Me removí intranquila. No lograba conciliar el sueño. Me puse de pie y camine con cuidado. No quería despertar a mis hermanos quienes estaban dormidos en el suelo.
Mi uniforme se había mojado durante la lluvia de la tarde. Así que tuve que vestirme con un vaquero alto y un crop top que a mi parecer me quedaba muy corto.
Salí de la improvisada tienda. Afuera hacia mucho frío. Sentí un escalofrío recorrerme entera, y comencé a caminar hacia un costado.
Necesitaba respirar un poco de aire fresco. Quizá así podría calmar mi alma que se hallaba agobiada.
Las pesadillas cada vez eran más recurrentes. Soñaba con explosiones, ataques; muerte.
Soñaba con Tobi...
Con mi Papá, con las niñas.
Las lágrimas empezaron a manar de mis ojos por si solas. Cada vez que pensaba en ellos me daban ganas de rendirme.
Dejar de huir y de luchar. Probablemente lo mejor era morir para reunirme con ellos. Cerré los ojos a la vez que la garganta me quemaba como si hubiera tomado gasolina.
—Isi, ¿Estás bien?
Abrí los ojos y me encontré de frente con la silueta de Ofir que se abría paso entre la oscuridad.
—No.
Ni siquiera podía hablar bien.
—¿Qué necesitas?, ¿Estás enferma? ¿Te sientes mal?
El me bombardeó con preguntas que ni siquiera sabía como contestar.
—Estoy bien...
—Claro que no, estas llorando. ¿Alguien te hizo algo? —preguntó acercándose más.
Negué con la cabeza. El dolor que sentía me lo habían provocado unos seres de los cuales ni siquiera sabía pronunciar bien su nombre.
—Es por todo lo que esta pasando. Por esta situación.
Me seque las lágrimas con mis manos. Era la segunda vez en que lloraba frente a el. Creo que Ofir se había convertido en mi paño de lágrimas. Ojala y no lo terminará aburriendo con tanta lloradera.
—Lo siento tanto, si yo pudiera hacer algo por aliviar tu dolor te aseguró que lo haría.
Me abracé a mi misma intentado darme apoyo. No le habia prestado mucha atención a sus palabras.
—Isi, vuelve a la tienda. Es peligroso que estés afuera a estas horas; sola.
Ofir colocó ambas manos a el costado de mis brazos. Los froto suavemente con delicadeza.
Sus manos eran muy suaves, y su contacto no me pareció invasivo, sino al contrario; lo sentía tan cálido que empezó a agradarme.
—Estas helada —musito paseando sus ojos sobre el movimiento que hacían sus manos sobre mi.
Yo no podía despegar mis ojos de su rostro. Lo veía parcialmente, ya que estaba muy oscuro para verlo con claridad.
—Deberías irte a dormir. Hace mucho frío y puedes enfermarte.
—Tienes razón —respondí aclarándome la voz—, es que me sentía mal, y quise salir a tomar aire.
—Entiendo.
El me soltó y luego se llevó ambas manos a los botones de su chaqueta. Abrí los ojos al ver que empezaba a desabotonársela.
—¿Qué haces?
El siguió desabotonándosela antes de responder.
—Te voy a prestar mi chaqueta para que no sientas frío.
—¡Claro que no! —exclame a lo que el detuvo sus movimientos.
El uniforme costaba de un pantalón verde camuflado con varios bolsillos a los costados. Una chaqueta manga larga del mismo color con bolsillos a la altura del pecho. La chaqueta debía ir dentro del pantalón y debajo de ella los soldados sólo utilizaban una camiseta negra sin mangas pegada a el cuerpo.
Si Ofir se quedaba tan sólo vestido con esa mini camiseta se iba a morir congelado.
—No es necesario que lo hagas. Ya me voy a dormir.
Alcance a ver la camiseta de Ofir, y si que le quedaba pequeña.
Desvíe la vista, y empecé a caminar hacia la tienda.
—Si necesitas algo no dudes en pedírmelo —dijo Ofir llegando a mi lado—, estaré de guardia hasta la media noche.
—Gracias, estaré bien.
Ofir rebusco algo en uno de sus bolsillos.
—Tengo algo para ti, se que te va a gustar.
Sonreí al ver entre sus dedos un pequeño caramelo envuelto en papel rojo.
—Es lo único que me queda de todos los víveres que traíamos del pueblo.
El me observó fijamente.
—Si lo quieres será tuyo.
—Claro que lo quiero.
El me lo tendió y yo lo acepté con gusto. Lo destape en cuestión de segundos y me lo eche entero a la boca.
Ofir me miro con una ceja arqueada. Fue allí que caí en cuenta de algo.
—¿Tú... querías? —interrogue intentando no atragantarme con el dulce.
—No, no me gustan los caramelos de ese tipo.
Aunque intentó disimularlo supe que mentía. Y el si quería parte del dulce. El lío era que ya me lo había comido.
—Lo siento, es que...
—Tranquila, ya te dije que no hay problema.
El me sonrió a la vez que volvía a seguir desapuntándose la camisa. El sabor del caramelo bajando por mi garganta me trajo muchos recuerdos.
—Extraño tanto las cosas que tenía antes. Cuando iba a recoger a mi hermanas de la escuela pasaba por la tienda y les compraba caramelos —agregue agachando la mirada—. A ellas les encantaban... y también les gustaba que les leyera cuentos infantiles.
— A mi hermano menor también —añadió Ofir con tristeza—, todo el tiempo le leía el cuento del sastrecillo valiente. Lo leí tantas veces que me lo aprendí de memoria.
—¿Es en serio?
—Si, —Ofir sonrió y se movió de un lado a otro de manera graciosa—, hasta tenía que hacerle la mímica. Como si estuviese viendo una película.
Solté una carcajada al ver los movimientos que hacia.
—Debía de ser muy divertido.
—Lo era —concedió sonriendo—, ¿Quieres que te lo cuente?
No supe que decirle.
Claro que quería que me lo contará.
—Eso sí, no te vayas a reír de mi —exigió señalándome con su dedo índice.
—Esta bien, no voy a reírme.
Ofir rebusco algo en el suelo. Se agachó y acomodo una piedra que había en el lugar. Me indicó con una mano para que me sentara en la roca.
Estaba fría pero no me importó. Iba a tener una sección privada de cine. Así que el sacrificio valía la pena.
Ofir se despojó de su chaqueta. Y me la tendió sobre los hombros. No dije nada ya que sabía que el no iba a aceptar un no por respuesta.
Y claro, al verlo con tan poca ropa supuse que Ofir había crecido en un gimnasio. Y sus padres debían ser dos atletas de alto rendimiento.
No había alguna otra explicación lógica.
—Ahora si señorita Isi, prepárese para el mejor espectáculo de su vida.
Apoye mi cabeza entre mis manos y coloque los codos sobre las rodillas.
Ofir empezó a actuar a la vez que narraba a la perfección el cuento. No sabía que era mejor si los movimientos de su cuerpo o los cambios en el tono de su voz.
Pareciera que varios personajes estuviesen allí hablando. Me encantaba cuando hacia la voz del sastrecillo mientras inflaba el pecho. O cuando simulaba la forma de caminar de la princesa.
No podía evitar a cada rato que una carcajada saliera de mi boca. Ofir parecía no importarle ese hecho y seguía en lo suyo.
Creo que podría quedarme allí por horas. Y no me aburriría nunca.
Cuando acabó su narración hizo una venía hacia mi. Yo aplaudí eufórica y me coloque de pie entusiasmada.
—¡Eso fue espectacular! —exclame.
Ofir llegó a mi lado sonriendo. Estaba agitado debido a que había narrado todo el cuento en voz muy alta.
—¿Te gustó? —interrogó.
—¡Me encanto! —chille sin dejar de aplaudir—, eres muy bueno.
—Que bueno que te haya gustado —dijo largando una carcajada—, eres la mejor espectadora que he tenido.
Ofir dejo de sonreír y se quedo muy serio. Deje de aplaudir ya que un soldado se acercaba rápidamente a nosotros.
Azur...
Últimamente casi todas las veces que lo veía estaba enojado. Y esa vez no fue la excepción.
—¿Qué están haciendo?
Su pregunta fue directa y sin titubeos.
—Creo que no debo contestar esa pregunta —respondió Ofir con calma—. Pero para que no te queden dudas; Isi y yo estábamos hablando.
—¡Deberías estar haciendo la guardia! ¡No aquí perdiendo el tiempo! —exclamó Azur alzando la voz.
Azur se acercó a Ofir con la expresión más dura que le había visto. Estaba muy enojado. Me daba algo de miedo verlo así.
—Ofir sólo me hizo compañía, nada más —intervine colocándome delante de el.
Observé a Azur a los ojos que parecía no estar muy convencido.
—Pero es tarde y debo ir a dormir.
—Es lo mejor Isi, Ofir no debe descuidar la tarea que le dio el capitán Jordán.
Quizá Azur tenía razón y Ofir no debió descuidar su guardia. De eso dependía la seguridad de todos.
—No la descuide, la tarea que me dio el capitán Jordán fue cuidar a sus hermanas. ¿Qué crees que estoy haciendo?
Me sentí un tanto decepcionada. Pensé que Ofir se había acercado a mi porque quería hacerlo; y no porque era una orden de mi hermano.
—Por eso ahora con tu permiso llevaré a Isi a la tienda.
Ofir me tomó con cuidado del antebrazo y ante la mirada atenta de Azur empezamos a caminar hacia la tienda de Jordán.
—Cada vez soporto menos a Azur —confesó una vez estuvimos lejos de el—, parece que su único objetivo es meterse en tu vida.
—Azur me dijo algo de ti.
—¿Qué te dijo? —preguntó clavando sus ojos en los míos.
Me quedé en silencio. Ellos ya habían tenido bastantes problemas y si yo decía algo era como echarle leña a el fuego.
—Nada importante, además no le creí.
El lanzó un suspiro de alivio. Llegamos junto a la puerta y el detuvo sus pasos.
—Lamentó que Azur haya interrumpido mi muy ensayada obra teatral. Pensaba contarte otro cuento pero ya no alcancé.
Ofir movió sus dedos y acomodando los dos pulgares juntos creo un cisne que se movía de lado a lado.
—Pensaba contarte el del patito feo.
—Será en otra ocasión —respondí con una sonrisa—. Gracias por lo que hiciste. De verdad que la pasé muy bien.
—No tienes nada que agradecer. Lo hice porque...
—Porque mi hermano te ordenó cuidarme —le interrumpí desviando la mirada.
—Claro que no. Le dije eso a Azur para que dejará de molestarme. Tu hermano no me ha encomendado nada; todo lo que hago por ti, lo hago porqué me nace hacerlo. Porqué yo quiero hacerlo.
El corazón me palpitaba de manera extraña. Sobre todo cuando el me miraba de esa forma.
Ofir se acercó y acomodo su chaqueta sobre mis hombros.
—Estaré cerca por si necesitas algo.
—Llévate tu chaqueta; te dará frío sin ella.
—No, tú la necesitas más que yo. Que tengas buenas noches.
El se acercó a mi y me dio un delicado beso en la frente. Después me sonrió y se marchó a seguir haciendo su oficio.
Ingrese en la tienda con una sensación de calidez en el cuerpo. Ofir con su presencia había logrado que olvidará por unos momentos la situación en la cual me encontraba.
Era verdad que todas las cosas estaban saliendo mal. Sin embargo, Ofir me había demostrado que a pesar de las situaciones adversas que se nos presenten se puede ser feliz.
Al menos por unos minutos.
Me recosté cerca de Lena y me arrope con la chaqueta de Ofir. Al fin logre conciliar el sueño. Mi noche no pudo ser mejor.
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