CAPÍTULO 13
Los dos Shiyloper estaban justo frente a nosotros. Saqué mi espada en un movimiento rápido, debíamos asesinarlos antes de que nos delataran. El Shiyloper quien llevaba el arma, no dejaba de mirarme. Abrió su mano y con un corto movimiento soltó el arma.
Coloqué una mano en el antebrazo de Reu para detenerlo. El Shiyloper inclinó su cabeza, y ante nuestros ojos se hincó de rodillas. La otra Shiyloper lo imitó y se arrodilló también.
—¿Qué pasa? —cuestionó Reu.
—No lo sé.
El Shiyloper colocó una de sus manos sobre las rodillas, y las otras extremidades las movió hacia el lado.
—¡Saludos Reina Osiris de la nueva tierra, la valiente y justa! —exclamó el Shiyloper sin levantar la cabeza.
Adelante a Reu. Esos Shiyloper me reconocían, sabían quién era.
—¿Quiénes son ustedes? —pregunté.
—Su majestad, mi nombre es Uratos y ella es mi hija Leti, hacemos parte de la comunidad tercera Centauro, al servicio del príncipe Xataka; el noble.
—¿Cómo saben quién soy?
—El príncipe hizo un dibujo de su rostro, y no la presentó. Él nos advirtió sobre su venida, nos preparo por si alguna vez usted llegaba a necesitar nuestra ayuda —respondió el ser—. Estamos a su servicio, esas fueron las últimas órdenes del príncipe.
—¿Dónde está el príncipe? —interrogué sin apartar mi mirada de ellos.
—Cuando las doce lunas se alineen, será ejecutado —respondió—. Dentro de una hora.
—¿En dónde?
—Nuestro amado príncipe fue acusado de máxima traición. Por eso sacrificaron a los humanos que el siempre protegió. Y ahora, antes de que sea ejecutado será obligado a comer de su carne.
¡Cuánta crueldad más debia presenciar!
No solo era una ejecución, se trataba de un acto terrible de humillación y agravio. Xataka no aguantaría esa tortura.
Lágrimas bajaban del rostro del Shiyloper. Sus lágrimas era iguales a las nuestras. Tan claras y nítidas como el agua que ellos añoraban. Por eso, si nuestro llanto era igual, el dolor también.
—Después de la ejecución del príncipe, toda su comunidad será asesinada, fuimos acusados de complicidad, y al morir el príncipe, con él muere el derecho que tenemos de vivir —prosiguió, al fin tuvo la amabilidad de mirarme a los ojos—, ¡por piedad con nuestro príncipe, por favor sálvelo!
Fue ahora Leti quién levantó su rostro empapado en llanto.
—No le rogamos por nuestra vida, sino la de él. Nuestro noble príncipe no merece morir de una forma tan cruel, él es nuestro salvador, y así nosotros caigamos muertos, no nos importa, con tal de que él viva.
Seguía existiendo lealtad en ellos. Eran como un eslabón perdido de aquella raza inmunda. Cómo dijo Xataka, cuando afirmó que habían muchos como él.
—¡Escúchenme bien!, si han de morir no lo harán de rodillas, lo harán de pie y luchando. Ustedes mismos van ayudarme a rescatar a su príncipe. Ahora levántense, y llévenme a donde está el resto de ustedes. Juntos, salvaremos al príncipe.
—Así será Reina —determinó Uratos colocándose de pie—, vengan conmigo.
Avancé detrás de los dos seres, pero la mano de Reu me detuvo.
—¿Qué estás haciendo?
—Ellos van a llevarme con el príncipe.
—No logre comprender nada de lo que se dijeron, no creo que sea una buena idea —replicó asustado.
—Reu, no tenemos otra alternativa. Debemos creer en ellos, sé que no me mienten. Son leales al príncipe, y están dispuestos a morir por él. Por favor, cree en mi.
Lo que menos quería era que Reu me dejara sola.
—Esta bien, pero si algo no sale bien, debes quedarte siempre detrás de mi. Le prometí a Ofir llevarte con vida, y eso haré así muera en el intento. Ian, Jerjes, Jordán, Ofir y tú son la única familia que me queda. Yo los adopté como mis hermanos, y tu eres la más chica de ellos. Así que soy como tu hermano mayor, y es mi deber cuidarte.
Tuve que retener las ganas de llorar. Reu me abrazó con fuerza sosteniéndome entre sus brazos.
—Prométeme, que sí no tienes más alternativa, te irás de aquí sin mi.
—¡Eso nunca! —farfullé separándome un poco.
—¡Promételo!
—Pero…
—¡Ahora!
—Está bien, lo prometo.
No me gustaba la sensación que estaba experimentado mi cuerpo. Era ese vacío indescriptible y las ganas inmensas de llorar. Cómo si fuera la antesala de lo que vendría dentro de poco.
Nos hallábamos en la boca del lobo, caminando en medio de los enemigos.
—Vámonos —dijo Reu acomodando su arma—, ¡hoy es un buen día para morir!
Uratos y Leti nos esperaban. El Shiyloper había tomado su arma, y la llevaba en una de sus manos. Caminamos detrás de ellos, avanzamos entre casas todas iguales.
—¿Cuántos son los seres pertenecientes a la comunidad del príncipe Xataka? —interrogue hacia Uratos.
—El rey Katpatulan tiene doce hijos. En honor a las doce lunas. Cuando uno de sus hijos nacia era ofrecido a alguna de ellas, para ser su protectora. Al nacer se le asignó a cada príncipe una comunidad y los Jupiterianos que formábamos parte de ella pasamos a ser de su propiedad.
Uratos se detuvo y señaló un tatuaje en forma de hoja. El dibujo estaba perfectamente hecho sobre la piel gruesa que cubría su corazón. Misma representación poseía su hija.
—Esta símbolo es el príncipe Xataka, y todos los Jupiterianos que lo tenemos le pertenecemos.
Comprendí todo.
Ellos también eran esclavos. Los Shiyloper se parecían en eso a nosotros. No éramos tan diferentes.
—¿Cuántos son?
—Somos setecientos.
—¿Y todos están dispuestos a morir por su príncipe?
—Sí.
Eran muchos, un punto a nuestro favor. Aquellas calles desoladas conducían a una colina en la cual se seguía un edificio altísimo, de ventanas rojas y puertas grandes. Quedaba en la cima de la colina.
—¿Á dónde vamos? —pregunté.
—Es el Irta, un sitio de culto para nosotros. Allí está la comunidad preparándose para entregar su alma, hacemos ritos y oraciones para cuando llegue el momento ya estar listos —respondió Leti.
—¿No pensaban luchar por el príncipe?
Uratos agachó la mirada, aún con vergüenza decidió responderme.
—No. Fui yo el único que estaba preparado para hacerlo. Los demás prefirieron huir allí, no quieren enfrentarse a las fuerzas del rey.
—Será muy difícil convencerlos de lo contrario —siguió Leti—. Le temen mucho al rey Katpatulan y al príncipe Yartnabum, el ahora heredero del trono.
Los Shiyloper ganaban guerras a causa del miedo que impartían. Eran como una serpiente falsa, esas que no tienen veneno, pero les hacen creer a los otros que sí. Todo para seguir viviendo.
Eso era los Shiyloper. Ni siquiera eran la fuerza más poderosa del universo, pero ganaban todas las guerras porque sus enemigos pensaban que sí.
—Los convenceré de que luchen, sé que puedo —determiné.
Nos detuvimos a pocos pasos de las dos grandes puertas que se hallaban cerradas.
—No tiene nada que temer, ninguno de ellos querrá dañarla. Seguimos las órdenes del príncipe Xataka. Y una de ellas y la más clara era la prohibición acerca de los humanos. Tenemos prohibido probar carne humana, y también atentar o esclavizar algún humano.
Sonreí sin poder evitarlo. Xataka si era el heredero que necesitaban los Jupiterianos. Si habían seres buenos, y eran muchos. Creí que Xataka era el único.
—Reu mantente cerca de mí, este lugar es peligroso, y en cualquier momento tendremos su salir huyendo.
—Lo entiendo, pero ¿A dónde vamos?
—Esta es la comunidad del príncipe Xataka, cuando el sea ejecutado, ellos también lo serán. Tienen órdenes del príncipe de no atacar a los humanos, por eso nos pueden ayudar. Harían cualquier cosa por su príncipe. Debo entrar allí y convencerlos de que me ayuden a liberarlo.
—Espero que lo hagan —soltó Reu.
—Por favor mantente sereno, ellos no nos harán daño.
Uratos abrió la puerta. Adentro habían cientos de Shiyloper, todos ellos de rodillas, perfectamente acomodados en filas alrededor de una figura; la representación del príncipe.
—Están realizando sus ruegos.
Caminé detrás de Uratos en medio de una de esas filas. Los Shiyloper tenían las frentes puestas sobre el suelo, y los ojos cerrados. Ninguno levantó la cabeza mientras nosotros caminamos en medio de ellos. Sin embargo, sabía que podían sentirme. Algunos se removieron incómodos, podían percibir mi olor.
Cuando llegamos al centro de la congregación, Uratos y Leti se arrodillaron frente a la figura. La estatua estaba hecha de un material similar al vidrio, pero de color rojo intenso. Bajó sus pies tenía una inscripción holográfica del número doce.
Comprendí las importancia que tenía el número doce para los Shiyloper. Poseían la doce lunas, sacrificaban de a doce. Era el número perfecto. Y Xataka era el hijo número doce. Posiblemente el rey Katpatulan sabía de eso, y por eso sacrificaba a Xataka. Sabía que al final quien iba a gobernar era él, y no sus hermanos. Por eso quería eliminarlo.
Repasé con mis ojos las filas de seres que se encontraban allí. Debia hablarles para que dejarán de hacer sus oraciones al dios pagano.
—Muchos de ustedes conocen mi nombre y quizá mi historia. Soy la valiente y justa reina Osiris, de la nueva tierra. Fue un título que el rey de esta nación me otorgó, y uno que he portado desde entonces. Conduje al ejército humano a la victoria, lo más probable es que en esa guerra cayeron sus hijos, amigos y hermanos. Jamás fue mi intención lastimarlos, nosotros luchamos una guerra que no pedimos.
Agaché la cabeza. Me costaba hablarles y no hacerlo con odio. Deseaba expresar toda la rabia que llevaba guardada. Pero, esos seres que estaban de rodillas no merecían nada de mi desprecio. Vi en ellos a mi gente más humilde, a aquellos que durante la batalla permanecieron ocultas. Esos que eran frágiles y que yo debia cuidar.
—Ustedes para mi son el enemigo. Entre a su planeta con la firme convicción de que salvaría lo único bueno, y me los encontré a ustedes. Estoy aquí para decirles que la guerra no es la última opción, aún tenemos más alternativas y una de ellas es el príncipe Xataka —agregué, ninguno de ellos se movían. Era como si estuvieran muertos—. Estoy aquí para salvarlo de la injusticia que están a punto de cometer en su contra. Pero, yo sola no puedo, necesito de ustedes y de su fuerza.
Uratos se levantó enérgicamente y colocó una mano sobre su pecho.
—Comunidad de tercera Centauro…, escuchen lo que la reina tiene para decir. Ella en su infinita nobleza ha dejado la seguridad de su mundo para venir al nuestro a salvar a uno de nosotros. Es tanta su valentía que solo lleva consigo a un soldado, esta dispuesta a perecer por rescatar a nuestro bien amado príncipe. Devolvamos un poco de lo mucho que ella ha hecho, ¡llegó el momento de liberar a nuestro príncipe!
A pesar de la efusividad de Uratos, ellos seguían en la misma posición. Solo Leti se levantó, nadie más.
Requerían más motivación.
—Ustedes, han sido testigos de todo lo que su raza nos han hecho. Asesinaron a mis padres, se llevaron a mis hermanos. Acabaron con mi mundo, y pese a eso, estoy aquí… Aniquilan a diario a seres inocentes. Y yo…
Sé me quebró la voz.
—Estoy traicionando a los míos, y todo esto es por creer. ¡Creo en la bondad y en el amor que surge entre las tinieblas! Lo veo en ustedes, como alguna vez lo vi en el príncipe que tanto aman. No puedo prometerles la salvación de todos, pero puedo jurarles que salvaré al príncipe Xataka, y que si mi vida pende de ello, también lo haré. Les pido que crean en mi, como yo creo en ustedes.
Nadie se levantó.
—Lo siento reina, pero tendremos que hacer esto solos —comentó Uratos.
—Sí, y aunque seamos solo cuatro seremos suficientes para rescatar al príncipe. Ahora llévame al lugar en el que lo tienen. Llegó el momento de actuar.
—Sí, reina.
Seguimos de regreso por el mismo camino. Entre aquellos seres que a pesar de estar vivos ya no tenían alma.
Puesto que el miedo es capaz de asesinar antes que la muerte. Yo misma experimente miedo muchas veces, es más, aún lo sentía. El palpitaba desde el interior de mi alma, queriendo salir. Ser valiente no es tener miedo, es enfrentarlo y hacerlo a un lado. Antes era como ellos, tenía miedo de muchas cosas. Hasta de amar a Ofir por temor a perderlo. Entonces entendí que el miedo solo te detiene, te condena a vivir una vida vacía, sin emociones.
Cuando Uratos cerró la puerta del templo, le dediqué una última mirada a esos seres que estaban perdidos en medio de la tinieblas. Lo más grave era que iban a morir en la más profunda oscuridad.
Uratos nos guío a través del camino, y nos llevó hacia su casa. Debíamos disfrazarnos para poder entrar al sitio de las ejecuciones. Al ser Xataka un príncipe, sería ejecutado en un salón que estaba justo en medio del palacio del rey Katpatulan. El problema mayor que teníamos era que ese sitio estaba reservado solo para los Jupiterianos. Ninguna de las otras razas de esclavos podían entrar allí. Siendo así, era muy difícil poder camuflarnos para ingresar.
Xataka tenía esclavos de otras razas a su disposición, pero al ser condenado a muerte sus esclavos fueron dados al rey. Y sus siervos humanos más apreciados, erán los doce que se hallaban crucificados.
—Reina, debe usar esta capa —agregó Leti.
La capa era de color azul claro, era tan enorme que me cubriría de pies a cabeza.
—Es una capa que usan los esclavos de Marte, ellos son casi intocables. Quedan tan pocos en todo el planeta que el gabinete de las doce lunas prohibió su muerte.
—Dásela a mi general, él la necesita más que yo.
—Reina, con todo el respeto que usted se merece, debo decirle algo —intervino Uratos—. Cuando el rey Katpatulan sepa de su presencia aquí, se desatará la guerra. Y usted debe ser protegida por encima de todo.
Repasé la capa, no era algo que me diera muchas ventajas. Solo un trapo que haría que pasará desapercibida, pero a cualquier momento podía ser descubierta.
—Gracias por preocuparte, más sin embargo la vida de mi general es de mucha importancia —añadí tomando la capa entre mis manos—. Nunca seré una buena líder, si no puedo mantener seguros a los míos.
—Comprendo su majestad, y es eso mismo lo que la hace grandiosa. En este lugar hay cientos de humanos. Ellos son esclavos, pero en sus corazones todos tienen la esperanza de que usted va a liberarlos. Sobretodo los niños —prosiguió Leti.
—¿Niños? —pregunté a la vez que el corazón se me aceleraba.
—Sí, su alteza. Los niños menores de diez años fueron conservados y son educados para servir cuando cumplan los once años. Son estos pequeños quienes más creen en usted, y en la fuerza del ejército de la nueva tierra —respondió Uratos.
Anne y Zira. Ellas podían estar con vida. Lo mismo que el hermano menor de Ofir.
—¿En dónde queda ese lugar? —interrogué.
—Es en novena Centauro, allí están los niños —respondió Leti.
—Gracias.
Caminé hacia Reu y le di la capa. Ahora que tenia la esperanza se que Anne y Zira estuvieran vivas no iba a descansar hasta encontrarlas. Mis niñas, yo era quien las cuidaba y ahora debía encargarme de encontrarlas. Y no solo a ellas, sino a todos pequeños que estaban en ese mundo que no era de ellos.
Nos arrancaron la inocencia y la tomaron para sí. Nos arrebataron nuestro futuro, pero poseía en mis manos el ejército más valiente del universo. Y no había nada que no fuéramos capaces de hacer por los nuestros.
Reu se colocó la capa sin decir nada. La mejor decisión que pude haber tomado fue llevarlo conmigo. Él era muy inteligente, y conocía a la perfección mi forma de actuar. Lo mejor era que estaba dispuesto a acatar mis órdenes.
—¿Crees que podamos hacerlo solos? —cuestionó mientras se acomodaba la capa—, no me gusta lo que voy a decir, pero los necesitamos para poder rescatar al príncipe. Estamos solos, en medio de estos seres despiadados.
—Créeme que lo sé, tengo claro el peligro que corremos. Por eso te pido que no te quites esta capa, con ella vas a estar a salvo.
—¿Y tú?
—Reu, no me va a pasar nada. Confío en los Derfrihum y en la profecía que me dijeron. Creo en ellos, y sé que voy a estar bien.
—Esta bien.
—Es hora de irnos —informó Uratos—. La ceremonia de ejecución empezará dentro de poco, sí no nos movemos, será tarde.
—Eso no va a suceder —determiné tomando la espada entre mis manos—. Llegó el momento padre Júpiter, aquí mismo, voy a arrebatarte al ser que va acabar con tu reinado.
En vez de ascender comenzamos a descender. Bajamos por un largo camino de un material duro, muy semejante a las piedras. Era de noche, lo deduje porque el cielo se hizo de un rojo oscuro, similar a la sangre envenenada. Ese cielo presentía la tragedia que se llevaría a cabo.
Uratos frenó su caminar al llegar al final de esas escaleras. Había una edificación enorme pocos metros más adelante, era de un estilo gótico. Similar a un estadio de fútbol, quizá con el mismo tamaño.
Dos Shiyloper pasaron cerca de nosotros y entraron allí, no había puerta, sino una especie de portal trasparente.
—Esa es la entrada —dijo Uratos—, pero por allí solo pueden pasar Jupiterinos. Las demás razas son rechazadas por el vínculo.
—¿Vínculo? —cuestioné.
—Sí, esa puerta fue creada por el gabinete. Ellas la hicieron por si llegaba a haber alguna revolución de parte de alguna raza. Así nosotros, los Jupiterianos de menos rango, tendríamos un lugar en el cual refugiarnos —contestó Uratos—. Ustedes no pueden entrar, esa es la única manera de ingresar.
—Sí el gabinete creo esa puerta es por algo, ese algo que me dice que yo también puedo formar parte del vínculo. Si los humanos somos los hermanos de todas las criaturas de la tierra, fácilmente podemos ser también sus hermanos. Puede que nuestras sangre sea diferente, pero cumple la misma función.
Uratos y Leti se miraron indecisos. Tenía la plena seguridad de que nada ni nadie iba a detenerme. No solo confiaba en mi capacidad, sino que creía en aquello que no se puede ver. Sabía que alguien me protegía, y desde que tuviera esa protección no había nada que temer.
—Reu, quédate aquí. Tu no puedes entrar.
—¿Pero Isi, cómo te voy a dejar ir sola? —replicó Reu.
—No iré sola, Uratos y Leti irán conmigo, también cuento con la ayuda de alguien más.
—Esta bien, ¿qué quieres que haga?
—Encuentra un lugar seguro en el cual poner la bomba. Tiene que ser aquí, ya que así no le haremos daño a seres de otras razas.
Sustraje de mi bolsa la pequeña bomba, la coloqué en su mano izquierda y en su derecha puse el Orbe.
—¿Qué haces? —preguntó Reu.
—Te doy esto, porque quiero que tengas la plena seguridad de que no me iré de aquí sin ti.
—No tienes porque hacerlo, sé que jamás abandonarías a alguno de tus hombres.
—Gracias, de todas formas esto está más seguro contigo.
—Haré lo que quieras —concedió Reu—, voy a cuidarlo con mi propia vida de ser necesario.
Asentí en su dirección. Había llegado el momento.
Uratos y Leti ya se encontraban en la puerta. Ambos entraron sin ningún contratiempo. Esperaba tener razón y poder ingresar a ese lugar. Si ni lo hacía, no podría recuperar a Xataka.
Coloqué mi mano sobre aquella fuente de poder cristalina. Me quedé quieta al ver como mi mano se topaba con una superficie dura, imposible de atravesar. Cerré mis ojos y concentré toda mi atención en mi objetivo.
—Xiaratrius, sé que estás conmigo. Por favor permite que entre, es la única manera de rescatar a tu protegido. Ayúdame, por favor.
Aquella superficie empezó a colocarse de una textura blanda. Al abrir los ojos la superficie se movía de un lado a otro, como si estuviese hecha de gelatina. Empecé ingresando mis brazos y después el resto de mi cuerpo. Avancé por aquel líquido viscoso un par de pasos, hasta que dejé de sentirlo.
—Sabíamos que iba a lograrlo —comentó Uratos.
—Sigamos reina, el tiempo no da espera —continúo Leti.
Adentro habían varios pasadizos. Eran túneles oscuros apenas alumbrados por antorchas. Nunca me había gustado la oscuridad, y menos si nos hallábamos en medio de otro planeta.
—Por aquí reina, este es el túnel por el cual ingresan los Jupiterianos de más baja extracción. Debe estar más vacío, y pasaremos de manera imperceptible.
Seguí a Uratos, Leti quien iba tras mío, vigilaba que nadie me viera. Sé me hacía muy raro que aquel ducto estuviera vacío.
—¿No hay casi nadie? —interrogué mirando para todos lados.
Los únicos Shiyloper que podía ver eran a dos que iban pocos metros más adelante. Ellos seguían su camino, sin ni siquiera voltear a vernos.
—Seguro la ejecución ya comenzó —dijo Leti con tristeza—, ¡ojalá y no sea tarde!
El corazón empezó a martillearme con fuerza. Ma adelante se iluminaba el túnel. A mis oídos llegaron más voces, muchas más. Provenían de aquella luz. No quería seguir. Allí estaba lleno de Shiyloper que apenas percibieran mi olor se irían en mi contra.
—Es allí, en el centro de todo. Debemos seguir.
Hice un esfuerzo para que mis piernas siguieran su camino. La luz me dio en el rostro, por un momento no vi nada. Cuando logré enfocar las figuras. Pude verlo.
Xataka estaba atado a una silla. Apenas tenía las prendas inferiores y le habían hecho unas marcas extrañas en los brazos y en el pecho. Él se encontraba en el centro. El lugar, me recordó a los antiguos coliseos romanos donde los gladiadores se batían a duelo.
Los Shiyloper estaban sentados. Bueno, solo algunos. Otros, los más pequeños se hallaban de pie, gritando alabanzas de júbilo. Como si lo que estaba a punto de suceder fuera un espectáculo.
—Reina, esos de allá —Uratos señaló a los Shiyloper que se encontraban sentados—. Ellos son los miembros del Palacio, los príncipes y sus esposas, y sus hijos. Todos están aquí para presenciar la ejecución.
Observé aquellos seres. Los príncipes eran fáciles de reconocer, puesto que eran muy similares físicamente. Las otras, las reconocí como hembras y habían Shiyloper mucho más pequeños; los hijos. Todos reunidos para presenciar la muerte de uno de los suyos.
Éramos razas tan parecidas.
Así mismo, en la antigüedad, los reyes se sentaban a ver las muertes más espeluznantes que podían presenciar, y les divertía eso. Creía que los Shiyloper eran una raza mucho más avanzada, pero al contrario, estaban viviendo la época que vivimos nosotros siglos atrás.
—¿Dónde está el rey? —cuestioné.
—Allí…
Cerca de Xataka una figura de grandes proporciones se hizo presente. Era el Shiyloper más grande que había visto. Llevaba una gran corona de huesos carmesí sobre su cabeza, adornada con piedras preciosas. Una planta color verde y de flores blancas se enredada en los huesos de la corona. El rey en su mano derecha sostenía un báculo, y llevaba dagas en sus otras extremidades.
La ira, el odio y el rencor se empezaron a apoderar de mi. Ese ser era el que habia ordenado la colonización de la tierra. Por su culpa mi mundo se habia acabado. ¡Cuántas ganas tenía de hacerlo pagar por tanto daño!
Alzó sus manos hacia el cielo. Al instante los gritos aumentaron y cuando las bajo por completo todos quedaron en el más profundo silencio.
—Jupiterianos, me honra enormemente estar aquí para entregarles al mayor traidor de nuestro reino.
Señaló a Xataka quien a duras penas levantó la cabeza. Estaba herido, y muy débil.
—El príncipe Xataka, a quien ustedes llamaban como el noble; no es más que un vil traidor. Y como tal merece la pena de muerte…
Los Shiyloper gritaban y alzaban sus manos hacia el cielo. Esos actos de máxima exaltación eran para el padre Júpiter. Después de esa euforia, volvieron a quedarse callados para que el rey pudiera hablar.
—Por mi nació, y por mí mano ha de morir…
—¡No! —exacerbé desde donde estaba—. ¡Por mi mano han de morir todos!
Señalé al rey con mi espada. Todas las miradas se posaron en mi. No habían guardias en ese lugar, puesto que solo los Shiyloper podían ingresar. Los seres se miraban los unos a los otros con total desconcierto.
—¿Qué hace una humana aquí? —preguntó él rey.
—¡Tú! —seguí señalando al rey con mi espada—. ¡Eres un ser inmundo, horrible y detestable!
—¡Cómo osas hablarme de esa manera!¡Te mataré maldita inservible!
La guardia personal del rey ya iba hacia mi. Pero todavía no había jugado el resto de mis cartas. Los Shiyloper me habían enseñado que el mejor método para vencer algo era el miedo. Pues iba a usarlo a mi favor.
—¡No!¡Yo seré quién le de fin a ti y a tu descendencia maldita! —exclamé con ahínco—. ¡Yo soy la valiente y justa reina Osiris de la nueva tierra!
Los Shiyloper quedaron en silencio. Y los príncipes que se mantenían sentados se colocaron de pie.
—¡Yo he venido aquí a acabar con ustedes! ¡Maldita sea su raza despreciable! ¡Maldito sea el padre Júpiter!
El rey Katpatulan retrocedió un paso. Xataka tenía sus ojos fijos en mí, quizá creía que todo era una aparición o una visión.
—¡Mátenla! —ordenó el rey—. ¡Acaben con ella!
Más Shiyloper empezaron a correr en mi dirección. Era cuestión de segundos para que estuvieran frente a mi. Uratos y Leti sacaron sus armas, dispuestos a defenderme. Solamente éramos tres contra la tropa que se acercaba. Hasta uno de los príncipes venía a mi encuentro.
Desenfundé mi otra espada, y con la firmeza que solo mi fe me daba, señalé a la turba.
—¡Ataquen! —vociferé con toda la fuerza que dieron mis pulmones—, ¡honren a su príncipe y mueran cómo valientes!
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