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CAPÍTULO 37

Estados Unidos no logró vencerlos, Washington, New York y los Ángeles se volvieron cenizas bajo la fuerza de los Shiyloper. Miles de soldados cayeron y solo lograron asesinar a unos cuantos del Ejército enemigo.

Rusia y China sucumbieron horas después; tras verse sin esperanza las naciones realizaron un último esfuerzo.

Bombas nucleares.

Estaba bastante lejos para poder verlo pero estallaron muchas de ellas. Acabando con parte del enemigo pero también con sus propios soldados y ciudadanos.

El mundo estaba cayéndose a pedazos. Y todo el avance tecnológico de un mundo supuestamente desarrollado se hizo añicos.

El presidente estaba demasiado estresado. Cada día llegaban nuevos reportes de personas que pedían asilo.

A todos se les decía que si, que serían bien recibidos pero el lío era que cada día llegaban menos.

Las fronteras estaban más patrulladas y se hacía prácticamente imposible entrar en ellas.

Tres ministros de nuestro país fueron asesinados en las afueras de la frontera. Sin ellos el presidente se quedo más sólo, y con toda la carga de una nación en guerra con seres de otro mundo.

Quizá por eso decidí atender su llamado y fui a verlo. Fue difícil escabullirme de Ofir, pero aún no me sentía lista para contarle la verdad de mi origen.

—Señor presidente, buenos días —lo saludé entrando a la tienda.

—Hola mi niña —respondió colocándose de pie—, ¿Cómo has estado?

—Bien señor, ¿para qué quería verme?

—Deja de decirme señor presidente que yo soy tu padre —añadió mientras se acercaba.

Todavía no sabia como tratarlo. Como dirigirme a él, ya que para mi era un completo extraño.

—Lo siento, pero...

—Si lo se, se que es difícil que me llames padre pero también se que con el tiempo voy a escuchar esa linda palabra salir de tus labios.

Asentí y el me sonrió en respuesta. Debía hacer un esfuerzo por entenderlo. Al fin y al cabo el me había dado la vida.

—No ha contestado a mi pregunta ¿Para qué me mandó a llamar?

El presidente señaló la silla que había al lado de la suya. Me acomode en ella y el hizo lo mismo cerca de mi.

Bajo la cabeza hacia unos papeles que habían desperdigados en el escritorio y me señaló uno de ellos.

—Es para que hablemos de tu problema de salud, acabó de recibir el reporte médico y no es nada bueno.

Abrí mucho los ojos.

—El doctor insiste en que tu catalepsia no es normal. Dime una cosa hija, ¿Recuerdas algo de lo que paso toda la semana que duraste dormida?

—No, no recuerdo nada.

—¿Y de los tres días que duraste aquí enferma?

—Tampoco.

—Es que es muy raro, permaneciste por siete días dormida sin recibir ningún tipo de suplemento o comida y saliste de debajo de tu cama como si nada.

El tenía razón, todo estaba muy raro. Empecé a sentirme angustiada y atormentada. No quería volver a enfermarme.

—Créame que yo tampoco entiendo —añadí.

—Era para que prácticamente hubieras muerto en esa semana —exclamó el presidente con asombro—, las circunstancias no encajan Osiris y necesito que tu me ayudes a resolver este problema.

—¡No se como pueda hacer eso!

Estaba agitada e intranquila, yo no entendía nada de medicina mucho menos iba a darle explicación a un evento del cual no tenia el más mínimo conocimiento.

—Cálmate hija no te alteres —pidió con cautela—, sólo quiero que me cuentes si viste, o oíste lago durante tu periodo de catalepsia.

—No.

—Trata de recordar, quizá puedas acordarte de algo.

Descolgué ambas manos a el lado de mi cuerpo. No me acordaba de nada.

—Haz un esfuerzo, por favor.

Cerré los ojos e intente acordarme de algo de lo sucedido después de que me metiera debajo de la cama con Kike.

No había nada tan solo tinieblas. Ese espacio para mi había tenido la duración de un segundo. No una semana como realmente paso.

—Esta bien, déjalo así no te presiones.

—¿Porqué es tan importante?

El presidente unió sus manos sobre la mesa y una expresión de suma angustia atravesó su rostro.

—El Gobierno cada vez está más convencido de que los Shiyloper infiltraron la mente de algunos humanos.

Ellos seguían pensando en que yo era una infiltrada.

—Yo estoy seguro de que esto no es así, mucho menos contigo. Pero no hay manera de hacerlos entrar en razón —el largo un suspiro—, sospechan de todo el mundo. Por eso es mejor que de ahora en adelante ocultemos lo de tu catalepsia lo mejor posible.

—¿Debemos mentir?

—No me gusta hacerlo pero por el momento sí. El doctor esta dispuesto a decir que tuviste un ataque al corazón y que por eso estuviste inconsciente, en cuanto a lo que sucedió durante esa semana hablaré con todos los que tienen conocimiento del caso para que guarden silencio.

No terminaba de comprender porqué teníamos que ocultar la verdad.

—¿Todo esto es necesario? —interrogue mirando al presidente.

—Sí. No voy a permitir que te estén realizando pruebas como si fueras un bicho raro —añadió—, te prometo que nadie va a molestarte.

—Gracias.

El presidente se inclinó hacia mi.

—Voy a protegerte de todo, no te preocupes.

—Señor Presidente quiero que se me siga tratando como antes, como si yo no..., fuera su hija.

Noté como la tristeza atravesaba sus ojos. Esos ojos que eran idénticos a los míos. También distinguí la tristeza en su rostro porque muchas veces vi ese dolor en el mío.

—Imposible, eres mi hija y vas a ser tratada como tal.

El Presidente sacó de uno de los cajones de su escritorio un gran mapa en el cual estaba el relieve geográfico de todo el mundo.

—¿Vez estas marcas rojas?

—Sí.

Era imposible no verlas ya que estaban por casi todo el mundo. Aquellas cruces rojas se cernían una tras otra.

—Estás son las naciones que han caído. Todas fueron reducidas a cenizas por los Shiyloper.

Me lleve una mano a la boca horrorizada.

¿Cómo era posible que en tan poco tiempo los Shiyloper nos hubieran acabado a casi todos?

—Días tras día más naciones caen. Más humanos mueren y más vida perecen a causa de esta guerra —mi padre soltó un suspiro exasperado—, ayer perdimos nuestra última esperanza. Las grandes potencias perdieron y con ellos lo hicimos todos.

Se debía sentir tan frustrante no poder hacer nada. Ser simplemente un espectador ante una guerra de esa magnitud.

—No se que nos depare el destino, lo único que se es que cuidaré a mi familia por encima de todo.

El clavó sus ojos en los míos.

—Eres mi hija Osiris, y te amo por sobre cualquier cosa. Nunca lo olvides.

Logre asentir con la cabeza mientras el presidente me acariciaba las mejillas.

—Tu madre estará tan feliz de verte. Ella te ha extrañado tanto.

—Mi madre murió hace más de un año —musite con tristeza.

—Lo siento cariño. Sin embargo, tú otra mamá sigue con vida y se muere de ganas de volver a tenerte entre sus brazos.

Mi otra madre.

¡Qué difícil se me estaba tornando todo!

—Por favor deme tiempo. Aún no estoy lista.

El cerró los ojos y se rasco el entrecejo.

—Esta bien. Pero en tres días nos vamos hacia el castillo, tu madre te esta esperando.

—Haré todo lo posible por aceptar esto de la mejor manera posible.

—Gracias mi niña.

—Debo irme señor presidente.

En verdad que necesitaba respirar un poco de aire puro. Me sofocaba la atención que el presidente y Cebrián me estaban brindando.

—¿No quieres quedarte un rato más? —inquirió mirándome—. Necesito que alguien me ayude a ordenar los datos de los soldados.

—Esta bien, yo puedo ayudarlo.

—Bien, ven.

El presidente se mostró mucho más feliz y sereno. Me tendió una pila de folders y me pidió que acomodara cada carpeta en orden alfabético. Luego debía apartar aquellas de los miembros del Ejército que habían fallecido.

Mientras yo realizaba aquella tarea el presidente se dedico a comunicarse por su radio con líderes del mundo que aun seguían vivos.

No podía evitar quedarme inerte al escucharlo hablar en diferentes idiomas. El debía ser un hombre muy preparado para tener ese nivel de inteligencia.

Yo a duras penas y dominaba mi lenguaje. Quizá si hubiera crecido a su lado, habría aprendido muchas cosas.

—¿Acabaste mi niña? —interrogó volviendo a la mesa.

—No señor, aún me faltan muchas cosas por revisar.

—Bueno, voy a pedir el almuerzo para que comas conmigo.

Claro que no.

Baje la cabeza mientras hablaba.

—Señor, es que quede de almorzar con Ofir.

El día anterior el me había dado un hermosa sorpresa. Y por ello yo lo había "invitado" a almorzar. Así que no podía quedarle mal.

—Bueno, será para otra ocasión —murmuro con tristeza.

No me gustaba verlo así. Su congoja empezaba a sentirla como mía.

—Mañana vendré y estaré con usted todo el día.

—¿En serio?

Esbozo una gran sonrisa, y yo me sentí tan feliz de darle un poco de alegría.

—Sí, quiero seguir con la tarea que me dio, y también quiero contarle acerca de mi familia.
 
—Claro que si, nada me hará más feliz que saber de ti —el tomo mi mano con delicadeza—, quiero saber todo: ¿Qué te gusta? ¿Qué te apasiona? ¿Cuál es tu comida favorita? ¿Cuál es tu color favorito? ¡Todo!

Solté una carcajada que el imitó a la perfección.

Nos reíamos igual.

—Me voy, mañana vendré a verlo. Ofir esta esperándome —musite.

—¿Cómo van las cosas con Ofir? —interrogó—, Indira esta un poco afectada porque él la rechazó.

El observó una fotografía que estaba sobre el escritorio. Era de Indira.

—El mundo es un pañuelo, mis dos hijas tenían que interesarse en el mismo hombre.

—Quise a Ofir desde antes de saber que él y Indira habían tenido algo, mucho antes de saber que yo era su hija.

—No tienes que excusarte, tu no tienes la culpa de nada cariño. Y si tu y Ofir decidieron estar juntos es algo que Indira debe comprender —concedió dándome un delicado beso en la mejilla—. Ahora ve con Ofir, él es un buen muchacho y se que a su lado serás feliz. No te preocupes por nada más.

—Gracias.

Estar con el presidente hizo que me sintiera muy bien. No podía negar que sentía una gran conexión. La misma que sentía con Cebrián.

Y era verdad que acababa de perder a parte de mi familia y que nada podía impedir que aceptará a ese hombre que era mi padre.

Avance hacia la mesa en la cual Ofir departía con otros soldados. Le había tocado volverse a poner el uniforme militar y cada vez que lo veía vestido de tal forma no podía evitar que las hormonas se me alborotan de una manera espantosa.

El salió a mi encuentro y me recibió con una sonrisa. Respire hondo para calmar mis pulsaciones cardiacas, y así evitar que me diera de verdad un ataque al corazón.

Creo que jamás podría acostumbrarme a lo que su presencia me causaba.

—¿Te demoraste, preciosa? ¿En dónde estabas?

Pellizco con cuidado una de mis mejillas y con su mano libre me tomó de la cintura.

—Ayude al presidente a organizar unos documentos. Mañana también debo ir ayudarlo.

—Entonces, lo del empleo con ellos era en serio.

—Sí ¿Y a ti cómo te fue?

—Cebrián es insoportable —agregó entre risas—, nos pone a entrenar muy fuerte y todo el tiempo esta gritando.

—Lo siento.

Él se acercó y me dio un suave beso en los labios.

—Yo más. Pero cansado o no tendrás esta noche tu sección privada de cine.

—Las extraño tanto —confesé.

—A mi me encanta verte sonreír así, y si soy el motivo de tu sonrisa cualquier cosa vale la pena. Vamos a almorzar o tu comida va a enfriarse.

El me tomó de la mano y me condujo hacia la mesa. Los soldados comían, y las mesas se hallaban llenas. Habían muchas mujeres entre ellos, la mayoría jóvenes, quizá hasta de mi misma edad. La verdad, era que quisiera volver al ejército. Me había gustado ser parte de el. Y además, en la situación en la que estábamos, aceptaban a cualquiera.

Aprovechaba mucho cada instante al lado de Ofir.

Se podía decir que después de tanto al fin era un poco feliz. Cuando me acordaba de mi familia y la tristeza empezaba a invadirme lo único que tenía que hacer era observar a Ofir.

El percibía mi dolor y me daba un suave apretón de manos seguido de una linda sonrisa, entonces la felicidad regresaba como un soplo de alivio a mis penas.

Cada día el se volvía más indispensable para mi.
 

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