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CAPÍTULO 29

Azur se movía rápidamente hacia mí. Uta comenzó a gruñir y ese sonido hizo que me despabilara.

Escuche unas fuertes pisadas y el piso comenzó a temblar. Mire hacia el bosque y vi como las ramas se movían de un lado para otro. Tal como si se abriera un camino entre ellas para que algo pasará. Seguido de eso algo gris pálido se movió con rapidez. Tardé en reconocer las figuras que emergían de la jungla.

Una manada de elefantes corría despavorida; era una estampida e iban directo hacía mi.

Corrí siguiendo las huellas que había dejado el Geep. No sabía donde estaba, esa era mi única forma de encontrar el camino correcto. Posiblemente Jordán y Cebrián ya venían a recogerme y me los encontraría en el camino.

Los elefantes corrían tras de mí, me dediqué sólo a huir, no vi a Azur. No quise mirar atrás, pero tenia la certeza de que venía cerca. El corazón amenazaba con salírseme por la boca. Si Azur no me asesinaba los elefantes iban a aplastarme.

La manada me alcanzó antes de llegar a un pequeño arroyo. Intenté que no me aplastaran, así que me moví hacia un lado; me quedé quieta y cuando abrí los ojos me encontraba debajo de uno de ellos.

Jamás pensé tener tan cerca un animal tan enorme. El elefante quien no se percataba de mi presencia, era la líder; quien dirigía la manada. Por un momento se me hizo parecido a el elefante que vislumbre en mis visiones el día que escape del campamento de los Shiyloper.

Mire hacia atrás y no logre ver a Azur, el elefante aminoro su paso y yo decidí seguir debajo de el. Me moví con cuidado para que la elefante no me viera. Si Azur estaba vigilándome, debajo del gran animal lograría pasar desapercibida. Ya había perdido la huellas del Geep así que no sabía hacia donde dirigirme.

Uta se mantuvo en silencio, el cachorro seguía recostado en mi hombro y de ves en cuando movía su colita de lado a lado. Pronto los animales empezaron a caminar mas despacio y yo hice lo mismo. No podía ver muy lejos, el gran elefante me tapaba la vista.

Detrás de mi venían muchos más. Eran como 15 sin contar los pequeños. No se si sabían que estaba allí, lo único bueno era que no me atacaban. Bien decían que los animales conocían la maldad humana, y si eres bueno, los animales no te harán daño.

El gran mamífero decidió tomar agua en un afluente, todos los demás lo siguieron. Salí lentamente de debajo del elefante cuidando de no asustarlo. Debía volver a la base, los Shiyloper entrarían dentro de 5 días a la nueva tierra y mi ejército no estaba preparado para su ataque.

La manada se preocupó más por el agua que por mi. Mire a lo lejos y no pude ver nada, ni a Azur ni a nadie más. No entendía por que si había pedido que vigilarán las fronteras se encontraban tan desprotegidas. Si tan sólo hubiéramos logrado capturar a Azur, habría sido de gran ayuda.

Ahora no tenía manera de ubicarme, mucho menos de volver a la base. Todo era selva y vegetación, mire a los elefantes tomando agua del arroyo. Todos los afluentes iban hacia el sur, sólo tenía que seguirlos e encontraría algo.

Empecé a correr río abajo. Me empape por completo pero no me importó. La luna brillaba y gracias a ella logre seguir. Ignore un Caimán que asomaba su cabeza por encima del agua, esperaba que no decidiera hacerme su cena.

Cada rato descansaba un poco para bajar a Uta a hacer sus necesidades. Y también aprovechaba para mirar hacia atrás; me parecía que Azur en cualquier momento podría aparecer.

Aunque tenía una ventaja; Uta contaba con un sentido del olfato excelente así que el lo podría olfatear desde muy lejos y avisarme de su presencia. Por eso seguía llevándolo en mis hombros, Uta me cuidaba la espalda.

Supuse que eran casi las nueve de la noche cuando logre ver las luces de algo, si no encontraba ayuda pronto iba a enterarme a causa del frío. Era una casita de unos campesinos, estaba muy maltrecha y abandonada, sin embargo logre oír voces adentro.

Esperaba no encontrar a ninguna persona despierta a esas alturas de la noche, pero al parecer en esa casa todos dormían tarde.

Habían cultivos de trigo y arroz alrededor. Eran agricultores, familias que ya vivían en esos terrenos antes de que empezará la invasión.

Alce mi mano y con mis nudillos toque la puerta, esperé atentamente a que alguien saliera. Después de unos segundos nadie respondió, así que decidí volver a tocar.

Un viejito muy simpático me abrió la puerta y se quedo mirándome de arriba abajo. El viejito estaba medio ciego así que se acomodó sus gafas y volvió a mirarme. Su figura menuda y encorvada me hizo acordar de mi abuelo.

-¿Quien es papá? -investigó una voz femenina desde adentro-. Si es el señor Juan dígale que pase.

-No es Don Juan -contestó el viejito volviéndose a acomodar los anteojos-, es una jovencita.

-¿Una jovencita? -cuestionó la mujer saliendo a la puerta-. ¡ Dios mío! y ¿Usted quién es?

La mujer se llevó ambas manos a el rostro horrorizada. Creo que mi aspecto era deplorable.

-Soy la general Osiris de la nueva Tierra y necesito su ayuda -respondí entrando a la casa.

Sabía que era grosero entrar así pero necesitaba la ayuda de alguien. No quise decirles que era la vicepresidenta, las cosas estaban muy mal con el gobierno, y no sabía si esas personas eran simpatizantes de mi padre o del ministro Grey.


-Necesito llegar a una de las bases del ejército lo mas pronto posible, ¿Ustedes pueden decirme donde hay una?

Baje a Uta de mi hombro quien se dedicó a inspeccionar toda la sala. La casita era muy acogedora y adentro hacia un clima muy agradable. Por todo lado había un sinfín de cosas obsoletas de esas que guardan los adultos mayores; "Porque de pronto algún día vuelven a servir".

-¿De verdad es usted la general Osiris, y la vicepresidenta de esta nación? -preguntó la mujer.

Estaba muy asombrada de verme. No podia ocultar lo que ya sabían.

-¿Qué esta haciendo aquí?

-Tuve un inconveniente -no quise entrar en detalles-, ¿Podrían ayudarme?

-Si sígame -añadió la señora.

Los seguí hacia un pequeño comedor en donde tres jóvenes cenaban, junto a un señor de bigote que fumaba una gran pipa.

-¿Mamá que hace aquí la vicepresidenta? -cuestionó uno de los jóvenes levantándose de la mesa.

-Buenas noches, necesito que me ayuden a llegar a una de las bases, es de suma importancia que hoy mismo este en el comando central.

La familia se miraban los unos a los otros, cuestionándose si ayudarme o no.

-¿Estas seguro que es la vicepresidenta? -inquirió una de las muchachas-. Es mucho mas joven de lo que decían.

-Claro que es ella -intervino el señor de la gran pipa-, la vimos en el discurso del presidente.

-¡Entonces hay que ayudarla! -exclamó el viejito.

-Andrés vaya por la yegua Blanca, hay que llevarla a la base -ordenó el señor, colocándose de pie-, Y Alejandra vaya y ayúdela a secarse, y después denle un plato de sopa, esa muchacha esta muy mojada.

-¿Un caballo? ¿ La base esta muy lejos? -interrogué.

No tenía ni idea de en donde estaba.

-Esta como a 9 kilómetros, en un caballo llegaremos más rápido -respondió Andrés, era un muchacho de más o menos mi edad-. Ahora vaya con mis hermanas y mi mamá para que la ayuden a secarse, yo le avisaré cuando tenga lista a Gaviota.

Supuse que Gaviota era el nombre de la yegua. Seguí a la señora hacia un pequeño cuartillo, allí sus hijas; dos muchachas muy jóvenes empezaron a rebuscar entre sus armarios algo que yo podría usar.

La casa era muy pequeña, seguida de la sala estaba el comedor y la cocina. Luego había una puerta que conducía a un pequeño pasillo, en el cual se encontraban cuatro habitaciones.

-Venga para acá le ayudó a secarse el cabello -comentó la señora tomando una toalla blanca-. ¿Qué hace por aquí, tan lejos de la ciudad?

-Estaba en una misión, por así decirlo -añadí mirando a la mujer.

Por un momento me recordó a mi mama Alina. Ella solía hacer eso conmigo. Me senté en una pequeña silla de madera.

-No pensé que hubieran humanos tan lejos de la civilización.

-"Humanos" eso se oye raro -murmuro la señora entre risas-. Lo que pasa es que aquí está nuestra finca, y no la hemos querido dejar. Hemos vivido aquí toda la vida y lo seguiremos haciendo.

-¿Cómo? ¿ No piensan irse en el arca? -cuestioné mientras empezaba a quitarme la ropa-. Veo que no han alistado nada para el viaje.

-No nos vamos a ir, esta finca fue de mis bisabuelos -agregó la muchacha más adulta-, y queremos seguirla conservando de generación en generación.

-Pero y si perdemos será...

-No van a perder -me interrumpió la señora-. Todos tienen fe en que la victoria es nuestra y más si usted va a la cabeza.

-Todos hablan de la mujer que asesinó a el príncipe de los Shiyloper -espetó la otra muchacha en tono alegre-. Tenemos la certeza de que las cosas van a salir bien, por eso no nos vamos a ir; seguiremos aquí.

Me terminé de cambiar en completo silencio, luego las mujeres me llevaron a la sala. Me senté en la mesa en compañía de los dos señores, quienes ya habían terminado de cenar. El viejito se había encargado de secar a Uta, quien disfrutaba de un plato de leche caliente.

Las mujeres me trajeron un plato de sopa caliente, y una taza con café. Apenas tome la primer cucharada fue como si me hubiese comido un pedazo de cielo. Una calor agradable se me extendió desde el estómago hasta cada rincón del cuerpo.

-¿Cómo ve la guerra señorita vicepresidenta?

Casi me atragantó con la sopa. El viejito era muy sagaz, y me había hecho una pregunta, que no me había atrevido a contestar a mi misma.

-Papá no moleste a la señorita -le regaño la señora, desde la cocina-. Eso a nosotros no nos importa.

-Estamos 50\ 50 -respondí mirando al hombre-. Tenemos las mismas posibilidades de ganar como de perder, aunque eso depende de...

-¿De qué depende? -preguntó el hombre de la pipa.

Me quedé por un momento absorta en mis pensamientos.

-De mi y de lo rápido que llegue al comando -respondí mirando al viejito, frote mis manos con cuidado antes de hablar-. Le aseguró que si ganamos seguirán conservando su terreno, tienen mi palabra.

El ancianito me miró con una sonrisa amplia. Tendría que luchar con todas mis fuerzas ese día, para que ellos y muchas más personas pudieran conservar sus tierras.

En ese momento el muchacho entró a la casa, estaba agitado y sudando.

-Ya tengo lista a Gaviota y a Cocuy -informó Andrés.

Supuse que el muchacho iba a acompañarme, y eso era muy provechoso, necesitaba la ayuda de alguien para poder llegar a la base.

-Ya podemos irnos, yo voy a llevarla personalmente a la base.

Me puse de pie, había logrado acabarme la cena. La familia estaba atenta a cada uno de mis movimientos. Tome a Uta y lo alce en mi pecho.

-Gracias a todos por ser tan amables. Si necesitan algo no duden en hacérmelo saber. Estoy muy agradecida con ustedes -comente mirándolos a cada uno-. Hicieron más por mi de lo que se imaginan. Que tengan buenas noches.

-Gracias a usted señorita vicepresidenta -agregó el viejito colocándose de pie-. En nombre mío y de mi familia le doy las gracias por devolvernos la libertad.

-Así será.

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