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CAPÍTULO 29

Cada paso hacia la tienda me dolía en el alma. Entre a el lugar y fue allí cuando pude llorar a gusto.

Había hecho un gran esfuerzo para no estallar frente a Ofir.

Me tiré sobre la cama y escondí mi cara en la almohada. Ahogue allí mis sollozos esperando que con aquella descarga de dolor dejará de adolecerme tanto el corazón.

Cada lágrima que salía de mis ojos me dolía como no tenía idea. En vez de estar frías sentía que me quemaban y me producían más daño.

Seguí llorando por mucho tiempo. Mi malestar en la boca del estómago era a causa del hambre y fue aumentando a medida que fui deshidratándome a causa de llorar como unas loca.

Escuche varias pisadas y decidí hacerme la dormida. No tenía ánimos de hablar con nadie. Lo único que deseaba era estar sola.

—Isi, ¿Cómo te fue? —preguntó Lena sentándose en la cama—, dime; ¿Ofir será mi nuevo cuñado?

—Estoy cansada Lena, hablemos después.

Seguí con la cara escondida, rogando a que mi hermana al fin dejará de molestarme. El peso que hacia en el colchón de la cama lo sentía en el centro de mi alma.

—¿Qué tienes?

—Nada.

—A ti te pasa algo, a mi no me engañas.

Alce mi rostro y me limpie las mejillas. Lena se asustó al verme así de afectada. Era algo que no quería que ella viera.

—¿Qué te pasa? —preguntó acercándose a mi.

—Nada, es que estoy sensible.

—Eso no es verdad, hace un rato estabas que saltabas de la dicha porque ibas a ver a Ofir y ahora estas vuelta un mar de lágrimas.

Lena comprendió que no quería hablar así que lo único que hizo fue darme un fuerte abrazo.

Nos abrazamos por un largo rato en el cual logre tranquilizarme. No era bueno que llorara tanto, así que decidí dejar de hacerlo.

Habían sido ya demasiadas lágrimas, estaba harta de sentirme tan vulnerable. Me aleje de Lena y me seque las lágrimas con el dorso de mi mano.

Ella seguía mirándome buscando una respuesta de mi parte.

—Tengo hambre —le dije colocándome de pie—, acompáñame a buscar algo de comer.

—¿No vas a contarme que sucede?
—Te lo contaré cuando tenga el estómago lleno.

Tomé a Lena de la mano y la conduje afuera de la tienda. Ya había caído la noche y empezaba a hacer frío.

Caminamos en silencio hacia la tienda en la cual entregaban las raciones de comida.

Afuera de ella habían dispuestas de manera horizontal varias mesas de madera muy largas. A un lado habían un sin número de sillas.

Casi todas ocupadas.

Era la hora en la cual los soldados debían cenar.

Repase los soldados quienes hacían bromas entre ellos, deberían haber más de cincuenta y algunos de ellos eran incluso más jóvenes que yo.

De seguro todos ellos habían perdido miembros de su familia al igual que nosotras. A un así seguían adelante sin importar el dolor que pudiesen llevar a cuestas.

Ojalá y yo tuviera esa fortaleza. Requería cuanto antes dejar el dolor atrás y ser fuerte.

Al entrar a la tienda lo primero que vi fueron unas ollas enormes dispuestas sobre varias estufas.

El olor a comida inundó mi nariz haciendo que mi hambre aumentará.

Hacia mucho tiempo que no me comía algo decente. Solo comida enlatada o ultra procesada. Añoraba los alimentos hechos a mano sobre una estufa. Y sobretodo la comida hecha con amor.

Varias mujeres con batas blancas y tapabocas se movían de lado a lado preparando diferentes alimentos.

Lena me tendió una bandeja y me indicó para que fuera hacia las mujeres.

—Ve, yo ya comí y estoy tan llena que no me cabe ni un vaso con agua —comentó Lena—, iré a el baño, ya vuelvo.

Las mujeres fueron muy amables y llenaron mi bandeja con arroz, ensalada de verduras, pollo asado y papas fritas. Tenía tanta hambre que fácilmente podría comer de pie.

Salí con la bandeja en mis manos; revise las mesas buscando un lugar vacío pero al parecer no había ninguno.

—¡Aquí linda! ¡Aquí hay un lugar!

Agudice mi vista para cerciorarme de adónde era que me habían llamado.

Un soldado señalaba la silla vacía cerca a el. De repente me di cuenta de que la mirada de los soldados estaba puesta en mi.

No me gustaba sentirme tan observada.

—Ven.

Al parecer no quedaba otro sitio. Avance unos pasos hasta llegar a el lugar que estaba vacío.

Acomode mi bandeja sobre la mesa y me deslice en la silla. Quedando a el costado derecho del soldado.

Iba a empezar a comer cuando la voz del soldado que me había llamado me interrumpió.

—Soy Stephen, ¿Y tu cómo te llamas?

El soldado tenía su mano estirada hacia mi. Así que no podía ser grosera. Estreche su mano mientras me presentaba.

—Soy Isi.

—Encantado Isi —agregó Stephen sin soltar mi mano—, es un nombre muy bonito para una chica igual de linda.

Me solté de su agarre y volví mi vista a el plato. Lo único que quería era comer y no tenia ganas de soportar a nadie.

—¿De dónde vienes? —interrogó Stephen.

Sabía que tenía su mirada puesta en mi y estaba empezando a incomodarme.

El chico no pasaba de los veinte años. Tenía el pelo negro y los ojos iguales. La piel morena y un pequeño asomo de barba en su mentón. Aunque no estaba de pie pude deducir que era un chico muy alto ya que su cuerpo sobresalía de la silla.

—De muy lejos —respondí secamente.

—Tu llegaste hace rato, ¿Verdad?

El chico que preguntó fue el soldado que estaba a mi derecha. Yo estaba en medio de los dos.

Stephen colocó su brazo derecho sobre mi silla. Me moví hacia adelante porque sabía que sus intenciones era colocar dicha mano sobre uno de mis hombros.

—No te metas Tye, yo la vi primero.

¿Qué?

¿Qué cosa acababa de decir ese idiota?

—No se que es lo que se te está pasando por la cabeza, pero sea lo que sea no va a suceder —exclame mirando mal a Stephen—, y mas te vale que me dejes comer en paz, porque de verdad no quiero tener más problemas.

La expresión de Sthepen cayó a el suelo. Luego su ceño se frunció y su boca se arqueo con ira.

Tye soltó un carcajada que terminó de enfurecer a Stephen.

—¿Te atreves a amenazar a un miembro del Ejército?

¿Qué crees?

Me enfrente a un general, no hay ningún motivo para temer a un simple niño vestido de soldado.

—Sí. ¿Y qué vas a hacer al respecto?

Nuestra discusión ya había llamado la atención del resto de los soldados que nos miraban con curiosidad. Y alguno de ellos se reían de Stephen.

—Puedo hacerte muchas cosas, te lo aseguró.

Su voz desafiante tenía un dejó de algo que no entendí. Solté una risita dispuesta a contestarle con algo mucho más peor. Pero alguien respondió por mi.

—El que te va a hacer algunas cosas que no te van a gustar voy a ser yo —rugió.

Reconocí esa voz. Y fue como si estuviese familiarizada con ella.

Inmediatamente los soldados se pusieron de pie y se llevaron la mano derecha a su cabeza, ese gesto reflejaba el respeto que le tenían. Stephen no podía ocultar su cara de tonto asombrado.

—¡Largo de aquí soldado! —voceo el coronel Cebrián—, y si lo vuelvo a ver molestando a alguien más será dado de baja del ejército ¡Entendido!

Stephen estaba tan asustado que apenas y pudo asentir con la cabeza.

—¡Qué si entendió lo que le dije!

—Si... mi... coronel.

—¡Quiero que todos se vayan a dormir! ¡Ya!

Esos gritos eran suficientes para que hasta el más valiente se asustara.

Los soldados sin pensarlo dos veces salieron rápidamente cada uno hacia sus tiendas. Algunos en su afán hasta se llevaron la bandeja consigo para poder terminar de comer.

Me quedé mirando a el coronel y sin esperar más tome mi bandeja dispuesta a irme de allí antes de que la siguiente regañada fuese a ser yo.

—Tu no Osiris, quédate y come tranquila —la voz del coronel ahora era tan suave como el terciopelo.

El coronel se sentó en la silla que antes había ocupado Sthepen.

—Lamento mucho esa situación tan lamentable —empezó el coronel—, y me refiero a lo de esta tarde y a lo de ahora.

El coronel Cebrián tenía los ojos castaños oscuro y el cabello color chocolate. Su nariz era pequeña pero respingada. Y aunque su piel estaba algo bronceada supuse que era blanca. Lo deduje al ver el dorso de su mano que descansaba sobre la mesa.

—La verdad es que no debí hablarle así a el general Marx.

—No fue tu culpa Osiris.

El coronel inclino un poco la cabeza hacia mi.

—Ese sujeto me cae pésimo —confesó esbozando una sonrisa—, y me dio tanto gusto que lo pusieras en su lugar.

Me dio risa escuchar al coronel hablar así. Eso quería decir que el no estaba enfadado por eso. Y por ende el puesto de Jordán no estaba en riesgo.

—Si, pero a cambio de eso me echó del Ejército.

—En efecto, pero...

Cebrián se acercó más a mi como si quisiera decirme un secreto.

—Puedes volver cuando quieras, mi padre lo echó así que no hay ningún impedimento para que seas una soldado.

—¿En serio?

—Sí, sin embargo se que has pasado por cosas muy difíciles estos días. Por eso quiero que descanses un tiempo y ya después decides si quieres volver o no.

—¿El presidente no se opondrá a eso?

—Quizá, por eso te voy a pedir otra cosa —añadió.

—¿Cuál cosa?

Esperaba que no me fuera a pedir algo similar a lo que quería Azur, o Stephen. De verdad que no quería terminar odiando a los hombres.

—Para estar más seguros el presidente quiere que te hagas las pruebas de sangre.

Ah, era eso.

—Es solo para corroborar que todo este bien. Y además también servirán para que te evalúen por si tienes alguna enfermedad.

Parecía ser algo sencillo, y que efectivamente me serviría mucho.

—Esta bien, mañana iré a hacerme esas pruebas.

—Gracias Osiris esto es muy importante.

—Lo se, y lo hago más que todo para que no queden dudas de nada —añadí mirando a el coronel quien me dedico una genuina sonrisa.

—Eso es lo que yo más deseo; acabar de una vez por todas con las dudas.

Ojalá y pudiera descifrar su mirada. Desde que lo había conocido sentía que el tenía algo especial.

Algo que no lograba dar que era. No lograba entender porque empezaba a sentirme tan a gusto a su lado.

Como si conociera a ese hombre de toda la vida.

—Te dejo para que comas, y si necesitas algo no dudes en hacérmelo saber —el coronel miro hacia su tienda—, y sobretodo avísame si algún soldado vuelve a molestarte; vendré de inmediato y lo pondré en su lugar.

—Gracias coronel.

El se colocó de pie mientras negaba con la cabeza.

—No me digas coronel Osiris, para ti soy Cebrián; simplemente.

—Entiendo.

—Ahora come y descansa. Veras que muy pronto todo se va a esclarecer.

El coronel se marchó dejándome muy confundida.

¿Qué era lo que se debía esclarecer?

No entendía su actitud, sin embargo el coronel Cebrián me agradaba.

Llevarme el primer bocado a la boca fue un verdadero placer. Seguí comiendo hasta dejar mi bandeja limpia. Después de estar saciada decidí volver a la tienda.

Mientras caminaba mis ojos se desviaron hacia la tienda en la cual estaba Ofir. No podía creer que después de lo que me había hecho yo siguiera pensando en él.

A pesar de todo me preocupaba su salud. Así que sin pensarlo dos veces fui hasta ese lugar. Abrí con cuidado la puerta y lo vi.

Dormía plácidamente con el pecho descubierto. Sólo tenía una intravenosa puesta y nada más.

Su herida estaba cubierta, por la forma en la que dormía se podía asegurar que nada le dolía. Eso era muy bueno.

Lo único importante era que estuviera bien. Así no estuviera conmigo. Verifique que no hubiera nadie para poder hacer algo que necesitaba.

Debia darle fin al pequeño ciclo con Ofir. Y la mejor forma era despedirme de el para poder así arrancarme del corazón los momentos felices que habíamos vivido.

Quizá aquello no era lo mejor para mi. Pero seguramente sería lo mejor para el. Me haría a un lado para que pudiera vivir a plenitud su amor con Indira LatHot, de esa manera el no sentiría remordimientos por ilusionarme. Ofir conocía de antes al presidente, por lo tanto también a Indira. Lo de ellos no era algo pasajero.

Me acerque lentamente y cuando estuve frente a el me agache quedando a pocos centímetros de su rostro.

—Gracias por todo.

Uní mi boca con los suya. Apenas y toque sus labios. Ese era nuestro beso de despedida. Ahí acababa todo entre los dos.

El se removió y me quedé estupefacta al oírlo hablar.

—Isi, no te vayas.

El estaba dormido. Seguía sin abrir los ojos. Fue como si su subconsciente supiera lo que estaba pasando.

—Lo siento Ofir… quizá cuando mejores y órdenes tus sentimientos te darás cuentas de que esto es lo mejor.

—De ninguna manera será lo mejor.

Voltee asustada para ver a Ian quien me miraba con una expresión severa en el rostro.

—Tú no lo entiendes —determine pasando por un lado.

—La que no entiende eres tú, Ofir se va a morir sin ti.

Sentí como se me estrujaba el pecho.

Claro que no.

No le hice caso a las palabras de Ian y abandone la tienda. Iba a buscar a Lena porque llevaba mucho tiempo sin verla.

Cuando abrí la puerta de la tienda que nos habían asignado me quedé pasmada, muda de vergüenza allí mismo. No daba crédito a lo que veían mis ojos.

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