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CAPÍTULO 13

—No haré eso, la matarán —repuso el Derfrihum, negando con la cabeza—. Usted es la Reina pero no es invencible.

—Debo hacerlo, entiéndelo Esra no puedo asesinarlos a ellos también. Es mi deber protegerlos y liberarlos. ¡Si es verdad que yo soy tu Reina, tu deber es ayudarme! —exclame agarrando la cara del muchacho entre mis manos.

Debía usar sus mismas palabras para lograr que el me ayudará.

—Ayúdame y te aseguró que te sacaré de aquí junto a Esga.

—Para nosotros no hay un futuro —me contesto el Derfrihum besando mis manos—. Lo único que puedo asegurarle es que daría mi vida por usted. Debemos distraerlos para que el príncipe no vaya aun a sus aposentos, y mientras tanto pueda llevarla a las mazmorras.

Su contacto se me hizo familiar y cálido.

—Si, y se que hacer para distraerlos —murmure caminando hacia el lugar donde estaba el cuarto de Esra—. Le temen al fuego ¿Verdad?, pues vamos a darle un poco de calor a sus frías vidas.

—Es una buena idea, pero como vamos a provocar un incendio —cuestionó el muchacho.

—En el campamento las tiendas están muy cerca. Solo tenemos que incendiar una y luego tendremos un efecto dominó —susurre acercándome a Esra, esperaba que entendiera mis palabras terrícolas—. Tu te encargaras de colocar los demás micrófonos, confío en ti para hacerlo. Yo iré a el campamento, pero antes debes decirme donde están los prisioneros.

—Pierda cuidado, enviaré a Esga con usted. Ahora explíqueme como hago para colocar esos tales micrófonos —me dijo el Derfrihum abriendo la puerta de su cuarto—. Aquí estamos seguros, nadie vendrá por el momento.

—Es sencillo Esra, sólo debes colocarlos en un sitio discreto, oprimes este botón de aquí, y el se adhiera a la superficie volviéndose prácticamente invisible —le explique al muchacho mostrándole uno de los micrófonos.

Se que en la base me habían prohibido confiar en nadie, que solo yo podría poner los micrófonos, pero es que no tenía de otra. Además Esra me había demostrado que podía confiar en el, si no hubiera sido así me hubiera delatado frente al príncipe Yaracuy. Podía ver en sus ojos que era sincero, que era incondicional.

—Eso es todo, cada micrófono cubre un radio de 5 metros.

—No sé preocupe su Majestad que yo lo haré. Ahora voy a llamar a Esga para que le ayude. También hay una cámara de gas, la usan para los humanos. La activare para darle tiempo de escapar.
Saco de uno de sus cajones unas máscaras que cubrían los ojos y la boca. Eran especiales para resistir el humo.

—Lleve estas máscaras; le pueden ser de mucha ayuda —dijo Esra—. Ahora voy a llamar a Esga.

Esra cerró los ojos y dispuso su cabeza en medio de sus manos. Parecía que estuviera haciendo un ritual.

—¿Qué haces? —pregunté enarcando una ceja.

—Llamó a mi esposa, nosotros nos comunicamos a través de nuestra mente —susurro saliendo de su trance—. La va esperar en la cocina, ella le ayudará en todo lo que necesite.

—Gracias —susurre hacia Esra—. En verdad que te estaré eternamente agradecida por todo lo que has hecho por mi.

—Recuerde que este es mi deber —agregó.

—Gracias otra vez. Ahora debo irme, adiós.

Me aleje de él. Esga era un ser supremamente especial, me hubiera gustado convivir con el un poco más. Antes de que atravesará la puerta Esga volvió a hablar.

—Su Majestad, hay algo que olvide decirle —espetó el Derfrihum, su tono era de preocupación—. El padre Júpiter quiere el cuerpo de Ares, porque nuestra profecía dice que solo el hombre con la media luna en el hombro, puede darle fin a la Reina de todos. En pocas palabras Ares o Azur como quiera llamarlo es el único que puede asesinarla.

—Pero ¿Cómo hará para saber que yo soy la supuesta Reina de la que habla la profecía? — contradije mirando a Esra.

Las cosas que me decía cada vez eran más descabelladas y sin sentido alguno.

—Por la fuerza de tu espíritu. Ellos lanzaron una moneda a el aire. Al conquistar la tierra sabían que usted estaría aquí y que con sus acciones la forjarían. Sin embargo decidieron arriesgarse teniendo la plena seguridad de que en el camino la asesinarían o Ares lograría su objetivo —respondió el muchacho, se cruzó de brazos antes de seguir—. No es la primera vez que Ares intenta asesinarla ¿Verdad?

—Así es, Azur intentó asesinarme ya una vez, solo que alguien me salvó.

Entonces por eso Azur hizo lo que hizo, en su interior siempre deseo mi muerte. Eso estaba inherente a él.

—Supongo que quien la defendió fue el rey —investigó Esra—. Solo el puede cuidarla de Ares.

—No hay ningún Rey o Reina. Pero un hombre me defendió esa vez; y ese hombre es precisamente el que amo con toda mi alma. Él se enfrentó a Azur por mi.

—Así es mi Reina, pase lo que pase recuerde que solo Ares puede asesinarla —murmuro el Derfrihum—. Jamás se enfrente a él sola o perderá la batalla. Hay otra cosa, la profecía indica que usted o por su causa morirán los doce hijos del Rey Katpatulan. No tema nunca en enfrentarse a los príncipes, usted siempre les va a ganar.

—Gracias Esra, jamás olvidaré lo que hiciste por mi.

Agarre mi mochila en la cual Esra había puesto mi uniforme. Le dediqué una mirada al muchacho, guardando en mi mente su rostro, ya que nunca volvería a verlo de nuevo. Di media vuelta y me marche del lugar.

Me dirigí de inmediato a la cocina, en donde Esga me esperaba ya lista. Ella tenía un pequeño bolso en su mano, no sentí mucho la diferencia entre ella y Esra. Cambiaba un poco el tono de su voz, en lo demás eran exactamente iguales.

—¿Ya Esra te dijo lo que tenemos que hacer? —pregunté llegando al lado de Esga.

—Si su Majestad, en esta bolsa tengo aceite; es sumamente inflamable, se incendia con mucha facilidad, y conseguí un encendedor —agregó mostrándome las cosas que traía en la bolsa—. Solo espero sus órdenes.

—Puedes llevarme con los prisioneros —susurre acercándome a ella. Si ella seguía insistiendo en que yo era su Reina debía hacerme caso—. No me puedo ir de aquí sin ellos.

—La llevaré con ellos y la ayudaré a salir de aquí. Yo soy su sierva y haré todo lo que desee.

No me había equivocado su fidelidad estaba por encima de todo.

—Gracias, tu lealtad es increíblemente importante para mí, y si hay algo que yo pueda hacer por ti solo debes decírmelo —comenté tomando la bolsa con mi mano.

—Por mi no mi Reina, pero por mi hijo si. El se llama Eloa, desde que nació lo separaron de mí —murmuró, pude sentir todo el dolor que esto le representaba—. Toda su vida ha sido un esclavo, si tan sólo el fuera libre yo no necesitaría nada más.

—Prometo hacer todo lo que este en mis manos para que Eloa sea libre —asegure tomando las manos de la mujer.

Y era verdad si tuviese la oportunidad iba a hacerlo.

—Te lo prometo.

Aún no sabía si estaba en capacidad de hacer ese tipo de promesas. Pero hacerlo tal vez le daría un poco de paz. Darle esperanza en medio de la guerra era un acto de solidaridad, un acto de amor.

Si ellos creían en mi, yo no tenía el derecho de contradecirlos. Si ellos creían que yo era su Reina, era mejor dejar las cosas así, aunque en el fondo yo sabía que era mentira.

Jamás sería la persona que ellos describían, no tenía la fuerza para hacerlo. Sin embargo estaba empezando a creer en la profecía y si había una Reina que podía dar fin a los Shiyloper, yo iba a encontrarla.

—Su palabra para mi vale más que cualquier piedra preciosa —espeto Esga mirándome con devoción—.  Ahora sígame vamos a el campamento. Será fácil salir, todos los altos Slatam están en reunión con el príncipe.

Salimos del sitio con gran rapidez. El camino estaba despejado, sólo habían unos cuantos soldados que hacían su guardia, y no nos mostraron mayor atención. Ya que Esga se encargó de informales que yo era un pedido especial del príncipe y que le pertenecía, por tal razón no podían tocarme.

El sol me golpeó el rostro, era ya casi medio día. Adentro había perdido la noción del tiempo, que al parecer allí se iba volando. Los soldados según me dijo Esga estaban descansando, ya que se habían trasnochado por la llegada de su príncipe. Al parecer también se cansaban como nosotros.

Nos movimos con agilidad y empezamos a desperdigar el aceite en las orillas de algunas carpas. Dude un poco en encender el fuego, pero era necesario, entre más caos hubiera más posibilidades tenía de poder llevar a cabo mi objetivo.

Antes de que pudiera hacerlo, una alarma sonó en lo alto del campamento. Los soldados empezaron a salir como hormigas de las tiendas. La distracción me provocó un leve temblor en la mano, perdí el control del encendedor y lo termine soltando. El fuego se hizo presente de inmediato y el caos paso a ser de una fuerza mayor.

Esga me tomó de la mano y me condujo de nuevo hacia el lugar por el cual había entrado al campamento. Todo era un caos de fuego, el humo perturbaba a los Shiyloper dejándolos totalmente desorientados. Algo que ya habíamos descubierto en el pasado, cuando nos libramos de una Sloper incendiando unos libros, ese era su talón de Aquiles.

—Hay que movernos —me dijo Esga en voz alta—. La alarma quiere decir que hay humanos cerca del campamento, ellos descubrieron a los que venían con usted; por el momento están muy distraídos. Debieron de dejar los calabozos solos, además siempre dejan sólo un guardia.

Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. Si ellos habían descubierto a Ofir, Ian, Reu y Andaluz seguro ya estarían muertos. Sin embargo tenía aun una luz de esperanza, que también se podía tratar del Teniente Justin, Losada, Dulay, Sthepen, Lucy y Levy. La suerte estaba echada y rogaba a Dios que la balanza se inclinara esta vez a mi favor.

—Sígame, vamos a los calabozos —me avisó Esga tomándome de la mano—. Procure seguirme el paso. El camino es largo y puede perderse en el lugar.

Antes de entrar a el lugar me puse mi uniforme. Esga me dejo sola dándome un poco de privacidad. Me sentía tan extraña de tener esa vestimenta tan rara, en esos momentos. Esra ya casi debía de haber terminado de colocar todos los micrófonos. La puerta del calabozo se abría sobre la tierra. Desde allí empezaban unas escaleras que parecían no tener fin.

Casi una hora recorriendo pasillos oscuros. Parecía que estuviéramos descendiendo a los mismísimos infiernos a cumplir una cita con Satán.

No habían guardias, no había necesidad. Nadie podría encontrar la salida en aquel laberinto escalofriante. Ni siquiera yo podía distinguir la salida, todo era tan confuso.

—Aquí es —informó Esga cuando llegamos a un pasillo, me seque el sudor de la frente—. Están en las celdas.

—No veo nada —inquirí mirando hacia las celdas.

No había un movimiento que me indicará que una persona estaría allí.

—Allí están, escondidos en la penumbra. Viven atemorizados porque saben que a quien escojan no volverá nunca más.

Muchos meses allí metidos, sin ver la luz del sol. Vivían como animales siendo prisioneros del miedo y del horror.

¿Cuánta más maldad tendría que ver?

—Hábleles su Majestad, tal vez así salgan de su escondite.

—¡Soy la sargento Osiris del Ejército de la nueva tierra, he venido a rescatarlos, salgan de donde estén! —exclame mirando hacía las mazmorras.

Ni siquiera tenían candados o algo así, no intentaban escapar, el miedo les impedía siquiera pensar en hacerlo. No hubo respuesta o movimiento alguno, todo era silencio, como si no hubiera nadie. Sus cuerpos de seguro estaban allí pero sus almas habían muerto debido a el terror. Sin voluntad no es posible seguir viviendo.
 

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