CAPÍTULO 11
La noche en el convoy fue la mejor que había tenido desde que empezó la invasión.
Demoraríamos en llegar a Rick Vaill alrededor de cinco días. La carretera estaba muy averiada y eso atrasaba nuestro camino. En cada convoy íbamos alrededor de 15 personas. Los soldados nos dieron alimentos y agua. Lena y Tobías durmieron toda la noche.
Yo dormí poco: tuve algunas pesadillas, y aún tenia punzadas en la pierna. El día estuvo radiante, había un tibio sol que cubría todo el paisaje por el cual nos dirigíamos. La naturaleza hizo una pequeña tregua con nosotros y la lluvia dejó de caer.
Kike no desaprovecho ni un segundo para recibir a punto de kikirikis el nuevo día. Un helicóptero nos cuidaba desde el cielo; sobrevolando la fila de vehículos. No había vuelto a ver a Jordán; sabía que estaba ocupado.
El era un excelente soldado y como subió de rango, sabía que iba a tener tareas más importantes que le consumirían mucho tiempo.
Los autos de repente frenaron su marcha. Me asomé por la parte de atrás de la camioneta para ver que veía. No había nada raro. Uno de los soldados que iba con nosotros, abrió la puerta para que pudiéramos bajar.
—Pueden bajar para que vayan a hacer sus necesidades. Manténganse cerca y alertas. No se alejen demasiado —nos informó el soldado.
Deje que mis hermanos siguieran durmiendo y descendí del vehículo. La carretera estaba llena de uniformados que venían de aquí para haya: con víveres, armas y personas heridas. Así se veía la guerra; una que jamás imaginé iba a vivir en carne propia.
Seguí caminando hacia la parte de adelante. A lo lejos vi a mi hermano. Estaba dándole indicaciones a un grupo de soldados. Fue difícil reconocerlos por el uniforme. Aun así había pasado tanto últimamente con ellos que reconocería su silueta a kilómetros.
Me dio un poco de risa ver la cara de fastidio de Ian. El que siempre estaba a la moda, bien vestido, y sin hacer nada; ahora pertenecía a él ejército. Una de las cosas que más odiaba en el mundo. Muchas veces lo oí hacer comentarios desagradables acerca de nuestra fuerza pública.
—Isi, ven —me llamó mi hermano apenas me vio—. ¿Que te parece mi nuevo grupo de soldados?
—Yo los veo bien —le dije dándole un beso en la mejilla, Jordán me acercó a su pecho—. Aunque hay uno de ellos que creo esta un poco incómodo.
Ian me dedico una de sus populares miradas asesinas. No se porque pero me estaba divirtiendo un poco con la situación de mi cuñado.
—¿Qué tal tu noche? —investigó mi hermano—. ¿Pudiste dormir bien?
—Es una de las mejores noches que he tenido —le conté—. Lena y Tobías aún duermen.
—Me alegra tanto que estemos de nuevo juntos —agregó mi hermano—.Vengo enseguida. No te vayas necesito hablar algo contigo. ¡Descansen!
—Aquí te espero —comenté mientras mi hermano se marchaba.
Los chicos dejaron su posición firmé para dedicarse a acomodar el uniforme. Al parecer no estaban cómodos con su nueva vestimenta.
—Haber muchachos no puede ser tan malo —espete conteniendo una carcajada.
—No es malo, es rémalo —se quejó Jerjes haciendo una mueca de desagrado—. Ni siquiera puedo levantar los pies del piso. Estas botas tienen piedras en la punta.
—A mi este casco me va a romper el mentón—protestó Ofir intentando arreglarse la correa del casco—. Siento que tengo dos cerebros.
El casco podía ocultar parte del rostro de Ofir; menos sus hermoso ojos que seguían a la vista de todos. A mi parecer a el era el que mejor le quedaba esa vestimenta.
—Por favor, es sólo un uniforme —murmure entre risas—. Ahora son unos soldados de la patria.
—No te rías Isi que esto es enserio —me regaño Ian mirándome de reojo—. ¡No quiero usar esta cosa!, siento que no soy yo.
—No sean quejambrosos, yo me siento bien —añadió Azur, quien al parecer era el único que estaba a gusto con su uniforme—. Creo que me luce.
—Tu lo dices porque prestaste servicio militar —agregó Reu. Otro que tampoco estaba muy contento que digamos—. Nosotros no estamos acostumbrados y que te va a lucir un traje verde; si pareces un saltamontes que habla.
Todos nos echamos a reír. Los chicos no estaban listos para convertirse en militares de un momento a otro. No parecía algo malo y verlos vestidos de esa manera me motivaba a seguir adelante.
Jordán volvió con unos papeles en la mano. Parecía demasiado ocupado, pero yo necesitaba decirle algo.
—Preséntense con el Sargento Fress —ordenó hacia los muchachos—. Ven Isi, vamos a hablar.
Pareciera que Jordán me hubiera leído la mente. Me tomó del brazo y empezamos a caminar hacia un sitio apartado.
—No fui capaz de decirte esto en frente de Lena y Tobi —susurro mi hermano con tristeza.
—¿Que paso? —inquirí preocupada.
—Es sobre papá —mi hermano no pudo ocultar su dolor. Ni siquiera logró mirarme a los ojos.
—¿Le pasó algo malo? —farfulle en medio de las lágrimas.
—Si —murmuro con la voz apagada—. Isi, el… esta muerto.
—Lo se —musite, sentía el escozor en mi garganta—. Lo supe desde el día en que empezó todo. Yo lo sentí esa mañana cuando el se despidió de mi. Sentí su ausencia, en ese momento pensé que era a ti a el que te iba a pasar algo malo. Pero desde que te vi sano y salvo; supuse que el no estaba y que no iba a volver. Si mi padre estuviera con vida el ya nos hubiera encontrado.
—Vi su cuerpo —prosiguió mi hermano y las lágrimas rodaron por sus mejillas—. En las afueras de la mina, las maquinas los asesinaron a todos. Ni siquiera pude sepultar su cuerpo ni llorarlo. No pude hacer nada…
Apreté mis ojos y no pude contener mis lágrimas. Era mi padre y lo amaba con todo mi corazón. Me dio la oportunidad de tener una familia. Me protegió desde el momento en que me tuvo en sus brazos. Siempre estuvo conmigo, y ahora ya no estaba y no regresaría jamás.
Jordán me abrazó y lloré en su pecho. No era justo que de un día para otro, alguien tomará de la tierra lo que quisiera y eliminara lo que no le sirviera.
La vida antes era fenomenal y hoy me daba cuenta de ello. Aunque mis días pasarán en medio de cuatro paredes, yo era feliz. Mi familia a pesar de la muerte de nuestra madre, era unida y éramos tan felices. Extrañaba todo eso; toda esa paz, toda esa vida que llevaba antes y que jamás iba a volver.
—Dame un uniforme —pedí secándome las lágrimas—. Quiero pelear en contra de ellos de alguna manera.
—¡No! —exclamó Jordán mirándome con enojo—. No te voy a arriesgar de esa forma.
—No te hablo como tu hermana —replique mirándolo a sus ojos—. Sino como una Civil que le pide a un capitán del ejército de su país qué le de un lugar en sus tropas para pelear junto a sus hermanos. No te lo pide Isi tu hermana, sino la mujer que quiere justicia.
—Es muy arriesgado —protestó mi hermano dándome la espalda—. ¿Y sí te pasa algo?
—No estoy segura en ningún lado. Ahora el mundo no es seguro para nadie. Quiero que me prepares, que me enseñes, que me entrenes; para poder enfrentarlos sin miedo. No quiero sentir este temor cada segundo de mi vida —me di la vuelta—. Iré a ver a los niños, cuando vuelva quiero que mi uniforme este listo, y sabes que no aceptaré un no por repuesta.
Me dirigí al convoy y vi que Lena venía de camino. Mirándola bien ya su embarazo era notorio. Me preocupaba que últimamente no se había alimentado bien. No quería que algo malo le pasará a ella ni a el bebé. Tampoco podía decirle que nuestro padre estaba muerto. Eso podría hacerle mucho más daño. Era mejor que siguieran creyendo que seguía vivo en algún lugar del mundo.
Me seque las lágrimas e intente serenarme lo más posible. Mis hermanos debían verme fuerte.
—¿Que hacías? ¿En donde estabas? —preguntó mi hermana.
Lo pensé por un momento, pero no podía contarle la verdad. En su estado una noticia de ese calibre podría poner en riesgo su vida y la del bebé.
—Me levanté y no te vi —siguió Lena.
—Estaba hablando con los chicos y con Jordán. Le pedí que me diera un uniforme. Voy a ser una soldado —respondí con tranquilidad. No quería que se enterara de que estuve llorando—. Y los muchachos también ahora serán soldados. Aunque Ian no estaba muy contento con esa situación.
—¿Una soldado? —dudo la chica y pude notar el temor en su voz—. Eso es muy peligroso, ¿Estas segura?
—Si. En estos momentos debo estar preparada para cualquier cosa —añadí, acercándome mas a ella—. No le dije a Jordán de tú embarazo. Creo que deberías decírselo tu, es muy importante que el este al tanto de todo.
—Tal vez hablé con el más tarde —contesto mirando hacia donde estaban los muchachos—. Ahora tengo problemas más graves.
Los chicos hacían una fila mientras escuchaban atentamente a el Sargento Fress.
—¿Con Ian? Supongo —interrogue mirándola de reojo—. Ya le contaste que…
El ruido de una explosión acalló el sonido de mi voz. Uno de los convoy estallo en mil pedazos. Los gritos de horror se empezaron a oír de un lado y de otro. Los soldados corrían desorientados; oí a lo lejos la voz de Jordán y de repente el cielo se cubrió de sombras escarlatas.
Las Sloper cubrieron cada uno de los espacios del cielo. Esta era la verdadera zona de guerra.
—Corre ¡Aléjate de los autos! —le grite a Lena. Podía sentir el martillar de mi corazón, estaba asustada, aterrada—. Yo iré por Tobías, ve al bosque.
—Tranquila yo la cuidó —me dijo Jerjes llegando a nuestro lado—. Ten cuidado…
Salí corriendo hacia el lugar donde estaba el convoy, Tobi debía de estar muy asustado; el era un niño todavía, no estaba listo para enfrentar algo así.
A lo lejos vi el automóvil, muchas personas salían a toda prisa. Grite el nombre de mi hermano pero el sonido de los proyectiles hacían de mi voz un pequeño chillido apenas audible. Los gritos de las demás personas se confundían con los míos. Pocos metros me separaban del convoy; los mismos que me salvarían la vida y aquellos que condenarían a Tobías a su pronta e inesperada muerte.
La explosión me dejo una fuerte sensación de inestabilidad en todo el cuerpo. Termine de espaldas contra el suelo. No podía oír sonido alguno y el humo dificultaba mi visión. El convoy en el cual dormía Tobías había volado en mil pedazos; lo poco que quedaba de el estaba siendo consumido por las llamas.
Me levanté con las pocas fuerzas que me quedaban. Debía sacar a Tobi de allí, daría mi vida por el.
Iba a sacarlo de ese lugar, nadie más iba a morir frente a mí; menos Tobías, menos mi hermano.
Intenté correr pero unos brazos se asieron a mi cintura con fuerza y me sacaron de allí. Casi a rastras alguien me halaba del lugar que empezaba a quemarse.
Alguien me hablaba sin embargo el dolor me impidió reconocerlo. Cada vez veía más lejos el sitio en el cual yacía mi hermano.
Hice un último esfuerzo por volver; aun así no pude. Las piernas me fallaron y en ese instante una profunda oscuridad me cubrió por completo.
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