Capítulo 5
Me desperté en un camastro, en una oquedad levemente iluminada por antorchas, me dolía la cabeza y tenía sed. Toqué a mi lado pero no noté a Draco lo que hizo que me despertase de golpe, ¿dónde estaba mi dragón?. Lo último que recordaba era haber expandido mi esencia, el ataque físico de los monjes contra mi burbuja, combinado con su bloqueos interminables había consumido toda mi energía, pero.... ¿qué había pasado?. Salí al exterior para enfrentarme ante una gran habitación, el hueco donde estaba tumbada hacía las veces de cama, supongo que para aguantar el frío, el resto de la sala estaba amueblada con una amplia mesa y distintos muebles aquí y allá. Una enana se acercó a mí cautelosa, al igual que los hombres era extremadamente fornida, llevaba el pelo profusamente trenzado y largo, y una especie de casco en la cabeza sin cuernos, el pelo le nacía en las mejillas dejando libre de vello el bigote y la barbilla, pero por todo lo demás se asemejaba bastante a su homólogo masculino.
- Soy Daria, esposa de Durin, hijo de Bilim, Señor de los Enanos. No quiero hacerte daño, jinete - le dijo con voz calmada.
- ¿Dónde está mi dragón? - pregunté, mi voz era heladora.
- Está bien, no le ha sucedido nada - me acerqué con rapidez a la enana y la cogí por el cuello levantando su cuerpo casi un metro por encima del suelo.
- ¿Dónde.... está mi dragón???? - le volví a preguntar levantando la voz. La mujer miró asustada hacia afuera y la lancé al suelo.
Corrí hacia la puerta y la abrí de golpe. Estaba frente a un gran salón, parecido al salón del trono del Reino de los Dragones. Estaba lleno de enanos armados que al escuchar el golpe se dieron la vuelta con sus armas en las manos.
- Mi dragón.... ¿dónde está???? - grité al gentío. Mi esencia surgió de mi tan negra y poderosa como siempre, los tentáculos se agitaban como serpientes furiosas. Quizá me habían quitado mi espada pero desde luego no me habían desarmado.
- Guarda tu negra alma, mujer, o tu dragón morirá en el próximo aliento - me amenazó Durin viniendo hacia mí.
- No sabes contra quién te enfrentas, Durin, hijo de Bilim. Quiero a mi dragón y si le habéis hecho daño preparaos para morir. - le dije con rabia.
- ¿Crees que nos da miedo un pequeño jinete como tú? - dijo el enano que había estado a punto de matar a Draco. Supe entonces porqué no había podido detectar a los enanos y a los monjes.... Aquellas piedras bloqueaban mi conexión pero ahora yo estaba dentro de ellas, por lo que podía enlazarme a cualquier ser vivo. Así que grité con furia dentro de sus mentes.
- '¿¿¿DÓNDE ESTÁ MI DRAGÓN????' - vi caer al suelo a muchos de ellos por el dolor que sufrían y Durin trastabilló hacia atrás sorprendido pero se mantuvo erguido ante mi ataque mental. - Mi dragón, Durin.... O juro por los grandes ancestros que yo sí que mataré en el siguiente aliento a todos los enanos que se esconden como ratas bajo tierra...
- Estoy aquí, pequeña... - escuché la voz de Draco a lo lejos y vi que se acercaba maniatado y escoltado por varios enanos con lanzas y espadas. La rabia de verle golpeado y en esa posición tan degradante hizo que mi esencia se expandiese por toda la sala golpeando cuanto enano encontraba y tirando al suelo a los guardias que escoltaban a Draco, luego mi esencia le envolvió devorando las gruesas cuerdas que lo ataban. La furia se agitó dentro de mí y volví a escuchar la voz de Draco que me gritaba - ¡Contente, Senda! - Hice un esfuerzo por no matar a todo ser vivo a la redonda pero hasta que no sentí los brazos a mi alrededor de mi dragón no lo conseguí del todo. - Estoy aquí.... Estoy bien.... - dijo a mi oído.
- Es la segunda vez que amenazáis algo que es mío, enano... no habrá una próxima vez - le dije a Durin - Veo que la palabra de un enano vale menos que el excremento de un monje... - escupí. - Dejadnos ir en paz y no sufriréis daño.
Un enano anciano, de pelo y barbas grises, apoyado en un bastón avanzó hacia nosotros mientras los enanos iban haciendo el mismo saludo protocolario que nosotros solíamos hacer. Se ponían el puño derecho en el corazón y hacían una ligera reverencia. Tenía que haber pasado por numerosas batallas pues su piel estaba cubierta de cicatrices, el contraste con la mía que casi era porcelánica era bastante dispar. Llegó hasta nuestra altura y me miró con intensidad.
- Así que tú eres un jinete de dragón... - dijo mirándome con curiosidad, bajé la mirada para encararle.
- Y vos debéis de ser Bilim, Señor de los Enanos - dije con el mejor tono de Reina que pude poner....
- Sí, así es... Disculpa a mi hijo, mujer, fui yo quien dio la orden de apresar al dragón - dijo señalando a Draco que soltó un gruñido. - Mi hijo intentó cumplir su palabra. - Vi en su mente que decía la verdad - Cuando os trajeron solo parecíais una doncella herida, vuestro aspecto es engañoso - Había pasado a utilizar un tono más acorde con el rango que teníamos y eso me preocupó.
- Creí que los enanos no cometerían un error tan estúpido como el de infravalorarme...
- Vuestro aspecto es etéreo, vuestra belleza abrumadora... ¿cómo suponer que tras ese hermoso rostro se escondía la muerte?
- ¿Vais a soltarnos o lucharemos, Señor de los Enanos? - dije con brusquedad.
- Sois libres de iros, cumpliré la palabra que dio mi hijo. - contestó apartándose a un lado. Le miré un momento y vi que decía la verdad, transmití mi impresión a Draco. Este me soltó con cuidado temiendo que fuera a atacarlos
- Entonces, enano - dijo Draco - que haya paz en nuestra despedida. No volveremos a pisar los territorios enanos y que nuestros pueblos sigan conviviendo en armonía.
- Mucho me temo, dragón, que será la última vez que habléis o veáis a un enano. - dijo Bilim - Pero he de decir que quizá nuestros antepasados estuviesen equivocados con los dragones. Haya paz entre nosotros. - Draco asintió en dirección al anciano y me cogió por la cintura para irnos por donde un soldado nos indicaba.
Salimos del salón del trono con precaución, mirando a todos los lados esperando un ataque que no se produjo, nos encontramos ante una enorme caverna llena de columnas que se perdían en el techo, iluminadas profusamente ríos de aceite hirviendo que se enroscaba en las columnas hasta unos tres metros de alto, el efecto era hermosísimo.... Allí pudimos ver el gran territorio de los enanos, una multitud de ellos nos miraban asombrados y nosotros a ellos. Todos tenía el mismo aspecto de guerreros, las mujeres también llevaban cotas de mallas y los niños vestían con gruesos trozos de cuero encima de sus vestiduras. ¿Contra quién luchaban esa gente que desde pequeños les vestían para la guerra?. Entramos en uno de los túneles que daban a la gran caverna y avanzamos por él escoltados por los enanos. Caminamos largo rato en dirección a la superficie, yo iba pensando que aparte de encontrarnos con unos seres que no habíamos visto en milenios poco habíamos sacado de aquello. Los enanos eran un pueblo curioso pero no querían tener contacto con los humanos y mucho menos con los dragones.
- Me siento como si estuviese en una peli del 'Señor de los Anillos' - le susurré a Draco. - ¿Sabías que existían estos seres?
- Según nuestra historia los enanos se extinguieron hace milenios, vivían dentro de las montañas dedicándose a la minería y a guerrear entre ellos, poco más sabemos.
- ¡Pero luchamos contra ellos! - le dije.
- Hace eones, pequeña... Nadie que conozca ha visto jamás a un enano...
- Me pregunto si Slar conoció a alguno cuando era joven. - Me pregunté.
- Ni siquiera creo que tu gárgola los conociese.... - dijo Draco refiriéndose al líder del escuadrón de las gárgolas.
Llegamos hasta una ampliación del terreno, unas cascadas hermosas caían por el relieve de la montaña con gran estrépito. Los enanos nos hicieron avanzar por puentes que las cruzaban. Podíamos ver a gente cultivando al pie de las cascadas o pastoreando extraños animales, supuse que de allí salía su alimento y sus vestimentas.
El aire era más liviano y habíamos dejado atrás hacía tiempo los túneles principales, los enanos no hablaban mucho y nos miraban recelosos y desconfiados. Las rocas volvían a bloquear todo a su paso impidiéndome detectar a los monjes. A nosotros nos llegaron unos gritos desgarradores de repente. Todos nos miramos y los enanos echaron a corren en dirección a los gritos, salí corriendo detrás de ellos con Draco en mis talones. Llegamos para ver a un grupo de enanos, mujeres y niños con enseres como si estuviesen migrando que estaban siendo atacados por los monjes. No dudé mucho y ataqué a los monjes para defender aquel nutrido grupo de personas, utilicé mi esencia para crear una pared protectora y encerrar al mayor número de la gente aterrorizada en ella, alcé mi brazo y enlacé a todos los enanos que estaban allí. Draco no tenía posibilidad de transformarse sin que su enorme cuerpo hiriese también a los enanos pero como humano era un formidable guerrero. Los dos junto con el resto de los enanos que nos escoltaban y algunos hombres que formaban parte del grupo de refugiados nos lanzamos a la lucha. Eran monjes recién nacidos, poco cerebro pero con un hambre voraz, me habían devuelto la espada en señal de buena voluntad y luché contra ellos como pude. El entrenamiento de aprendiz me sirvió para esquivar a los horribles seres deformes que a base de dentelladas intentaban herirme. Los cadáveres de monjes se amontonaban a mis pies según iba matándolos, pero el desgaste de estar utilizando la esencia todo el tiempo para proteger a los enanos unido a la conexión con todos los enanos me pasaba factura.
- ¡Draco!, necesitamos al monje que los espolea!!!, hay que buscarlo!!! - le grité a mi dragón, si matábamos a ese monje los demás saldrían huyendo. Vi con miedo que Draco asentía y se introducía entre la marea de monjes que nos atacaban. Había perdido a Draco de vista, sabía que seguía vivo pero... ¿y si le pasaba algo?.
Lo noté... cuando el monje cayó con la garganta arrancada por las garras de Draco. Los monjes recién nacidos enloquecieron y empezaron a huir por los túneles, matamos a aquellos que no huyeron y al poco tiempo la batalla había terminado. Mi esencia liberó a los refugiados y volvió a mí para proteger los cortes que me habían infligido los monjes. Vi a Draco venir veloz hacía mí y me lancé a sus brazos aliviada viendo que estaba a salvo, me abrazó fuertemente contra él.
- Dime que estás bien, pequeña - me dijo.
- Cortes, nada que unos cuantos puntos no pueda curar- se separó para revisar los cortes en mis brazos y mi costado que estaban protegidos por mi esencia.
- ¡Malditos monjes!!!
- ¿Tú estás bien? - le pregunté.
- Mis escamas hacen su trabajo, tranquila - asentí aliviada.
Nos dimos la vuelta para ver la situación de los demás, los niños lloraban y las mujeres buscaban a sus maridos o a sus hijos. Empezamos a ayudarles en silencio a recoger los enseres y a ponerlos en marcha. Nadie nos dijo nada, si estaban sorprendidos de vernos no lo demostraron. Uno de los enanos contaba entre asustado y apesadumbrado.
- El pueblo de Regin no consiguió salir, están aislados hasta que sus defensas caigan y los monjes los devores o algo peor. Nosotros salimos con tan poco margen....
- ¿Quién es el pueblo de Regin? - pregunté.
- Viven en las montañas heladas, en la cumbre cerca de la luz del sol... Los monjes cerraron todos los túneles que les comunicaban con la base y con el resto de los territorios de los enanos... Intentaron abrir una vía pero tuvieron que volver a cerrarla para protegerse de las hordas de los monjes.... Qué final tan trágico para esos artesanos del cristal - lloró el enano que lo contaba. Uno de los enanos que nos había escoltado habló entonces.
- Tenemos que volver, debemos dejarlos a salvo - me miró angustiado sin saber qué hacer, sabía que si se volvían a encontrar a los monjes todos morirían.
- Iremos con vosotros, os ayudaremos si se producen más ataques - dije decidida, el enano me miró con alivio. Me di la vuelta para mirar a Draco al darme cuenta que no había contado con él en mi decisión - Draco... yo...
- Hace tiempo que aprendí a confiar en tus decisiones, pequeña. Donde vayas iré yo. - Le dediqué una sonrisa ante esas palabras y nos pusimos en marcha.
La fila de refugiados avanzaba penosamente por los túneles, intentaban ser silenciosos pero el cansancio y el miedo no los hacía ser precisamente sigilosos. Me coloqué en el inicio de la fila junto con algunos enanos, Draco hizo lo mismo al final con otros más. No captaba nada más que a los enanos y al dragón que tenía enlazados, si aparecían los monjes no los detectaría... Me pregunté quienes estaban despertando a los monjes otra vez, despertaban débiles para lo que habíamos visto e increíblemente estúpidos, pero la pregunta era... ¿quién los despertaba en un número tan grande?. No tuve mucho tiempo de perderme en mis cavilaciones cuando una de las paredes del túnel se rompió delante de mí y varios monjes salieron por el agujero, expulsé mi esencia contra ellos quemando su carne y aplastándolos uno de los enanos golpeó en la pared por encima de mí y grandes rocas cayeron sepultando y volviendo a tapar el hueco. Me quedé mirando al enano sorprendida de que hubiese sabido donde golpear la pared.
- ¿Cómo lo has hecho? - le pregunté - ¿cómo sabías lo que ocurriría?
- No eres la única que tiene habilidades, jinete, los enanos conocemos las piedras igual que tú conoces los cielos.
- ¡Senda! - me gritó Draco.
- ¡Estoy bien! - le grité a mi vez. Me volví hacia el enano - ¿Falta mucho?, no quiero volver a encontrarme con ellos.
- Por aquí, jinete, acortaremos algo el camino.
El túnel que cogimos era viejo y en tramos medio derrumbado pero efectivamente acortamos el tiempo. No hubo más ataques de monjes hasta que llegamos a los iluminados caminos de los enanos. Los guerreros nos rodearon en cuanto llegamos y empezaron a llevarse a la gente. Draco vino rápido a mi lado y nos quedamos apartados mientras que los refugiados se iban, no sabíamos qué pasaría ahora con nosotros, habíamos vuelto al punto de partida. Draco me rodeó con sus brazos apoyándose en una pared y yo me apoyé en su pecho mientras veíamos lo que hacían los enanos.
- ¿Qué crees que dirá Bilim ahora? - le pregunté al dragón.
- No lo sé... lo mismo busca una excusa para no dejarnos ir... - dijo él.
- ¿Qué propones?, ¿nos vamos a la fuerza o esperamos a ver qué nos dicen? - le volví a preguntar.
- Estás cansada, pequeña. Esperemos a ver cómo evoluciona todo y tomemos decisiones a partir de ahí.
- El pueblo que dijeron, Regin o algo así, ¿crees que habrán sucumbido? - pregunté con tristeza.
- Estos monjes nos son como los que te tuvieron prisionera, son estúpidos... pero son violentos y numerosos, lo que hace que sean mucho más peligrosos...
- ¿Fuiste prisionera de los monjes? - preguntó Durin que había aparecido a nuestro lado de repente y me miraba con curiosidad.
- Sí... hace tiempo.
- ¿Cómo sobreviviste?, ¿caíste sobre su influjo?
- Mi esencia me protegió - le contesté mientras que la hacía fluir por mi mano como si fuese un guante negro. - Protegió mi mente de ellos pero... casi acaban conmigo.
- Ayudasteis a mi gente... os lo agradezco - dijo de pronto Durin como si lo hubiese recordado. - Mi padre desea veros nuevamente - Asentí en su dirección y Draco me soltó para poder ir con el enano.
Entramos de nuevo en aquella especie de Gran Salón del Trono, Bilim nos esperaba sentado en un sillón bastante modesto en comparación con la sala. Draco se adelantó a mí dos pasos y me puso detrás de él cuando nos encaramos con el Señor de los Enanos.
- No os haré daño, dragón. No hace falta que protejas a la mujer de mí. Habéis ayudado a los míos con valor, sin pedir nada a cambio. ¿Por qué? - Draco me miró por un instante y contestó.
- Los inocentes han de ser protegidos, da lo mismo la raza de los inocentes. - Bilim asintió.
- Mi pueblo está siendo exterminado lentamente, nunca hemos sido prolíficos pero nos rodean, nos azuzan como al ganado y cuando pueden nos atacan y devoran... Ni siquiera sé si mi hermano Regin y los suyos vive. ¿Qué futuro tenemos cuando incluso un dragón y una niña nos salvan?, ¿dónde quedó el poderoso orgullo de los enanos? - Durin se había acercado a su padre para consolarlo.
- ¿Y si siguiesen vivos? - pregunté - ¿Por qué no ir a comprobarlo?
- No es tan sencillo mujer, entre nosotros y el pueblo de Regin hay miles de monjes...
- Los dragones podemos ayudaros en eso... - volví a decir.
- ¿Un dragón y un jinete?, he visto que eres poderosa mujer, pero no tanto como para acabar con la vida de tantos monjes.
- Puedo convocar a más dragones, podemos ayudaros...
- ¿Por qué?, ¿qué ganaríais vosotros a cambio? - preguntó Durin interesado en la propuesta.
- Al monje que espolea a los recién nacidos, al que controla a las lagartijas y los varanos... Él será nuestro, es lo único que pedimos, a ese monje con vida.
- ¿Y para qué queréis un monje vivo? - volvió a preguntar extrañado.
- Necesitamos conocer sus planes, creo que seré capaz de leer su mente.
- Esos dragones de los que hablas... ¿cuánto tiempo crees que tardarían en llegar? - iba a contestar cuando...
Un revuelo se había formado en el inicio de la sala, gritos y golpes se oían como si alguien estuviese luchando. Unos veinte dragones en forma de semihumanos entraron en la gran sala del trono, sus piel era blancuzca y estaba apergaminada... el cabello de la cara y de la cabeza era largo, despeinado.... Todos eran increíblemente altos, sus escamas grises cubrían su cuerpo y sus ojos casi transparentes miraban a todos lados con recelo. Uno de los más altos entró en el gran salón, saludó a Draco con una inclinación de cabeza y se situó detrás de mí poniendo su mano encima de mi hombro posesivamente.
- Espero que no os hayáis comido a los enanos que hayáis encontrado por el camino... - dije sin mirarle.
- Ganas no nos han faltado, pequeña tentación - dijo en voz baja y sonreí al ver que Durin daba un respingo al escucharme.
- Señor de los Enanos, os presento a Slar, General del Escuadrón de Gárgolas del Reino de los Dragones. - dije en voz alta para que todos los enanos me escuchasen. Estaba increíblemente contenta y orgullosa de que hubiesen escuchado mi llamada de auxilio.
- ¿Có.... Cómo han encontrado este lugar? - preguntó Durin todavía en shock.
- Siguiendo el olor del jinete y su dragón, enano - contestó Slar - aderezado con el hedor que despedís los enanos. - Sonrió mostrando una dentadura perfecta y blanca.
- Has traído a los dragones a mis territorios, mujer... ningún dragón ha pisado estos túneles jamás...
- Conocí a un joven enano llamado Alviss - empezó a hablar Slar - un gran guerrero, el mejor con la forja y cuyo honor era incuestionable. Llegó a ser Señor de los Enanos, fuerte y orgulloso, en aquel entonces los dragones respetábamos a aquel enano, firmamos tratados con él que duraron milenios.... Y durante siglos le llamé 'amigo'. Mira para arriba viejo enano... los dragones fundimos las rocas que sustenta tus cavernas, mira a tu alrededor... tus túneles tan preciados fueron escarbados por dragones en aras de aquella amistad. Jajajaja.... Los enanos tienen tan poca memoria como corta es su estatura... - miré con asombro a Slar, ¡él había conocido a los enanos!, ¿cuánto tiempo llevaba vivo?, ¡con razón nos había encontrado con tanta rapidez! - Descendientes de Ymir, ¿acaso vosotros no respetaréis los tratados de Alviss?
Vi que Bilim palidecía... ¿quién era Ymir?, ¿quién era aquel Alviss?. Durin se acercó a su padre preocupado por su reacción pero Bilim se puso de pie y habló.
- Aceptamos tu propuesta, jinete de dragón. Pero, ¿qué dirá tu Rey de que nos ayudéis?
- Mi Rey confía en mis decisiones, no os preocupéis por su reacción.
- De acuerdo, ayudadnos a llegar al pueblo de Regin y el monje será vuestro. - No sabía qué era lo que había pasado pero accedí.
- Tregua entonces, Señor de los Enanos.
- Tregua - repitió Bilim.
Me di la vuelta para mirar a Slar, este tenía una sonrisa de suficiencia en su rostro, negué con la cabeza pero se me escapó la sonrisa.
- Me alegra verte, amigo mío, no sabes lo que me alegra verte.... - le di un abrazo y me envolvió entre sus largos brazos.
- Cuando tu conexión se rompió creímos lo peor, el Rey se preocupó mucho. Me pidió que te buscase, al recibir tu llamada supe que estabas bien y afortunadamente estábamos cerca. - me explicó.
- ¿Cómo están las cosas ahí afuera? - pregunté mientras caminábamos.
- Han atacado más ciudades de los humanos, algunas han sido devastadas como las anteriores, pudimos parar bastantes ataques con nuestras fuerzas y las fuerzas de los humanos. Pero hay muchas bajas entre ellos, son tan frágiles que si no mueren a manos de los monjes mueren por el frío y la inanición. - Duria, la mujer de Durin se acercó a mí con temor.
- Jinete... mi marido dice que has sido herida en el último ataque, me ha pedido que te cure las heridas.
- Gracias, iré contigo... - Draco se acercó a mí y juntos fuimos hasta una de las habitaciones parecida a donde había despertado.
- Quítate la ropa y te curaré - me dijo. Me di la vuelta y vi que Draco estaba apoyado en la puerta con los brazos cruzados. - Dragón, deberás dejarnos a solas.
- No me moveré de aquí enana, procede a curar a mi jinete pero si veo que haces algo extraño te mataré.
- Draco... sé amable.... - le dije mientras me desnudaba. Me dejé la ropa interior puesta y expuse mi cuerpo con los largos tajos que me habían hecho los monjes cubiertos por mi esencia. Draco se removió un poco al verme más herida de lo que suponía y se adelantó hasta donde estaba.
- ¡Grandes ancestros!!!, ¿qué es éssto? - preguntó la enana asustada.
- Mi esencia protege mi cuerpo ante las heridas que me infligen, no te preocupes, cose mis heridas y la esencia se irá retirando, si no la tuviese hace tiempo que estaría desangrada.
- ¿No te duele??? - preguntó asombrada.
- El dolor y yo nos hicimos amigos hace mucho, me recuerda que sigo viva.
Me tumbé y la mujer se sentó en una silla mientras empezaba a coserme. Draco se sentó en otra mientras veía cómo me curaba.
- Te quedarán cicatrices en tu hermoso cuerpo, jinete - me dijo apenada Duria. Sonreí como si fuese una broma.
- Tranquila, no hay problema - la tranquilicé. - Véndame las heridas cuando termines, debo seguir moviéndome y sin la fuerza de la venda los puntos se me abrirán.
- Pareces acostumbrada - me dijo sorprendida. - Pero no tienes marcas, ¿cómo lo sabes si nunca te han herido?.
- ¡Ja! - se le escapó a Draco, levanté mi mano y le acaricié el rostro para tranquilizarlo también a él, sentía que se ponía nervioso viendo todas mis heridas, éste cogió mi mano y la dejó retenida en su rostro mientras me miraba.
- Estoy bien, dragón mío, deja que me cosa... - le dije, luego me volví hacia la enana - No sabes mucho sobre los jinetes, ¿verdad?.
- Solo las leyendas que contaban y nunca conocimos a alguien tan poderoso como tú. - me confesó.
Siguió trabajando durante un buen rato, limpiando las heridas, cosiéndolas y luego vendándolas, finalmente pude ponerme mi ropa, saqué gruesas tiras de cuero teñidas de negro y ayudada por Draco las fui poniendo encima de las heridas que tenía. Así si alguien me golpeaba el cuero pararía en algo el dolor que me produciría. Salimos por fin de la habitación y nos encontramos con que los enanos estaban comiendo junto a mis gárgolas, sentados en el suelo, habían hecho grandes hogueras y asaban una especie de cerdo que olía deliciosamente. Slar estaba sentado al lado del Señor de los Enanos y Draco y yo nos sentamos enfrente separados por la hoguera. Me senté entre las piernas de Draco y me pasaron una bebida con un fuerte olor a alcohol. Draco se la bebió de un trago y pidió más, yo la fui probando poco a poco mientras comía la carne que me habían puesto en un plato.
- ¿Te fías de los enanos, pequeña? - me preguntó Draco por detrás acercando su rostro al mío.
- ¿Tenemos otra opción? - le pregunté a mi vez - No podemos dejar a esa gente a su suerte y el monje que dirige el ataque a ese pueblo tiene todas las papeletas de ser uno de los que buscamos.
- Demasiado belicosos para mi gusto... - me volvió a insistir, vi que miraba a Slar frunciendo el ceño.
- No empieces Draco... Slar solo nos protege.
- Le tienes demasiada confianza a ese cadáver...
- Y tú demasiados celos - soltó un resoplido que hizo que mi pelo volase - Draco... eres mío, solo tú eres mío.
- Y él desea lo que es mío - gruñó, me cogió por la cintura y me apretó contra él mientras miraba fijamente a Slar. Dejé que me tratase como una muñeca para calmarlo. Slar miró a través del fuego por un momento, sentí su frustración por vernos juntos pero no dijo nada y siguió hablando con Bilim de tiempos pasados.
Pronto nos fuimos a dormir, mañana atravesaríamos los túneles e iríamos a las montañas heladas para averiguar qué había pasado con el pueblo de Regin. Después de comprobar que las gárgolas tenían un sitio donde dormir, confortable y caliente me metí en la habitación con Draco y nos pusimos a dormir, estaba cansada y las heridas no me ayudaban a descansar mejor, mi esencia cubrió el suelo de la habitación como una alfombra para avisarnos si algún enemigo intentaba atacarnos. Me desperté escuchando un lamento en mi mente, comprobé que Draco siguiese dormido y salí a la gran caverna, allí vi que algunos enanos hacían guardia. Con las manos a la espalda estaba Slar parado en mitad de la cueva. Me acerqué a él en silencio y me paré a su lado sin decir nada, después de un rato empezó a hablar.
- Ymir fue uno de los dragones originales, vivía en el hielo perpetuo del norte del planeta... sus descendientes son los enanos, no pueden transformarse como nosotros pero son fuertes y hábiles y como Ymir viven en los fríos, dentro de las cuevas...
- Conociste a los enanos... - Slar comenzó a caminar y le seguí.
- Hace milenios... luchamos en muchas batallas juntos, en otras fuimos enemigos... El mundo era joven en aquel entonces, para nosotros ni siquiera eran importantes los monjes, veíamos alguno de vez en cuando arrastrándose por el planeta, pero también se arrastraban los humanos, buscando nuestro afecto, nuestra aprobación. ¿Cuándo se ha vuelto el mundo tan grande, pequeña tentación?. Cuando yo era joven el mundo era pequeño y sus habitantes escasos... Esto es todo lo que queda de aquello, unos enanos encerrados en el subsuelo y unas cuevas viejas que los nuestros ayudaron a construir... Bilim también está cansado de vivir, sus vidas no son tan longevas como las nuestras pero sí que son mucho más largas que las de los humanos... él también está cansado. - Se dio la vuelta para mirarme - Eres una tentación demasiado grande - me acarició el rostro - Si no hubiese jurado lealtad al Rey te arrebataría de tu dragón y te llevaría lejos de aquí.
- No lo harías Slar, te conozco bien, puedo ver tu interior. Lucharás a mi lado mañana, lucharás pasado mañana y al día siguiente... has dado tu palabra y es lo que más valor tiene para ti. - Vi que sonreía con sorna y yo también sonreí. - Cuéntame más, sobre aquellos días - le pedí.
- Ven entonces, mi reina, sentémonos al calor del fuego y te contaré todo aquello que quieras.
Nos sentamos al lado de una de las hogueras y Slar la avivó con más leña. Se puso a contarme cómo fueron aquellos días, pude ver a través de sus recuerdos a Alviss, el poderoso Señor de los Enanos, sentado en el trono con numerosos dragones caminando por aquella caverna. Las batallas por los territorios contra los druidas, el exilio de las lagartijas y las promesas a las salamandras. Me apoyé en él como si fuese un cojín y poco a poco fui quedándome dormida. Una enana me despertó, debíamos haber dormido un par de horas. Avivé el fuego nuevamente y dejé a Slar dormir un rato más. La enana me llevó hasta otra caverna cercana donde caía el agua formando pequeñas cataratas, se parecía a la zona de baños de los dragones. Allí me aseé y la enana se ofreció a peinarme con un intrincado peinado lleno de trenzas como las que ellas llevaban, el resultado me gustó y se lo agradecí efusivamente.
Volvimos a la gran caverna donde los enanos y los dragones esperaban las órdenes de Durin y mías. Bilim se dirigió a nosotros.
- Traed de vuelta a nuestro pueblo, enanos y dragones. Que la batalla os sea propicia y gran Ymir camine a vuestro lado y recoja vuestra alma si caéis en combate. - lo último que quería yo es que un original recogiese nada mío, pero no hice ningún comentario - Luchad con honor y valor.
- ¡Enlazad! - grité, me di la vuelta alcé mi brazo e hice un perfecto semicírculo enlazando a enanos y dragones, vi que algunos daban un respingo al tocarles con mi mente pero no hubo mayor reacción.
Nos pusimos en marcha, Durin y yo íbamos a la cabeza, Draco como siempre me seguía y las gárgolas iban desplegadas por la larga fila de enanos que iban a entrar en combate.
- ¿Todos los jinetes sois así? - me preguntó Durin.
- ¿Así?, ¿así cómo? - le volví a preguntar.
- Como tú... - me dijo, me volví a mirar a Draco extrañada y vi que puso los ojos en blanco.
- Pues supongo que sí, los jinetes son como yo, vestimos de negro y montamos en dragón.
- Senda no es cómo los demás Durin, hijo de Bilim - dijo Draco mientras yo le hacía un gesto de '¿qué dices?', me ignoró y continuó - Su sentido del honor y del deber está demasiado desarrollado si es a lo que te refieres.
- No nos dejaste atrás cuando nos conocimos y luchaste defendiendo a unos enanos que acababan de intentar matarte.
- ¡Eso no cuenta!, ¡eran gente inocente!!!! - dije.
- Yo no los hubiese ayudado si hubiese sido tu gente - abrí la boca para decir algo pero me callé. - ¿Todos los jinetes pueden hacer lo que tú?
- ¿Te refieres a la conexión y a la esencia? - el enano asintió - sí, son nuestras armas más valiosas.
- También en esto Senda está mejor dotada que los demás - agregó Draco y le miré reprobándolo.
- Tu Rey debe estar orgulloso de ti - me dijo Durin.
- Más le vale... - dije y Draco soltó una carcajada detrás de mí.
- ¿Nunca te cansas de luchar? - me dijo extrañado.
- A veces... pero tengo amigos que me recuerdan quien soy.
- ¿Y quién eres? - me preguntó.
- Soy Senda, jinete de dragón.
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