Capítulo 3
Seis grandes coches negros, rodeados de un amplio dispositivo de seguridad, se detuvieron frente a la sede de la OTAN en Bruselas, el tráfico de vehículos había sido parado así como todo el tráfico aéreo. El General Walters, perteneciente al ejército de los Estados Unidos de América, era uno de los encargados de recibir a tales visitantes. Los escoltas abrieron los coches y vio bajarse a un hombre increíblemente alto que llevaba una especie de traje de neopreno puesto de color negro, su porte era majestuoso, miró a todos los lados y ayudó a bajar a una mujer vestida de negro con una larga capa, era sin duda la mujer más bella que había visto en su vida. También era mucho más alta que cualquiera de ellos aunque parecía baja al lado del hombre, tenía una mirada seria pero sus ojos... El General Walters pensó que jamás podría olvidar la mirada de aquella mujer, fue como si le atravesase el alma cuando le miró. A su lado se puso otro hombre igual de alto que el primero, también vestido con otro traje de neopreno de un color más claro, tenía una mirada amenazadora y por cómo se inclinaba contra la mujer supuso que sería un guardaespaldas o algo así. Detrás suyo se siguieron bajaron hombres y mujeres con el mismo aspecto, altos, bien formados, fuertes, excesivamente bellos y por lo que pudo apreciar sin ninguna marca o cicatriz por ninguna parte.
Se acercó a ellos y extendió su mano para saludarles diciendo su nombre. El primer hombre le miró por un momento haciendo temblar su mano momentáneamente pero también extendió la suya y se la dio. Se saludaron fríamente y luego el General extendió la mano hacia la mujer, antes de que ésta tuviese tiempo de extender su mano el otro hombre se interpuso entre ellos para evitar el contacto físico, pero no le dio la mano ni dio visos de querer saludarle.
- Llévanos con tu líder, humano - le dijo con voz grave. Por un momento el General Walters pensó que los extraterrestres existían.
Pero asintió y los guió dentro del interior. Habían retirado los arcos de metal pues ninguno de ellos cabía por debajo pero habían colocado soldados armados por todo el camino hacia la gran sala donde serían recibidos. Ninguno de ellos habló en el escaso trayecto que les separó. En cuanto entraron al hall unos cuantos de aquellos visitantes vestidos de negro y de aquel extraño neopreno se pusieron alrededor de la bella mujer y del primer hombre escoltándolos. Al llegar a una intersección donde había una gran pared de piedra la mujer se paró de repente, todos hicieron lo mismo como si estuviesen conectados entre ellos, se acercó lentamente hacia la pared y la tocó. El primer hombre asintió hacia ella y siguieron avanzando en silencio. El General Walter se dio la vuelta hacia uno de sus ayudantes y le dijo que revisasen la pared por si había puesto algún tipo de explosivos, uno de los hombres vestido de negro le miró sorprendido por sus comentarios y en seguida el escolta de la mujer se dio la vuelta para mirar furibundamente al General Walters.
Llegaron hasta una amplia sala con una gran mesa de madera puesta en un semicírculo completo. Los delegados de los países de la OTAN estaban sentados en sus sitios correspondientes. Los hombres vestidos de negro se dispersaron por toda la sala excepto seis de ellos que se adentraron en el círculo que dejaba vacío la mesa. Una rosa de los vientos de color azul estaba dibujada en el centro y dejaron a la mujer colocada en el centro. El General Walter avanzó con cuidado hasta quedarse delante de las seis personas dentro del círculo.
- Señores Delegados, es un honor para mí presentarles a Arco, hijo de Calem, Rey de los Dragones - miró nerviosamente hacia el Rey que le devolvió la mirada con indulgencia. - Su esposa, Senda, hija de Morlan y Calem, Jinete Real, Jinete de Dragones, Reina de los Dragones. - Miró rápidamente hacia la hermosa mujer que ni siquiera le miró, fruncía tenuemente el ceño y miraba hacia uno de los delegados con intensidad. - Dorc, Maestro de Jinetes, Consejero Real. Aprius, hijo de Zalta, Señor de Zalta, Consejero Real. Lebanon, hijo de Incendia, Señor de Incendia, Consejero Real. - El último hombre, el que escoltaba a la mujer no fue presentado.
La hermosa mujer volvió su rostro hacia el Rey y pareció que se comunicaban con la mirada, él también miró hacia el delegado al que había estado mirando la mujer antes y también frunció el ceño momentáneamente.
- Humanos, hace tiempo que no nos hallábamos en vuestra presencia, hoy, en este señalado día, nos volvemos a presentar como antaño, como aliados contra aquello que nos amenaza a todos. - Dijo el Rey con voz calmada.
- Esto... Arco, ¿no? - interrumpió uno de los delegados con voz paternal.
- ¡Es el Rey! - gritó el escolta de la Reina que no había sido presentado - no os atreváis a mancillar su nombre en vuestra boca humana. - El grito había sido tan violento que el delegado palideció de miedo.
- De acuerdo, de acuerdo... ¿cómo queréis que le llame? - preguntó con respeto otro de los delegados.
- A su majestad se le refiere protocolariamente como 'Majestad', o en vuestro caso Rey Dragón, pero efectivamente no podéis utilizar su nombre de pila - explicó amablemente Dorc.
- Perdonad, lamento el error. Rey Dragón, ha venido a ofrecerse como aliado, ¿acaso queréis entrar en la OTAN? - el Rey le miró con escaso interés.
- El interés en aliarse con nosotros debe ser vuestro, humano. - dijo por fin - El enemigo al que nos enfrentamos es en exceso numeroso, hasta el momento lo hemos mantenido a raya intentando que los humanos no sufriesen daño, pero su número se incrementa y el nuestro mengua por las largas batallas que hemos mantenido contra él. Llegará un momento en el que nos veamos imposibilitados para mantener a los humanos a salvo como llevamos haciendo milenios. Vuestro número se ha incrementado exponencialmente en los últimos siglos, vuestras ciudades y pueblos nunca han sido tan numerosos como ahora. Antes estabais indefensos ante las adversidades pero habéis construido armas poderosas, habéis aprendido a defenderos. Por fin los humanos pueden defenderse por sí mismos, por fin, podéis ayudar al Reino de los Dragones a mantener a salvo el planeta.
- Creo, Rey Dragón, que lo único que hemos escuchado es cómo no pide ayuda disfrazada de buena voluntad... - el escolta de la Reina dio un paso amenazante hacia el delegado que había pronunciado esas palabras pero la mujer le contuvo con el brazo.
- Mi Reino y los territorios de mis aliados están a salvo, afortunadamente nuestros efectivos son adecuados para defender nuestras fronteras, delegado. Nos encontramos amenazados como los humanos, pero quizá nuestra posición no sea tan delicada como la vuestra. Os pedimos una alianza, un compromiso, una unión contra aquellos que nos desean el mal, que pretenden esclavizarnos. - Habló el Rey a todos los delegados.
- Y ese enemigo común.... Vuestros consejeros los llaman 'monjes', pero... seamos sinceros Rey Dragón, no los hemos visto nunca - dijo otro de los delegados.
- Humanos insensatos.... - dijo el que había sido presentado como Lebanon.
- Hasta ahora los dragones hemos protegido a la Humanidad, ha sido nuestro regalo hacia vuestra especie, nuestro compromiso y deber, pero ya no os podemos proteger más, habéis crecido en número y madurado como raza, es tiempo de trataros como iguales, no como niños que habéis sido. - Volvió a decir el Rey.
- Y ¿qué nos ofrecéis a cambio de nuestra ayuda? - volvió a repetir el delegado.
- ¡Majestad!, ¡esto es intolerable!, ¿ayuda????, ¡el humano dice ayuda! - gritó el hombre que había sido presentado como Zalta.
- Suficiente, hijo de Zalta. - dijo el Rey sin elevar el tono de voz - Sabemos que es difícil tratar con los humanos, tranquilizaos, no debemos tomar sus palabras como insultos sino como desconocimiento y juventud. - Se dio la vuelta hacia el delegado que había hablado - Podemos ayudaros a defender vuestros países, vuestras ciudades, pero deberemos colaborar juntos. Mi Reina puede detectar el ataque de los monjes antes de que suceda - dijo señalando a la mujer de su derecha - nuestros informantes nos hacen llegar la situación del enemigo, podemos compartir esto con vosotros.
- ¿Y qué ganan a cambio, Rey Dragón? - dijo otro de los delegados interesado.
- El retrasar el avance del enemigo, si llegan a dominar la Tierra, a esclavizar a la raza humana también mi pueblo estaría condenado.
- Arco... - dijo la mujer de repente, luego le miró terriblemente asustada. Dio un paso como para correr hacia la puerta pero el Rey la detuvo abrazándola.
- ¡NO!, nada podemos hacer querida... estamos demasiado lejos.
- ¡Están muriendo! - gritó ella - ¡tenemos que ayudarlos!!!
Varias personas entraron corriendo en ese momento y se dirigieron a distintos delegados a avisarles, todos pusieron caras aterrorizadas mirando a los dragones en el medio del círculo.
- Las Vegas está siendo atacada... - dijo el General Walters sin poder creérselo, miró a la mujer que apoyaba su cara en el pecho del Rey mientras lágrimas le caían por su rostro.
- ¿Te.... Tenemos imágenes? - preguntó uno de los delegados.
Las grandes pantallas repartidas por toda la sala se encendieron y las imágenes de un infierno en la tierra ocuparon todas ellas. Algunas eran videos que la gente estaba subiendo a tiempo real, otras eran de los satélites que alcanzaban con su órbita la ciudad. El ejército también mandaba sus imágenes mientras luchaban. Todas y cada una de ellas eran terroríficas, los monjes, seres monstruosos y deformes avanzaban por la ciudad como una horda imparable, matando a cada ser vivo que veían... muchos de ellos devoraban la carne de los muertos a su paso, como si tuviesen mucha hambre, no le hacían caso a animales o personas, a niños o adultos, todos morían bajo miles de aquellos seres que lo iban aplastando todo a su paso.
- Por favor... quiten el sonido - dijo uno de los delegados y la sala se sumió en un silencio horrorizado.
- Nuestro ejército no puede pararlos, Señor - dijo uno de los soldados que había entrado con los demás - son demasiados numerosos para nuestras armas.
- Os avisamos de que un numeroso contingente de monjes habían surgido de las entrañas del Valle de la Muerte, os avisamos que avanzarían hacia la ciudad más cercana que estuviese más poblada.... - dijo el hombre que había sido presentado como Dorc - ¿por qué no les detuvieron en el desierto de Nevada?.
- No... no les vimos avanzar - dijo el General Walters que seguía mirando las terribles imágenes sin moverse - Creímos que era una falsa advertencia.... ¿qué hemos hecho?, Dios mío.... ¿qué hemos hecho????
- ¿Qué harán después? - preguntó otro de los delegados.
- Se han alimentado y ahora volverán a hibernar bajo tierra hasta su próxima llamada. - volvió a decir Dorc.
- ¿Bajo tierra???, ¿esas cosas viven bajo tierra?. Podemos lanzarles misiles, una cabeza nuclear, ¿no? - gritó otro de los delegados.
- Mis consejeros se lo dejaron bien claro, humanos - dijo el Rey que todavía sostenía con delicadeza a la mujer entre sus brazos - Nuestros futuros tratados no engloban armas nucleares ni químicas. No ayudaremos a destruir el planeta como estáis haciendo vosotros.
- Habéis dejado morir a todos esos inocentes... - dijo la mujer con rabia mirando a los delegados con sus grandes ojos.
- ¡Senda!, ¡te lo prohíbo!!!! - dijo el Rey, por un momento se le vio asustado por la reacción de la mujer. La mujer respiraba entrecortadamente y algunos delegados se levantaron asustados ante ella. El General Walters la miró alucinado, había tanta ira y rabia dentro de ella que parecía como si se pudiese tocar, estaba seguro que iba a morir por su mano. Nunca había estado tan seguro de que moriría. - Senda.... - volvió a llamarla el Rey - por favor... no lo hagas.
- Se lo merecen.... - arrastró las palabras.
- Senda, amor mío, no lo hagas - volvió a decir el Rey. Dio un paso imperceptible pero se puso entre los delegados y la mujer. Ésta cerró los ojos, su bello rostro angustiado se convirtió en una máscara imperturbable y volvió a abrirlos. Por fin el Rey la soltó con cara aliviada y supo que hoy no moriría.
- ¿Vol...volverán a atacarnos? - preguntó otro consejero con acento francés.
- Sí - dijo Dorc - se despiertan hambrientos, famélicos... necesitan comer y son salvajes en sus primeras horas de vida. Carroñeros y depredadores, peligrosos.
- Sus consejeros nos... nos dijeron que hay más de esos... - dijo otro de los delegados tragando saliva dolorosamente. El que llamaban Lebanon repuso.
- Hay más seres de esos que humanos, lamentablemente su número supera ampliamente al de los dragones.
- La amenaza es certera y cercana, caballeros - siguió el Rey - debemos hablar sobre los tratados.
- ¿Cómo... cómo sabía ella que atacaban? - preguntó uno de los delegados.
- Querida mía, enlázalos - la mujer fulminó con la mirada al Rey, se notaba que la orden no le había gustado. Luego alzó su brazo derecho e hizo un perfecto semicírculo abarcando toda la sala. De repente los delegados sintieron algo en su mente.
- 'Los monjes son la encarnación del mal, solo viven para satisfacer sus necesidades, esclavizan, matan, destruyen si lo creen necesario. - una serie de horribles imágenes de monjes torturando y matando acompañaban a las palabras de la mujer - Durante milenios nos hemos enfrentado a ellos, los hemos detenido pero no hemos parado su ascensión. Su número ha ido creciendo en las entrañas de la tierra como un cáncer, y como tal nos acabará matando a todos. Podéis uniros a nosotros en la batalla o perecer. Solos no podéis ganar, si sucumbís vuestros hijos no tendrán futuro y a la larga morirán asfixiados bajo el yugo de los monjes. Vuestra única posibilidad de supervivencia es uniros a nosotros, igual que nuestra única posibilidad de supervivencia es unirnos a vosotros. Estamos condenados a entendernos y a colaborar.' - Dejó de hablar en sus mentes y los miró fijamente, entonces siguió hablando de viva voz.
- Así como yo os puedo enlazar y transmitiros mis pensamientos, los monjes también disponen de su propia conexión, es así como consiguen esclavizar a los más fuertes, después hacerlo con el resto no es tan difícil. Así es como han conseguido esclavizar a ese hombre - dijo señalando al delegado italiano. Este dio un brinco cuando vio que le señalaba y empezó a negar con la cabeza. El General Walters vio que era el mismo hombre en el que se había fijado cuando entró a la sala. - Tienen sus propios espías entre nosotros, no los vemos y les sirven bien.
Se acercó al hombre que intentó huir, el escolta de la reina lo cogió por el cuello y lo agarró frente a ella, puso su mano en la frente y el hombre comenzó a gritar, sus gritos fueron perdiendo fuerza y el escolta de la reina lo soltó en el suelo. Todos se habían quedado paralizados sin saber qué hacer, el hombre se puso en pie tambaleante....
- ¡Gracias! Gracias!!! Ellos... ellos... - se puso a sollozar en un momento y uno de los ayudantes se lo llevó a otra sala.
- ¿Estaba... estaba.... - empezó a decir uno de los delegados.
- Sí, estaba bajo su influjo. - dijo el Rey - Tienen los tratados en la mesa, nosotros nos retiramos para que mis consejeros negocien. Querida mía, debes descansar... - dijo dirigiéndose a la mujer - esto ha sido demasiado para ti, descansemos mientras los humanos hablan y deciden.
Le dio el brazo a la mujer y ella se apoyó cansada sobre él, sin esperar señal o palabra se dieron la vuelta y se dirigieron hacia la salida. El resto de los acompañantes se marchó con los Reyes hacia los grandes coches que les esperaban en la calle.
- Ha muerto tanta gente, Arco... - decía la reina - ¿por qué han dejado que sucediese esto? - El General Walters los seguía sin que ellos parecieran darse cuenta de su presencia.
- Los humanos son irreflexivos y a menudo se dejan guiar por su orgullo, querida. No comprobaron nuestras advertencias porque no lo consideraron necesario.
- Pero han muerto inocentes, no han luchado por su gente, por su pueblo - continuó diciendo ella sin creérselo.
- Muchas son las diferencias que nos separan de los humanos, amor mío... una de ellas quizá sea esa, ellos no luchan por su pueblo sino por su propia supervivencia.
- Quizá se parecen más a los monjes de lo que nos gustaría admitir - dijo la Reina con rabia.
- Quizá, querida mía, pero no podemos dejar de tener fe y esperanza en ellos. - dijo besándola la mano.
- Tienen suerte que seas el Rey de los Dragones, yo hace tiempo que les hubiese abandonado a su suerte.... - volvió a decir la reina. Se volvió hacia su escolta - Draco, amigo mío, ayúdame a subir.
El hombre alto cogió del brazo gentilmente a la mujer, casi como si fuese de cristal y la acomodó en el coche, luego subió el mismo y se situó enfrente de la mujer mientras que el Rey se subía por el otro lado. Abandonaron el lugar hacia un destino secreto. El General Walters todavía no se creía nada de lo que había ocurrido, Las Vegas había caído, el país estaría conmocionado, ¿y ellos?, ¿los dragones?, entró lentamente de nuevo en la sala donde unos alterados delegados gritaban sin sentido.
- ¡Debemos firmar! No podemos vencer a esas bestias. - decía uno.
- ¿Y si son ellos los que mandan a esos seres?, ¿y si quieren ellos esclavizarnos? - dijo otro.
- Hemos estado a punto de morir a manos de la mujer, no mentían - dijo el General Walters recordándolo.
- ¿Cree que nos hubiese matado, General? - preguntó una delegada asustada.
- No lo creo... lo sé. Hablen con sus presidentes, sus ministros o sus reyes, yo voy a decirle a mi presidente ahora mismo que debemos firmar el tratado, tal y como está, no pienso ni cambiarle una coma. Si ellos se hacen cargo de nuestra seguridad yo colaboraré - El General Walter salió de la sala a buscar un teléfono.
- ¿Y si es el apocalipsis?, ¿y si tienen razón? - preguntó otro de los delegados.
- Señores.... Estados Unidos acaba de confirmar que Honolulu está siendo atacado... - entró uno de los ayudantes.
- ¡No me lo puedo creer! - dijo otro de los delegados
- ¡Está en todas las noticias junto a las Vegas!
- ¡Fukuoka ha caído!!! - entró corriendo otro de los ayudantes - Japón está siendo atacado.
- ¡Toamasina en Madagascar ha sido atacada!!! - entraron gritando.
- ¡¡Esto es un ataque a nivel global!!!
- ¡Han caído los sitios donde nos dijeron que aparecerían, donde debíamos establecer nuestras tropas!
- ¡Noruega confirma que ha perdido contacto con varias ciudades en el norte de Europa!
- ¿Qué está pasando???
- Llamen a los consejeros del Rey Dragón, que vuelva, ¡firmad!, ¡firmad!!!
La Reina lloraba en brazos de su dragón, sentía cada muerte arrancada por los monjes. Habían sido varias las ciudades atacadas, más de 20 millones de vidas segadas en un momento, los caóticos momentos habían dejado paso a un silencio todavía más doloroso. El Rey había vuelto a la sede de la OTAN para firmar los tratados con las distintas potencias, muchas otras habían estaban llegando para firmarlos también a pesar de que no pertenecían a la organización.
- Pequeña, tienes que recomponerte, te necesitamos entera.... - Draco le acarició la espalda tiernamente para intentar aliviar los músculos contracturados.
- Tantas vidas inocentes, truncadas a manos de esos miserables.... - apoyó la cara contra su pecho.
- No pudiste hacer nada, pequeña. No podemos estar en todas partes, no sin la ayuda de los humanos.
- Majestad - un criado llamó a la puerta - el Rey ha vuelto y reclama vuestra presencia en el salón del trono.
- De acuerdo - dijo Draco - bajaremos en un momento. Senda... tenemos que bajar, hay que ver qué es lo que vamos a hacer. - La joven se secó las lágrimas y juntos bajaron hasta donde les esperaba el Rey.
Los consejeros y el Rey estaban en un gran salón que hacía las veces de trono. Estaban en un maravilloso castillo cerca de Bruselas, oculto de miradas indiscretas por hectáreas de bosque. Todos se pusieron en pie al ver entrar a la Reina.
- La situación ha pillado desprevenidos a los humanos, están asustados - dijo uno de los consejeros tras exponer la situación.
- ¿Han sido ataques organizados? - preguntó otro de los consejeros.
- Los druidas han avisado de distintos movimientos en otros lugares, nos llegan poco a poco sus informes para hacernos una idea de dónde quieren atacar, pero no será suficiente para determinar los lugares.
- ¿Han firmado? - la Reina le preguntó al Rey Dragón.
- Sí... todas las potencias, estamos haciendo anexos para incluir a las potencias que no estaban contempladas inicialmente y que se quieren unir. - contestó él. Se puso en pie con las manos en la espalda - Tiempos convulsos son los que nos aguardan sin duda.
- ¿Cuál es nuestro siguiente paso? - le volvió a preguntar. El Rey se dio la vuelta y miró a la joven.
- Necesitamos hacer prisionero a un monje y quebrar su conexión para poder leer su mente. Necesitamos a alguien que nos diga exactamente dónde atacaran y después con los humanos establecer las defensas.
- Draco y yo encontraremos al monje que necesitas - se puso en pie la Reina y caminó hacia él. - ¿De cuánto tiempo disponemos?
- Los druidas piensan que no se moverán en unos días, os ese tiempo.
- Lo encontraremos. - Se dio la vuelta hasta el viejo dragón.
- Iré con vos, majestad - dijo el joven jinete que siempre le acompañaba. La Reina se dio la vuelta.
- No, Tarnan quédate con el Rey, si hay cualquier ataque deberéis estar preparados. Draco y yo volaremos con más disimulo si vamos solos.
- Viejo amigo - dijo el Rey - prepara el viaje. Deseo hablar con la Reina a solas.
Todos hicieron una reverencia, Draco salió para preparar las cosas y el Rey acompañó a la joven hasta una pequeña sala contigua.
- No quiero que corras peligros - dijo tras cerrar la puerta - prométeme que no harás nada que te ponga en un trance.
- No puedo prometeros eso, majestad - dijo la chica acercándose a él - pero os puedo prometer que cumpliré mi misión.
- Senda... - dijo utilizando su nombre - si te pierdo, mi vida no tendrá sentido - la reina enlazó sus brazos alrededor de su cuello.
- Tú también debes tener cuidado, Escamoso, los humanos no son de fiar... Y esa perra del averno que tienes por lugarteniente ronda alrededor tuyo como si quisiera devorarte. - El Rey enarcó una ceja. - Sabes que la mataré si se te acerca... - le dijo con una sonrisa.
- Algunas veces querida.... Algunas veces.... - dijo simplemente riéndose, agachó un poco la cabeza y la besó con pasión. Ella le devolvió el beso, no sabía cuándo volvería a tenerle entre sus brazos, cuánto tiempo pasaría hasta regresar. Oyeron golpes en la puerta y un criado entró tras una prudente espera.
- Majestades, está todo listo. Os esperan en el jardín.
- Ya vamos - dijo el Rey.
Draco esperaba en el jardín junto a algunos jinetes, todos estaban nerviosos, el que la Reina se alejase significaba perder una gran ventaja táctica, entendían la misión pero no les gustaba pensar que no podrían contar con la ayuda de la joven.
- ¿Preparada, pequeña? - el jinete asintió. El Rey se acercó a su amigo y se fundieron en un abrazo.
- Llevas mi alma contigo, Draco, cuídala bien. - le dijo.
- Con mi vida, majestad. - le respondió. El Rey se dio la vuelta por última vez para encararse con su esposa, se había abrochado su larga capa y pero todavía no se había puesto la capucha.
- Sé que tendrás éxito, pero vuelve a mí, amor mío - le suplicó mientras la besaba por última vez
- Siempre - dijo escuetamente la reina, era la palabra que siempre usaba para responderle.
Draco se transformo en el gigantesco dragón que era y el jinete, completamente vestido de negro se aproximó a él, en el último momento se dio la vuelta y sonrió levemente hacia el Rey, posó su mirada en su segundo, la conexión que compartían no necesitaba palabras, Tarnan asintió y ella hizo lo mismo.
- Orgullo y honor, jinetes - dijo el Jinete Real.
- Orgullo y honor - respondieron los demás.
El Jinete de dragones se puso la capucha y subió con gracia por el ala del dragón, cogió las crines y el dragón se elevó por el aire en un elegante salto. Arco se quedó mirando el horizonte mientras su esposa se alejaba, con los puños cerrados veía con cierta ira como aquello que amaba nuevamente estaba lejos de él.
- Dará con el monje que necesitamos, majestad.
- Lo sé, se que tendrá éxito, lo sé...
- ¿Entonces? - Dorc a su lado le miró extrañado.
- Es mi jinete Dorc, mía... y vuelve a alejarse de mí, otra vez.
- La Reina os ama, Majestad, mucho más de lo que os imagináis. - Le dijo para animarle.
- Sé que me ama Dorc, pero no sé si me seguirá amando cuando la guerra acabe. ¿Sabes a cuántas misiones he tenido que enviarla?, ¿a cuántos peligros se ha enfrentado en mi nombre?, ¿cuánto podrá aguantar así?, salvo en contadas ocasiones no he ejercido como su dragón y mientras Draco está a su lado en todo momento. ¿Sabes cómo son los celos que me invaden cuando los veo juntos?.
- Majestad... os ama, por encima de todo y de todos. Confiad en ese amor que os tenéis mutuamente. Confiad... - El Rey se dio la vuelta para mirarle.
- Eres un gran hombre Dorc, y un mejor amigo.
- A su servicio, Majestad. - contestó el anciano.
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