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Capítulo 13

Solo quería llorar y llorar, no poder dar aquello que tanto quería, se me partía el alma, sentía que estaba fallando a todo el mundo, pero, ¿cómo podía volver a ser un jinete después de haber sido la esclava del original?, de haberlo despertado, de despertar a sus hijos. Paré por fin de correr y me senté en una piedra, seguí sollozando durante unos minutos más hasta que me calmé y levanté la vista. Delante de mí, Irifael estaba sentado en una piedra tan cerca que podría tocarme.

- ¡Ay, joder! - dije y del susto caí hacia atrás quedándome boca arriba, vi en mi campo de visión aparecer el rostro del ángel - ¿qué demonios haces??? ¡casi me matas de un maldito susto, emplumado!

- Estaba preocupado por ti, madre, decidí seguirte - me tendió la mano y se la cogí, me volví a sentar en la piedra y él ocupó la de enfrente.

- Estoy bien, ¿y tú?, ¿sigues espiando a la gente? - le pregunté.

- Solo a ti, lo sabes bien, el resto de los mortales no me interesan.

- Vale, estoy bien, ¡lárgate!

- Llorabas.

- Estoy bien, ¡largo! - no quería hablar con nadie, solo quería estar sola.

- ¿No podemos hablar? - me preguntó con sus ojillos de cachorro apaleado.

- ¡¡¡Arrrrrgggghhh! - me deslicé de la piedra hasta quedar sentada en la hierba y él vino a sentarse a mi lado.

- Tienes motivos para odiarme, es normal que estés así - le miré mientras él miraba hacia adelante.

- No te odio Irifael, ni a tus hermanos.

- Tenemos la culpa de tu desgracia.

- En eso no te quito la razón - le dije y vi como se encogía, pero le cogí la mano - no podíais hacer nada, ¿cómo podríais desobedecerle en aquellos momentos?, os concibió para usaros. No os guardo rencor, al contrario, os quiero, sois parte de mí. Fuisteis muy valientes al enfrentaros a él para impedir que siguiese haciendo daño.

- Draco tuvo que abandonarte para que pudiésemos huir, yo no llamo valiente a eso. - dijo sin querer mirarme. Apoyé mi cabeza en su hombro y sentí que se ruborizaba, seguía teniendo su mano en la mía.

- Y yo le doy las gracias porque lo hiciese, porque os salvase, por poneros a salvo.

- Hemos luchado al lado del rey dragón en tu nombre, llevamos con orgullo el nombre de los Morlans. - me dijo relatando sus logros.

- Sois únicos, emplumado, y tengo la suerte de que seáis parte de mí. - Algo me aplastó contra Irifael que me abrazó también, por un momento me quedé sin respiración y cuando pude ver me encontré abrazada por los tres ángeles al mismo tiempo - Vale, vale, ¡parad! ¡Me estáis aplastando!!! ¡¡Quitaos de encima, pajarracos!!! - sentí que la presión desaparecía y me encontré con Yibrael y Micael mirándome con amplias sonrisas en su rostro, negué con la cabeza pero no pude evitar sonreír yo también - De acuerdo, pillada, ¿vale? Os quiero pajaritos y me alegro que no estéis junto a esa abominación sino conmigo, ¿contentos?.

- No podríamos pedir nada más, madre. - me dijo Yibrael mientras veía como sus hermanos asentían detrás.

- ¿No podríais dejar de llamarme 'madre'? es superraro... - les pedí.

- Claro, madre, pero si ya no quieres ser jinete ¿cómo quieres ser llamada? - me quedé sin contestación en el momento, tenían razón, si ya no era un jinete... ¿qué era entonces?

- Vale, nos quedamos por el momento con el 'madre'.- acepté a regañadientes, el ponerme a buscar otra palabra era demasiado complicado para mí ahora.

- Tu preocupación nos ha llamado - me dijo Micael, hundí los hombros, sabía que debía volver.

- Ya... eso... bueno... veré cómo lo soluciono - dije sin mucho convencimiento.

- Madre - Yibrael se puso de rodillas frente a mí - perdónanos, nunca debimos haberte llevado frente a él, nuestra existencia debería extinguirse si con ello consiguiésemos tu perdón. - Le puse tiernamente la mano en la cara y vi que cerró los ojos con gusto al contacto.

- No os guardo rencor, ángel mío, ahora sé lo difícil que debe haber sido vuestra vida bajo su mandato, solo os ruego que no me traiciones de nuevo pues mi pobre corazón no lo soportará.

- Estamos a tu lado - dijo Micael arrodillándose al lado de su hermano, vi que Irifael hizo lo mismo - ahora y siempre.

- Quizá vuestros comienzos hayan sido dolorosos, pero os prometo que vuestra vida será cada vez más feliz y me ocuparé de ello. Volved con los Morlans y haced que esté orgullosa de llamaros 'hijos'. - Irifael me abrazó por la cintura y puso su cabeza en mi regazo.

- Hemos soñado muchas veces con tenerte para nosotros así, madre. - Por un momento me sentí vieja, pero acaricié el suave cabello del ángel.

- Venga, ¡a volar pajaritos!, yo debo solucionar algunos problemas y vosotros id a hacer las cosas que hagáis... id a 'angelear' por ahí. - Yibrael se rió por mi chiste pero asintió y se levantaron, les vi emprender el vuelo y volví a quedarme sola. Suspiré, Arco tenía razón, todos se preocupaban por mí y yo... ¿cuándo me había vuelto tan cobarde?. Regresé a casa en un mar de dudas.

BROM

- ¡Mirlo! ¿qué haces? La herrería no se abre sola, ¡baja a desayunar! - era raro en Senda dormirse, pero últimamente parecía estar en las nubes. Cada día me preocupaba más, se la veía descentrada, descontenta, acobardada... y lo peor es que yo no podía ayudarla, solo permanecer a su lado y consolarla cuando las lágrimas acudían a sus ojos que era cada vez más a menudo.

- Lo siento, Brom. Me he dormido. - bajó ya vestida, no me gustaba no verla vestida de negro, pero tampoco podía decirle nada de eso. Puse en silencio el desayuno para los dos y vi que se quedó removiendo la leche con la cuchara.

- Desayuna, niña. Sabes que si no tomas algo no tendrás fuerzas. - oímos golpes en la puerta pero no hizo ningún movimiento - ¡Mirlo! - por fin reaccionó y me miró - abre de una vez - vi que me miraba extrañada como si no me entendiese pero al repetirse los golpes de la puerta fue corriendo a abrirla. Su dragón como siempre entró y saludó, desayunaba todos los días en casa y me gustaba hablar con él, era todo un soldado, y se notaba que no había nada más importante para él que mi mirlo, lo que le hacía un buen tipo a mis ojos. Últimamente a él también se le veía cansado, había nacido para luchar, para liderar los soldados en el campo de batalla y el exilio al que le estaba sometiendo el mirlo blanco le pasaba factura también a él.

- Me voy a la herrería, Brom - dijo la niña dándome un beso en la mejilla como siempre.

- Recuerda que hoy viene el carro con la leña, métela pronto que parece que va a llover. - le recordé.

- De acuerdo, lo haré sin falta. Draco, ¿te veo luego? - le preguntó al dragón.

- Pequeña... tenemos que hablar - dijo con voz fastidiada, incluso yo le miré con curiosidad.

- ¿Qué pasa?

- Slar... - estiró la palabra como si no quisiese pronunciarla.

- ¿Slar?, ¿qué pasa con él? - preguntó preocupada.

- Ese maldito cadáver andante... bueno, cada vez parece más un cadáver, pequeña.

- ¿Por qué? ¿no, no habrá intentado....? - le miró asustada, pero Draco le hizo un gesto con la mano.

- El rey nos pidió a Slar y a mí que velásemos tu mente por el día para que el original no pudiese llegar a ti. Slar rechazó el cometido, él... él también se ha exiliado, dijo incoherencias sobre que te había fallado y que no merecía ni siquiera acercarse a ti, que no merecía ni siquiera ser un dragón reclamado, fue el que peor se tomó tu renuncia. Se ha ido a las antiguas dragoneras, las que están en el fondo del acantilado, se inundan de agua cuando sube la marea, son un lugar infernal para permanecer, lleva allí desde que has regresado, ha retomado su forma de dragón y se está consumiendo en aquel sitio inmundo castigándose por lo que cree que te hizo. - Vi que mirlo abría los ojos horrorizada.

- ¿Por qué no me lo habías contado antes?

- Pensé en darte tiempo para que te recuperases, pero cada vez que voy a verle le veo peor y no puedo ayudarle. Pequeña... todos sufrimos, tu ausencia nos está matando lentamente. - Senda se quedó parada por un momento y luego abrió la puerta.

- Voy a la herrería, os veo a la hora de la comida. - Cerró la puerta tras de sí y Draco se levantó para sentarse junto al fuego a mirarlo como hacía siempre. Negué con la cabeza, ¿qué podía hacer un viejo herrero como yo para ayudarla?

-.-

¡Maldita gárgola estúpida!! ¿qué pretende??? ¿¿dejarse morir??, ¿¿por qué no lucha??. Empecé a golpear el metal con fuerza, estaba enfadada, ¿por qué me hacía esto???.

- ¡Eh! ¡!eh! - Lar me quitó con fuerza el martillo de la mano - ¡para de una vez! Acabarás destrozando el hierro y no podremos utilizarlo.

- Lo siento, yo... no sé en qué pensaba. - me disculpé con él.

- Oye... ¿por qué no te vas fuera un rato a respirar?, vuelve cuando estés calmada, ¿vale? - asentí y me fui fuera apoyándome en la barandilla de madera.

Seguía pensando en Slar, ¡maldito grimoso...!, unos niños jugaban en un claro cerca y vi cómo uno de ellos pegaba a otro más pequeño hasta partirle el labio, el pequeño no se amedrentó y se encaró con el pequeño matón haciéndole huir, le dejaron solo y cuando todos se fueron se puso a llorar, me acerqué y le tendí un trozo de tela para que se quitase la sangre de la boca.

- Has sido muy valiente - le dije suavemente.

- ¿Tú crees? - me contestó - tenía miedo, pero mamá siempre dice que debo luchar como haces tú. - me intentó sonreír pero hizo un gesto de dolor.

- ¿Yo? - me eché a reír.

- Mamá dice que no hay nadie más valiente que tú, que nunca te rindes pase lo que pase y aunque te hagan daño. - se levantó corriendo - Voy a casa a contarle que me he defendido - me dijo orgulloso y me dejó allí sola sentada en el claro.

Y de repente me vi, una pobre niña asustada escondiéndose entre las faldas del corregidor avergonzada por lo que le había pasado, dándole la espalda a todo, a todos. Sin luchar, sin levantarme... sin vencer. Tuve deseos de llorar y las lágrimas brotaron en mis ojos pero no dejé llegasen a caer por mis mejillas. ¡Basta de llorar! ¡basta de lamentaciones! Me puse en pié, ¡grandes ancestros! Tengo miedo... un miedo atroz, pero nunca he sido una cobarde, siempre me he levantado, siempre he continuado y nunca me he rendido. Podrán pisotearme pero nunca vencerme. Debo volver a ser yo, a ser Senda. Y lo vi claro, quizá ya no era un jinete pero seguía perteneciendo al reino de los dragones y eso es lo que debía proteger, por lo que debía luchar. Debía luchar por proteger a aquellos niños, por darles un futuro, debía proteger aquello que amaba aun cuando para mí ya no hubiese esperanza de redención. Miré a mi alrededor, mi tiempo aquí había acabado, debía volver a la batalla, a la guerra... y si los ancestros querían que cayese en ella, ¡¡mil diablos!! Que así fuese.

Escuché a Lar llamarme y le hice un gesto con la mano de despedida, luego eché a correr hacia el bosque, lo atravesé y llegué hasta el mar, continué corriendo por la costa hasta llegar a los grandes acantilados en los que se estrellaban las enfurecidas olas. Empecé a descender por ellos, agarrándome a los salientes, mientras sentía el frío aire golpearme y escuchaba el graznido de las gaviotas a mi alrededor. Distinguí las dragoneras que me había dicho Draco, nunca había estado en ellas, pero no me fue difícil saber dónde dormía Slar. Con esfuerzo y paciencia llegué hasta el agujero que los dragones habían escavado en las rocas milenios antes, oscuro, húmedo, el salitre hacía que te llorasen los ojos. Allí, en la penumbra, yacía Slar, durmiendo en su forma de dragón, tan grisáceo y apergaminado como le encontré en su día. Me acerqué a él andando con cuidado sobre el limoso suelo y puse una mano en su cuello.

- Es hora de luchar, dragón mío, es hora de despertar. - Vi cómo habría un ojo y me miraba con su pupila casi transparente. - Lloremos juntos mientras derramamos la sangre de nuestros enemigos. Lucha a mi lado, amigo mío, volvamos a los cielos para proteger aquello que amamos. - El dragón rugió expulsando una llamarada de fuego. Luego se transformó en humano.

- Ten...tación - dijo con voz cavernosa - ¿quieres luchar a mi lado? ¿a pesar de todo? - me preguntó con la culpa en sus ojos.

- Dragón, ¿quieres luchar a mi lado? ¿a pesar de todo lo que he hecho? - le contesté. Me abrazó con sus largos brazos y olí el mismo mar en su cabello blanco.

- Te seguiré a la muerte, tentación.

- Entonces bailemos con la muerte, amigo mío.

Se transformó en semihumano y me llevó en brazos hasta el bosque al lado del pueblo, allí nos reunimos con Draco que vio sorprendido nuestra aparición en el cielo.

- Así que has regresado, cadáver - le dijo Draco al verle. Le cogió y le estrelló contra su pecho en un fuerte abrazo, Slar se dejó abrazar sonriendo avergonzado. Luego se volvió a mí - ¿qué ha pasado?

- Quizá no vuelva a ser un jinete de dragón, Draco, pero quiero luchar. ¿Te unirás a nosotros? - Le pregunté, me miró pero asintió y una amplia sonrisa se instaló en su rostro.

- Luchemos, pequeña. - simplemente contestó.

Salimos los tres del bosque y caminamos en dirección al castillo atravesando el pueblo, Brom estaba en la puerta de casa y le hice un gesto con la cabeza, me sonrió con ternura y asintió a su vez hacia mí, sabía adónde iba y lo que iba a hacer, se unió a nosotros al pasar junto a él. Detrás nuestro se organizó un revuelo, cuando subía por la calzada principal me di cuenta que parte de los aldeanos nos seguían, pero cuando llegué al castillo me esperaba una hilera de jinetes en la misma puerta. Vi a Tarnan en las grandes puertas esperándome junto a Gave y alcé mi mano a modo de saludo. Se había corrido la voz, por lo visto...

- ¡Hey! - dije.

- ¡Hey! - respondió - ¿luchamos? - me preguntó y asentí sonriendo, se unió a la comitiva que me seguía. Moria y Príus salieron corriendo de una de las estancias del castillo, Príus se puso a mi izquierda como siempre y Moria detrás.

- Ya era hora, llorona. - me dijo mi segundo a modo de saludo.

- ¡Que te den, Zalta! - le respondí sonriendo.

Poco a poco se había congregado detrás de mí una gran multitud, aldeanos, jinetes, dragones, sanadores, bibliotecarios, todos ellos querían darme su apoyo en la decisión que había tomado. Llegué a la gran sala del trono, Arco y varios de los consejeros estaban allí. Nadie me anunció, creo que los pobres lacayos no sabían cómo referirse a mí, ¡qué demonios!, yo tampoco sabía cómo llamarme.

- Senda - pronunció mi nombre el rey volviéndose hacia mí, tenía los brazos en la espalda y su postura era recta y firme, contenida como debía ser en un rey.

- Quiero luchar - le dije, ni siquiera le hice una reverencia, me quedé parada enfrente suyo mirándole.

- Mis jinetes luchan, querida mía - negué con la cabeza.

- Nunca más, rey, no volveré a ser un jinete. Pero permitidme luchar a su lado, solo quiero luchar.

- No. - respondió él - Solo luchan los jinetes de dragón, es su deber y su privilegio. Vuelve a ser jinete y lucharás.

- Arco... - fui hacia él y le llamé por su nombre - te lo suplico, déjame luchar.

- Dices que no eres un jinete, que jamás volverás a vestir de negro, ¿por qué quieres luchar?

- No... - dudé al principio pero continué - no puedo ser un jinete, no después de caer tan bajo. Pero sigo amando el reino tan intensamente como lo amaba cuando vestía de negro, eso nunca ha cambiado. He intentado servir al reino de dragones con mi trabajo pero sé que puedo hacer más, me he dado cuenta que quiero defender aquello que tanto amo de lo que quiere destruirlo y quiero impedirlo, más aún después de que le ayudé a conseguir tanto poder, debo reparar el daño hecho. Dejadme luchar, majestad - volví a emplear su título - permitidme el privilegio de dar la vida por nuestro reino, dadme eso al menos después de perderlo todo. - Arco me miró y se dio la vuelta para hablar con los consejeros presentes, le odié por eso, por dejarme con la palabra en la boca.

- El Consejo decidirá sobre tu propuesta - me dijo entonces el padre de Príus que también estaba presente, agradecí que no utilizase ninguno de mis títulos e incliné la cabeza a modo de agradecimiento. - Esperad aquí nuestra resolución.

Todos se fueron dejándonos en el gran salón solos, aquellos que nos habían acompañado y a mí. Mientras estuvimos esperando llegaron más personas a escuchar el veredicto, todos estábamos nerviosos por saber el resultado. Atham se acercó a saludarme y me apoyó en todo como siempre, a pesar de negarme a llevar el nombre de Morlan no me lo echó en cara y entendió porqué lo hacía. Los emplumados aterrizaron en la terraza y se quedaron a la espera, vi que Draco salía a tranquilizarlos y enseguida le rodearon con familiaridad, debía recordar preguntarle cómo se había apañado con ellos. Brom, estaba a mi lado sin decir mucho, su presencia me decía que la decisión que había tomado estaba bien, realmente tenía mucha suerte de poder llamarle padre.

- ¿Qué crees que decidirán, Príus? - le pregunté nerviosa.

- No lo sé, el rey se niega a que luches sin casa y sin título, Senda. Lo ha comentado en varios consejos, quiere que vuelvas a ocupar tu lugar entre nosotros - le miré sorprendida, ¡maldito Escamoso!, ¡me estaba boicoteando!!!.

- Pequeña, debemos esperar, el consejo ha de emitir su decisión y tanto si nos permiten luchar como sino deberemos respetarlo. - dijo Draco detrás de mí cogiéndome por el hombro, asentí... paciencia, tenía que tener paciencia, nunca se me había dado bien tener paciencia. Tarnan se acercó a mí y Príus también, se miraron como poniéndose de acuerdo y luego me hablaron.

- Senda - empezó Tarnan - sé que lo has pasado mal pero... - miró a Príus como dándose ánimos para continuar - nosotros...

- ¿Vosotros qué? - pregunté impaciente.

- Queremos ser sinceros contigo, - dijo Príus con el semblante serio, por un momento distinguí el gran Señor de Zalta que sería algún día - respetaremos la decisión del consejo porque queremos que luches a nuestro lado.

- ¡Gracias chicos! - ¡buf! ¡qué alivio! Pensé.

- Pero no estamos de acuerdo con tu postura.

- ¿Qué no... qué? - pregunté sorprendida.

- Senda - intervino Tarnan - pasamos por la formación, fuimos aprendices, somos jinetes, es algo a lo que no puedes renunciar por un mal día.

- ¿Un mal día? - le pregunté furiosa.

- Quizá las palabras de Tarnan no sean las más acertadas, pero Senda - volvió a decirme Príus - es lo que pensamos, pase lo que pase y te pese lo que te pese sigues siendo un jinete, seguimos estando hermanados por nuestros dragones y nos gustaría que volvieses a liderarnos como lo has hecho hasta ahora. Te seguimos siendo aprendices, te hemos seguido siendo jinetes, queremos que vuelvas a ser nuestro comandante. - Vi que otros jinetes como Moria asentían ante las palabras de Príus - Crees que el rey te ha traicionado por lo que te he dicho, pero le entendemos porque nos pasa lo mismo. No queremos medio jinete, queremos al gran jinete que eres. - La seriedad con la que me hablaba Príus era inusual en él, por un momento me dio ganas de reírme de él pero...

- Gracias por vuestra sinceridad, amigos míos, y ahora os pido tiempo. Quiero luchar a vuestro lado, quiero combatir contra nuestros enemigos pero mi pasado me pesa demasiado, dadme tiempo para considerarme digna para portar con orgullo y honor el traje negro de los jinetes, para limpiar mis culpas y mi conciencia. Dejadme encontrar dentro de mí las fuerzas para que pueda volver a llamarme jinete a mí misma.

- El consejo piensa lo mismo que tú, querida mía - dijo el rey detrás de mí, me volví deprisa sorprendida por su aparición. Todos se callaron para escuchar al rey. - Te permitirán luchar sin la protección de tu casa, sin tus títulos y sin la aprobación de tu rey y esposo. Acataré su decisión pero no la comparto, por lo que a partir de ahora Dorc, el maestro de jinetes será tu superior, es a él a quien deberás de reportar.

- Arco....

- No. - dijo severo - Te dirigirás a mí por mi título, yo al menos lo sigo conservando, querida.

- Gracias - dije secamente, haciendo un gesto con la cabeza.

- No me des las gracias, si de mí hubiese dependido nunca habrías entrado en combate en semejantes condiciones. - Luego se volvió a Draco - Lo lamento, Draco. Tu petición ha sido rechazada, debes volver a tu posición como General de nuestro ejército, Senda no podrá montarte.

- ¡Majestad! Pero, ¿cómo voy a entrar en combate sin mi jinete?

- Te puede enlazar como siempre, pero a partir de ahora Senda montará en Slar - miré hacia la gárgola que nos miraba sorprendidos.

- ¡¡Jamás!! - dijo Draco enfadándose.

- Es una orden, dragón - dijo el rey con toda su autoridad. Sabía que me estaba castigando a mí, dejándome sin Draco, sabía que no existía mayor castigo que no permitirme estar a su lado. Casi se me saltaron las lágrimas pero aguanté, no iba a decir nada, podía luchar, volvería a combatir y eso era lo que me importaba en estos momentos.

- ¿Majestad? - llamé al rey, este se volvió con sus ojos llenos de furia y de dolor, también él lo estaba pasando mal. Hinqué mi rodilla en el suelo y simplemente dije - Que mi sangre sea la primera derramada, que mi vida sea la primera sacrificada, que mi honor sea mi escudo y mi valor afile mi espada pero que mi obediencia nunca sea probada, ni mi orgullo quebrado, pues mi lealtad os pertenece Arco hijo de Calem, Rey de los Dragones.

- Tu juramento te honra, querida mía. Yo honraré la decisión del consejo. No portarás armas de jinete pero puedes portar esta. - Vi que un criado traía algo envuelto en terciopelo, lo abrió y vi la hoz de oro enfundada en su cinto. - Los monjes que han formado la resistencia nos han hecho llegar tus armas.

- ¿Mi espada y mi cuchillo? - pregunté ansiosa, la espada fue portada por el último jinete Morlan y el cuchillo con su escudo grabado me había acompañado desde hacía demasiado tiempo en mi pernera.

- Así es, te estarán esperando si consideras volver a retomar tu título de jinete. - asentí y cogí la hoz poniéndome el cinto, enseguida sentí las vibraciones que emanaba.

- Haré que volváis a sentiros orgulloso de mí, majestad. - le prometí.

- Jamás he dejado de estar orgullo de quién eres, amor mío, es quien no quieres ser lo que rechazo.

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