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CAPÍTULO 2

-No creo que sea una buena idea que vayan a ese sitio sin escolta -refutó Priscila.

Desde que le comunique nuestra idea de ir a la cascada ella se mostró inconforme.

-Es muy peligroso que estén sin guardias.

-Priscila, Ofir y yo no podemos tener un momento de intimidad sin ser interrumpidos. Todo el tiempo estamos rodeados de soldados, y es normal que queramos estar a solas.

-Yo lo entiendo -comentó Priscila-. Pero, podríamos acompañarlos de cerca, sin interrumpirlos.

No podía decirle la verdad a Priscila. Era un tema demasiado delicado, la vida de Xataka dependía de nosotros. Si el rey Katpatulan se llegaba a enterar de la traición del príncipe, no dudaría en mandarlo a ejecutar.

-Es una decisión que tomamos los dos, y te ordenó que me hagas caso. -Terminé de empacar un poco de víveres-. Salimos en quince minutos, quiero lista a Gaviota y a Raza. No hay nada más que discutir.

Raza era el caballo de Ofir, era un corcel color marrón oscuro, muy hermoso, y además era el compañero de Gaviota.

-Esta bien, ordenare que preparen los caballos.

-Gracias Priscila, y no le digas a nadie sobre mí salida. Ni siquiera a mis hermanos.

-Será como tu quieras.
Priscila se enojó, y no era para menos. Ella me había cuidado siempre, y ahora la hacia a un lado. Quizá, después cuando descubriera quien era el espía podría contarle todo.

Me coloqué el bolso a la espalda, me dirigí a Kike quien estaba limpiándose sus plumas en la ventana. El tenía la capacidad de estar cada día más bello. Toqué con delicadeza su cabeza, y luego sus alas.

-Mi pequeño hermoso, nos vemos al rato -añadí dándole un beso en su cabecita-. Ya sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad?

Kike estiró su garganta, lanzado un agudo cántico, que me arrancó una sonrisa. Esa era su respuesta.

Y allí estaba mi gran secreto. Yo era la líder de un reducido grupo de espías en la nueva tierra. Mi mejor agente era "pluma blanca", más bien dicho; Kike. El y otros animales, pequeños, tiernos, e inofensivos se movían de lado a lado. Y me daban información acerca de movimientos sospechosos, amenazas a la seguridad nacional, infidelidad y muchas cosas más. Se podia decir que tenía una nueva CIA. Una agencia de animales inteligentes y comprometidos.

Caminé hacia el patio central del Castillo. Gaviota y Raza ya estaban listos. Ofir venía llegando, con su uniforme preparado, y también sus armas. Lo que iba a hacer era peligroso, pero necesario.

-Hola amor -me saludó dándome un beso-, ¿estás lista?

-Sí.

Ofir me ayudó a subirme al caballo. Priscila quién se hallaba allí, junto a otros dos soldados, me tendió las riendas.

-Cuídate Osiris -recomendó mirándome con preocupación.

-No te preocupes, voy a estar bien.

Ofir decidió ir adelante, rápidamente empezamos el descenso por las calles empedradas. Algunos campesinos que iban llegando con sus cosechas nos saludaban al pasar. Les devolvimos el saludo y seguimos nuestro camino. Pronto cruzamos el puente levadizo, y avanzamos por los campos en los cuales se agrupaba el ejército.

Ofir estaba muy callado, cosa que era muy rara. Cuando estábamos juntos el solía hablar hasta por los codos.

-¿Sucede algo? -pregunté cabalgando a su lado.

-No quería decírtelo. Pero sí, hay un problema.

Suspire hondo; ese era mi día a día, lío tras lío.

-Dime, ¿qué pasa?

-Algunos campesinos fueron a buscarme. -Ofir me miro de lado-. Las semillas para los nuevos cultivos no nacieron.

-¿Cómo qué no nacieron?

Frené la marcha de Gaviota, giré un poco quedando justo frente a Ofir. Él se acercó a mi, para seguir hablándome.

-Es muy raro, las semillas estaban en perfectas condiciones -agregó-. Los agricultores fertilizaron los suelos. Regaron las semillas, las cuidaron, pero ellas no germinaron.

-No comprendo que pudo haber pasado.

No hallaba una explicación lógica para lo que oía. Los suelos eran bastantes productivos, el clima también era el mejor. Y estábamos en la época del año en la cual se realizaba la siembra de las semillas. Algo muy extraño estaba sucediendo.

-Tampoco encontraron la presencia de plagas, no sé qué pudo haber afectado las semillas -continúo Ofir-. Los campesinos están muy preocupados. Pronto llegará la época del trasplante, la abonada y limpieza de los nuevos cultivos, y las plántulas ni siquiera salieron de la tierra.

-¡Hay que buscar una solución! -exclamé.

Esas semillas eran el alimento de todos. Sin ellas enfrentaríamos una hambruna terrible.

-El maíz, el sorgo, el trigo y el arroz se agotaron. Esas eran nuestras últimas semillas -informó Ofir-. Las legumbres como repollo, lechuga, cebolla y pimientos están escaseando, quedan nuestros últimos lotes.

-Ofir, esto es gravísimo. ¡No podemos quedarnos sin comida!
Ofir se quedó pensando por un momento antes de contestarme.

-Tienes razón, pero esto no es algo normal.

-¿Qué quieres decir?

-Qué creo que hay manos criminales en todo esto. Alguien o algo esta interfiriendo con los cultivos -añadió mirándome con ambas cejas arqueadas-. Por eso te insistí tanto en que fuéramos a ver a Xataka, quizá el sepa algo.

Ofir tenía razón. Los Shiyloper eran seres despreciables, y probablemente habían buscado la manera de dañar nuestros cultivos. Si nos quedábamos sin alimentos nos íbamos a morir de hambre, y eso ellos lo sabían.

-Sí, vámonos. Debemos encontrar la forma de comunicarnos con él.


***

Llegamos a la frontera después de una larga cabalgata, era casi medio día. Desde la batalla las tropas enemigas no habían vuelto a patrullar nuestras fronteras. Me subí a una gran roca y agudicé mi vista para ver más allá. No habían rastro de los enemigos, por lo tanto lo más posible era que no pudiéramos ver a Xataka.

Ofir terminó de descargar las cosas, en el castillo pensaban que nuestro viaje iba a ser de unas cuantas horas. Sin embargo, Ofir llevaba todo listo para que pasáramos la noche allí.

-¿Ves algo?

-No veo nada -respondí bajándome-. Pero dejaré una señal, por si Xataka viene a buscarme.

Saqué de mi bolsillo el collar de Uta. Llevaba gravado su nombre y también su olor. Con el excelente olfato de Xataka lo descubriría muy pronto. Lo dejé afuera de nuestra frontera, así Xataka podría tomarlo.

-Si Xataka está cerca, el percibirá el olor.

-Ojala y siga por aquí, lo más posible es que haya vuelto a Júpiter -comentó Ofir-. Armaré las tiendas detrás de esos árboles, la cascada esta metros más adelante.

Asentí en su dirección, estaba muy preocupada. No solo era la ausencia de las tropas enemigas, ahora se le sumaba el lío de los cultivos. Necesitaba hablar con él príncipe, el podría ayudarme.

Respiré hondo, percibiendo el aire pesado que provenía de las zonas desérticas. Seguí allí por terminó de dos horas, y nadie apareció. Ofir dejo libres a los caballos, ellos volverían a buscarnos al otro día.

-Xataka no está -dijo tomándome de la mano-. Son las tres de la tarde, debes tener hambre.

Después de comer un poco. Seguía teniendo la misma angustia. Ojalá pudiera encontrar la manera de arreglarlo todo.

Él tomo mi mentón para obligarme a mirarlo. Sus ojos azules se veían tan tranquilos, que me transmitió parte de esa paz. Sonrió abiertamente dejándome muda; Ofir con el paso de los días había adquirido una madurez que lo hacia ser más deseable. Se había cortado el cabello y lo llevaba muy corto, como la mayoría de soldados. Sus facciones se habían endurecido, dándole un aire más masculino y sensual.

-Preciosa, no quiero que te angusties más. Vamos a conseguir la manera de arreglar todo.

Unió sus labios a los míos, besándome con pasión. En la soledad en la cual nos hallamos, me permití besarlo por unos cuantos minutos.

-Vamos a la cascada, el agua va a relajarte.

Sonreí, comprendía las señales que él estaba dejando. Era bastante claro para mí, que Ofir esperaba que durante nuestro viaje yo diera el siguiente paso. Y esta vez si estaba lista. Jordán se había encargado de conseguirme unas pastillas anticonceptivas. Las tomaba hacia dos semanas atrás, para que llegado el momento de que estuviera con Ofir no tuviera ningún contratiempo.

Caminamos tomados de la mano unos cuantos metros. Pronto empecé a escuchar el sonido de la catarata, era tenue y tranquilo. Detrás de unos grandes árboles, donde había un claro y una pequeña playa, estaba el afluente.

La cascada no tenía más de seis metros, caía en cortina sobre unas rocas de color negro. El golpeteo del agua era tranquilo, y no tan ruidoso. El lago que formaba no se veía tan profundo. Un alivio para mí, ya que las grandes cantidades de agua me daban miedo.

-¿Qué te parece? -preguntó Ofir mientras sonreía.

-Es muy hermosa.

-Más hermosa eres tú.

Lo miré fijamente y él hizo lo mismo. El lugar era perfecto, y él mucho más.

-Vamos amor, antes de que se vaya el sol y empiece a hacer frío.

Ofir tendió una toalla sobre la arena. Hacia un clima espectacular, y llevamos mucha ropa. Me senté en la toalla mientras Ofir se quitaba la ropa. Encogí mis rodillas, y coloqué mi cabeza en medio de ellas.

Observé como él se despojaba de su camisa. Su masa muscular había aumentado, a consecuencia de los largos entrenamientos. Luego, hizo lo mismo con su pantalón, era la primera vez que lo veía con tan poca ropa. Sus músculos estaban fuertes y firmes, tonificados..., extremadamente provocativo.

Se lanzó al agua haciendo un clavado perfecto que me salpicó el rostro. Me reí con ganas. Ofir terminó por zambullirse desapareciendo de mi vista por varios segundos. Me quedé mirando las ondas hasta que desaparecieron. Ofir seguía sin salir. Me asomé para ver que pasaba, cuando divise su cabeza asomarse por un costado.

-¡Ayyy! -exclamé llevándome una mano al corazón-, ¡me asustaste!

-No vas a nadar, el agua está deliciosa.

-La última vez que estuve entre tanta agua no me fue muy bien.

Durante la operación renacer, casi me ahogo por culpa de las Barracudas. Y aún tenía ese trauma. Y a eso debía sumarle que casi me ahogo a la salida del pueblo.

-Pero, esta vez estoy yo cerca. Así que será diferente.

Quizá debia intentarlo, no quería perderme de los momentos bellos que pudiéramos tener entre los dos. Suspiré hondo, antes de empezar a despojarme de mis prendas de vestir. Ofir seguía cada uno de mis movimientos con sus ojos, el azul de su mirada combinaba con el del agua.

Tan único.

Ofir sin lugar a dudas era una de las pocas personas que me conocían tan bien.

-¡Qué me miras! -me quejé sintiendo que mis mejillas ardían.

-Nada, solo admiro la belleza de mi mujer.

Nunca lo había escuchado decir esas palabras. Y es que después de lo que sucedería entre los dos, en eso iba convertirme.

-¿Qué pasa? -interrogó.

No había caído en cuenta de que había dejado de moverme. En un momento un miedo profundo me invadió, haciendo que mi corazón latiera de manera más rápida.

-No lo sé.

Era verdad, no sabía que tenía.

-Amor, no debes tener miedo. Sabes que yo nunca te haría daño -musito sin dejar de mirarme-. Llevo mucho tiempo esperando este momento..., pero puedo esperar. Si no estás lista, solo debes decírmelo. Yo voy a esperarte todo el tiempo que tú quieras.

-No es eso, es qué...

-Tranquila cariño, ven. Nademos un rato, ya después veremos que es lo que pasa.

Sus palabras, sonrisas, ojos, cuerpo y todo su ser me daban la confianza que necesitaba. Lo amaba, y todo ese amor era suficiente.

Terminé de quitarme mi uniforme, Ofir se había ido a nadar, dándome la suficiente libertad de despojarme de todas mis prendas. Y cuando digo todas, era todas.

Solo en la privacidad del baño de mi habitación, me permitía estar sin ropa. Se sentía muy extraño la calidez del sol sobre toda mi piel. Me abracé a mi misma, no era que tuviera frío, era que quería cubrir mis pechos.

Me daba vergüenza que Ofir viera mis cicatrices. La primera me la hice de niña, me caí en una zanja y tenía una línea gruesa en una de mis rodillas. La segunda me la hice intentando bajar a Kike de un tejado, y estaba a la altura de mi codo. La otra fue cuando la Sloper me hirió en las pierna. La más fea eran las marcas de las garras del príncipe Yaracuy cuando intentó sacarme el corazón. Tenía otra horrible y espantosa, esa fue durante la última batalla.

Eran unas marcas horrendas que me gustaría dejar atrás. Pero no había manera de hacerlo.

Cerré los ojos y dejé que aquellos rayos de sol me acariciaran de pies a cabeza; que se colaran por cada rincón de mi ser; alumbrando aquellos lugares cargados de oscuridad.

Unas suaves caricias me rozaron el talle. Abrí los ojos y me encontré con los de él. Me escudriñaba de pies a cabeza, mirándome con admiración.

-Eres perfecta -susurró.

Negué con la cabeza, me sentía mal de todas esas cicatrices.

-No es cierto -musité-. La guerra ha dejado unas huellas imborrables en toda mi piel.

Desvíe la mirada hacia el lago. Cómo quisiera dejar todo eso atrás. Los muertos, los heridos, las pérdidas... cosas que me perseguirán noche tras noche. Hasta que dejará de existir.

-Las cicatrices de la piel no son comparables con las del alma. Y en ambos casos; yo amo cada una de las tuyas.

Alcé la vista para encontrarme con la profundidad y serenidad de su mirada inocente. Él estaba empapado. Sus manos tibias subieron por mi cintura, palpando mi piel con suavidad. Apreté los ojos dejando escapar un suspiro de placer. Sus solas caricias me encantaban. Sus labios sedosos se apoderaron de mi cuello. Dejando besos mojados que descendieron hasta la sima de mis pechos.

-Dijiste que íbamos a nadar...

-Eso puede esperar -aseguró sin dejar de besarme-. He esperado tanto tiempo, este precioso momento.

Tomé su cabeza con mis dos manos. Hice que me mirara porque lo que quería decirle era algo muy importante.

-Te amo, eres el amor de mi vida. Y, quiero ser tuya...

-Sabes que te amo más que a mi propia vida, y yo siempre he sido tuyo.

Nos fundimos en un apasionado beso. Sus manos recorrieron mi piel desnuda, su tacto suave y tranquilo, hizo que me relajara. Ofir camino de espaldas llevándome a la cascada.

El agua estaba tibia, era reconfortante. Nos sumergimos hasta que nos llegó a la altura de la cintura. Me separé de él. Moví el agua con mis manos, sintiendo lo tibia que estaba.

-Todo aquí es maravilloso. Es el lugar perfecto para mí primera vez.

Alcé la vista notando como Ofir abría los ojos. Nunca le había dicho que seguía siendo virgen. Y era algo que él no se esperaba.

-Isi, yo creía que tú...

-No Ofir, nunca he estado con un hombre.

Seguí moviendo mis manos alrededor del agua. Intenté descifrar la expresión en su rostro. Encontrando solo angustia en sus ojos.

-Isi, yo... No sé cómo tratarte.

Ahora era él, quién tenía miedo.

-¿Y sí te hago daño? -preguntó asustado-. No soportaría lastimarte. Y que tú me cojas miedo.

-Eso nunca va a pasar -murmuré acercándome-. Tú nunca me harías daño. Además, tenemos la suficiente confianza el uno en el otro. Sí no me siento bien, te pediré que pares. Sé con certeza, que tu respetas cada una de mis peticiones.

-Eso es cierto, preciosa. -El acarició mi mejilla con su pulgar-. Confía en mi, solo debes pedirme que me detenga y yo lo haré.

-Lo sé, por eso te amo. Porque siempre antepones mi bienestar al tuyo. Porque eres un hombre han completo, que no necesitas pasar por encima de mi para sentirte seguro. Te amo, porque me tratas como tú igual, pero al mismo tiempo me haces sentir la mujer más hermosa y amada del mundo. Encontraste el equilibrio perfecto entre el amor y la igualdad.

Él sonrió haciendo que sus ojos se hicieran más pequeños. Alguna vez el me había dicho las razones que tenía para amarme. Era el momento de decirles las mías.

-Te amo porque eres valiente. Te amo por tu gran capacidad de comprensión y honestidad. Eres perfecto para mí, y no te cambiaría por nada en el mundo.

-¿Ni por oro? -interrogó guiñándome un ojo.

-No necesito oro, cuando te tengo a ti. Vales más que todo el oro que hay en la tierra.

Unió sus labios a los míos. Ofir se aferró a mi cuerpo, tocándome sin darse un momento de descansar.

-Te amo Isi, eres la mujer más maravillosa que existe. Y te voy a tratar como tal. Sabes que eres mi reina. Estoy completa y absolutamente a tus pies.

Acaricié su torso, sus músculos firmes debido al ejercicio eran fascinantes. Encontré la pequeña cicatriz que le había ocasionado Azur. Era una línea delgada y muy fina, la rocé con mis dedos, permitiéndome sentir su rugosidad.

-Esto fue por mí... recuerdo muy bien ese día.

-Yo también, pero quiero que no recuerdes más ese suceso. Sé que aún temes que intente hacer lo que hizo él.

Levanté la vista para ver como Ofir tragaba saliva. Muchas veces estuvimos a punto de estar juntos. Sin embargo a mí me sucedía algo y terminaba retrocediendo, dejándolo con las ganas.

-Lo recuerdo, pero ya no con miedo. Olvidé todo lo que sucedió con Azur, y lo único que recuerdo es a ti -agregué besándolo-. Recuerdo como ese día me demostraste todo tu amor, y desde entonces empecé a amarte cada día más.

-Te amo...

Dejé sus labios para besar su cuello. Su mandíbula apretada me encanta, su piel, dura y además con ese maravilloso aroma a agua de manantial. Besé su pecho, extasiándome en su sabor predilecto. Lo había besado tantas veces, y era como si nunca lo hubiera hecho. Sentía la misma emoción, necesidad y ganas que la primera vez.

Seguí descendiendo, tocándolo con mis manos hasta llegar a la cima de su ropa interior.

-Isi... -murmuró-, quiero que lo hagas...

Una sonrisa maliciosa se apoderó de mis labios. No era la primera vez que tenía mi mano sobre su entrepierna. Habíamos pasado por esa situación dos veces, y sabía lo que le provocaban mis caricias justo allí.

Empecé con un masaje suave, aumentando con cada movimiento. Extrañaba sentirlo así, tocarlo se sentía tan satisfactorio, que podría hacerlo por horas.

Él cerró los ojos, se mordió el labio inferior de una manera tan provocativa que no me aguante más, y se lo mordí yo misma. Abajo, su dureza aumentaba con cada toque, y la calor en la parte baja de mi abdomen crecía cada vez más.

Ofir, me tomó de la nuca y con una de sus manos acarició sutilmente mis pechos. Sus labios dejaron los míos. Descendieron por mi cuello dejando un camino de besos húmedos y pequeños mordiscos.

Ahogué un jadeo. Sin más preámbulo sus labios alcanzaron mis pezones. Tuve que morderme los labios para evitar gemir, Era extremadamente excitante, mi mano seguía moviéndose en torno a él. Sin esperar más, empecé a deslizar su ropa interior.

Al sentir la piel de su intimidad directamente, algo dentro de mi se removió, como queriendo salir. Intenté retener otro gemido, pero me fue imposible.

-Tranquila, nadie va a escucharte gemir..., solo yo.

Su voz.

Su voz era un susurro armónico. Tenía un timbre tan poderoso, que sentí que se me aflojaban las piernas. De manera inmediata empecé a abrirlas. Su miembro cada vez estaba más duro, grande y caliente. Continúe moviendo mi mano, desde su talle hasta su punta.

-Te amo Isi -musito-, te necesito...

Más lo necesitaba yo a él. Requería conocer el amor en sus brazos, ya no aguantaba más.

Él siguió succionando mis pechos. Quizá me dejaría una marca, pero eso era lo que menos me importaba. Percibí su mano libre deslizarse suavemente por entre mis piernas. Me sobresalté al sentir uno de sus dedos. Por un segundo me quedé estática. Pero cuando percibí el placer envolvente de sus caricias seguí con lo mío.

-¿Quieres qué me detenga? -cuestionó mirándome fijamente.

-Ni se te ocurra...

Ofir sonrió, era una sonrisa como de un niño travieso. En ese momento, ingresó otro de sus dedos. Apreté los ojos mientras se movía en mi interior. Si eso podía hacer con sus manos, no era capaz de imaginar lo que sería capaz de hacer con lo que tenía ahí abajo.

Su contacto mezclado con el agua me provocó una sensación de placer singular. Dejé su entrepierna lista. Subí mis manos por su espalda y las entrelacé en su cuello. Siguió palpándome con sus dedos apretándome un poco. Hacia mucho rato que estaba húmeda, y no era por el agua del lago.

Abrí más mis piernas y me enrollé en torno a sus caderas. Ofir era lo bastante fuerte como para sostenerme. Solo bastaba un movimiento de mi parte, para hacer mi sueño realidad. Observé sus hermosos ojos cargados de lujuria.

-Te amo..., mi Ofir.

Me pegué totalmente a él, Sentí su dureza entrar en mí. Ofir no dejaba de mirarme, mientras se hundía en mi ser. Note un pequeño tironazo, como cuando algo se tensa, y luego un leve ardor. Él colocó ambas manos en mis caderas, y empezó a moverme. Al principio, fue algo raro. Era incomodidad mezclada con placer. Pero pronto esa incomodidad desapareció y empecé a experimentar como mi cuerpo entero se estremecía, se movía en torno a su centro. Me sostuve de sus hombros y me alcé una y otra vez. El agua hacia ondas a nuestro alrededor mientras nos devorábamos la boca. Yo gritaba y él también lo hacia. Los choques de nuestros cuerpos se tornaron cada vez más intensos, más arrítmicos, mas seguidos. Perdí la noción del tiempo que permanecimos en esa posición. Solo existimos él y yo, nada más.

De mi frente descendían gotas de sudor. Mi cuerpo estaba agitado, y muy complacido. Él dejó ser moverse, para mirarme a los ojos. Apartó un mechón de mi cabello que tenía en el rostro. Continúo moviéndose, sin dejar de verme.

-Quiero grabar este momento para siempre en mi memoria -dijo-. Ahora eras mía, y yo... Soy tuyo.

Algo dentro de mi cuerpo se contrajo, y descendió hasta mi parte baja en donde Ofir seguía haciendo lo suyo. Me observó con la boca entreabierta, sonrió ampliamente, a la vez que salía de mí. Me besó el rostro con ternura. Yo me sentía en las nubes, en un cuento de hadas o en sueño. La verdad era que lo acababa de suceder no se comparaba con nada de lo que me había imaginado. Ofir estaba exhausto, como si hubiera competido en una maratón.

-Perdóname si te hice daño, no logré contenerme -musitó con voz agitada.

Era verdad que me dolía un poco. Sin embargo, yo lo había disfrutado muchísimo. Eso era lo importante.

-Estoy bien, mejor que nunca. Tú jamás me harías daño -susurré dándole un beso.

Me bajé de él, y con mi mano le salpiqué el rostro con agua.

-¡Oye! -se quejó entre risas.

-¡Ven alcánzame! -grité lanzándole más agua.

-Voy a alcanzarte, ¡Ya verás lo que te pienso hacer!

Comencé a nadar a la parte más profunda del lago. No era muy buena para el agua, por eso Ofir me alcanzó en cuestión de segundos. Él me tomó de la cintura mientras se reía.

-Te alcance Reina, ahora debes pagar por perder...

***

La luz se colaba por entre la puerta de la tienda. Abrí los ojos lentamente, hacia frío. Estaba amaneciendo, y afuera ya cantaban las aves y los grillos.

Me acomodé un poco, tenía mi cabeza sobre el pecho desnudo de Ofir. Una de sus manos rodeaba mi torso, y la otra estaba entrelazada con la mía. Él dormía como un bebé recién nacido. Tenía la boca entreabierta, y lanzaba pequeños suspiros.

Es hermoso.

Aproveché ese momento para darle un pequeño beso. Lo que había pasado entre los dos era lo mejor que me había sucedido en la vida. Nunca pensé que estar con alguien se pudiera sentir tan especial. No solo habíamos tenido relaciones, sino que nos habíamos conectado el uno con el otro. Ahora éramos uno solo, y su amor me daba la fuerza suficiente de seguir adelante.

Seguí besándolo hasta que abrió los ojos. Me miró con ojos soñolientos. Luego me tomó de la cintura para girarme y colocarme debajo de él. Lancé una carcajada, Ofir también se reía a la vez que una de sus manos entreabría mis piernas.

-¿Qué haces? -pregunté sin dejar de reírme.

-Buenos días, reina mía -contestó besándome.

Sus labios húmedos eran deliciosos, ávidos y placenteros. Ya estaba tan acostumbrada a ellos que mi boca se movía a su mismo ritmo, provocándome corrientes eléctricas que atravesaban mis músculos, dejándome lista para estar con él. Percibí mi propia humedad, mi cuerpo entero se preparaba para recibirlo, sentirlo y amarlo.

-¿Qué crees que haces? -volví a preguntar.

-Aprovecho el tiempo, lo que sucedió en la cascada no fue suficiente.

Y eso que lo habíamos hecho dos veces.

Abrí los labios para refutar algo, pero él, sin previo aviso, empezó a besarme, robándome el aliento. En medio del beso se deslizó dentro de mi con paciencia, con calma, como lo había hecho en el lago.

Cerré los ojos y deje que mis gemidos se escaparan sin restricción. Sabia que a Ofir le encantaba oírlos. Acaricié su espalda, y con cada choque suyo le enterraba un poco las uñas. Arqueé mi espalda, y mordí su hombro ahogando por un momento mis gritos. Me moví a su mismo vaivén, saliendo a su encuentro, haciendo que nuestras pieles chocaran. Abrí los ojos para verme en los suyos. Su mirada seguía siendo la misma, esa que tenía cuando lo conocí en la cloaca. Porque sin saberlo, el me amo desde ese momento. Y su amor fue el que me salvo.

-¡Ofir! -musité echando hacia atrás mi cabeza-, ¡ Mi Ofir! ¡Sigue así!

Él me tomo de la espalda, levantándome más. Aumento su ritmo, arrancándome muchas veces su nombre. Cuando sentía que era el momento de que llegaría a mi orgasmo, él se detenía, dejaba de moverse para besarme con locura. Y después retornaba haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera. Mi parte baja palpitaba, se retorcía, se apretaba en torno de él.

-¡Ohh Isi! -farfullo-, eres increíble ¡Mi reina! ¡Mi mujer!¡Mi todo!

Me tomó de la nuca y con su otra mano me sostuvo del cuello. Pequeñas gotas de sudor descendían de su frente. Sus mejillas rojas me fascinaban. Me encantaba sentir que lo estaba disfrutando tanto. Satisfacerlo se sentía muy bien.

-Ofir...

Con unos pocos movimientos de mi parte fue suficiente. El cerró los ojos, y se mordió el labio con fuerza. Acerqué mi rostro al suyo, y volví a morder su cuello. Dejó de contenerse y empezó a gruñir. Su voz ronca me provocaba más placer. Luego de eso sentí como los dos llegábamos al tiempo. Ofir se quedó quieto, sin moverse dejando que disfrutará el hecho de tenerlo dentro de mí. Pero, a pesar de una leve molestia en mi zona íntima quería seguir. Mi corazón estaba a un ritmo frenético, mi piel caliente quería más caricias y besos.

Me moví muy despacio, para que ambos disfrutáramos del espasmo. Salió de mí, dejándome una sensación de placer indescriptible. Caí de espaldas en la improvisada cama. Él se acostó de lado, mientras acariciaba mi cintura y mis pechos.

-¿Cómo dormiste? -cuestionó de forma inocente.

Lo miré de reojo, así era mi Ofir. El hombre más especial que pude haber conocido. Solo él tenía la capacidad de hacerme sentir tantas a la vez.

-Fue la mejor noche de mi vida. Estar contigo, se siente como tocar el cielo con las manos.

-Entonces, ¿te hice ver estrellas?

Su sonrisa triunfante lo hacia ver más bello.

-No seas tan pretencioso, pero sí, veo la luna y todas las estrellas cuando estamos juntos.

-Y eso que apenas empezamos...

Se acercó para besarme, contesté de inmediato dejando que me envolviera en sus fuertes brazos. Ese mi lugar de ahora en adelante. Y me encantaba tener al hombre que amaba justo así. Mi Ofir y yo debíamos dirigir un reino, y para hacerlo estábamos listos. Sería difícil, porque ambos éramos muy jóvenes. Pero, tampoco sería imposible. Con su ayuda lograría tomar las mejores decisiones. Esas que nos llevaría a lograr al fin nuestra victoria.

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