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CAPÍTULO 12

Trague saliva, este sujeto intentaba enloquecerme. Las sandeces que decía no tenían sentido alguno.

—El final de los Jupiterianos será el día que Orión vea la luz...

—¡Cállese y deje de decir cosas sin sentido! —le amenace acercándome a él—. No voy a permitir que quiera confundirme. El destino no esta escrito, y lo que vendrá será por mí y no por una profecía absurda.

—Mi habilidad no es tan destacada, y puede que en algunas cosas me equivoque —explicó el muchacho echándose para atrás—. Si toma las decisiones incorrectas, esto no se hará realidad. Tiene razón: usted tiene el mando, como lo tiene justo ahora porque es su decisión accionar el mecanismo para dar fin a todo el infierno que se vive día a día en este lugar.

Abrí mi boca confundida y retrocedí dos pasos.

—¿Quién le dijo lo que voy a hacer? —cuestione.

Empezaba a creer que el sujeto tenía razón y poseía poderes de adivinación.

—Presiento mi muerte y usted la trae a sus espaldas —respondió Esra sin dejar de mirarme—. Colóquese el uniforme, la llevaré a la sala.

Esra salió del lugar dejándome con un nudo en el estómago, si que era un sujeto raro. Jamás pensé que hubieran más mundos y mucho menos más razas que la nuestra. Al parecer nosotros no éramos los primeros a los que los Shiyloper atacaban.

Recogí mi cabello y escondí mis rasgos femeninos. Tenía un sombrero algo chistoso que ocultaba mis orejas y mi cabello. Tuve que colocarme un pedazo de tela alrededor de mis pechos para que no se me notarán.

Bueno ya estaba lista.

Guarde en la vestimenta los micrófonos que me quedaban. Tenía el detonador listo, sin embargo aun me quedaban muchos por instalar, debía moverme si quería salir a tiempo.
Abrí la puerta y salí, Esra hablaba con alguien más, otro de su misma raza. El sujeto se quedo mirándome de una forma extraña, era extremadamente parecido a Esra, hasta parecían gemelos.

—No se preocupe ella va a ayudarnos —me informo Esra.

Jamás pensé que se tratara de una mujer.

—Se llama Esga, ella es mi esposa.

—¿Tu esposa?

—Sí, lo que pasa es que en mi raza todos somos iguales; machos y hembras —completo el muchacho al ver mi cara de desconcierto—. Nos emparejamos al nacer y durante toda la vida.

—No sabe el placer que siento de conocerla —espetó la mujer colocándose de rodillas ante mí. Yo cada vez estaba más estupefacta—. Ojalá mi padre hubiera vivido para ver este día.

Y allí había otro ser que había perdido la cordura.

—No le entiendo nada, pero póngase de pie. Ya le dije a su esposo que no soy nada de lo que el cree.

Estaba cansada de esas insinuaciones absurdas.

—Usted es nuestro Ángel libertador, y aunque nuestras horas están contadas —murmuro la mujer tomando mis manos—. Moriré tranquila sabiendo que por fin después de más de 200 años de esclavitud, mi raza al fin será libre.

—Esga ponte de pie o pondremos a la Reina en peligro —replicó Esra ayudando e su esposa a levantarse—. Ahora asegúrate de que el príncipe Yaracuy no salga de sus aposentos, mientras vamos a la sala del orden, serán unos 15 minutos. Luego llevaré a la Reina afuera de la base. Inventa algo para justificar mi ausencia.

—Claro que sí.

No me resultaba extraño las demostraciones de cariño entre personas que eran del mismo sexo. Sin embargo Esra y Esga eran diferentes aun cuando se veían totalmente idénticos. No estaba preparada para ver a dos seres iguales e idénticos darse amor.

—Lamento mucho lo que tuvo que ver su majestad, pero es que esta puede ser la última vez que vea a mi esposa —se disculpó Esra después de soltar al fin a su Esga—. Sígame por aquí.

—Que le vaya bien su majestad —agregó Esga volviendo a tomar mis manos—.Haré todo lo que este en mi poder para protegerla del príncipe Yaracuy. No sabe lo feliz que me hace haberla conocido.

—Gracias, se lo agradezco en nombre del ejército de la nueva Tierra del cual hago parte —empecé a caminar hacia el lugar donde Esra me esperaba—. Tal vez si pudieran venir conmigo, me servirían de muchísima más ayuda.

—Eso no es conveniente —cuestionó Esra, sin mirarme a el rostro—. Notarían nuestra ausencia en cuestión de minutos y la pondríamos en un peligro inminente. Vámonos, no tenemos tanto tiempo.

Salí detrás de Esra. Caminamos por un pasillo, todo estaba muy sólo y no había nadie, una gran ventaja para mí. Las construcciones de los Shiyloper parecían laberintos de pasillos rojos interminables.

—¿Qué hace aquí Azur?. Pensé que los Shiyloper no tenían rehenes —pregunté.

Me tenía muy inquieta la inesperada aparición de Azur, y el hecho de que ahora hiciera parte de los Shiyloper.

—El no es un rehén —respondió Esra sin mirarme, tal pareciera que huyera de mis ojos —. Aquí lo conocemos como Ares o así le gusta que lo llamemos. Es uno de los fieles colaboradores del príncipe Yaracuy. Lo encontraron herido de gravedad a la orilla de un río, pidió clemencia a las tropas del príncipe, y para que le perdonara la vida le vendió su alma.

—¿Venderle su alma?¿Eso que significa?

Azur siempre estuvo loco, y aparte de que sobrevivió a la caída por el acantilado, se había vuelto parte de los Shiyloper. Se había ido al lado de los enemigos.

—Que su alma ya no le pertenece, es del padre Júpiter; así que el la toma y la usa a su antojo. En pocas palabras el padre Júpiter posee su cuerpo —me contestó Esra—. Tiene muchos cuerpos que poseer, lo que pasa es que su energía es tan poderosa que después de que invade un cuerpo, este no se repone nunca y muere. A Azur le queda poco tiempo y el lo sabe. En el día del padre Júpiter el poseerá su cuerpo para ingresar a la nueva tierra y acabar con la raza humana.

—Eso es terrible pero, ¿Porqué escogería el cuerpo de Azur? —interrogue mirando a Esra, quien se había quedado quieto mientras habría una gran puerta de marcos dorados.

—Porque conoce nuestra profecía, y una parte que olvide mencionar.

—¿Qué parte? —Fuese lo que fuese, verdad o mentira quería saberlo.

—Entre —exclamó abriendo la puerta—. Sólo tiene un minuto nada más. Dentro de poco el príncipe Yaracuy tendrá una reunión con los Slatam, así que no demoran en llegar.

Asentí con la cabeza e ingrese. Era un sitio muy lujoso, habían copas de oro dispuestas en una gran mesa alargada y un trono color carmesí con incrustaciones de lo que parecía piedras preciosas.

Corrí en dirección a el, y coloque el micrófono justo debajo de donde se encontraba. Mi esperanza era que todo lo que se dijera en esa reunión fuera oído por el comando central. También coloque otro perfectamente disimulado debajo de la mesa. No tuve tiempo de fijarme en más detalles; debía de salir de allí lo más rápido posible.

Avancé hasta la puerta y toqué para que Esra me abriera, lo hizo de inmediato. Apenas salí oí voces en el pasillo. Mire a Esra quien se puso en frente de mí. Me miro por encima de su hombro un tanto asustado.

—Son ellos, ¡Mantenga la cabeza agachada y por ningún motivo mire al príncipe a los ojos! —exclamó Esra, si el príncipe llegaba a descubrirme sería mi fin—. Solo manténgase en silencio, y haga de cuenta que es un esclavo más.

Mi corazón iba a mil mientras los pasos se seguían acercando. Pude percibir el olor del príncipe y la sombra maligna que lo cubría. Las almas de los que habían sucumbido bajo sus manos pedían justicia. Pronto el iba a obtener lo que merecía, esperaba que muriera envenenado.

—Su Majestad —le saludó Esra haciendo una reverencia—. Todo esta preparado como usted lo pidió.

—Dígale a los Slatam que los esperaré en 10 minutos —ordenó el príncipe con su tono autoritario—. Ahora vaya por la princesa Heidfeld, tengo un asunto que arreglar a solas con ella.

—Como ordene su Majestad —le contestó Esra.

El príncipe se quedo callado por unos segundos. Apenas podía ver sus pies, lo único favorable era que había logrado calmarme y no sentía ya tanto miedo. Metí disimuladamente la mano en el bolsillo del traje y di con el detonador.

—¿Y este jovencito de donde salió? —investigó el príncipe Yaracuy acercándose a mi.

¡Maldita sea, el iba a descubrirme!

—Jamás lo había visto, además siento algo raro en él.

Trague saliva sin embargo no perdí la postura, no me moví ni un milímetro. Tenía el detonador justo en mi mano, si era descubierta iba a activarlo así eso significará que moriría también con los Shiyloper.

—Es un humano su majestad. El ha demostrado ser muy leal e inteligente, por eso decidieron que sería un buen esclavo —respondió Esra, me asombraba lo tranquilo que sonaba—. Perdone su actitud esta un poco nervioso, es su primer día.

—No esta nervioso, ese es el problema —replicó el príncipe.

Puso sus asquerosos dedos en mi mentón, y levantó mi cara para obligarme a mirarlo. Me asombro la fuerza que tenía ese roce tan mínimo. Esa criatura tenía mucho poder.

El príncipe Yaracuy era realmente horrible: tenía escamas en la cara, su nariz era demasiado grande, y sus ojos totalmente negros. Sus dientes eran afilados y puntiagudos. De su boca emanaba un olor fétido, producto de su alimentación. Su rostro asemejaba a el de una lagartija y no tenía cabello alguno. Al parecer los Shiyloper eran un mezcla de todas las criaturas feas que habían en el universo.

Recordé lo que hizo en el campamento; como asesino cruelmente a esas personas. No sentí miedo, solo rabia, deseos de vengarme. Aparte de su fealdad no vi nada especial en el, nada diferente, nada que lo hiciese inmortal, nada que me impidiera matarlo, nada que lo hiciera un dios.

—Siempre he admirado la fuerza y la belleza de algunos humanos, como la tuya. Un corazón con este poder sería capaz de destruir mi reino por completo.

—Mi príncipe si lo desea le diré a los guardias que lo lleven de nuevo a los calabozos — intervino Esra en un intento desesperado por salvar mi vida.

Yo estaba tranquila, solo era apretar el gatillo y el veneno sería liberado de las celdas. Sólo un movimiento y todo acabaría.

—No —negó el príncipe soltándome—. Su rostro se me hace familiar; como si lo hubiera visto antes.

Sí el príncipe lograba reconocerme por causa de los dibujos de Azur todo estaría perdido.

—Llévalo a mis aposentos. Mataría por una belleza como la suya. Tengo que doblegar su espíritu.

—Como usted ordene, su Majestad —concedió Esra haciendo otra reverencia—. Lo llevaré a sus aposentos de inmediato.

Esra abrió la puerta. El príncipe y su séquito que costaba de tres guardias entraron a la sala. Solté un suspiro al quedarme a solas con Esra, por un momento pensé que el príncipe iba a matarme.

—Eso estuvo cerca —comentó Esra aclarándose la voz—. Debe irse de aquí de inmediato. Cuando termine la reunión y el príncipe Yaracuy no la encuentre en sus aposentos, la mandará a buscar hasta debajo de las piedras.

Esra empezó a caminar con mucho afán.

—¿Qué quiere hacerme? —inquirí alcanzando al Derfrihum—. ¿Porqué quiere doblegar mi espíritu?

—El obtiene más poder al consumir cuerpos de personas con espíritus fuertes, quiere que la lleve a sus aposentos para poder consumir toda su carne —respondió Esra, sentí deseos de vomitar—. Los Jupiterianos son totalmente carnívoros, así que el quiere devorarla. Solo así conseguirá unir su espíritu al de el de por vida, con cada humano que devora su fuerza crece.

—¡Eso es espantoso! —me limite a decir—. Aun no puedo irme, la base necesita más información, además aun me quedan más de 12 horas, debo quedarme más tiempo.

Esra pareció no prestar mucha atención a lo que acababa de decirle.

—No puedo marcharme. El detonador solo se activa con mi huella digital, y además si quiero acabar con todos, aun debo colocar los demás micrófonos.

—Yo lo haré —contestó Esra. No sabía si podía confiar en el, lo acababa de conocer —. Enséñeme como y colocare los que faltan en toda la base. Pero usted debe irse o al menos mantener oculta.

—Quiero que me lleves con los humanos prisioneros, voy a liberarlos. No los puedo dejar allí, no para que los torturaren de esa forma.
 

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