CAPÍTULO 31
—¡Salga! —ordene al hombre.
El diseñador se mostró aturdido, luego me miro y salió de inmediato sin decir una palabra.
—¿Cómo te atreves a entrar así a mi cuarto? —replicó Indira arrugando el ceño—. Este no es tu comando y aquí no puedes hacer lo que se te de la gana.
—Verás que si, Sargento Priscila hágale entender a la señorita Indira que debe guardarme el debido respeto —añadí.
Priscila detestaba a Indira y no tuvo ninguna objeción en tomarla por el brazo y reducirla. No quería tocarla a pesar de todo era mi hermana, no quería hacerle daño. Indira lanzó un grito que se perdió entre las gruesas paredes de la habitación.
—¿Dónde esta? —cuestione con enojo.
—No se que de que hablas —contestó, quejándose del dolor—. Te vas a arrepentir de esto, cuando mi mamá sepa lo que estás haciendo va a hacerte pagar por tu osadía.
—Nadie va a hacerme pagar por nada, dime en ¿Dónde esta? no voy a repetírtelo —grité acercándome.
Indira se había llevado a Ofir, yo lo sabia.
—Dilo de una buena vez porque no tengo todo el día.
—Nunca te lo voy a decir...
Estúpida.
Ella se lo había llevado.
—A mi no tal vez no me digas nada, pero a ella si —comenté mirando a Priscila, le guiñe un ojo sin que Indira se diera cuenta—. Llévatela a los calabozos y has lo que sea para que te diga donde esta Ofir, no me importa el método que utilices, sácale la verdad.
—Claro que si mi general —respondió Priscila, en su cara apareció una media sonrisa.
—No puedes hacerme esto ¡Yo soy la hija del presidente! —exacerbo Indira.
Expresaba en cada gesto su odio y desprecio hacia mi. Y lo peor era que estaba volviéndose mutuo.
Aceptaba que me levantará falsos, que mintiera, hasta que me hubiera mandado a asesinar, pero lo que no le iba a perdonar era que le hiciera daño. Por Ofir era capaz de cualquier cosa.
—Y yo también soy la hija del presidente y la vicepresidenta; después de él yo soy quien tiene más poder y voy a hacer contigo lo que se me venga en gana si Ofir no aparece.
Camine hacia el vestido y con unas tijeras que había encima de la mesa empecé a romperlo frente a los ojos de Indira.
—¡No hagas eso! —grito—, ese vestido es para mi boda.
—¿Dónde está?
—No te lo diré…
—Pues entonces olvídate de tu vestido, y otra cosa olvídate de tu estúpida boda… ¡Porqué Ofir nunca se va a casar contigo! ¡El me ama¡ ¡Entiéndelo de una buena vez!
Volví trizas el vestido mientras Indira seguía retorciéndose de rabia. Ni con esa pequeña tortura quiso hablar así que me tocó seguir con el plan A.
Ordene a los soldados no intervenir, ni mucho menos decir nada. Sabía que Priscila a veces podía ser muy ruda, más no me importó. Esperaba que Indira sintiera miedo, y así sabría que había hecho con Ofir.
Dalia aunque se moría de ganas no me pregunto que había pasado. Estaba tan enojada que no quería hablar con nadie.
Me coloqué el uniforme en uno de los baños del comando; ya que había perdido el mío cuando tuve que cambiarme en casa de los padres de Andrés.
Me dirigí a la sala de reuniones, la sala estaba completamente atiborrada de gente. Mi padre descansaba sobre su silla, llevaba un vendaje en su brazo izquierdo. Estaba muy cansado, lo sabía, me acerqué hacia el y me acurruque a su lado.
—Papá, estoy aquí perdóname por haberte abandonado —susurre mirándolo fijamente.
Sabía que no estaba bien lo que había hecho.
—Mi pequeña, estaba tan preocupado de que te hubieran hecho daño, ¿En dónde estabas?
—Estoy bien, después te contaré todo, por el momento tengo algo muy importante que decirles, y quiero que tu seas el primero en saberlo.
Sus ojos cansados se giraron hacía mi, me sonrió y negó en mi dirección.
—No, se lo dirás a el gobierno después de un anuncio muy importante. Hay cámaras y esta reunión será transmitida a toda la nueva Tierra —replicó mi padre, su voz sonaba tan cansada—. Solo estaba esperando que tu volvieras. Toma tu lugar, estoy por empezar.
Me posicione al lado derecho de mi padre. Cebrián permanecía de pie, junto a Jordán; ellos estaban muy cerca de mí. En la sala había un total de unas cuarenta personas; entre hombres y mujeres.
Aún no sabía cómo iba a contarles a todos que la guerra empezaría en menos de cuatro días. Los generales y los ministros ocuparon cada uno su lugar, mi padre tomó su micrófono y empezó a hablar.
Antes de hacerlo se tambaleo un poco; me apuré en ir a verlo pero el levanto la mano y me detuvo. Volví a mi silla cuando vi que retornaba a la normalidad.
—Ciudadanos, me dirijo a ustedes hoy, debido a la situación por la cual estamos atravesando —exclamó mi padre después de un rato—. Un intento fallido de golpe de estado por parte de unos ministros me ha dado a entender que es hora de dar un paso al costado. Hace algunos meses tomé el control de este nueva Tierra con la ilusión de levantar una civilización de entre las cenizas.
Él me observo de reojo antes de seguir hablando.
—Hoy me he dado cuenta que ese anhelo no podrá ser posible si sigo como dirigente. El ejército y los habitantes de esta nueva Tierra creen en alguien y ese alguien lastimosamente no soy yo. Por esta razón he decidido presentar ante ustedes mi irrevocable renuncia. Hoy me hago a un lado, para darle paso a un nuevo futuro, a una nueva era; ciudadanos e aquí a su nueva presidenta…
Su mano me señalaba: la mirada de todos estaba puesta en mí. Yo simplemente ante el pánico que me infundieron las palabras de mi padre, no supe que hacer.
—No puedes hacerme esto —susurre con un hilo de voz apenas audible—, yo no soy capaz…
—Es tu hora hija, es para lo que naciste —murmuró mi papá.
Pareciera que el que me estuviese hablando fuese Esra y no mi padre.
—Siempre fue tu destino, siempre fue tu camino, no tengas miedo; yo estaré contigo, nunca voy a abandonarte.
Me temblaba absolutamente todo el cuerpo, me levanté de la silla y sentí que el techo del recinto se movía. Me rasque el entrecejo y respire profundo antes de dar el primer paso. Aún con el temblor de mis pies logre avanzar hacia el atril.
Tomé el micrófono que mi padre me ofrecía. No tenía preparado un discurso ni mucho menos algunas palabras. Creo que eso era parte del plan de mi padre: acorralarme para no dejarme la opción de decir, no. Iba a hacer lo que hacia siempre, improvisar, diría lo que creía conveniente y ahora lo conveniente era decir la verdad.
—Tomó… posesión bajo el juramento de que daré mi vida si es necesario, para que cada habitante de la nueva Tierra sea libre. Lucharé contra los Shiyloper hasta mi último aliento y les prometo que algún día las nuevas generaciones, se pondrán levantar y mirar hacia el horizonte con la plena seguridad de que no verán jamás límites; correrán por las calles, los caminos y su destino no tendrá fin.
Aún no entendía como no había un rastro de titubeo en mi voz. Hice una pausa y mire a mi padre, quien asintió con la cabeza.
—Creo firmemente que todos somos hermanos y como tales tenemos la fuerza suficiente de levantarnos hacia las manos que nos atan. Forjaremos con valor las armaduras invisibles de nuestra voluntad, y bajo el cielo que nos vio nacer daremos fin a la era del dolor; para darle inicio a la era del amor, en donde todos seremos felices. Con nuestras manos tejeremos los hilos de nuestro futuro; un futuro en el cual los Shiyloper no existirán nunca más.
Los presente aplaudieron, estaban felices y pude oír los gritos y algarabía de la multitud que se aglomerada en la plaza. Se abrazaban y reían de felicidad, aquella alegría me era totalmente ajena, no podía decirles lo que sucedía; necesitaban algo en que confiar, alguien en que creer, y yo era eso.
Sí mi ejército no ganaba yo no podría volver, debía morir con ellos. Como los antiguos gobernantes de civilizaciones pasadas cabalgaría hacia las hordas enemigas con una espada en la mano y en la otra el corazón; y la fe de todo un pueblo que hoy descargaba sobre mis hombros aquella titánica tarea que ni el propio Aquiles era capaz de llevar a cabo.
Me sentí como el padre que le dice a su hijo que su mamá se fue para el cielo solo para no hacerlo sufrir. Al final todo tenía el mismo desenlace; la verdad salía a la luz y el niño sentía más dolor que antes, no solo por la muerte de la madre sino por la decepción hacía su padre.
Entonces ¿Qué era lo correcto?: Mentir o decir la verdad. Mi madre siempre me dijo que decir la verdad era lo correcto, que era la única forma de ser libres.
—Teniente Jeff apague el micrófono que me comunica con la plaza —ordene al hombre todavía con un nudo en la garganta.
—Sí señorita presidenta —contestó el hombre.
Después de eso solo me podrían oír los ministros y los militares que estaban en la sala de reuniones. Aclaré mi voz y me acerqué al micrófono.
—Ministros, generales, y altos mandos militares con el dolor de mi alma debo hacerles participe de algo. Me he enterado de que, nos equivocamos; el ataque de las tropas enemigas no será el fin de este mes, será en cuatro días.
Los aplausos cesaron, las carcajadas se dejaron de oír, y todos se quedaron en el más profundo silencio.
—Como podrán imaginarse no tenemos tiempo para terminar las naves que iban a llevar a los civiles al Yahatd. Tampoco los soldados están listos para enfrentarse a los Shiyloper, pero esto es sí o sí. El ejército debe frenar la arremetida de las tropas, mientras los civiles escapan por el túnel de fuga del castillo. Esta información es sumamente delicada por lo tanto espero que no salga de estas cuatro paredes, hasta un día antes del ataque. No quiero crear pánico y que ocurran eventos desagradables como el de ayer. Nos prepararemos lo mejor que podamos y enfrentaremos ese día a los Shiyloper con todo lo que tenemos. Ese día será el definitivo.
—¡No estamos listos para la guerra! —replicó uno de los ministros que pidió la palabra.
—Los soldados aún no están preparados —repuso un general.
El tenía toda la razón, necesitábamos más tiempo.
—Somos muy pocos, eso es un suicidio.
—Jamás ganaremos, es una guerra perdida.
—Si de todos modos vamos a morir, ¿Porqué no nos rendimos?
—Nadie saldrá vivo, la rendición es nuestra mejor opción.
Cerré los ojos con fuerza, esas opiniones era terribles y lo más grave era que también eran verídicas.
—¡Basta ya! —grité, dándole un golpe al atril, que provocó que los presentes me pusieran atención—. ¡Pueden pensar como se les venga en gana!, pero no voy a permitir que sus ideales tontos lleguen a oídos de mis soldados. Ellos son los que se van a enfrentar a las tropas, y ustedes no son más que una manada de inútiles que se ha pasado la vida entera detrás de un escritorio esperando a que los demás trabajen por ustedes.
Tomé aire antes de seguir. Hable en tono más alto; necesitaba que a nadie le quedará dudas de lo que iba a decir.
—Por eso pueden correr como ratas a entregarse, las puertas están abiertas y si quieren ir a firmar su rendición vayan tranquilos. Porque a partir de ahora quién no esta conmigo esta en mi contra, y quién no este dispuesto a luchar queda irrevocablemente despedido. Se acabó el miedo, se acabó el terror: van a ser valientes porque yo lo seré, van a luchar conmigo porque así es como tiene que ser, y vamos a ganar esta guerra porque así es como fue diseñado. ¡Por que la tierra es nuestra y vamos a defenderla hasta que el último ser deje de existir!
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