido.

Serena se quebró, comenzó a llorar desconsoladamente, yo me giré, no podía verla de esa manera, me partía el alma, pero debía mantener mi lugar, su amante y el padre de su hija se encontraban en el mismo lugar, y yo no estaba dispuesto a armar dramas.

Marla aprovechó el momento para acercarse hasta mí, ni siquiera le importó el momento por el que su mejor amiga estaba pasando. Llevaba semanas llamándome al móvil, pero nunca le respondí, no estaba de humor para rechazarla. Tocó mi brazo para llamar mi atención.

—Carlos, ¿podemos hablar? —me preguntó ansiosa.

Me giré para mirarla y casi pierdo el control de mis emociones al verla tan vulnerable, tenía la certeza que podía llegar a amar a esta chica morena de grandes ojos azules, pero no me sentía preparado para arrastrarla a mi mundo lleno de sangre y venganzas. Logré sobreponerme a mis sentimientos, recuperé el control como pude y saqué las manos de detrás de mi espalda.

—No creo que este sea el mejor momento, Marla —susurré de forma grosera. Necesitaba apartarla porque podía hacerle daño.

—Solo quiero invitarte a cenar a mi casa, cuando quieras.

—No sé si pueda —dije tajante.

Ella resopló antes de alejarse de mí, en ese momento, una sonrisa apareció en mi rostro, esa chica podía ser muy insistente cuando quería algo. Iba a volver para ver cómo estaba Hazel, pero la voz de su madre me impidió avanzar siquiera un paso.

—Debería darte un puñetazo en tu linda cara —soltó Serena deteniéndose a su lado. Vaya, al menos tengo una linda cara, es bueno saberlo.

— ¿Por qué dices eso? —indagué confundido.

—Estás haciendo sufrir a mi mejor amiga, si tú también te mueres por ella, ¿por qué no le das una oportunidad?

—No tengo porque darte explicaciones a ti, Serena —inquirí grosero. No soporto que nadie cuestione mis decisiones.

Salí del camino de Serena, evitando una discusión entre nosotros. Decidí coger aire en la azotea del hospital, ese lugar se había convertido en mi refugio ante situaciones como esta. Contemplé el cielo oscuro lleno de estrellas, y por un breve instante, me pregunté si algún día me había sentido tan vivo como me sentía ahora. Meneé la cabeza para apartar esos estúpidos pensamientos. Era más que consciente de que en cualquier momento toda la mierda que llevo encima explotará, y cuando eso pase, no tengo intenciones de arrastrar a nadie conmigo.

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