CAPÍTULO 10
“El vaivén de las hojas, su constante danzar producían un sonido agudo, fino y áspero. Se movían en círculos perfectos, creando un tornado, en cuyo centro me encontraba.
De pie, sobre un desierto, rodeada de aquellas hojas caídas, vislumbre nuestro futuro.
Más allá del muro de hojas, se alzaba un fuego inclemente; chirriante y abrasador capaz de arrasar todo a su paso. Ese fuego fue avanzando hasta llegar a las hojas; ellas se empezaron a quemar, y desaparecieron dejando que el fuego avanzará hacia mi.
Intenté moverme, pero no pude. Cada músculo de mi cuerpo estaba estático, inerte; como sin vida. Cubrí mi rostro con mis manos, para salvarme de las llamas.
En ese momento, algo frío tocó mi brazo, observe como las gotas de agua descendían del cielo y apaciguaban las llamas hasta extinguirlas.
Esa lluvia cayó en el suelo infértil, en aquel desierto de arena. Segundos bastaron para que de la tierra germinaran plantas de diversas formas, colores y tamaños. Y crecieron, y ocuparon cada rincón de ese lugar. Y se volvieron árboles enormes frente a mis ojos, y luego los animales jugueteaban entre la ramas, entre los suelos, y todo se cubrió de vida.
Y la vida surgió, después del fuego”.
Desperté lentamente, estaba en el mismo lugar. Me levanté repasando en mi mente aquel sueño.
Millones de años atrás, un meteorito se estrelló contra la tierra, ocasionando la extinción de la muchas criaturas que la habitaban. Después de eso, la vida encontró la manera de surgir, de crecer.
Y así sería ahora.
“Las cosas a veces no son lo que parecen. El fuego es como la sangre, si se purifica se transforma; y de allí renace un nuevo mundo.
La matriarca después de decir eso, se giró y empezó a barritar para guiar la manada. Ella tenía razón, no podía darme por vencida.
Me levanté y caminé hacia donde estaban los demás esperándome.
Las palabras de la matriarca hacían meya en mi ser.
“El fuego es como la sangre, si se purifica se transforma”.
—El fuego…, la sangre —musité mirando mi mano—. La lluvia purifica, la sangre...
Abrí mis ojos y retrocedí dos pasos.
—¡Eso es!, de la sangre purificada renace la vida.
Giré mi cuerpo y empecé a correr en dirección contraria. Mis pasos no iban hacia la nueva tierra, sino hasta el lugar en el cual se gestó la batalla.
Aquel sitio en el cual la sangre de mis soldados se derramó sin consuelo, y no solo la de los humanos, sino la de los Shiyloper.
Corrí esquivando ramas, rocas y arbustos. No estaba muy lejos de allí, y pronto divise el claro del bosque. Hacía algunos meses, la tierra estaba desértica, cubierta de barro y sangre. Después de la batalla y de recoger los cuerpos muy poca gente iba por allí.
Caí de rodillas en el suelo. La vegetación de diversos colores verdes alcanzaba ya casi los 30 centímetros de altura. Esas plántulas, de distintos géneros y especies habían nacido en donde antes todo fue ruina.
La naturaleza se había purificado, eso era a lo que se refería la matriarca. La vida siempre encuentra la manera de surgir.
Acaricié la hierba, su suavidad, su textura era única. Me levanté para caminar hacia aquel lugar. Justo unos metros más adelante se hallaba el sitio en el cual mi padre había muerto.
Allí, florecían las plantas. Los colibríes y abejas se alimentaban de su néctar. La hermosura había encontrado la manera de reemplazar todo el terror que vivimos aquel día.
Y era eso lo que importaba. Me senté allí, y apoyé mi rostro entre mis rodillas. La ausencia de mi familia era cada vez más dolorosa, como si tuviera una espina incrustada en mi pecho, y la herida que provocaba cada vez era más difícil de cerrar.
—Fue esto por lo que luchaste…
Sin voltearme sabía a quien pertenecía aquella voz. Inmediatamente mis músculos se tensaron, tal como me sucedía en el sueño, y no podía moverme.
—Pensaron que su lucha era por ustedes, pero en realidad, como tantas veces, los humanos están equivocados —agregó Xiaratrius.
El viento soplaba fuerte desde el Este.
—Cada centímetro de esta tierra le pertenece a la madre naturaleza, cada criatura que corre, vuela o nada es suya; incluyéndolos a ustedes. ¿Ahora entiendes por qué luchas?
Moví mi cabeza de manera afirmativa, ese era el único movimiento que podía hacer.
—Al final, la tierra prevalecerá…, sin embargo, de ti depende que los humanos lo hagan con ella.
Solté un suspiro pesado, el viento volvió a moverse de manera correcta. Xiaratrius se había ido.
—Yo voy a ganar, nunca me rendiré —determiné a sabiendas de que Xiaratrius no me estaba oyendo—. Haré que prevalezca la vida y la libertad por encima de todo. Por ustedes, padres míos, hermanos y hermanas, por su sacrificio, ¡jamás voy a darme por vencido!
Grité esas palabras tan fuerte que me dolió la garganta. Quería que todos me oyeran, para que no sé olvidaran de mis palabras.
—Ni yo...
Reconocería su voz a miles de kilómetros de distancia. Al voltearme, me encontré con Ofir caminando de manera tranquila hacia donde estaba.
—¿Qué haces aquí?
—Tus pobres guardias me llamaron preocupados cuando no te encontraron —respondió llegando a mi lado—, así que de inmediato vine a buscarte.
—Lo siento, es que necesitaba venir aquí —respondí entrelazando su mano con la mía—, ¿cómo me encontraste?
—Un pajarillo me trajo —contestó hablándome al oído—, era en bello colibrí.
—No quería preocuparte, pero hable con la matriarca y ella me dijo unas cosas que me dejaron muy inquieta. Después me dormí y tuve un sueño muy confuso. Así que vine aquí a entender.
—Tranquila, tienes el derecho de moverte libremente por donde quieras —añadió acomodando un mechón de cabello detrás de mi oreja—. Es solo que me preocupo por ti, las cosas están muy difíciles y debemos tomar precauciones.
—Lo sé, pero ¿no era que tenías un entrenamiento con el escuadrón 7?
—Cuando me dijeron que mi mujer estaba desaparecida, vine corriendo a buscarte —comentó dándome un pequeño beso—. Eso ya no importa, lo importante es que estas bien, y es hora de volver. ¿Descubriste algo?
—Sí, mira a tu alrededor; eso fue lo que descubrí.
—Después de la destrucción viene la vida, es lo que dijo Dios en la Biblia, que después de una tormenta sale el arcoíris.
Él lo comprendía a la perfección. Lo miré fijamente mientras el repasaba el campo con sus bellos ojos.
Agradecí al universo completo por ponerlo en mi camino. Cada minuto a su lado era el mejor regalo que me pudieron haber dado.
—La hierba crece por si sola, y así va a suceder siempre.
—Amor, ¿podrías darme un abrazo?
Él me miró sorprendido, luego sonrió ampliamente y me atrajo hacia su pecho. Su calidez me reconfortaba, hacia que mi corazón se regocijara y cada parte de mi ser se llenará de alegría.
—Sé que estás preocupada, pero encontraremos la mejor manera de salir de los problemas —musito dándome un beso en la frente—, tu, y yo, juntos.
—Juntos, siempre.
Nos besamos en medio de aquel campo de hierbas frescas. La naturaleza nos rodeó con su manto y nos acogió en su seno, en donde nos amamos por un largo rato. Allí, sin más testigos que el firmamento, fui suya de nuevo, él se había vuelto indispensable para mí, era como si lo necesitará para seguir viviendo.
Me quedé descansando sobre su pecho, era de noche. Ofir se había encargado de avisarle a Priscila y a los demás que nos quedaríamos allí a pasar la noche. Yo misma le pedí eso.
—¿Te acuerdas de cuando me contabas cuentos? —pregunté haciendo círculos imaginarios con mi dedo sobre su piel.
—Sí, como voy a olvidarlo.
El acarició mi espalda desnuda, y sonrió sin despegar sus ojos del firmamento.
—Me encantaba pasar tiempo contigo, me fascinaba verte sonreír y también me gustaba la manera en la que me mirabas —añadió sin dejar de sonreír—. Pero lo que más me gustaba era…
Se quedó callado y no fue capaz de hablar.
—¿Qué?
Me impulsé en uno de mis codos para poder verlo a los ojos. El sonrió con más fuerza.
—¿Qué era lo que más te gustaba? —interrogué de nuevo.
—Imaginarte siendo mía. Después de dejarte en tu tienda, fantaseaba horas completas contigo. Me imaginaba el sabor de tus labios, la textura de tu piel, la calidez de tu cuerpo…
—¡Qué descarado!
—Lo mejor de todo es que pude hacer mis fantasías realidad —comentó dándome un beso—. Eres lo mejor de este mundo, simplemente eres perfecta.
—Te amo.
—Y yo a ti.
—Ofir, ¿recuerdas lo que dijo Xataka?
—Sí, pero ¿a qué te refieres en concreto?
Volví a recostarme en su pecho.
—A lo qué dijo sobre nosotros, el hecho de que para los Jupiterianos todo acabara si tenemos un hijo.
—Sí, lo recuerdo.
—¿Qué piensas de eso?
—Pienso que no debes presionarte, dentro de unas semanas apenas cumplirás los veinte. Somos muy jóvenes, y para tener un hijo debemos estar preparados y quererlo los dos.
Me senté con rapidez.
—Entonces, ¿no quieres tener hijos?
—No quise decir eso.
Ofir también se sentó, acarició mi rostro respirando de manera pesada.
—¿Cómo crees que no voy a querer tener un hijo contigo?
—¿Entonces?
—Es solo que quiero que no te sientas presionada, y que eso ocurra cuando tu quieras. El día que te sientas lista para ser madre. Yo estaré aquí para apoyar tus decisiones.
—Es que creo que es demasiada responsabilidad. Y también pienso que por eso los Shiyloper colocaron esa sustancia en el agua. Ellos quieren evitar que tu y yo tengamos un hijo.
—Puede que sí, ellos se sienten amenazados por nosotros dos —agregó sin dejar de mirarme—. No hay que permitir que esto nos perturbe. Debemos preocuparnos por retirar ese químico de nuestras fuentes hídricas, después ya veremos que sucede entre los dos.
Nadie más sabía acerca de la profecía. Era algo muy personal que seguiría en la más profunda reserva.
—Tienes razón, pero aún no encuentro una solución para nuestro problema —agregué abrazándome a él—. La matriarca me dijo unas cosas que no logre entender. Ella me dijo que la naturaleza encontraría la manera de evolucionar y de vencer aquello que la daña.
—Eso quiere decir qué la respuesta está en la naturaleza misma.
—Sí.
—¿Una planta?
—¿Cómo?
—Una planta, o mejor dicho el Jacinto de agua —respondió.
Sabía a que planta se refería.
—Fue catalogada como invasora, se apodera de los ríos. No me acuerdo muy bien, pero creo que purifica el agua.
—Así es, estaba incluida en la lista de las cien especies invasoras más dañinas del mundo —contestó Ofir—, no obstante es una planta capaz de extraer del agua elementos pesados como el mercurio, el arsénico y cadmio. También la usaban para depurar el cromo. ¿Recuerdas lo que dijo Jerjes?
¡Cielos!
Él tenía razón.
—¡Claro que sí!, Jerjes dijo que la sustancia tenía una estructura similar al mercurio…
—Eso quiere decir qué el Jacinto o como popularmente lo llaman, “Buchón de agua", puede salvarnos.
—Sí, podemos ordenar unos experimentos. Y sí llega a funcionar después nos encargamos del problema de control —agregué arruchándome ser nuevo a él—. ¡Es increíble!, cada día encuentro un nuevo motivo para enamorarme más de ti.
Sonrió y beso mi frente. El sonido de la noche era majestuoso, cantaban algunos grillos y a lo lejos brillaban las luciérnagas.
Entre ese silencio escuche un sonido, muy agudo. Me levanté de un salto despertando a Ofir quién se acababa de dormir.
La hierba comenzó a moverse, abriendo paso a algo que corría hacia nuestra dirección. Venía muy rápido, Ofir de manera inmediata apuntó su arma hacia el lugar.
La linterna que el llevaba nos daba una buena visión. Tenía el corazón acelerado, a causa del miedo que me provocaba la cosa que venía hacia nosotros.
No se veía mucho, así que supuse que era algo pequeño. Ofir retiró el seguro del arma, y cuando estaba a punto de disparar la figura se hizo presente.
—¡Es Uta! —exclamé al ver los ojillos negros del perrito.
Ofir no alcanzó a disparar y bajó el arma. Uta avanzó hacia mi, y cuando llegó a mi lado empezó a lamer mis manos.
—¿Qué haces aquí pequeño?¿Quién te envío? —pregunté acariciando su cabecita.
El cachorro se giró, y observó el lugar por el cual había venido. Después, comenzó a gruñir. Aún entre la oscuridad alcance a ver las figuras que venían hacia nosotros.
—¡Nos encontraron!¡Vístete hay que salir de aquí! —farfullo Ofir angustiado.
El corazón empezó a palpitarme con fuerza. Me vestí lo más rápido que pude, mientras Ofir hacia lo mismo.
Uta seguía gruñendo, dándome a entender que esos hombres no eran de los nuestros.
—Vamos amor —añadió Ofir tomando mi mano—, debemos salir de aquí, mantente agachada así nadie va a vernos. Uta, ve adelante y sacamos de aquí.
Ofir dejo la linterna encendida en el lugar en el que estábamos antes. Teníamos que avanzar en medio de la oscuridad para no ser vistos, así que debíamos confiar en los ojos de Uta.
Avanzamos detrás de Uta, no había dado más de diez pasos cuando escuché los primeros disparos. Estaban disparando hacia el lugar en el cual dejamos la linterna.
No podía creer lo que estaba pasando. Alguien quería asesinarme a como diera lugar.
—Vamos Isi, en aquellos árboles nos podemos esconder —sugirió Ofir—, pero no creo que se den por vencido.
Llegamos a los árboles, era muy gruesos, y tenían demasiadas ramas. Allí no nos verían.
Ofir frenó su marcha para mirarme. Su mano que antes estaba cálida, ahora se hallaba fría.
—Son siete u ocho —comentó mirando por un costado del árbol—. Vienen para acá.
—¿Qué hacemos?
—Mi reina, lo que hay que hacer.
Esa expresión no me gustó.
—No, esta demasiado oscuro y podemos asesinarlos.
—Isi, si no los detenemos, nos van a encontrar.
Debia hacerlo. Llevaba mis armas conmigo, tenía la suficiente habilidad para darles sin necesidad de que murieran.
Ofir sacó el arma de la parte trasera de su uniforme.
—Creo en ti, amor mío.
Suspiré hondo, el frío de la noche me trajo consigo el recuerdo de la guerra. No de la última, sino de las guerras que se llevaban a cabo entre los humanos antes de la invasión.
Cuando nos asesinábamos los unos a los otros.
—Cúbrete, y cubre a Uta —sugerí mirando por la mira del arma.
—Esta bien.
Tenía el primer hombre localizado, pero debia tener mucho cuidado. Tendría segundos antes de que los demás respondieran. Así que localice tres objetivos, estaba segura de poder darles antes de que se dieran cuenta de mi primer disparo.
Ofir sacó su arma, no iba a usarla de no ser necesario. El era bastante bueno disparando, pero cuando lo hacía su objetivo no quedaba con vida. En cambio, yo tenía la facilidad de disparar en las extremidades inferiores.
Cada vida en la nueva tierra era preciada, así esos hombres fueran rebeldes, debía hacer todo lo posible por respetar su vida.
Respire profundo antes de apretar el gatillo. Tal como lo imaginé, logre hacer tres disparos perfectos antes de que los hombres se escondieran entre la hierba.
Me cubrí de los disparos en el árbol. Gracias a eso, logre ubicar a otro de los tipos.
Ubiqué su brazo izquierdo, y le disparé en el hombro. Solo quedaban tres. Ofir quien también estaba apuntando logró darle a otro de ellos, esperaba que le hubiera dado en una pierna.
Acomodé la mira, ya que tenía a los dos hombres bien enfocados.
—¡Baja el arma!
Esa voz.
Ofir se volteó, para encarar al hombre.
—Date la vuelta muy lentamente, o tendrás que asistir al velorio de tu novio.
Abrí mucho los ojos mientras busque a Ofir con los ojos. Tenia una luz rojiza justo en su frente.
Justin estaba a pocos metros detrás de nosotros. Lo acompañaban tres hombres más, y todos ellos apuntaban hacia Ofir.
Sí había algo en el mundo que apreciará era la vida de él. Y así disparará hacia Justin, las balas de sus hombres serían más rápidas y alcanzarían a mi amado, quien llevaba a Uta en uno de sus brazos.
Sin pensarlo tanto, tiré lejos mi arma.
—Tu también tira el arma —ordenó Justin hacia Ofir—, ¿o quieres morirte sin ser coronado? —Hizo una reverencia mientras se reía—. Hágame caso, su Majestad.
Ofir lanzó lejos el arma.
—Imbécil —respondió Ofir con ira—. Eres un cobarde que se esconde detrás de esos hombres, no eres lo suficientemente valiente como para enfrentarme, tienes que esconderte tras ellos.
—Cállate rey, o te arrancaré la lengua. —El hombre se acercó más a nosotros—. No tienes de que preocuparte, tu no eres mi objetivo. —Me señaló con su dedo— Ella lo es.
Ofir se movió hacia mi, soltó a Uta y me cubrió con su cuerpo. Los otros sujetos seguían apuntándole, y los otros dos que se me habían escapado llegaron a un costado.
—Para llegar a ella tienes que enfrentarme a mí. Siempre ha sido así, y lo seguirá siendo.
Así era Ofir. Tenía a cinco hombres apuntándole directo a la cabeza, y en lo único que pensaba era en protegerme.
—Después de muerto, poco o nada podrás hacer —determinó Justin.
—Sí nos quisieras muertos, ya lo hubieras hecho —agregué mirándolo fijamente—. Habla, cobarde insurgente, estoy dispuesta a escuchar tus requerimientos.
—Ya hablas como una reina, como quiere que me dirija a usted, su Alteza —ironizó Justin sin dejar de reírse.
El imbécil no había cambiado nada, seguía siendo el mismo hombre tanto física como mentalmente.
—La reina te ordenó hablar así que hazlo —exigió Ofir—, sí lo haces, consideraremos perdonar la vida de tus hombres.
—Jajajajaja...
Justin siguió riéndose, él era tan poco audaz que no entendía lo que en realidad estábamos haciendo.
Los compañeros de Justin tenían los rostros descubiertos. Reconocí a uno de ellos, era un soldado muy joven, su padre murió durante la batalla y él me culpo de eso.
—Habla, no tengo toda la noche —agregué con voz firme.
—Ustedes son muy graciosos, tomaron unos personajes y ahora creen que en verdad son dos reyes ¡Son increíbles!
—Nos enfrentamos a un dios convertido en humano y lo vencimos, ¿en verdad crees qué te tenemos miedo? —interrogó Ofir.
—Pues parece que no, pero a partir de esta noche aprenderás a tenerlo —Justin dirigió su mirada hacia mí—. Dame el Orbe, es lo único valioso que tienen.
—¿El Orbe? —interrogué.
—Sí, tengo información de que el rey lo lleva siempre consigo. ¡Así que dénmelo ahora!
Sonreí por lo bajo, el tonto de Justin había llamado rey a Ofir sin siquiera darse cuenta.
—¿Tanto por eso? —pregunté—, ¿tu jefe te envío hasta aquí por el Orbe?
La mirada de Justin se oscureció, y sus hombres se miraron los unos a los otros.
—No tienes porque engañarme, sé que alguien más te guía —repuse sin dejar de mirarlo—. Eres tan falto de intelecto, que no serias capaz de planear un ataque de este tipo. Dime, ¿quién te envío?
Reinó un silencio eterno. Escuché muchos aleteos, metros atrás una bandada de aves se alzaba desde un árbol.
—Nadie —respondió al fin— ¡Dame el Orbe ahora, o el rey se muere!
—Esta bien —concedí alzando ambas manos en señal de rendición—. Sin embargo, ten en cuenta una cosa, cuando estés en prisión tendrás que decirme toda la verdad.
—Ustedes no se van a librar de esta —agregó Ofir levantando sus manos—. El Orbe está en mi mochila, tómalo, es tuyo.
Justin se apresuró a recoger la mochila que se encontraba en el suelo. La volteó regando todo su contenido, Ofir cargaba unas navajas, comida y mantas. Entre las mantas, estaba el Orbe.
Justin tomó el artefacto mientras nosotros compartíamos una mirada cómplice. Él miraba al Orbe como si fuese un tesoro.
Lo abrió, sin embargo el Orbe no se iluminó. Continúo apagado a pesar de que Justin lo movió de lado a lado, como si fuera un móvil y necesitará algún tipo de señal.
—¿Qué sucede?¿Qué le pasa a esta cosa? —cuestionó alterado.
—Eso es porque eres un simple mortal, y el Orbe es un artefacto hecho solo para los elegidos —respondió Ofir con sarcasmo—. Y tú, pues no eres nada.
—¡Esto no puede ser! —exclamó Justin con rabia—, este no es el artefacto, ¿dónde está el correcto?
—Terminaste con tu Show —comenté con desgano—. Llegó el momento.
—¿Qué?
Seis disparos irrumpieron la tranquilidad de la noche. Ofir me tomo con su brazo y me tumbó al suelo. Caí debajo de él, a la vez que escuchaba otro disparo.
Uta llegó a mi lado, moviendo su colita. Ofir se levantó con cautela. Escuché las pisadas de los hombres que venían llegando.
—Casi no llegan —se quejó Ofir.
Me ayudó a ponerme de pie, habían llegado muchos efectivos del ejército y los hombres de Justin, incluyéndolo a él, ya habían sido reducidos.
—¿Estás bien? —interrogó Ofir tocando mi rostro.
—Sí amor, lo estoy.
—Espero que su caminata nocturna haya sido de provecho —comentó Ian guardando su arma.
—Sí no nos hubieran interrumpido, claro que sí.
—Gracias por venir, ¿cómo supieron que los necesitábamos?
—Uta, empezó a moverse incómodo y a ladrar como un loco —contestó Ian—. Cuando le pregunté a Andaluz por ustedes y dijo que estaban aquí, supuse que algo andaba mal.
—Así que decidimos venir —comentó Sthepen llegando por un costado—. Apenas llegamos, Uta desapareció y poco después recibimos la alerta del rey. Los ubicamos rápidamente gracias a los disparos, y a que Uta fue a buscarnos. Esto es suyo reina.
Sthepen me tendió el Orbe, lo tomé con rapidez. Hasta ahora entendía el verdadero poder de ese artefacto.
—Gracias. ¿Cómo están los hombres? —pregunté.
—Son Once, están heridos y tendremos que llevarlos cuanto antes la hospital —contestó Ian.
—Gracias a Dios te trajiste a medio batallón —agregó Ofir riéndose.
—Es mejor ser precavido.
Era cierto, Ian se había traído a casi veinte hombres con él.
—¿Qué quieres que hagamos con ese? —inquirió mirando a Justin.
Justin era el único de los hombres que no estaba herido. No fue necesario hacerlo, ya que no portaba ninguna arma de fuego.
—¡Suéltenme imbéciles! —exacerbó mientras dos soldados le colocaban las esposas.
—A ese que lo pongan en una celda, y quiero que lo vigilen todo el tiempo —ordené sin dejar de mirarlo—. Quiero que nadie hable con él, que no le den ni agua. Necesito a ese hombre vivo.
—Como mandes —concedió Ian.
—Esto es muy importante —añadió Ofir mirando a Ian y a Sthepen—. No quiero que hablen de esto con nadie ¡Entendido!
—Claro que sí —contestó Sthepen.
—Sabes que siempre puedes confiar en mí —respondió Ian.
Uta llegó a mi lado moviendo su colita.
—Ven aquí pequeño —añadió Ofir tomándolo entre sus brazos—, hoy hiciste un excelente trabajo, debes estar cansado. Voy a cargarte hasta el convoy.
Seguimos al grupo que empezaba a evacuar a los heridos. Habíamos salido bien librados de una situación difícil.
Pero, siempre hay un pero.
El traidor, era uno de mis generales. Quise hacerme la ciega, y echarle toda la culpa a Azumi Chan. Sin embargo el solo era una ficha en el juego de ese hombre. Y ahora más que nunca estaba segura de que había sido asesinado.
Y sí no cuidaba a Justin iba a suceder lo mismo. Ese hombre quería el Orbe, y para mí era muy claro su objetivo final.
Iba a robarse el artefacto para dárselo al rey Katpatulan, ya que él si podría usarlo. Xataka me dijo que era el arma más poderosa del universo, y tenía razón.
Sí el rey Katpatulan lograba hacerse del Orbe, crearía un portal que lo dejara entrar a la nueva tierra. Y no solo a él, sino a todo su ejército.
El Orbe dependiendo del bando que lo tomará, marcaría nuestro fin o nuestro triunfo.
La moneda únicamente tiene dos caras; o ganas o pierdes.
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