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Capítulo 35

Llegamos a unas montañas verdes, hermosas, llenas de vida y vegetación. Aterrizamos en un valle virgen donde un hermoso río bajaba de las montañas nevadas que lo coronaban. La belleza del lugar era increíble. Allí ya estaban las jaulas de la gente del poblado, las salamandras no dejaban acercarse a nadie, seguían estando bajo mi dominio. Me acerqué a la primera salamandra que encontré y le toqué la frente, la liberé de aquel yugo impuesto, esta se sacudió un poco y volvió en sí. Al verme, al ver a los dragones siseó intentando defenderse, la intenté calmar como pude, pero después vio que los dragones transportaba a la gente que habíamos liberado de las mazmorras y corrió hacia un grupo de personas que supuse que eran su familia. Seguí liberando a las salamandras unas tras otras, en cuanto las liberaba corrían hacia su familia. Cuando terminé con la última me di cuenta que habían abierto las jaulas y liberado también a la gente del poblado. Bien, ¿y ahora qué?.

- ¿Estás... cansada? - me preguntó el Rey de los Dragones que había permanecido a nuestro lado todo el tiempo.

- ¿Qué vais a hacer con nosotros?, ¿somos prisioneros? - sabía que estaríamos mejor que con los monjes pero salir de una cárcel para meterse en otra...

- ¿Quién es el líder de las salamandras? - me preguntó. Pensé en Jack pero nos había traicionado, ¿quién iba a ser nuestro líder?.

- Contestadme a mí, se lo comunicaré y buscaremos a alguien que nos lidere - le contesté con todo el aplomo que pude. El Rey dio un paso en mi dirección y yo di otro para atrás.

- Senda.... No puedo hablar contigo sobre el futuro de las salamandras - me dijo.

- ¿Es que los Reyes no hablan con escoria humana como yo? - le pregunté con desdén.

- Senda... - volvió a utilizar mi nombre con esa intimidad que me ponía nerviosa - no puedo hablar contigo porque no perteneces al Pueblo de las Salamandras. Nos perteneces a nosotros, me perteneces, perteneces al Reino de los Dragones. - Me dijo con su voz calmada y seria.

- Mientes... - le dije dando dos pasos atrás.

- No miente Senda... - vi que Jack caminaba hacia mí - no eres una Salamandra, eres un Dragón.

- ¿De... de qué estás hablando? - no entendía nada.

- Los monjes te raptaron hace unas lunas, te trajeron hasta nosotros para obligarte a dominar nuestras mentes. No sé qué te pasó o qué te hicieron pero no tienes memoria, al menos ellos no han podido someterte con su influjo. - me explicó.

- ¿Has... has dejado que piense que no tenía a nadie?, ¿qué era una abandonada??? - le reclamé.

- Me lo ordenaron Senda, al ver que no podían someterte con su influjo decidieron convertirte en una de nosotros - Bajó la cabeza arrepentido - no sabes cómo lo lamento.

- ¿Es contigo con quien puedo hablar entonces, Salamandra? - le preguntó el Rey.

- Rangus y Hungus son nuestros mayores - dijo Jack, dos ancianos dieron un paso adelante - antes de la llegada de los monjes ellos decidían por nosotros. Deberían de volver a retomar su lugar. El Rey asintió y les invitó a un lugar más apartado.

- ¿Qué hago con la pequeña, Majestad? - preguntó el dragón viejo que se sabía mi nombre y que se había puesto a mi lado sin percatarme de ello.

- Quédate con ella Draco, pero no os alejéis de mí. Ya he tenido suficiente, no pienso volver a perderla de vista. - Se fue con los dos ancianos pero se dio la vuelta y llamó a Jack para que se uniese con ellos.

Draco, el Rey de los Dragones le había llamado Draco... como en mi sueño... Me quedé mirando al viejo dragón que me miró por un momento, en su mirada había dolor contenido, ¿qué le ocurría?.

- ¿Soy... soy un...? , ¿puedo transformarme en dragón? - le pregunté a Draco.

- Eres un aprendiz, pequeña. Un aprendiz de jinete, pero mientras sueles montar sobre mí. - Me puse roja de vergüenza, montar sobre alguien como él... miré a Galgus que nervioso se paseaba a mi lado.

- Recordaba cómo volar... - le acaricié la cabeza - recordaba volar...

Dos mujeres se acercaron a mí, habían escuchado que no era una salamandra y les había dado miedo.

- Niña... ¿qué nos ocurrirá a nosotros?, contigo teníamos una posibilidad pero si les perteneces, ¿qué harán con nosotros? - miré donde el Rey estaba hablando con aquellos ancianos y con Jack, luego miré a Draco.

- No creo que seamos... que seáis prisioneros - me corregí - confiad en vuestros mayores y en el Rey de los Dragones.

Pasó un buen rato antes de que volviesen, el Rey se puso a mi lado y me aparté un poco, me intimidaba aquel dragón tan grande y con tanta presencia, él me miró como extrañado pero no hizo nada.

- Escuchadme pueblo de las salamandras - gritó Rangus, todas las personas congregadas empezaron a silenciarse. - Estamos en territorio de dragones - Murmullos de miedo se alzaron - Hemos establecido un principio de tratado, nos acogerán en este valle, nos ayudarán a crear casas y a conseguir comida, nos ayudarán a sobrevivir. A cambio no podemos salir de momento de aquí - otra vez los murmullos, pero esta vez airados - pero nos han prometido buscar otros poblados como el nuestro y ayudar a liberarnos del yugo de los monjes.

- ¡Somos prisioneros de los dragones!! - gritó un hombre - ¡hemos cambiado a los monjes por los dragones!!!

- Os hemos acogido - habló el Rey de los Dragones y todos se callaron por miedo - pero entended esto, nuestros pueblos han permanecido en guerra durante siglos, os hemos liberado y acogido pero no nos fiamos de vosotros, no por ahora. Puede que aún existan traidores entre vosotros fieles a los monjes, no pondré en peligro a mi Reino y a mis dragones por vosotros. Os pido paciencia, ayudadnos a entenderos, a confiar en vosotros. Nosotros os ayudaremos a liberaros de aquellos que os esclavizan, que intentan esclavizarnos a todos.

- ¿Y luego qué? - preguntó una salamandra adelantándose.

- El pueblo de las salamandras siempre ha tenido su territorio, antes de la llegada de los monjes vivíamos en paz, comerciábamos y nos apoyábamos. Podemos volver a conseguir lo mismo, volveréis a vuestro territorio, reconstruiréis vuestro mundo y os volveréis a regir por vosotros mismos. Los dragones no pretendemos incrementar nuestros territorios si es lo que te da miedo, hemos vivido así durante miles de años, pretendemos seguir viviendo en paz.

- ¿Y la niña? - dijo otro señalándome - debe quedarse con nosotros.

- ¡Ella es mía! - dijo con fiereza el Rey, todos se quedaron callados asustados por la salida del Rey, respiró y contestó sereno - Senda nos fue arrebatada por los monjes, vuelve a casa, a su hogar, con los suyos, vuelve al Reino de los Dragones que es a donde pertenece. Os dejaremos dragones que os ayuden a pasar esta noche, volverán más que os traerán comida y ropa de abrigo para vuestros hijos. Nuestros sanadores vendrán con ellos para sanar vuestras heridas.

Empezó a dar órdenes a los jinetes y a los dragones, Jack se me acercó en ese momento, Draco se interpuso en su camino.

- Solo quiero hablar con ella - dijo Jack mirándome.

- Ni en sueños salamandra, ella nos pertenece - dijo el viejo Dragón.

- Quiero... quiero hablar con él - le dije al viejo dragón. Este me miró enfadado pero asintió.

- Lo siento, he vuelto a fallarte - ¿Cuándo me había fallado por primera vez?.

- Estáis a salvo, el monasterio ha caído y por primera vez tenéis una posibilidad real de ser libres. Es lo único que importa Jack - le dije.

- Luchaste a nuestro lado, las salamandras no lo olvidaremos Senda - me dijo Jack, detrás suyo los dos ancianos asintieron a sus palabras.

- Debemos irnos - dijo Draco cogiéndome por la cintura para separarme de la salamandra - el Rey ha dado la orden.

Sacó sus alas y empezamos a volar, en un momento me tiró hacia arriba y caí sobre su lomo convertido ya en dragón. Un inmenso placer me inundó cuando me vi encima del dragón, no sabía quién era ni dónde estaba pero sí que podía decir que pertenecía al aire y a ese dragón.

A lo lejos vislumbré un hermoso castillo a la mitad de una montaña, todo era hermoso miraras donde miraras. Un pueblo se distinguía entre los árboles, el mar bañaba al castillo y lo protegía al mismo tiempo, todo parecía tranquilo....

Aterrizamos en una gran explanada que estaba llena de gente, bajé por el ala del dragón y me quedé parada sin saber qué hacer, seguía sintiendo mi cuchillo en mi pernera, cuando el monje me ató con cadenas no lo había visto y no me lo había quitado, al menos podría defenderme con él. Dos chicos de mi edad vinieron corriendo hacia mí gritando mi nombre, Draco les hizo un gesto y se pararon a varios metros de mí.

- ¡Senda! - dijeron asombrados mirándome - ¿qué te ha pasado??? - no hacían más que mirarme de arriba abajo sorprendidos. Me sacudí la ropa del polvo del combate pero estaba toda sucia y rasgada y supe que no había nada que hacer. Debían conocerme porque me habían llamado por mi nombre pero no había recuerdos en mi interior de toda esa gente. Miré a Draco que a su vez miraba a toda la gente intentando protegerme de sus buenas intenciones.

- Me conocen - le dije extrañada a Draco.

- Aquí todos te conocen, pequeña - me dijo él. - Se que puede ser un poco abrumador, pero no te preocupes yo estoy contigo. - le creí, no sé porqué pero sí que creía que el dragón me protegería de cualquier cosa, en cierto sentido era aliviador tenerle conmigo.

- Senda - el Rey vino hacia mí y di varios pasos atrás, él volvió a poner esa cara extraña que puso antes y extendió su mano hacia mí - querida mía, ven, te curaremos y podrás asearte.

Ignoré su mano y eché a andar, una de las personas de la explanada se acercó a mí y saqué mi cuchillo y me puse en posición de defensa. Estaba nerviosa, esa gente me miraba todo el rato, decían mi nombre, ¿qué querían de mí???

- Nadie te hará daño querida mía - dijo el Rey bajándome la mano armada con el cuchillo.

- ¡No me toques dragón! - contesté rápido, por un momento pude ver dolor en su rostro.

- Por aquí entonces - dijo señalándome el interior del castillo.

Tenía ganas de llorar, mientras estuve con las salamandras todo había sido dolor y violencia, aquí era todo amabilidad y dulzura y me ponía muy nerviosa todo aquello, ¿por qué me trataban así?, ¿por qué no recordaba nada?

- Su cuerpo, mira su cuerpo - dijo una mujer al pasar junto a ella.

Miré hacia debajo pero no vi nada, solo mis piernas. ¿A qué se había referido?. Me llevaron a una sala blanca, todo en ella era blanca. Salieron y me dejaron sola, esperé unos minutos y salí de la sala, seguí un pasillo, iba a girar la esquina cuando vi al Rey hablando con dos ancianos.

- Garrick, Dorc, examinadla - les decía el Rey - debemos saber qué le han hecho y porqué no tiene recuerdos.

- ¿Y si está bajo el influjo de los monjes? - preguntó uno de ellos.

- Entonces veremos qué hacer. Por el momento decidme qué encontráis, la salamandra llamada Jack dijo que los monjes nunca habían podido someterla, pero, ¿qué fue lo que ocurrió?

- Su cuerpo está destruido - dijo el otro anciano. - ha sido cruelmente torturada - aseveró. El Rey se pasó la mano por los ojos como si aquello le doliese a él.

- Sé cuál es su condición Dorc, puedo verlo, pero eso podemos sanarlo, pero su mente.... El que no recuerde nada, el que no me recuerde... - su voz se quebró, por un momento se apoyó en una estatua que decoraba el pasillo como si no pudiese con ello con la mano en la cara, se rehízo y les volvió a decir - Encontrad algo, decidme que aunque no recuerde nada sigue siendo ella.

- Ha liberado a un pueblo ella sola, es bastante propio de ella meterse en esos líos.... - dijo uno de los ancianos, el rey sonrió levemente ante las palabras del anciano.

- Esperaré vuestros informes.

Decidí volver a la sala sin que me viesen y esperé allí la llegada de los ancianos. Llamaron y entraron, cerraron la puerta tras ellos.

- Bienvenida a casa pequeña - dijo uno de ellos - soy Garrick, maestro Bibliotecario.

- Soy Dorc, maestro de Jinetes - me dijo el otro. Le miré extrañada, había algo, me levanté y le toqué el pecho.

- Eres... eres distinto - le dije y volví a mi sitio. Se miraron entre ellos y se sonrieron.

- Lo que sientes pequeña es una conexión especial que hay entre nosotros - me explicó Dorc.

- ¿Conexión? - pregunté.

- Hace tiempo te hice un juramento de lealtad - me dijo. - Lo sientes porque me une a ti de por vida.

- ¿Y por qué lo hiciste? - pregunté extrañada, ¿quién era yo para que me hiciesen juramentos de lealtad?

- Sé que tienes preguntas aprendiz, pero necesitamos primero nosotros respuestas. ¿Confías en nosotros para que exploremos tu mente? - me dijo Dorc. Debería decir que no, era lo más sensato pero era cierto que confiaba en ellos, en que no me harían daño. Asentí nerviosa.

- Relájate entonces - se pusieron uno cada lado y me tocaron la cabeza, sentí sus mentes intentar conectar con la mía.

- Senda... ¿dónde está tu mente?, hay algo oscuro que no nos permite acceder a ella.

- Ah! la neblina negra... siempre rodea mi mente, detrás de ella están los recuerdos, a veces hay fogonazos pero son pocos y tenues.

- Esa neblina negra... ¿te la pusieron los monjes ahí? - preguntó Garrick.

- No, no... los monjes tampoco podían atravesarla, creo que es porque soy escoria... - se separaron de mí sorprendidos - es decir, porque no puedo transformarme en salamandra... - me quedé callada, no era una salamandra, pertenecía al Reino de los Dragones ahora. - Siempre he creído que era porque había nacido así, oculta mis recuerdos y no me deja ver nada. - me hicieron muchas más preguntas, sobre lo que recordaba y lo que había pasado, hasta una muy extraña.

- Senda, ¿has podido alguna vez expulsar de tu cuerpo una especie de sustancia negra?, ¿o a lo mejor prender tu cuerpo con llamas negras?

- ¿Sustancia negra?, ¿llamas???, jajajjaa.... ¡Las personas no ardemos! Y no expulsamos nada más que sangre. - Les dije, ¿era alguna especie de broma?

- Creo que tenemos todo lo que queríamos.

- ¿Estoy bajo el dominio de los monjes? - les pregunté.

- No pequeña, estate tranquila - dijeron y se fueron dejándome sola.

Nada más irse entraron unos hombres y mujeres vestidos de gris, uno de ellos se presentó.

- Mi nombre es Crim, soy tu sanador. Hemos venido para curar tu cuerpo, te aseguro que no te haremos daño.

- Eso lo dices ahora, luego parece que te clavan millones de agujas en el cuerpo - le dije molesta.

- Te aseguro aprendiz que no te haré daño, solo confía en mí - me volvió a decir, asentí sin decir nada más.

Luces blancas salían de sus manos y una sensación deliciosa de calidez recorrió mi cuerpo, realmente no hacían daño, era suave, delicada. Suspiré de placer. Pasó un buen rato hasta que terminaron. Al levantarme pude ver que todas mis heridas se habían curado.

- ¡No siento dolor! - les dije - es increíble.

- Tu cuerpo estaba en bastante mal estado, el dolor debía ser intenso.

- No lo sabes tú bien sanador - le dije. Me miré bien y vi que no tenía ninguna cicatriz. - ¡No tengo marcas!

- No, tu cuerpo está reparado - volvió a asegurarme el sanador.

- Qué pena, había unas marcas blancas en mi hombro que han desaparecido, me gustaban.

- Lo siento aprendiz, el Rey dio la orden de retirar cualquier marca y cicatriz producida por las lagartijas o las salamandras. Esa marca que comentas también.

- Bueno, no pasa nada. Gracias por quitarme el dolor - le dije a Crim.

- A vuestro servicio aprendiz. - se dieron la vuelta y se marcharon.

A continuación aparecieron un grupo de mujeres que me bañaron a conciencia, me trajeron ropa limpia, un peto negro con una camiseta y unos pantalones blancos con dibujos arabescos. ¡Era como la ropa que llevaba en el poblado!!. Me sentí muy bien al verme limpia, volví a esconder mi cuchillo en la pernera y me sentí completa.

- Senda - me dijo una de las mujeres con amabilidad - te esperan en la Sala del Consejo. - La seguí por pasillos y estancias hasta una enorme sala repleta de gente.

El Rey, Draco, Dorc, Garrick y más gente estaba allí. Había un trono y muchas sillas vacías y ocupadas, la gente que no estaba sentada se movía por la sala hablando con unos y otros. Se me anunció y se hizo el silencio. Al entrar todos bajaron la cabeza en mi presencia. El Rey vino a recibirme.

- ¿Cómo te encuentras querida mía? - me dijo con amabilidad.

- Bien, majestad. Limpia y sin dolor - dije.

Me fijé en una de las sillas y no pude contenerme.

- ¡Es el símbolo de mi cuchillo! - me acerqué a verlo dejando al Rey sorprendido por mi interrupción. Saqué el cuchillo y los comparé.

- Es el escudo de tu Casa - me dijo una voz a mis espaldas, me di la vuelta y me encontré a un anciano. - Soy Atham, Señor de la Casa Morlan, tu casa - me dijo, me fijé en su rostro.

- ¡Tu cara!, te pareces a mí!!! - dije sorprendida - pero no puede ser, soy una abandonada - le dije - ¿Tengo familia?

- Sí pequeña, la Casa Morlan es tu familia - me dijo un poco como con miedo.

- Tengo familia... no estoy sola. El cuchillo es mi posesión más preciada - le dije con timidez.

- Me alegro que no lo hayas perdido y que le tengas tanta consideración - me replicó él con amabilidad.

- Entonces, ¿tengo familia de verdad? - le pregunté expectante.

- Somos tu familia Senda, hija de Morlan. - Me dijo orgulloso.

- Senda hija de Morlan... - repetí - me gusta, me gusta ser ella. - La sonrisa del anciano fue deslumbrante.

- Querida mía... - dijo el Rey - debemos empezar. - Asentí y me colocaron en el centro de la Sala flanqueada por Dorc y Draco. Los demás ocuparon sus sillas o se quedaron haciendo un perfecto pasillo.

- Ya he sido informado, pero quiero que todo el Consejo lo oiga - dijo el Rey. Garrick tomó la palabra.

- Hemos sondeado la mente del aprendiz, podemos decir con certeza que no está bajo el influjo de los monjes - dijo al Consejo.

- Entonces, ¿por qué no recuerda nada? - preguntó un consejero.

- El aprendiz ha vuelto a sorprendernos con el uso de su esencia - dijo Garrick. Me asombré, ¿esencia?, ¿qué era eso?.

- ¿A qué os referís, Maestro Bibliotecario? - dijo otro de los consejeros.

- Protegió su mente con su propia esencia, suponemos que durante su secuestro pues no recuerda nada hasta que no se despertó en el monasterio.

- ¿Pero porqué no consigue recordar?, si ella misma se provocó la amnesia - preguntó otro.

- Creemos que no sabe cómo hacerlo - el murmullo se generalizó.

- ¿Qué no sé hacer qué? - le pregunté en un susurro a Draco.

- Recordar, pequeña - me dijo. Pues vaya...

- ¿Qué pasará con ella entonces? - preguntó otro de los consejeros.

- Se quedará al cuidado de mi Casa - contestó Atham.

- No dejaremos que te la lleves, Morlan - dijo un Consejero muy disgustado - Ella será de tu casa pero no se moverá del castillo. La casa Zalta no lo permitirá. El aprendiz nos pertenece a todos.

- Tampoco la Casa Calem - dijo otro de los consejeros - tenemos derechos sobre ella, su compromiso con el Rey nos lo da - ¿qué compromiso???? Pensé extrañada.

Uno por uno los consejeros se negaron a que abandonase el castillo, yo permanecía en silencio, era como si hablasen de otra persona y no de mí.

- ¡Suficiente! - dijo el Rey - Atham, Señor de Morlan, os dejaré al aprendiz a vuestros cuidados pero en las dependencias del castillo. ¿Estáis de acuerdo?

- Sí Majestad, hubiese preferido volver a nuestro hogar, pero cumpliremos vuestras órdenes. - Vaaaale, me quedaba con esa gente, ¿no?. No acababa de entender qué ocurría.

- Querida mía, solo una pregunta más - me miró el Rey con intensidad - ¿tuviste algún contacto con un ser al que llaman 'El original'. Un escalofrío me recorrió la espalda.

- Querían que dominase su mente, las salamandras le llamaban Dios, pero los monjes querían que lo dominase... Duerme entre el fuego y el magma... - lo dije en un susurro.

- ¿Hablaste con él? - negué con la cabeza.

- No... Él salía en un sueño que tuve - señalé a Draco - estábamos en unos túneles y el ser me llamaba por el camino de las piedras. Me desperté pero... no quise acercarme a él. Los monjes decían que debía dominarlo, pero a ese ser no se le domina...

- ¿Por qué? - me preguntó el Rey,

- Porque si lo intentas te consume - les dije. El Rey asintió preocupado.

- Tengo una última sorpresa para ti querida - me dijo el Rey - espero que te guste.

Se abrieron las puertas y entró un hombre, era alto con unas enormes espaldas, sus brazos parecían dos bueyes. Llevaba una barba poblada pero en su cabeza no había ni un solo pelo. Miraba nervioso a todos lados hasta que me vio, entonces se dirigió hacia mí.

- Hola Mirlo Blanco - algo se removió en mi interior - Me alegra que hayas vuelto a casa.

El hombre avanzó torpemente hacia mí y al llegar a mi altura me abrazó. Me habían abrazado más veces pero siempre había intentado escapar, esa vez no fue así, su abrazo fue cálido, torpe... olía a metal, a grasa de animal, a fuego... Rompí a llorar, hasta el momento había llorado por el dolor que me habían infligido, por el miedo, por la ira..., pero esta vez rompí a llorar por mí, porque sentí que estaba en casa. El hombre me abrazó más fuerte mientras que mi interior se descargaba de toda la tensión que llevaba dentro.

Salimos del consejo y pasamos a una sala, por fin conseguí serenarme lo suficiente. Me separé de él muerta de vergüenza.

- Lo siento... yo... no sé qué me ha pasado - le dije.

- Tranquila Mirlo, es normal - me dijo dándome pequeños golpecitos en la mano.

- Ni siquiera se tu nombre - le dije avergonzada.

- Soy Brom, el herrero. - me sonrió con su sonrisa torcida. Yo también le sonreí.

- Me alegra haber vuelto. - le dije y era sincera. Atham entró a la sala, cuando nos vio puso un gesto extraño como de desaprobación pero no hizo ningún comentario.

- ¿Te encuentras mejor? - me preguntó amable.

- Sí gracias, mucho mejor. ¿Os... os conocéis? - pregunté

- No personalmente Mirlo, pero sabemos quién es el otro - dijo el herrero. Se levantó y le hizo un ligero gesto con la cabeza.

- Senda, nos retiramos a nuestras dependencias, tienes que venir con nosotros, necesitas descansar.

- Sí Señor - dije sumisa - ¿Volveré a verte? - le pregunté a Brom.

- Te estaré esperando en mi herrería, en el pueblo, allí tienes un hogar. - Me gustó escuchar esas palabras, a Atham no le sentaron bien y ni se molestó en esconderlo. - Gracias Brom.

- Descansa Mirlo - y salí detrás de Atham y otros miembros de su casa.

Me llevaron hasta una habitación amplia, profusamente decorada, allí era donde pasaría la noche. Atham se despidió de mí.

- Descansa, pequeña. Mañana será un nuevo día.

- ¿Creéis que estarán bien? - pregunté.

- ¿Quiénes? - me dijo dudando.

- Las salamandras, ¿estarán bien?.

- Seguro, seguro que sí. El mismo Rey se ocupó de ellas. - me dijo. Luego se despidió.

Me quedé sola en la habitación, había un camisón en la cama por lo que supuse que sería para mí, lo toque, era de una suavísima tela blanca, casi parecía una caricia hecha realidad.

La habitación era grande, allí habrían vivido varias familias de salamandras. No me sentía muy cómoda, hasta hace poco dormía en un camastro en el suelo y antes había dormido en un agujero en la roca. Ahora no solo tenía una cama gigantesca sino que mi cuerpo había sanado. Moví todos los músculos que pude, que gusto no sentir dolor.

Al final estaba cansada... me aseé, me puse el camisón y me metí en la cama. Debí quedarme dormida en algún momento pero me desperté con la sensación de que alguien me observaba. Me había soltado el pelo por lo que me senté en la cama y me lo reacomodé, no quería dormir más, estaba hecha un lío con todo lo que había pasado. Suspiré y salí a la terraza por los grandes ventanales.

- ¿No podías dormir? - una voz sonó en la oscuridad, me di la vuelta asustada, había dejado el cuchillo en la habitación. El Rey salió de las penumbras. - Siento haberte sobresaltado. - Negué con la cabeza

- No os preocupéis, no me acostumbro a que nadie quiera atacarme... - sonreí un poco - ¿Qué... qué hacéis aquí, Majestad'

- Me gusta verte dormir - me dijo tranquilo. Me quedé impactada, ósea que mi sensación era correcta.

- Ya... debo ser un espectáculo - dije por decir. Se rió levemente.

- Me tranquiliza saber dónde estás, saber qué estás bien. - Se pasó la mano por la cabeza como cansado - Últimamente cada vez que te pierdo de vista te ocurre algo grave.

- Lo... lo siento? - no sabía si tenía que disculparme o no. Si hacéis esto con todos vuestros súbditos no debéis de tener noche... - no quería que se fuese, quería que me siguiese hablando.

- Jajajaja.... - se rió suavemente - no creo que a mis consejeros les pareciese bien que les observase mientras duermen.

- Eso sí que sería un espectáculo - volvió a reír, luego nos quedamos en silencio.

- Debes estar cansada, dejaré que sigas durmiendo.

- ¡No!, es decir, no... no estoy cansada y no tengo mucho sueño... la verdad, es que me viene bien la compañía - Oh! Por favor, que no se vaya, que no se vaya....

- Siento por lo que has pasado, querida mía. Si hubiese podido impedirlo, si lo hubiese hecho... - se pasó la mano por los ojos sufriendo. Cogí su mano y él me miró.

- Estoy bien, estoy aquí - le dije. Me acarició la cara y un escalofrío subió por mi espalda.

- ¿Tienes frío? - asentí sin saber qué decir. Se acercó a mí y me abrazó nos rodeó con sus alas, allí parecía que se había detenido el tiempo. - El saber que te había perdido casi me consume, me volví loco, todo este tiempo no he vivido. Pero ahora vuelves a estar en el lugar al que perteneces, en mis brazos.

No podía hablar, mi corazón iba a mil en aquel momento. Acercó su cara a la mía para besarme lentamente, dejándome tiempo para negarme si quería, pero no podía solo quería que me besase... Nuestros labios se tocaron y mi cuerpo estalló de placer. ¿Quién era él?, mi cuerpo traidor le reconocía pero yo no me acordaba de él. Me besó, me besó y me besó y con cada beso sabía que él era mi vida, que yo tampoco podía vivir sin él. Nos separamos, volvió a acariciarme la cara con esa ternura.

- He de dejarte ahora - me dijo, yo hice un pequeño mohín - Te prometo que mañana estaremos juntos, amor mío.

- ¿Quién eres?, ¿quién soy? - pregunté antes de que se fuera... él se rió suavemente.

- Eres mi prometida, Senda hija de Morlan, aprendiz de Jinete, futura Reina de los Dragones.

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