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CAPÍTULO 30

El muchacho llevaba como media hora hablando. Yo sólo me dediqué a responderle “si” o “no”,  Gaviota era muy noble y por el momento no me había arrojado al suelo.

Aunque era la primera vez que montaba un caballo, Andrés dijo que no lo hacía mal. No habíamos encontrado a nadie más, sólo un helicóptero que paso a lo lejos. Tal vez Cebrián había mandado a buscarme. Uta iba sentado entre la silla de montar y mi cuerpo.

—En 20 minutos llegaremos, espero que con esto me acepten en el ejército —añadió el chico con entusiasmo—, me han rechazado infinidad de veces.

—¿Porqué?, supuse que en el ejército no rechazaban a nadie —pregunté.

Mi padre había ordenado que todo el que quisiera podía pertenecer al ejército.

—Los cultivos son muy extensos y no hay quien los trabaje. Así que me han rechazado muchas veces —respondió Andrés con tristeza—. Dicen que debemos asegurarnos de que no falte la comida, y los campesinos cada vez somos más pocos; todos se han ido a la guerra.

—Es mejor que te quedes con tu familia, ellos te podrían necesitar —comenté mirando a lo lejos las luces de lo que parecía era la base.

—Si, pero es difícil, sobretodo porque la gente piensa que soy un cobarde —replicó Andrés mirándome fijamente—. Allí está la base, ya vamos a llegar.

—Puedo hacer que te den un lugar en el ejército. Si es lo que deseas voy a ayudarte —agregué.

El muchacho me mostró una sonrisa de oreja a oreja.

—Gracias señorita vicepresidenta; de verdad que es lo que más deseo en esta vida.

—Esta bien, le pediré al general de esta base que te acepté —informé mirándolo.

Nadie podía rechazar una petición mía.

—Solo no le digas a tu familia que fui yo quien te ayudo.

—¿Porqué? —interrogó arqueando una ceja.

—Porque no quiero que me culpen de lo que pueda pasarte.

Mi voz fue interrumpida por dos soldados que saltaron de un  lado del camino. Estaban armados, debían ser los centinelas de la base.

—¿Quienes son y para donde van?, ningún civil puede seguir por este camino —espetó uno de ellos.

Gaviota se mostró un poco aturdida, y empezó a relinchar. La sostuve con fuerza para evitar que siguiera moviéndose. Uta por su parte empezó a ladrar cosa que no ayudaba para nada.

—Soy Andrés Ríos y ella es la señorita vicepresidenta —contestó el muchacho.

Tal vez era mejor no haberles dicho que yo era la vicepresidenta. No sabia si esos soldados le eran leales a mi padre.

—Necesita llegar al comando lo antes posible —siguió Andrés.

Vi cuando uno de los soldados sacó de atrás de su uniforme algo y la apuntó directo hacia mí. Dicen que los animales presienten el peligro, y Gaviota y Uta no eran la excepción.

—¡No intenten engañarnos! —espetó el soldado.

En la oscuridad supongo que no me reconocía, o posiblemente tenían la orden de que si llegaran a verme me asesinaran.

—¿Porqué la vicepresidenta iba a estar por aquí?, no tiene ni siquiera el uniforme de nuestro ejercito. Además tenemos órdenes del comando central de vigilar muy bien esta zona.

—Soy la vicepresidenta Osiris, o la general Osiris y si no me dejan pasar tendrán graves problemas —replique mirando al hombre.

Sí aún no me había disparado era porque no tenia ordenes de hacerlo.

— Ahora llamé al general encargado de esta base y dígale que estoy aquí. En el comando me están buscando y si no llego rápidamente allí; todos estaremos en problemas.

Los soldados se miraron entre sí, y el que no estaba apuntándonos habló por su radio unas palabras breves que no logre oír. Luego volteó hacia nosotros.

—Perdone que no la hayamos reconocido —añadió el soldado.

De inmediato su compañero dejo de apuntarnos.

—Pueden seguir, el general Reu los esta esperando. Nosotros los escoltaremos personalmente. Por favor discúlpenos.

—Lo que acaba de pasar es sólo la comprobación de que están haciendo su trabajo como es debido. No se preocupen que no pasará nada, ya que solo cumplían con su deber.

Los dos soldados nos siguieron en una bicicleta. Ese medio de transporte no necesitaba ningún tipo de combustible así que era muy usado entre los soldados. Pronto llegamos al camino que conducía a la base, sólo algunos centinelas estaban despiertos, los demás soldados debían de estar descansando.

Reu me esperaba de pie cerca del camino, el tenía a su cargo una de las bases más importantes de toda la nueva Tierra. El era totalmente leal si no a mi padre, al menos a mi si. Apenas llegamos Uta saltó del caballo cayendo de pie, me impresionó la habilidad del canino.

—¡Osiris! — exclamó Reu ayudándome a bajar del caballo—. Que bueno verte, te estaban buscando por todos lados. Creyeron que te había pasado algo malo.

Nos alejamos de los demás soldados para poder hablar a gusto. Reu no habia cambiado mucho, tan solo se habia cortado el cabello y un poco la barba.

—Lo sé, pero no entiendo porque mis hermanos no me esperaron —le dije a Reu—, casi muero por ese descuido. Necesito llegar al comando lo antes posible.

—¿Cuáles hermanos? —preguntó Reu.

Sé me había escapado esa palabra, por un momento olvide que nadie sabía que Cebrián era mi hermano.

—Mi hermano Jordán; el estaba esperándome junto con el general Cebrián y luego desaparecieron sin dejar rastro. —Reu agrando los ojos.

Algo malo había pasado.

—Debió ser por la revuelta que hubo. Intentaron asesinar al presidente, por eso tengo tan pocos soldados —contestó Reu, el corazón me dio un vuelco dentro del pecho—. Los demás se fueron para la ciudad.

—¿El señor presidente como esta? —investigué intentando no sonar tan ansiosa.

No podría soportar que algo le sucediera a mi papá.

—Creo que esta herido pero no de gravedad —respondió Reu.

Entonces la revuelta había sido muy grave, gracias a Dios el estaba bien.

—Ya un helicóptero viene a recogerte. Debes irte pronto, allá todo es un caos.

—Señorita vicepresidenta, mi general;  que pena interrumpirlos, debo marcharme —murmuró Andrés acercándose a mí—. ¿Quería saber si podría ayudarme?

—Lo había olvidado por completo. General Reu puede darle un puesto dentro de su comando a este hombre, es un muchacho muy inteligente y servicial —comenté colocando una mano sobre el hombro de Andrés—. Le será de gran ayuda.

La sonrisa de Andrés era amplia. Creo que era el único que podía estar feliz en la situación en la que estábamos.

—Claro que si, venga mañana y veré que lo pongo a hacer —le dijo Reu, en esta situación cualquier pequeña ayuda contaba—. Necesito mucho personal ya que me he quedado sin soldados. Por ahora retírese.

—Gracias señorita vicepresidenta, gracias mi general —agregó el muchacho antes de irse, llevándose consigo a Gaviota.

Me había gustado mucho montar, sobretodo por la conexión que se siente con el caballo. Es como una hermandad, como si fuéramos familia. Tomé a Uta en mis brazos y lo alcé, el iba acompañarme hasta el comando central.

—-General Reu, necesito que mandé a un grupo de hombres cerca de la frontera… Azur puede estar allí —espete siguiendo a Reu hasta el campo abierto donde aterrizaría el helicóptero.

—¿Azur está vivo? —cuestionó Reu tomándome de un brazo—. Ese mal nacido debería de estar muerto.

—Lo se, esta vivo y hace parte del ejército de los Shiyloper —respondí.

Sabía el dolor que le había causado, el mal que le había hecho y todo lo que lo odiaba. Azur hizo un infierno los últimos días de vida de su esposa, podía ver el odio en los ojos del general. Cada centímetro de su piel exhalaba ira tan solo por la mención de ese nombre.

—Iré yo mismo a buscar a ese traidor y lo asesinare con mis propias manos —escupió el general; ojala y lo encontrará—. ¡Voy a poner la cabeza de ese maldito en mi mesa!

Reu se marchó y me dejo con la palabra en la boca. Estaba tan ofuscado que no se despidió de mi.

El helicóptero ya había comenzado a aterrizar, no pude ir tras el. Cada minuto valía oro, cada segundo contaba, nuestro reloj biológico empezaba a detenerse.

En el helicóptero solo estaban tres soldados que no dijeron nada y Priscila que estaba muy callada; cosa muy rara en ella. Uta se acurruco en mis piernas y se quedó dormido. Decidí imitarlo ya que estaba muy cansada, así que dormí un poco en el helicóptero.

Cuando ya íbamos llegando Priscila me despertó, estaba muy pensativa, sabía que algo la preocupaba. Quizá le había pasado algo a mi padre y ella no se atrevía a contármelo.

—¿Cómo esta el presidente? —inquirí.

—Esta bien, no lograron hacerle mayor daño —hizo una pausa y continúo; miro mis rostro antes de hablar, como temiendo mi respuesta—.  No sé como decirte esto, no quería indisponerte, pero de todas maneras te vas a enterar.

¡Sabía que algo pasaba!

—¿Enterarme de qué?, sí paso algo malo quiero saberlo —replique mirando a la mujer—. Aparte de todo eres mi mejor amiga y espero sinceridad de tu parte.

—Es que... no encontré a Ofir, lleva tres días desaparecido.

No, no, no…

—¿Qué? pero como es posible...

Tenía muchos problemas y ahora se le sumaba uno más. Me faltaba el aire y no podia respirar bien, necesitaba a Ofir, con solo saber que estaba bien era suficiente. Me frote el pecho con la mano varias veces, me dolía el corazón como si me fuese a dar un infarto.

Recordé lo que me dijo: “Es peligroso que este aquí, no te preocupes yo voy a arreglar esto”.

Él sabia que algo malo iba a pasarle, y yo en vez de detenerlo lo dejé ir. ¿Y si no volvía a verlo? ¿Y si alguien le había hecho algún daño por mi culpa?

—Ian dice no saber nada, nadie lo ha visto —Priscila me miro con severidad—. Lo busque por cielo y tierra y no lo encontré, es como si se lo hubiese tragado la tierra.

Intente serenarme y buscar una respuesta asertiva para justificar su desaparición.

—Tranquila, yo sé quién sabe en donde está —la  interrumpí mirando por la ventanilla.

Ella era la culpable de todo, pero hasta aquí había llegado.

—Sé quien lo tiene y te aseguró que si le hizo daño, voy a hacer que se arrepienta toda su vida de haber nacido.

El helicóptero terminó de aterrizar, Jeff me esperaba junto al capitán Brice y Dalia. Todos tenían sus caras de acontecidos, sabía de antemano que las cosas no estaban bien. Pero aparte de mi padre lo más importante era mi Ofir.

Tomé a Uta y lo primero que hice fue dárselo a Dalia. A ella le fascinaban los perros y una de sus tareas de ahora en adelante sería cuidar a el cachorro.

—¡Vicepresidenta Osiris! —me saludó el capitán Brice llegando a mi lado—. Que bueno tenerla de vuelta, las cosas están un tanto difíciles. Estábamos muy preocupados por usted.

—Lo sé, teniente Jeff organice un consejo de seguridad con el señor presidente, los ministros y los altos mandos militares —agregué.

Empecé a bajar hacia el comando central, los hombres me seguían de cerca. Jeff intentaba mantener en orden unos documentos que llevaba en la mano.

—Tengo una información de suma importancia para todos. Organice la reunión para dentro de media hora, yo estaré presente.¿ El señor presidente esta bien?

—Como ordene mi general —contestó el teniente Jeff—. El presidente LatHot recibió un disparo en uno de sus brazos, pero nada de gravedad. Logramos controlar la revuelta, el ministro Greg esta detenido junto al cabo Kye Clenman, y sus seguidores.

—Lo comprendo, Sargentos Dalia y Priscila vengan conmigo tenemos algo que hacer —las mujeres corrieron a mi lado.

Estaba muy afanada, tenia el tiempo contado.

—En media hora estaré con usted teniente, también convoque al coronel Ian y a mi hermano. Llamé a el general Reu y dígale que lo necesito aquí.

—Sí señorita vicepresidenta.

Me alejé de los hombres y empecé a caminar en dirección contraria a el comando.

—¿A dónde vamos Osiris? —investigó Dalia colocándose a mi lado.

Atravesé el patio y seguí caminando hacia la casa presidencia.

—Dalia ve y alista mi uniforme por favor, te veo antes de la reunión. El cachorro se llama Uta; dale comida y déjalo en mi tienda. En un rato voy a verlo.

—Pero y tú ¿Qué vas a hacer?

—Lo que hay que hacer, Dalia.

Preferí dejar a Dalia ya que ella me refutaba en todo, en cambio Priscila hacia lo que le mandaba sin decir mucho.

Llegamos rápidamente a la casa presidencial, había soldados por todo lado, cuidando a papá. Los soldados no se opusieron a dejarme entrar, antes de dirigirme a ver a mi padre, hice una visita que tenía pendiente.

Los soldados que cuidaban a Indira me dejaron entrar sin siquiera preguntar. Mi hermana de pie, miraba de arriba a abajo el vestido blanco que vestía un maniquí. En serio que si estaba loca, el diseñador por su parte ajustaba algo a la altura del talle.

El vestido de seda era hermoso, tenía incrustaciones de piedras a la altura del escote que era en V. Era de talle largo y tenía una larga cola.

En verdad que empezaba a sentir lastima de mi hermana. Se había hecho en su cabeza una idea que nunca podría hacerse realidad.
 

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