CAPÍTULO 34
Las lágrimas rodaron por mis mejillas sin permiso alguno. En su lecho de muerte mi madre me contó toda la verdad: Que no nací de su vientre, que mi padre me rescato en medio de un desastre natural, y que lo más posible era que mi familia biológica estuviera muerta.
Mi papá me acogió y ellos me registraron como su hija. Lo único que llevaba conmigo cuando el me encontró era la esclava con mi nombre. Por eso me pusieron Osiris, porque allí iba gravado mi nombre.
Jamás creí encontrarlos y mucho menos tenerlos frente a mi. Agache mi cabeza y la sostuve con mis manos. No sabía que decir o que hacer, estaba bastante confundida.
—Osiris, se que esto es difícil para ti, pero eres mi hermana —agregó Cebrián y ahora entendía el porque de sus palabras—. Por años pensamos que estabas muerta. El día que te vi, algo dentro de mi me dijo que eras tu y la prueba de ADN me lo confirmo. Eres tu, eres mi hermanita.
—Hija, te juro que jamás quise abandonarte. Yo te busque por años y jamás pude encontrarte. Perdóname hija, yo te amo tanto…
No había ninguna duda.
Esa era mi familia.
—Esto no puede ser —susurre en medio del llanto—. No me puede estar pasando a mi.
Yo ya tenía una familia cuando me enteré que no llevaba su misma sangre. Así que decidí hacer como si nada hubiera pasado, y seguir con mi vida normal.
De vez en cuando sí se me paso por la cabeza que mi familia biológica estuviera viva, pero pensé que simplemente estaban en un sitio muy lejano y jamás los vería de nuevo.
Ahora tenía un padre y unos hermanos. Estaba demasiado sobrecogida, no sabia como reaccionar.
— Lo único que llevabas contigo ese día era la esclava que cuelga de tu cuello —siguió el presidente.
Toque la joya que llevaba y había estado conmigo siempre.
—Allí está tu nombre, por eso te reconocí y por el gran parecido que tienes con tu madre. Eres igualita a ella cuando tenía tu edad.
¿Madre?
—Osiris se que esto es difícil de asimilar pero yo soy tu padre, y quiero que sepas que no estoy dispuesto a perderte de nuevo, si no al contrario; si tu me lo permites quiero recuperar todo el tiempo perdido y darte todo este amor que tengo especialmente guardado para ti.
Me levanté de la silla dispuesta a salir del lugar. Necesitaba digerir todo, pensar y sobre todo necesitaba estar sola.
Mi vida acababa de dar otro de sus muchos e inesperados giros y no sabía como enfrentaría todos los problemas que esta verdad acarreaba. Había encontrado a mi familia de verdad y no sabía las consecuencias que esto traería para mi futuro, si era que tenía uno.
Intenté caminar pero las piernas me flaquearon. Me tambalee y estuve a punto de caer, a no ser por Cebrián que me tomó de la cintura evitando mi caída.
—Hermanita mía —susurro Cebrián, de sus ojos empezaron a salir muchas lágrimas—, no sabes lo mucho que te he extrañado.
Escuche ese zumbido; el mismo que había percibido el día de la invasión. Me tape los oídos con fuerza pero ese sonido seguía allí.
El presidente me dijo algo que no logre oír, tampoco escuchaba la voz del Coronel. La cabeza me retumbaba y mis músculos se tornaron tan pesados que me fue imposible poder moverlos.
Los rostros de Cebrián y del presidente se me hicieron tan lejanos. Eso fue lo último que vi antes de que la más siniestra oscuridad me envolviera por completo.
***
Abrí mis ojos lentamente. Me dolía un poco la cabeza, estaba en una camilla de hospital. Reconocí la misma tienda en la cual estaba Ofir cuando llegamos al campamento. Hasta estábamos en la misma camilla.
Llevaba puesta una intravenosa y alguien descansaba cerca de mi. Estire mi mano y acaricie su cabello; los rayos del sol hacia que brillaran de una manera especial.
Intenté llamarlo pero tenia la garganta muy seca y no podía hablar bien. Sin embargo mis caricias hicieron que despertará, posó sus lindos ojos azules en mi y me dedico una gran sonrisa.
Se colocó de pie de un salto y se acercó rápidamente a mi.
—Isi, ¡Mi amor despertaste! —exclamó dándome un beso en la frente—. Estaba tan asustado de que no despertaras nunca más.
—¿Qué me paso? —pregunté mirando a Ofir.
La verdad me alumbró como una ráfaga, dejándome inerte allí mismo. Recordaba todo perfectamente, todo lo que me había dicho el presidente. La verdad de mi origen.
—Te desmayaste y duraste inconsciente tres días. Pensamos que tal vez no ibas a volver nunca —me dijo Ofir acariciando mi rostro—. El doctor dijo que eras cataléptica y que estos episodios se deben a una emoción muy fuerte.
Eso sólo reiteró lo que yo ya sabía. Tenía catalepsia. Tuve un evento similar cuando mi madre murió, pero sólo duro unas cuantas horas.
—¿Qué te paso? ¿Qué fue eso tan grave que te dijo el presidente para que te pusieras tan mal?
—El presidente no mee dijo nada, esto es a consecuencias de las tensiones que he tenido últimamente.
—¿Estás segura?
—Si. Ofir tengo sed —murmure.
No quería hablar del asunto. Nadie sabía nada, ni siquiera Lena y Jordán. Por eso quería que así siguiese siendo, ese era mi pasado y no quería contárselo a nadie.
—Te traeré agua —agregó.
El ya no usaba el bastón y se veía muy bien.
—Y voy a pedir que te traigan algo de comer. ¿No te molesta que te deje sola?
—Claro que no.
Ofir salió de la tienda y me dejo un momento de privacidad. Me senté en la camilla aun adormilada, no entendía muy bien lo que pasaba.
Había durado tres días inconsciente; la noticia había sido tan fuerte que por poco me provoca la muerte.
No sabía que debía hacer con esa información. Quería olvidarlo todo, pero por las palabras del presidente el no estaba dispuesto a hacerlo.
—¿Estás bien Isi? —investigó Lena entrando a la tienda.
Mi hermana se abalanzó sobre mi y me dio un fuerte abrazo. Le respondí de inmediato porque en verdad que la necesitaba.
—No vuelvas a asustarnos de esta forma, pensamos que te ibas a morir.
—Eso ni lo menciones —le regaño Ofir entrando a la tienda—. Si algo le pasa a ella, yo no sabría que hacer con mi vida.
Sonreí ampliamente. Me encantaba que Ofir no tuviera problemas en demostrar sus sentimientos frente a todos. A el no le daba vergüenza que todos supieran cuanto me quería.
—Oye cuñado no seas tan cursi —se burló Lena.
Ofir traía una botella con agua y Jordán venía detrás de el. Lena sostuvo la botella para que yo pudiera beber. Jordán permanecía de pie sin decir ni una palabra.
—Hermana —susurro Jordán, tomó mi mano y se acercó a mi altura—. Perdóname, por haberme distanciado de ti por una tontería. Sabes que te amo muchísimo, y quiero que sepas que jamás volverá a pasar algo así de nuevo. No voy a pelear contigo porque tú y Lena son la única familia que me quedan, ¿Me perdonas?
Su única familia.
Eso era verdad, nosotras éramos su única familia. Pero… yo tenía otra familia y no sabía cómo iba a afrontar ese hecho.
—Claro que si —respondí acariciando su rostro—. Pero no lo vuelvas a hacer, me hiciste mucha falta: tonto.
—Y tú a mi, niña regañona.
Jordán me dio un fuerte abrazo, lo extrañaba tanto y me hacia muy feliz haberme reconciliado con el.
—Bueno déjenla descansar —espeto Ofir—. No la agobien, se puede enfermar de nuevo.
—El que se va a enfermar eres tu. Llevas tres días acá metido, sólo sales a bañarte y ni siquiera has comido bien —intervino Lena.
Observe a Ofir, el se había dedicado a cuidarme todo el tiempo de mi enfermedad. No me había equivocado al darle una nueva oportunidad.
—Ella ya despertó nosotros la cuidamos, vete y descansa un poco —siguió Lena.
—Ahora menos que nunca me iré. Me quedaré aquí, además...
—Además ¿Qué Ofir? —lo interrumpí agarrando su mano.
No quería que se excediera el hasta ahora se estaba recuperando.
—Gracias por cuidarme todo este tiempo, pero ve y descansa. Enserio te ves agotado, yo voy a estar bien, Lena se a va quedar conmigo. Por favor ve a dormir un poco.
—Pero…
—Pero nada —replique en voz baja—. Cuando descanses vienes y te daré una sorpresa.
—¿Qué sorpresa? —preguntó Ofir.
—Te la daré sólo si vas a descansar.
—Esta bien —concedió. Su sonrisa era tan hermosa—. Lo haré solo porque me muero de las ganas de saber que sorpresa me tienes. Vuelvo en un rato, bueno.
Me dio un fugaz beso en la mejilla y se marchó de la tienda.
—Oye que enamorado lo tienes —comentó Lena con su sonrisa picara—. No se movió de aquí desde que enfermaste. Pero dinos ¿Qué te puso tan mal?
—No fue nada en especial, las tensiones, el sufrimiento, el dolor, yo creo que todo se me junto y estalle —tenía que mentirles no estaba preparada para contarles la verdad—. Fue sólo eso, nada más.
—El presidente y su hijo han estado muy pendientes de ti —añadió Jordán sentándose a un lado de la camilla—. ¿Es verdad que te ofrecieron trabajar con la primera dama?
¿Qué?
¿Qué clase de mentira habían inventado para ocultar todo?
—Sí —conteste.
De seguro el presidente y el coronel habían inventado esa excusa para ocultar la verdad.
—¿Y por un trabajo te desmayaste? —cuestionó Jordán—. No estarás ocultando algo serio ¿Verdad?
Eso no era muy creíble. Y ya saben que la intuición de Jordán era mejor que la de cualquiera.
Jordán el brujo.
—Ya les dije que no, y por favor no me hagan más preguntas —en ese momento apareció una enfermera con una bandeja con comida—. Jummm tengo tanta hambre.
Mis hermanos se quedaron un rato más hasta que termine de comer. Procure portarme lo más normal posible para que no sospecharan lo que pasaba. No quería que se enterarán de la verdad de mi origen.
Cuando mis hermanos se fueron y quede sola, fue un alivio para mi. Necesitaba estar a solas para poder despejar mi mente, y poder pensar que haría de ahora en adelante.
La puerta de la tienda se abrió, el Presidente y Cebrián pasaron por ella. Eran las últimas dos personas que quería ver.
—¿Qué hacen aquí? —inquirí apenas los vi.
Los hombres se miraron entre ellos y pude ver que notaron mi aversión.
—No quiero que mis hermanos los vean aquí y empiecen a hacer preguntas.
—Osiris por Dios —añadió el coronel Cebrián volteando los ojos—. Necesitábamos saber como estabas, nos tenías muy preocupados.
—Pues ya vieron que estoy bien. ¡Ahora por favor retírense! —exclame sin siquiera mirarlos a la cara—. Quiero descansar.
—Hija, yo haré lo que quieras, pero no me alejes de ti. Yo no puedo soportar tu desprecio —agregó el presidente tomando mi mano, deje que lo hiciera porque el tenía razón—. Eres mi hija, sangre de mi sangre y no voy a dejarte por nada ni por nadie.
Escucharlo llamarme “hija”, hacía que las ganas de llorar aumentarán. Pensé que nunca más nadie me llamaría de esa manera.
Era verdad yo era su hija y debía ser más comprensiva. Además mis padres habían sido los mejores padres del mundo pero ya no estaban. Y no podía rechazar el amor que mi padre biológico me daba.
—Osiris yo se que esto es difícil y comprendemos que no quieras contárselo a nadie. Por ello inventamos lo del trabajo con Mamá —me contó el coronel Cebrián acercándose—. Apenas te sientas mejor viajaremos al corazón de Rick Vaill. Allí está nuestra madre esperándonos, y sólo espero que puedas algún día llegar a vernos como tu familia.
—Hija no te pedimos que abandones a Lena y a Jordán. Solo que nos des la oportunidad de estar a tu lado y demostrarte todo lo que te amamos —espetó el presidente.
Lo observe y me fije en teníamos la misma forma y color de ojos.
—Cuando tú estés lista les contarás la verdad.
Mire a Cebrián y caí en cuenta de que su sonrisa era como la mía, lo mismo que nuestro cabello. Me parecía a ellos en muchas cosas.
—No quiero hacerles daño, ni a ustedes ni a ellos. Es solo que no se que hacer para manejar esta situación —murmure mirando al Presidente—. Necesito tiempo para aclarar mi mente.
—Tranquila mi niña; tendrás todo el tiempo que quieras, y ya en el Castillo las cosas serán mucho mejor —concordó el hombre—. Te quiero pedir que no seas tan dura con tu madre, ella no soportaría tu rechazo.
—Perdón, yo no quiero hacerlos sufrir más. Es que...
—No digas nada más. Nosotros te entendemos, y se que es difícil —dijo Cebrián—. Sólo te pedimos que también nos tengas paciencia, y que aceptes lo que te ofrecemos. Vamos a decirles a los demás que serás la ayudante de nuestra madre. Así podremos estar cerca de ti y también recibirás muchos beneficios por ello.
Probablemente todo era una buena idea. Algo tendría que ponerme a hacer y además me ilusionaba pasar tiempo con ellos. Quería conocerlos y saber de sus vidas.
—Esta bien, además me estresa no hacer nada. Me gusta mantenerme ocupada —comente sonriendo.
El Presidente había sufrido mucho y no quería hacerlo sufrir más. En el fondo sabía que el no lo merecía.
—Esa es mi niña, hermosa y activa siempre. Así eras cuando bebé, dormías muy poco y siempre estabas inspeccionando todo con la mirada.
El presidente sonrió ampliamente.
—Verás que todo va a salir bien de ahora en adelante —musito el presidente dándome un beso en la mejilla—. Adiós mi niña, descansa y prepárate para el viaje.
—Adiós hermanita —se despidió Cebrián besando mi otra mejilla—. Estaré muy al pendiente de ti.
Sus caricias me resultaron muy agradables. Y algo en mi mente las recordaba. Estaban grabadas en mi y a pesar del tiempo yo las evocaba con entusiasmo.
El presidente y el coronel salieron de la tienda. A pesar de todo me sentía muy bien.
Aunque aun no creía prudente contarles la verdad a mis hermanos. Esperaría un poco más, encontraría el momento oportuno para hablar con ellos.
Por el momento era mejor que nadie supiera nada. Cuando la verdad saliera a luz yo debia estar preparada para afrontarla.
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