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CAPÍTULO 1

Suspiré hondo intentando enfocarme en lo más necesario. Y para la situación en la cual nos hallábamos todo era importante. Pero, el problema más grande se alzaba lejos del reino, kilómetros más allá, justo en las montañas en donde nacían las vertientes hídricas más valiosas del mundo.

Las dragas, eran mucho peor de lo que me las imaginaba. Las máquinas de los Jupiterianos, estaban desangrando la tierra a una rapidez impresionante. Tenían una forma cónica invertida, poseían más de diez metros de altura y sustraían el agua desde su nacimiento, dejando a los ríos como grandes zanjas desérticas en donde toda criatura acuática moría.

No teníamos otra opción: debíamos atacar las dragas, antes de que secaran nuestro mundo. Y eso implicaba salir de la frontera que nos mantenía a salvo. Había perdido a tantas personas durante la última guerra que no podía permitirme perder más. Éramos muy pocos, y abandonar la nueva tierra era sinónimo de muerte.

Todo se hallaba en silencio, levanté la vista y me encontré con los ojos de mí Ofir. Él estaba a mí derecha, era mi principal general, y confiaba en él con los ojos cerrados. Llevaba un lápiz en su mano, lo movía de lado a lado intranquilo. Sabía lo que se le pasaba por esa hermosa cabeza, pero ni en un millón de años iba a permitirlo. Abrió la boca para decir algo; sin embargo, antes de que dijera alguna palabra lo interrumpí.

—¡No! —exclamé dejando caer las hojas que tenía en mis manos.

Los demás generales intercambiaron miradas. Cebrián me observó fijamente, él no podía entenderme.

—Hermana, sé que es peligroso, pero es necesario que alguno de nosotros dirija las redadas. Los viajes son largos, y la operación es de suma importancia. —Cebrián se inclinó hacía mi—. Si Ofir la dirige, tendremos más oportunidades de tener un resultado positivo.

—El general Cebrián tiene razón —intervino Ian—. Sin embargo, comprendo su situación, por eso me ofrezco a ir en su lugar.

—De ninguna manera, ese deber es mío, y yo lo haré —refutó Ofir.

¡No!

Me estiré sobre la mesa y tomé su mano. Debía convencerlo de alguna manera de que no hiciera esa locura.

—Nos casamos en una semana —murmuré mirándolo fijamente—, no podemos separarnos justo ahora.

—Lo sé cariño, sin embargo no podemos perder más tiempo. Cada segundo vale oro, y debemos frenar el avance de las dragas.

Él tenía razón, no obstante, a mi me daba terror que algo pudiera pasarle. Los Shiyloper sabían que era mi pareja, y por ese hecho Ofir se había convertido en un objetivo para ellos. No podía arriesgarlo, pero tampoco quería que la tierra se convirtiera en un desierto.

—¿No vas a desistir? ¿Verdad?

Él negó con la cabeza. Los otros once generales esperaban nuestra decisión. Ellos sabían que a pesar de ser la reina, todas mis decisiones las tomaba en conceso con Ofir. Éramos uno solo. Y como lo decían los Shiyloper, juntos éramos invencibles.

—Vamos a ir los dos.

Ofir soltó un suspiro. Él entendía mi posición, y también el hecho de que lo amaba con toda mi alma. Por eso no permitiría que él solo llevará a cabo una operación de ese tamaño.

—Está bien, iremos los dos.

Los generales sonrieron aliviados. Aunque ninguno lo había dicho de forma abierta, ellos querían que nosotros presidiéramos la operación.

—Visto de está manera, saldremos en diez días junto al equipo especializado. —Revise los listados que contenían los nombres de los miembros del ejército más aptos para la operación.

—Me encargaré de cada uno de los preparativos —agregó Jordán—, buscaré los mejores soldados, para garantizar nuestro éxito.

—Gracias hermano. General Ian encárguese de las armas. Si los Shiyloper se llegan a dar cuenta de nuestra presencia, van a hacer cualquier cosa para eliminarnos.

—Entendido, prepararé todo según sus órdenes —añadió Ian—, ¿quiero pedirles una cosa?

—¿Qué cosa general? —interrogó Ofir.

—Deseo ir con ustedes.

Intercambie miradas con Ofir. Ian era un muy buen amigo de los dos. Y ambos lo apreciábamos mucho.

—Permiso concedido —dijo Ofir.

—Por hoy se levanta la sesión, esperen nuevas órdenes dentro de los próximos días —agregué colocándome de pie—. Pueden retirarse.

Los generales salieron cada uno a realizar las actividades asignadas. Ocupé mi silla sin dejar de mirar a Ofir. Ahora estábamos a solas, y podíamos hablar sin restricciones.

—Creo que puedes empezar a regañarme —comentó.

—Amor, no te voy a regañar. Hiciste lo correcto —agregué tomando su mano—, siempre voy a admirar tu valentía. El hecho de que no te importe arriesgar tu vida por proteger a este mundo. Será difícil, pero juntos vamos a lograrlo.

—Desde que te conocí, he sentido que mi objetivo principal es protegerte, estar a tu lado, y amarte. No quisiera que fueras conmigo, porqué arriesgas tu vida. Sin embargo, no quiero que estés lejos de mi, en ningún momento.

—Entonces, ¿sabías que iba a ir contigo?

—Lo supuse. —Él me miro fijamente—. Isi, por alguna razón nos dieron el cuidado de este nuevo mundo. Y es nuestro deber protegerlos de todo.

—Aprendí eso durante la batalla. Comprendí que era mi destino cuidarlos, como es mi destino estar a tu lado.

—No te preocupes, mi preciosa, vamos a cumplir nuestra misión.

—Eso espero. Voy a intentar comunicarme con la madre Sya, no tengo noticias de ella desde la batalla. Estoy preocupada —espeté soltando un suspiró—, también me comunicare con la matriarca. Necesitaremos su ayuda allá afuera, sin ellos no podremos llegar muy lejos.

Tenía muchas inquietudes y dudas respecto al viaje que estábamos a punto de llevar a cabo. Antes de realizarlo, necesitaba poner una par de cosas claras.

—Amor ¿Crees conveniente que hable con Xataka? —cuestioné.

—Yo también me estaba haciendo la misma pregunta. Y sí, creo que sí. Si no fuera por él, y toda la información que nos dio, estaríamos muertos.

—Xataka me demostró que podemos confiar en él. Sobre todo cuando tengo la certeza de que un traidor sigue entre nosotros.

—Xataka nos podría ayudar a descubrirlo —concordó Ofir—. Debemos encontrar la manera de contactarlo, sin que nadie más se entere, solo tu y yo.

Ofir tenía razón, la única forma de mantener a salvo a Xataka era que nadie se enterara de nuestras reuniones. Observé a Ofir quién me dedico una mirada con un toque de picardía.

—Cerca de la frontera Oeste hay una cascada muy hermosa —comentó sonriendo de par en par—, mañana organizare un viaje allí para los dos… solos.

Abrí los ojos de forma desmesurada. Él soltó una carcajada ya que le encantaba burlarse de mí, cuando hacia sus comentarios con doble sentido.

—Esa será la excusa perfecta para intentar ver a Xataka.

Solté un suspiro a lo que Ofir siguió riéndose.

—Esa es una muy buena idea, prepararé todo, nadie va a sospechar que queramos pasar un tiempo a solas —concedí.

—Así es, ese paseo será de mucho provecho.

Ofir me guiño un ojo, él tenía en mente algo más. Sonreí cómplice sin dejar de mirarlo. Unió sus labios a los míos en un corto beso, dulce y sincero.

—Nos vemos en la noche, el escuadrón siete me está esperando para recibir instrucciones.

—Que te vaya bien, amor.

Después de que Ofir se fue, tuve el tiempo suficiente para poner en orden algunas cosas. Habían muchos soldados que estaban solicitando unos días de vacaciones. Los agricultores requerían semillas, fertilizantes y herramientas para recuperar los cultivos dañados por los Shiyloper. Los animales que vivían entre nosotros cada vez ocupaban más espacio, y la nueva tierra estaba hasta el tope de seres.

Dejé los documentos sobre el escritorio, y me asomé a la ventana. Nunca, ni en mis peores pesadillas llegue a imaginar que en tan solo un año mi vida cambiaría de la forma en la que lo hizo. Muchos sucesos malos y buenos fueron necesarios para que llegará a ser lo que era ahora. Más de una vez estuve a punto de perder la vida. Y perdí a muchos, perdí a mis padres, a mis hermanos, perdí…

Y a la vez gané…

Virando al pasado, caí en cuenta de que todo había sido para llevarme a aquel camino que tomaba ahora. Tantas caídas fueron necesarias para levantarme mucho más fuerte. Para tener la capacidad de dirigir una nación, para tener la suficiente valentía de enfrentarme a un ejército de otro mundo.

La nueva tierra era mi hogar. Y el de la futura humanidad. Y no había nada, que no fuera capaz de hacer por protegerla. Viajaría al fin del mundo, por preservar cada rincón de la tierra sagrada que pisábamos. Esa era mi consigna, ese era mi deber. Y lo sería hasta el día de mi muerte.

Afuera, las aves surcaban un cielo en guerra. Los animales corrían aún sobre la sangre de mis hermanos muertos en batalla. Y el humo proveniente de los Shiyloper se podía sentir en el aire. Nuestros enemigos, no estaban satisfechos. Nos esclavizaron, asesinaron, torturaron, persiguieron, y ahora nos quitaban el alma.

Pues ¿Qué es el agua? Es el alma de la tierra. Sin agua seríamos un desierto en el cual ni la hiedra crecería.

Al inicio de la guerra creí que si nos extinguíamos, los animales heredarían el planeta, pero lo guerra de los Shiyloper no era contra nosotros. Era contra todos. Y fuimos su primer objetivo porque éramos los más débiles. Después de nosotros seguirían con cada ser vivo.

Me dirigí al estante de mis armas. Detrás de una urna de cristal, reposaba el arma con la cual el padre Júpiter intentó asesinarme. Aquella que le había cegado la vida a mí padre biológico. Esa era una prueba de nuestra victoria, sin embargo también era un constante recordatorio de mi incapacidad de proteger a los míos.

Pareciera que la corona que ahora sostenía sobre mí cabeza, me condenará a perder a mí familia…, a cambio de la libertad.

Respiré hondo, algún día tendría que acabar, algún día tendríamos que vencerlos. No sabía si tardaríamos años, siglos o más. Mientras existiera humanos sabía que en su sangre correría el alma de la libertad. Aquella que alguna vez sus ancestros tuvieron. Y confiaba en que cada ser que naciera en nuestros suelos crecería para ser un guerrero; luchar y prevalecer a pesar de todo.

Luchamos por sobrevivir, huimos, nos escondimos, pero ya no más….

Había llegado el momento de renacer, de existir.

Saqué el arma de su sitio dispuesta a llevarla conmigo. Ese símbolo de muerte, se convertiría en mi señal de victoria. Había mandado a diseñar una aguarda, un elemento especialmente hecho para guardarla. Era demasiado larga, así que la llevaría a mí espalda.

Me la coloqué allí, dejando que el metal se deslizará por mí dorso, hasta llegar al final de mi espalda. Recordaba la muerte de mi padre, él murió por mí. Y sabía que su sacrificio no fue solo porque fuera su hija, sino porque el desde mucho tiempo atrás supo que yo era la legítima líder de la nueva tierra. Él me protegió, y como agradecimiento a su sacrificio, debía seguir adelante.

Así tuviera que sacrificar mi propia felicidad por ello.
 

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