CAPÍTULO 14
Detrás de mi espalda surgieron los eslabones perdidos de aquella raza impura. Uno tras otro fueron saliendo, y con sus espadas daban fin a los que consideraban hermanos.
Bajé la espada observando como los miembros de la comunidad de Xataka se enfrentaban a la guardia del rey. Seres más pequeños, puros y nobles que, aunque inferiores en fuerza, eran superiores en espíritu.
Blandí mi espada en un acto desafiante. Deseaba que el rey Katpatulan me viera y viniera a mi encuentro. Estaba lista para enfrentarlo.
—Reina, vaya por el príncipe, nosotros le cubrimos la espalda —dijo uno de los Shiyloper.
—Está bien...
Avancé hacia el lugar en el cual sabía estaba el príncipe. Los cuerpos caían a un lado y al otro, los Shiyloper estaban desprotegidos, confiaban en que nada iba a pasarles en ese sitio en el cual hacían sus reuniones.
Eso le daba una ventaja a mis guerreros. Cuando algún Shiyloper intentaba acercarse Uratos y Leti lo ultimaban. Pero, más allá venía un enemigo mucho más fuerte.
—Déjenmelo a mi —añadí tomando con fuerza mi espada—, el padre Júpiter quería el sacrificio de un príncipe, pues eso voy a darle.
El príncipe me observó con desafío. Tenía la misma mirada de sus hermanos. Era una mezcla entre rabia y supremacía. Respiré hondo, tenía claro que por la profecía, él no podía hacerme daño. Pese a eso, percibía miedo en mi interior.
El ser avanzó con firmeza. Él se oponía entre Xataka y mi promesa de liberarlo. La primera estocada fue directa, iba por mí cabeza. Me agaché lo suficiente para que la espada pasará sobre mí, sin llegar a tocarme.
Dancé sobre mi propio eje, quedando justo en el espalda del príncipe.
Hundi mi espada en su carne, solo una parte de ella. Se giró lanzándome un golpe justo en el rostro. Logré esquivarlo y apenas me rozó la mejilla.
—¡Maldita seas reina Osiris! —declaró el ser mientras me mostraba los colmillos—. ¡Hoy es el día de tu muerte!
—¡No! Hoy es el día de la tuya…
Lanzó su espada hacia mi, con un movimiento rápido clave mi otra espada en su brazo. La herida le provocó una enorme cortada. Tenía la espada del padre Júpiter. Esa arma era letal.
El príncipe lanzó un chillido agudo. Aproveché el momento, y dando un giro sobre el aire, le enterré la espada en el pecho. Utilice toda mi fuerza para clavársela. Una luminosidad salió del cuerpo del príncipe. Logré verla a pesar de que nunca lo había hecho.
Era Xiaratrius quien me había ayudado. Ella había estado conmigo, por eso acabar con la vida del príncipe fue tan fácil.
Divise a Xataka, en medio del caos seguía en su misma posición. Corrí a su lado, cuando sintió mi presencia abrió los ojos. Él estaba muy débil, sus ojos apenas abiertos habían perdido la vitalidad.
—Reina, ¿estás aquí?
—Sí Xataka. Yo no podía abandonarte. Has hecho tantas cosas por mi, que llegó el momento de recompensártelas.
—No deberías estar aquí —replicó cerrando los ojos—, es tarde, llegó el momento de que me reúna con las estrellas.
—¡Eso nunca va a suceder! —repuse tomando su rostro entre mis manos—, ¡estoy aquí por ti!¡Y no me iré sin ti!
Las heridas de Xataka eran profundas. Muchos cortes en toda su piel, hasta le habían arrancado algunas de las placas que cubrían su corazón.
—¡Son unos salvajes! —Comenté sin dejar de mirarlo—. No te preocupes príncipe, vas a reponerte de todo esto.
—Ya no hay esperanza para mi…
—¡Nada de eso!¡Yo te sacaré de aquí!
Tomé al príncipe por debajo de sus brazos. Hicé un gesto de dolor cuando intenté levantarlo. Era muy pesado. Demasiado para mi.
Busqué con mis ojos a Uratos, o a alguien que pudiera ayudarme. Sin embargo, entre el caos de cuerpos no logré ver a nadie.
—Reina, debes salir de aquí.
Xataka seguía con los ojos cerrados.
—¡Por favor no te rindas! —pedí en un susurro—, debes ayudarme. Ponte de pie príncipe Xataka, tu eres mi última esperanza de un futuro en paz. Tu que amas a los humanos, tu que fuiste capaz de arriesgar tu vida por nosotros, no debes rendirle tan fácilmente.
Eres un príncipe, un descendiente de una de las razas más fuertes del universo. Tu, debes luchar…
Sus ojos se abrieron con pereza. Por unos leves instantes me observó mientras sonreía.
—La palabra rendirse no esta en tu vocabulario —comentó sin dejar de sonreír—, de ahora en adelante te voy a llamar: la justa, valiente y porfiada reina Osiris de la nueva tierra.
—Ya que tienes bien claro como soy, deberías empezar por ponerte de pie. Puesto que no me iré de aquí sin ti.
Xataka asintió en mi dirección. Acomodó con firmeza sus piernas y se levantó, se tambaleo un poco, así que tuvo que colocar una de sus manos sobre mis hombros.
Hasta el momento, él no se había dado cuenta de la batalla que se gestaba a su alrededor. Sus ojos observaron aquella cruel escena.
—¡Mis hermanos! —exacerbó con tristeza.
—Ellos están aquí por ti, luchan en tu nombre…
—¡No es justo!
—Yo lo sé príncipe, pero su sacrificio no puede ser en vano. Ahora debemos continuar —agregué sin dejar de mirarlo—. La lealtad de tus hombres es tan reacia como la de los míos. Pareciera que los estuviera viendo a ellos, cada uno dispuesto a dar su vida por aquello en lo que creen.
—Osiris, mis hermanos están muriendo frente a mis ojos, y yo…
La voz se le quebró, no era momento para que el príncipe sacará a flote sus sentimientos. Si no lográbamos salir de allí cuanto antes, todos íbamos a morir.
—Sé fuerte príncipe, ahora es cuando ellos más te necesitan. Si no eres lo suficientemente valiente, la sangre derramada hoy no servirá de nada.
Xataka cerró los ojos y empezó a caminar. Caminamos al tiempo, uno junto al otro. Seguían llegando más guardias, y pronto el lugar por el cual había venido estaba lleno de enemigos.
—¡No sé a donde ir! —exclamé haciendo que el príncipe abriera sus ojos.
—Vamos hacia allí. —Xataka señaló una puerta de color negro—, por allí hay una salida alterna.
Seguí avanzando con Xataka a mi lado. Era imposible distinguir entre la multitud a los Shiyloper que estaban a nuestro favor. Pero, a quién si pude notar fue a Uratos. Él se abrió paso entre los guardias y llegó hasta nosotros.
—Su Majestad —comentó haciendo una reverencia.
Todo su cuerpo estaba cubierto de sangre, y tenía algunas pequeñas heridas.
—¡Salgan por allí!¡Yo cubriré su camino!
—Gracias —respondí mirándolo.
Estaba segura que nunca más volvería a verlo de nuevo.
Un Shiyloper se interpuso entre nosotros, Uratos se quedó a pelear con el mientras nosotros huíamos. Los miembros de la comunidad de Xataka cada vez eran más pocos, y pronto no quedaría nada.
Abrí la puerta que conducía a un pasillo oscuro. Xataka se recostó de la pared, giró su cuerpo para ver la batalla que dejaríamos atrás.
—¡Yo! Príncipe Xataka, el noble, duodécimo hijo del rey Katpatulan, les prometo por mi sangre, que este sacrificio lo vengaré muy pronto.
Xataka tomó la sangre que salía de una de las aberturas en su pecho, y la esparcio por el suelo.
—¡Mis hermanos!¡Este sacrificio no será en vano!¡Lo prometo!
Tomé al príncipe quien no dejaba de llorar. Caminamos por aquel pasillo oscuro sin saber a dónde íbamos a parar. No había allí un solo ápice de luz.
—Lamento mucho que las cosas hayan llegado hasta aquí, príncipe Xataka —agregué.
—Yo tomé una decisión, decidí ayudarles, ahora estoy pagando el precio de eso. Cuando empecé a ayudarles conocía que estaba cruzando una línea muy delgada. Pero, lo hice, y no me arrepiento de cada determinación, porque eso sirvió para salvarlos.
—Gracias príncipe, tu lealtad con nosotros es sin igual. Te debemos la vida de los habitantes de la nueva tierra.
—No tienes que agradecerme nada, una y mil veces haría lo mismo.
Xataka era un ser con un corazón de oro. Yo lo que quería era protegerlo de todos y de todo.
—¿Príncipe Xataka qué es este túnel?
—Le dicen el laberinto. Es una construcción hecha para que los Shiyloper cuando aún son infantes encuentren el camino.
—¿El camino a qué?
—Al padre Júpiter. Se supone que él está al final de este túnel.
Lo que menos quería era tener un encuentro con el ser que quería verme muerta. Sus palabras me preocuparon, sobretodo porque no sabía como estaba Reu.
—Espero que esto solo sea una historia para asustar a los niños —repuse.
—No reina, es verdad —respondió—. Yo mismo lo transite, pero nunca lo encontré. Decían que un niño que no encuentra al padre Júpiter es un niño sin futuro.
—Enviar a un niño a encontrar a ese ser tan malvado debería ser considerado como un sacrilegio.
—El padre Júpiter marca el futuro de cada ser durante ese encuentro. Él determina si han de ser soldados, educadores, exterminadores o miembros de la jerarquía.
—Entonces, ¿él es quién decide todo? —pregunté.
—Sí, mi padre tiene miles de hijos. Y ha sido el padre Júpiter quién ha dictado quienes de ellos se volverían príncipes —siguió Xataka.
—¿Cómo te convertiste en príncipe si nunca lo encontraste?
—Transite este camino tres veces. La última vez ya me había dado por vencido, cuando ella apareció. Su nombre es Xiaratrius…
Ella. La luna había escogido a Xataka desde que era un niño.
—Es una de las doce lunas, y fue ella quién me marcó como príncipe, desconociendo las órdenes del padre Júpiter. De no haber sido así, hubiese sido sacrificado.
Xataka se quedó quieto. Había una luz de color azul. Era un pequeño destello que se movía hacia nosotros.
—Es ella —dijo Xataka—. Esta aquí, solo debemos seguirla y hallaremos el camino correcto.
El rostro de Xataka se iluminaba parcialmente. Seguimos avanzando hacia donde estaba la luz. Sin la ayuda de la luna estaríamos perdidos, sin saber hacia dónde ir.
La salida cada vez era más visible. Aunque afuera habían tinieblas y oscuridad, sabía que estaba a pocos pasos de alcanzar el final de aquel laberinto.
Al salir el aire se hizo mucho más pesado. Me toqué el cuello ya que se me dificultaba respirar.
—Respiré hondo reina, el aire se vuelve demasiado denso a medida que avanza la noche. Los humanos deben usar máscaras especiales para poder respirar.
El aire cada vez me había más falta. No solo era la falta de aire, sino la preocupación por Reu. Estaba en un sitio desconocido, muy lejos de donde se hallaba Reu esperándome.
—¡Osiris, es momento de que uses el Orbe y te vayas de aquí! —exclamó Xataka.
—No puedo —musité.
—¿Dónde está el Orbe? —interrogó Xataka.
—Lo tiene uno de mis generales—respondí intentando tomar aire.
—Hay que buscarlo, tienes que salir de aquí.
Está vez fue Xataka quién tuvo que ayudarme a caminar. Cada vez sentía más que me ahogaba, como si fuera un pez fuera del agua.
—Todos los guardias deben estar buscándome, ¡aguanta reina Osiris!
No podía escuchar bien al príncipe. Su voz era más distante, cerré los ojos con fuerza. Presentí que no podía sostenerme. El peso de mi cuerpo iba en aumento.
—¡Aquí está! —exclamó una voz que no alcancé a distinguir.
—¡Ni se atrevan a levantarse contra mi! ¡Soy el príncipe Xataka, el noble, duodécimo hijo del rey Katpatulan!¡Si alguien levanta sus manos en mi contra tendrán que atenerse a la furia del padre Júpiter!
Medio abrí los ojos para ver como nos rodeaban los Shiyloper. Eran demasiados, y lo más complicado del asunto era mi incapacidad para hacerles frente. Xataka estaba muy mal herido, y yo me encontraba a punto de perder el conocimiento a causa de la falta de aire.
—¡No respetamos traidores!
—¡Ha de morir, junto con la raza de inservibles a la cual idolatra!
Uno de ellos se acercó a nosotros, Xataka se le adelanto y tomando su cabeza con ambas manos se la arrancó de un solo golpe. Me levanté y con la poca fuerza que me quedaba desenfunde mi espada. No iba a morir de rodillas, moriría peleando, ese era nuestro lema.
Xataka empezó a pelear con dos Shiyloper, uno de ellos avanzó hacia mi, no lograba ver la cantidad que eran, pero de algo si estaba segura, eran muchos.
Cuando el Shiyloper intentó alcanzarme, una espada lo atravesó desde atrás. Abrí los ojos al ver a Reu ultimando el Shiyloper.
Tenía una máscara extraña en su cara, parecía un bozal de esos que les colocaban los humanos a los perros cuando eran peligrosos.
—Isi, ¿estás bien?
Negué con la cabeza y en ese momento las piernas me flaquearon. Caí de espalda contra el suelo frío. Reu se agachó a mi altura y sin dudarlo se quito la máscara y me la colocó. Aspiré una gran bocanada de aire que descendió hasta mis pulmones.
—¡Es hora de que te vayas de aquí! —exacerbó mirándome a los ojos—. Isi, nunca te sientas culpable por esto, cree que es lo que debo hacer. Pelea por la nueva tierra y libérala del yugo de los opresores. Creo en ti, y también creo en la bondad que crece hasta en los sitios más inhóspitos. —Sus ojos se clavaron en Xataka—. Haz que esa bondad perduré, y nunca dejes de creer en ti, y en las personas. No importa lo que suceda; recuerda que así como hay maldad, hay bondad.
Rey se acercó y me dio un beso en la frente. Se levantó y sacó el Orbe de entre su capa.
Xataka venía llegando, con las manos manchadas de sangre.
—¡Son demasiados! —dijo—, no podremos contra tantos.
Reu se acercó a Xataka y le dio el Orbe.
—No se si puedes entenderme, pero por favor cuídala. No permitas que se culpe por esto, es lo que yo quería. Dejó en tus manos no solo a nuestra reina, sino a nuestro mundo. Protégelos, es el legado de nuestra raza.
Xataka asintió con la cabeza. Después dijo cuatro palabras, en nuestro idioma.
—Dios recompensé tu sacrificio.
No.
Reu me dedicó una última mirada. Una mirada similar a la de mi padre ese día antes de irse para la mina. Esa expresión de despedida. Hizo un gesto de dolor, empezaba a ahogarse por la falta de aire.
Me levanté como pude. Ya Reu corría hacia las tropas que avanzaban sobre nosotros. El brazo de Xataka me sostuvo, los guardias se enfrentaron a Reu. Eran demasiados.
—Planeta Gea, continente Americano —empezó Xataka.
—¡No! —farfulle intentando soltarme de Xataka.
—Nueva tierra, Castillo principal, recámara de la reina.
Grité de dolor cuando vi a Reu inclinarse para clavar su espada en el costado de un Shiyloper. Entonces él me observó, y sonrió hacia mi.
Las tinieblas cubrieron mis ojos, y las lágrimas bañaron mis mejillas. Quise gritar pero mis quejidos se atoraron a medio camino. Cuando la luz volvió, ya no alumbró de la misma manera, pues una luz de había apagado.
Y esa luz no volvería a brillar, porque ahora estaba a millones de kilómetros de distancia. Muriendo, dejando de existir como todos aquellos a los cuales yo les declaraba mi afecto.
La muerte seguía rondando mi vida, una cruel compañera que nunca pedí.
¿A cuántos más habría de perder?
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