Capítulo 3
Los días transcurrían con rapidez y ya no hacía falta que me acompañasen a todas partes como al principio, conocía más o menos las reglas, algunas me las habían explicado, otras las había aprendido a la fuerza. La más importante era que efectivamente era una descastada, lo que significaba que era una paria para mi propia Casa, la Casa de Morlan, nadie se preocupaba de mí, nadie me visitaba, nadie me daba nada. El resto de los chicos y chicas pertenecían a otras casas y ellos disponían de libros, armas, ropas, etc. Y lo más importante, sanadores. Los sanadores son muy importantes en el reino de los Dragones, solo los jinetes y sus casas tenían acceso a los sanadores y ellos solo sanaban a los que pertenecían a sus casas. Por lo visto a mí me habían 'sanado' entre comillas obligados por el rey, habían reparado mi cuerpo y lo habían convertido en ese nuevo cuerpo que ahora tenía, más parecido a ellos, pero no había sanadores a mi disposición cuando empecé los entrenamientos lo que se traducía en que cualquier golpe que me daba no era curado por ningún sanador. Los demás luchaban sin miedo porque al finalizar el entrenamiento pasaban por el Palacio de los Sanadores, allí el sanador de su casa curaba su cuerpo de golpes y hematomas y al día siguiente empezaban con su cuerpo recuperado listo para el combate. Mi cuerpo en esos días era un compendio de negro, azul, verde y amarillo, donde se me curaban los cardenales volvían a salirme otros una y otra vez. Me levantaba por la mañana dolorida por las palizas recibidas y cualquier roce era para mí el más horrible de los dolores. Pues sí, definitivamente, era una descastada.
Por las mañanas entrenábamos, por el momento eran técnicas de combate, una especie de esgrima combinada con artes marciales y combate cuerpo a cuerpo, parecíamos marines, ninjas, espadachines... bueno, más bien parecían, porque a pesar que mi cuerpo era joven y estaba en forma no era nada buena en ninguna de las artes que nos enseñaban y siempre era la última de todos. Por la tarde, teníamos clases teóricas, historia, estrategias, tipos de armas.... Cuando las clases terminaban disponíamos de unas horas para cenar y descansar, yo aprovechaba el tiempo para irme a la biblioteca y con ayuda de Garrick iba estudiando todo lo que los demás habían estudiado desde niños y yo no. Algunos de los eventos eran parecidos a los que yo había estudiado, el gran diluvio por ejemplo, algunas de las erupciones de volcanes, pero mientras nuestra historia estaba marcada por el descubrimiento de las nuevas fronteras como América, Australia, los polos, etc... para los dragones que podían volar el mundo siempre había sido redondo y siempre habían conocido sus límites, así su conocimiento de la historia americana era muy superior al nuestro y eran fascinantes las interacciones que habían tenido con los grandes imperios indígenas del sur del continente. Realmente adoraba aquellos momentos, solía quedarme hasta muy tarde leyendo de todo lo que se me ocurría, Garrick me hacía leer en muchos idiomas, después de que había podido leer la gran piedra se había abierto una puerta en mi mente y me resultaba increíblemente fácil poder entender el resto de los idiomas humanos.
Una vez de cada tantos días teníamos el día libre, el resto de los jóvenes aprovechaban para visitar sus casas aunque a menudo podías ver cómo los padres de los chicos visitaban en la escuela a sus hijos, ese día yo no tenía nada que hacer, a mi no me visitaba nadie, no me dejaban escribir cartas a mi familia ni comunicarme con ellos así que no podía hacer nada, así que aprovechaba para irme a la biblioteca y estudiar todo el día. En el desayuno, con las mesas casi vacía de jóvenes se me acercó una criada para darme una nota del Maese Bibliotecario, Garrick me animaba a salir e investigar el nuevo mundo en el que vivía. ¡Buf! Visitar ese nuevo mundo!, rezongué, como si fuese tan fácil, en la escuela me había acostumbrado a los insultos, los empujones intencionados en los pasillos y a las malas contestaciones de los profesores, ¿allá afuera?, ¿qué podría encontrarme allá afuera?.
Salí por la puerta principal sin que nadie me parase, parecían no darse cuenta de mi existencia por lo que me dirigí hacia el exterior del castillo, una gran calzada se habría en las temibles puertas de metal y se adentraba en el bosque. Estaba muy transitada, las personas que iban a pie parecían ir todas por una especie de acera grande mientras que la calzada se dejaba para los caballos y los carros tirados por bueyes o equinos, caminé sin dificultad sorteando madres con hijos, soldados que iban o volvían de castillo, vendedores ambulantes, algunas veces daban un respingo al verme, pero era más por el color de mis ropajes que por que fuese yo quien los vistiese, enseguida miraban a mi alrededor buscando algo, por lo que concluí que seguramente los otros aprendices no se aventuraban como yo fuera del castillo y si lo hacían eran acompañados por sus familiares que de ahí que buscasen a las personas que me acompañaban.
Llegué a un pueblo grande, no se veía industrialización por ninguna parte, pude ver algún que otro motor a vapor o por combustión pero nada más, una gran taberna dominaba toda la calle, una escuela bonita se vislumbraba desde un camino que salía al inicio del pueblo, unas cuantas tiendas y una gigantesca herrería eran el comercio del pueblo, no se veía iglesias ni ninguna otra manifestación de religión, pero había menhires labrados con inscripciones en el lenguaje de los dragones por doquier. Había puestos ambulantes de comida, me fijé que utilizaban unas piezas de material gris a modo de dinero, yo no tenía dinero, por lo que no podía comprar nada. Mi estómago rugió de hambre, en un puesto había una mujer mayor que vendía unos panes que olían deliciosamente, me paré enfrenté a observar cómo los hacía la mujer, mmmnnnn..... el olor era increíble.
- Toma aprendiz - me ofreció uno la señora.
- No, no gracias, no tengo nada para pagar.
- No te preocupes, a nuestras aprendices tenemos que cuidarlos, sois nuestro futuro - me dijo mientras insistía con el panecillo.
- Esto..., gracias señora - cogí indecisa el panecillo. Ella me sonrió y siguió haciendo sus panes.
Me quedé parada con el panecillo en la mano, no sabía si comerlo o no, pero una mirada de la buena mujer bastó para que le diese un bocado, no solo olía deliciosamente sabía incluso mejor!, estaba realmente buenísimo!. Se lo dije a la señora y esta me sonrió sorprendida por mi halago, continué caminando comiendo mi panecillo con gusto. El pueblo terminó pero la calzada continuaba por el bosque nuevamente, era mediodía y hasta la tarde no tenía que volver al castillo por lo que decidí aventurarme un poco más por la calzada. Llegué hasta una bifurcación, allí el camino seguía y una calzada más pequeña parecía volver hacia el castillo, así que me pareció una buena idea cogerla, pronto me vi sola caminando por la calzada, no había nadie, las piedras se notaban viejas y desgastadas, esa calzada no la utilizaban tanto como la otra cuya piedras estaban pulidas y nuevas, se adentraba cada vez más en el bosque denso, poblado de viejos árboles altos que tapaban la luz del sol haciendo que una extensa sombra cubriese todo el bosque. De repente oí un grito, "mamá, mamá!!!". Corrí, hacia donde había oído el grito, tres niños intentaban sacar una figura debajo de un carro con un poco de leña que estaba volcado en el camino, me acerqué deprisa y cogí el carro e intenté levantarlo. No solo lo intenté, sorprendentemente mi cuerpo tenía muchísima más fuerza y lo levanté como pude mientras el niño mayor sacaba a su madre de debajo del carro, luego, le di la vuelta al carro y lo enderecé. La mujer parecía asustada, los niños lloraban, gritaban llamándola.
- Basta, basta! - les grité - parad ya! - me arrodillé al lado de la mujer, los niños me habían hecho caso y solo les oía llorar en silencio, palpé las costillas de la mujer tal y como me habían enseñado en la escuela, se quejó suavemente pero estaban intactas por lo que determiné que no estaban rotas, suavemente palpé el abdomen y le pregunté si le dolía, negó con la cabeza. Clavículas intactas, omóplatos bien, los brazos estaban también bien, pero las piernas era otro cantar, una de ellas estaba magullada con cortes y la otra tenía un corte alargado en el lateral, manaba sangre, aunque no mucha, al menos no tenía una hemorragia ni ninguna arteria se había visto afectada, el problema era que la piel y la primera capa de la dermis estaba abierta, eso era un caldo para las infecciones. Rasgué las mangas de mi camiseta y se las puse a modo de venda, luego la subí encima del carro ayudada por el niño mayor.
- Gracias aprendiz, muchas gracias - musitó todavía asustada la mujer.
- ¿Quiere que la lleve con algún sanador? - le pregunté.
- Oh! Nosotros, nosotros, no podemos pagar a un sanador - me contestó azorada.
- Ah! esto.... - ¿qué podía decirle a esa mujer?. - ¿cómo puedo ayudarla entonces?
- En casa tengo un ungüento que podré poner sobre las heridas, nos sirve para que no se infecten.
- De acuerdo, la llevaré a casa - monté a los dos niños pequeños en el carro, que se abrazaron a su madre mientras que esta les daba besos y abrazos, debían de tener unos dos y cuatro años, el niño mayor, un chiquillo de unos ocho años había terminado de recoger la leña caída y me ayudó a empujar el carro. - No te preocupes - le dije - solo indícame donde vivís, yo empujaré el carro.
Me seguía sorprendiendo mi fuerza, era cierto que el carro pesaba mucho, pero era capaz de tirar de él sin problemas, cuando llegamos a la pequeña cabaña donde vivían estaba cubierta de sudor y polvo pero no me importó. Cogí en brazos a la mujer y la metí en la paupérrima cabaña, era pobre sí, pero estaba muy limpia y me gustó verlo. Tumbé a la madre en un camastro y enseguida el niño mayor me trajo una especie de linimento, pedí agua y un trapo limpio y lavé concienzudamente las piernas de la mujer, luego me dijo que echase una gruesa capa sobre las heridas, el olor era muy fuerte, ácido como a menta, y el color ocre no ayudaba mucho, cuando se lo puse dio un respingo como si escociese pero pude ver cómo le iba aliviando el dolor. Para entretenerla le pregunté dónde lo había sacado.
- La vieja Tilly hace el ungüento, nos los reparte a todos en el pueblo.
- Vaya, me vendría genial para mis golpes.
- ¿No tienes sanadores en la escuela? - me preguntó sorprendida.
- Bueno, sanadores hay, lo que ocurre es que no tengo acceso a ellos.
- Oh! Eres la descastada!!! - puse los ojos en blanco, incluso una mujer como ella había oído hablar de mí, genial, ¿algo más?.
- Senda, mi nombre es Senda - le dije - ¿cómo os llamáis vos?.
- Oh! Perdonad aprendiz - azorada se recompuso - soy Lara, ellos son mis tres hijos: Sam, Cam, y el pequeño Tam. Mi marido era el guardia del cruce de los caminos pero hace dos años murió.
- Lo, lo siento mucho - tartamudeé.
- Gracias, murió haciendo su trabajo, para nosotros es un orgullo saber que dio su vida por el reino.
- ¿Cómo.... - ¿cómo alguien puede morir por hacer de guardia de tráfico en un cruce?, esa era la pregunta que quería formular pero se quedó en mis labios.
- Las salamandras, atacaron una noche, mi marido dio la alarma pero fue tarde para él. - me contestó como si me adivinase el pensamiento.
- ¿Las salamandras????? - miré horrorizada a la mujer - pero, ¿aquí?, ¿cómo?.
- Llegan a través de las montañas, nadie sabe cómo, de vez en cuando se adentran hasta nuestros pueblos, cuando murió mi marido fue una de las veces que más cerca estuvieron del castillo.
- Las montañas... - el Reino de los Dragones estaba rodeado por altas montañas por un lado y por el otro estaba el mar, era eso por lo que me era imposible escapar de allí sin un dragón que volase, pero, las salamandras, ¿aquí?. Sacudí mi cabeza intentando espantar el miedo que se me había instalado en el corazón - ¿quiere, quiere que llame a alguien?.
- No se preocupe, Sam ha ido a buscar a Tilly.
Como si la hubiesen invocado en ese momento se abrió la puerta de la cabaña y entró una anciana seguida del niño. Era increíblemente vieja, con la piel surcada por infinidad de arrugas, sus dedos curvados y nudosos, su pelo blanco veteado por canas grises recogido en un estirado moño, sus labios finos casi invisibles dejaban paso a una dentadura en muy buen estado, iba vestida de negro totalmente pero a pesar de la edad se la notaba ágil y en forma.
- Lara, ¿qué te ha pasado? - preguntó con voz grave.
- Estábamos recogiendo la leña Tilly, pero no debí dejar asegurado el carro y se me cayó encima por el peso.
- Vaya, mmmnnn...., habrá que pensar en cómo vas a recogerla, podríamos pedir ayuda a Mariona, no, no creo, están arreglando sus cercas, o a...
- Puedo hacerlo yo - dije - no me importa acercarme con el carro y recogerla yo.
- ¿Vos?, pero si sois una aprendiz. - sorprendida se giró hacia mí la anciana.
- Jajajaja, no creo que eso me sirva para mucho, pero no me importa hacerlo. Sam, ¿puedes decirme dónde recoger la leña?. ¿Os quedaréis con Lara Señora Tilly?.
- Claro, por supuesto - me contestó la anciana todavía asombrada.
- No tenéis por qué hacerlo - me dijo la madre de los niños.
- Quiero hacerlo, no todos los días tengo la oportunidad de ayudar a alguien.
Tilly me miró muy extrañada.
- Sois una aprendiz muy rara - me dijo con voz extraña, como si eso lo explicase todo.
Encogí los hombros y salí al exterior, Sam y yo cogimos el carro y volvimos donde les había encontrado. Estuvimos cargando la leña toda la tarde, hicimos varios viajes y al final del día habíamos llenado la leñera de la familia y como 3 leñeras más. En el último viaje con el carro lleno, Sam montado encima me iba contando cosas de su familia y del pueblo, yo le escuchaba maravillada. Era una vida tranquila y sencilla la que llevaban pero dura al mismo tiempo por las condiciones, lo que más me asombraba es que nadie del gran castillo socorriese a aquella familia que tras la muerte del padre se habían quedado apartados en aquella cabaña abandonada, dependían de la caridad de sus vecinos y de lo que la buena mujer podía hacer sola con tres niños pequeños. Cuando llegamos a casa me recibieron con una cena frugal, sonreí y les di las gracias como si aquello fuese un gran banquete. Cenamos a la luz del fuego y me comprometí que en los días siguientes vendría por las mañanas a cortar la leña para que pudiesen utilizarla, al principio pusieron reparos pero pronto se dieron cuenta que en aquella época de tanto trabajo nadie podría ayudarles y aún teniendo leña no podrían cortarla a tiempo antes de que se helase y estuviese demasiado dura para hacerlo. Me levanté para irme y Tilly me entregó un bote de cristal relleno de pasta ocre.
- Creo que vos también lo necesitáis - me dijo. Sonreí avergonzada, sin las mangas de mi camiseta mis moratones eran más que evidentes, cogí el frasco y le di las gracias.
Volví al castillo cuando se había hecho de noche, llegué a la escuela y subí a mi torre, lo bueno de ser la única que la habitaba es que no me tropecé con miradas indiscretas y preguntas acerca de mis ropas rasgadas, caí en la cama agotada y sin cambiarme me dormí. Me desperté antes de que amaneciese con la sensación de que alguien me observaba, me acerqué a la gran terraza que ocupaba el frontal de mi habitación y miré fuera, no había nadie. Volví a entrar, me cambié la camiseta y salí corriendo dirección a la casa del pequeño Sam y su familia, todavía no estaban levantados pero con la luz del amanecer filtrándose a través de los árboles hice honor a mi promesa y empecé a partir la leña. Sam me había enseñado cómo hacerlo ayer, mi nuevo cuerpo se habituó pronto al movimiento y era capaz de cortar la leña con una precisión casi quirúrgica. Al rato apareció el pequeño Sam con un vaso de leche, me la bebí de un trago y seguí con el trabajo un rato más, había adelantado bastante, en tres o cuatro días tendría la leña cortada, estaba satisfecha conmigo misma. Volví a la casa y tras comprobar que Lara estaba bien y darles un beso a los pequeños corrí en dirección del castillo, subí a mi habitación y me di una rápida ducha, en la habitación en una esquina había una preciosa fuente que manaba de la roca que era la pared, la verdad, no sabía cómo subían el agua hasta la torre pero el chorro del agua estaba colocado a una altura adecuada y sorprendentemente no estaba fría sino templada, lo que me permitía tener un lugar donde asearme sin problemas. Un poco más allá había un pequeño habitáculo en forma de letrina muy parecida a la de los antiguos romanos, así que no podía pedir más. Volví a cambiarme de ropa y me dirigí al entrenamiento, al terminar aquella noche me embadurné con el ungüento de la vieja Tilly y dormí como hacía días que no dormía, sin dolor. Como había predicho en cuatro días estaba la leña cortada, era un sobreesfuerzo para mí pero no me importaba, a partir de entonces solía pasarme una vez a la semana para ayudarles en lo que podía con esa inesperada fuerza que poseía y por primera vez desde que llegué al reino de los Dragones me sentía útil.
El problema era mi falta de pericia en los entrenamientos, no es que fuese mala, era pésima, ¿cómo iba a ser la primera de todos si todavía no había conseguido asestar ni un golpe a ninguno de mis compañeros?. Cuando había conseguido aprender un movimiento mis compañeros habían aprendido tres o cuatro, eran realmente buenos o yo era realmente mala. Solo escuchaba gritos y reproches de mis profesores cuando no escuchaba burlas y desprecios de los otros aprendices, estaba harta de todo.
Mi preceptor, Rem de la Casa Prima, se acercó a mí con el ceño fruncido y las manos en la cintura, yo estaba en el suelo intentando recuperar el aliento.
- Senda, ¿qué estás haciendo?.
- Maese Rem, solo intento hacer lo que me dicen.
- ¿Hacerlo?, no consigues hacer nada bien - me gritó, genial otra bronca delante de mis compañeros - no consigues avanzar, ni hacer nada a derechas, no he conocido ningún otro aprendiz tan incapaz como tú. Eres la vergüenza de tu casa, mi propia vergüenza!
- No creo que a mi casa le importe demasiado lo que hago y si no le gusto solo tiene que renunciar a ser mi preceptor, no creo que le eche de menos.
Una de sus manos se movió veloz hacia mi cara y me dio una sonora bofetada que me tiró nuevamente al suelo, me levanté de un salto dispuesta a atacar, noté como mi ira se descontrolaba y me abalancé hacia él para devolverle el golpe.
- ¡Senda! - me quedé parada mientras mi nombre resonaba por todo la arena, pero también resonó en mi mente como un latigazo.
Levanté la mirada y me encontré ante el Rey, era él el que me había detenido, estaba de pie ante mí. Sus ojos estaban llenos de reproches.
- Nunca Senda, nunca dejes que tu ira se descontrole, ¿a qué crees que juegas?, ¿sabes lo que implica que no controles tu carácter?, ¿lo sabes?.
Vale, tenía problemas para controlarme una vez que me enfadaba, era como si algo en mí se encendiese y calmarme o controlarme me era muy difícil, había conseguido un equilibrio con el paso de los años, mi vida aburrida y anodina facilitaban en gran parte que no tuviese aquellos accesos de ira que tanto me habían afectado en mi juventud, pero aquí en el país de los reproches permanecer calmada era un auténtico triunfo y de todas formas, ¿no podía enfadarme?, ni que le fuese a hacer daño!.
- Me pegó, se atrevió a golpearme Rey - usé su título como un insulto.
- No debes dejarte dominar por tu ira Senda, pase lo que pase, lo sabes!.
- ¿Y debo dejar que alguien me pegue?? - lo dije gritando y allí estaba de nuevo, la llama de la ira latiendo por hacerse un gran incendio. En parte me daba miedo y en parte saborear el descontrol, dejarla salir era tan tentador, era como si fuese sólida, como algo duro que crecía dentro de mí, aquello era nuevo para mí, nunca había sentido nada parecido. Mi mal carácter era una sombra en mi vida, pero aquello me daba miedo, era como si tuviese vida propia...
- ¡Senda!, mírame, mírame. - el Rey se acercó a mí hasta casi tocarme - no dejes que salga, no dejes que nadie sea lastimado por tu culpa.
Tragué saliva dolorosamente y calmé mi interior, escondí esa ira que me atenazaba y la volví a meter en lo profundo de mi ser. Me di la vuelta y salí de la arena sin pedirle permiso a nadie. Maldito Rey, maldito Rem, malditos dragones!!!.
Todos me miraban asombrados según me marchaba, en aquellos instantes les odiaba a todos, ¡a todos!, malditos imbéciles. No sabía a dónde ir, no quería ir a la biblioteca y escuchar el cariñoso sermón de Garrick, ni a las zonas comunes donde debería soportar las miradas de los demás. El castillo tenía una gran explanada enfrente del acantilado, era como una gigantesca pista de aterrizaje para dragones, normalmente yo la veía vacía pues no nos dejaban acercarnos cuando estaban los dragones y allí me dirigí. Me senté en la pared donde terminaba la explanada, mis pies colgaban por el acantilado, según había escuchado ahí era donde deberíamos aprender a volar con dragones. Miré hacia arriba, en las montañas estaban las dragoneras, el lugar donde los viejos dragones vivían, aquellos que habían perdido a sus jinetes y que soportaban el resto de su existencia convertidos en dragones viejos y enfermos. Nunca había entrado pero ver un dragón de cerca era como un sueño. Una ráfaga de aire me agitó el pelo y supe que Arco estaba a mi lado, de pie, con las manos en la espalda y con cara seria mirando el horizonte. Me sentía incómoda, sabía que no debía haberme ido así, pero ese idiota se había atrevido a pegarme!, otra vez la ira subió por mi garganta quemándome como si fuera bilis, la detuve y volví a meterla dentro de mí, di un suspiro, era difícil controlarme, mucho más difícil que nunca.
- Tu cuerpo ha cambiado Senda, tú has cambiado. Ya no eres una simple humana, el Jinete que hay en ti ha despertado, tu cuerpo ahora es más fuerte, más rápido y tú eres más inteligente pero al mismo tiempo esa terrible ira también ha crecido, sino la controlas causarás daño a los que te rodean. Creí durante este tiempo que tú también lo sabías - me miró fijamente - tu ira puede llegar a matar si no la controlas, si no puedes dominar esa parte de tu carácter estamos perdidos Senda.
Abrí la boca para quejarme, pero la cerré, ¡mierda!, tenía razón y lo sabía. Me levanté para irme, el atardecer había llegado y hermoso teñía el horizonte de tonos rojizos.
- Espera - me dijo, y señaló hacia arriba.
Cincuenta dragones con sus jinetes se acercaron de todas partes y hasta formar una línea en el mismo punto que el horizonte, en formación de cinco las diez líneas de dragones fueron aterrizando en la gran explanada, y fue la primera vez que vi a un Jinete con su Dragón. Los hombres y mujeres vestían ropas negras, algunos montaban de pie sobre el dragón, otros lo hacían sentados. Los dragones de todos los colores refulgían bajo los últimos rayos de luz, era un espectáculo maravilloso. La conexión del dragón con su jinete era como increíble, saboreé la amistad y el amor entre aquellos seres tan dispares, podía verla dentro de mi mente, era fantástica. Fueron tomando tierra, los dragones desplegaban un ala y el jinete bajaba por ella, luego el dragón se transformaba en humano. Al ver al Rey se pusieron en formación y el Rey les saludó. Nadie reparaba en mí, era como si fuese invisible, pero no me importaba los dragones eran increíbles y solo quería seguir viéndolos. En seguida una multitud de sirvientes se acercaron hacia los dragones y sus jinetes, todas las casas salvo la mía claro está estaban allí, no había ni un solo dragón ni un jinete que perteneciese a mi casa, ningún escudo o ninguna bandera ondeaba. Me alejé sin que nadie se percatase de mí y volví a mirar hacia la explanada a punto de irme, a lo lejos estaba el Rey mirándome serio, subió una ceja a modo de advertencia, asentí con la cabeza y por primera vez subí mi brazo y lo crucé sobre mi pecho mientras inclinaba levemente mis hombros, era la primera vez que le hacía una reverencia al Rey.
Volví al gran comedor para tomar la cena, allí en la puerta estaba mi preceptor con los brazos cruzados en actitud de espera, cuando me vio se dirigió a mí.
- Lo lamento Preceptor Rem - dije tímidamente - no debería haber actuado así.
- También lamento mi reacción Senda, el castigo físico es frecuente con los aprendices, no sabía que te lo tomarías así. - ¿frecuente???? Pensé, menuda panda de neardentales. - Debes cenar, mañana veremos qué podemos hacer para mejorar tu entrenamiento.
- Sí Maese - respondí.
Me dirigí hacia mi mesa entre cuchicheos y miradas de los demás aprendices, me senté en mi sitio y en seguida me sirvieron las doncellas. Me dediqué a mirar a los jóvenes que me rodeaban mientras que comía los tubérculos asados y las tiras de carne que formaban mi cena.
Allí mezclados con otras clases estaban los que venían conmigo, éramos los más jóvenes, las siguientes clases eran aprendices con más formación, podía distinguirlos porque mientras que mi ropa era blanca la suya tenían líneas negras haciendo dibujos según aumentaba su nivel, una vez que fuesen elegidos por algún dragón sus ropas serían oscuras como las que había visto.
Tarnan estaba sentado entre un grupo de chicas, era guapo, alto, fornido, atlético, me recordaba al capitán del equipo de rugby del colegio, pertenecía a la Casa Real Calem, como Arco, el Rey. Por lo poco que sabía de él era noble y leal, le gustaban las chichas y la fiesta pero era trabajador y honrado, el chico perfecto. Tenía dos hermanos mayores, Gola que estaba en cursos superiores y Paulo uno de los últimos Jinetes de Dragón, todo un logro para su familia.
En otra de las mesas estaba Príus, también alto y fuerte, y lo más estúpido que había visto en mucho tiempo, era vengativo y cruel y me caía mal solo de verle. Pertenecía a la Casa Zalta, llena de idiotas, también tenía hermanos, dos gemelos en cursos superiores.
Moria era una de las escasas chicas en clase, pequeña y bonita con una delicada mata de pelo pelirroja y ojos verdes. Nunca me había hablado, suponía que o bien por no mezclarse conmigo o porque era tímida aunque increíblemente buena en el manejo de los cuchillos. De la Casa Incendia al igual que Garrick Maese Bibliotecario eran portadores de conocimiento.
Tubo, era también de Incendia y era un enorme ser grande y fuerte con muy poco cerebro, realmente estaba a la altura de mis escasos conocimientos, aunque con su fuerza lo compensaba en los entrenamientos. Siempre estaba cerca de Moria y me parecía increíble que pudiese pensar por él mismo.
De la Casa Raise estaba sentado en su mesa correspondiente el pequeño Luca, igual de alto que yo lo que nos situaba en los más bajos de la clase, era muy veloz y un gran espadachín. Era locuaz y vivaracho, el tipo de persona que te caía bien.
Iba conociendo a todos los chicos poco a poco, cuando terminé me levanté para irme a la cama, hoy no había pasado por la biblioteca y había perdido mi tiempo en una pataleta innecesaria. Me tropecé con Tarnan y caí al suelo, pero antes de llegar a golpearme me cogió.
- Perdona - me dijo - no te había visto.
- No importa, gracias por no dejarme caer - le dije. Y me fui, antes de salir del comedor me volví para mirarle y me sorprendió ver que seguia parado en el mismo sitio mirándome con cara extraña. Vaya!
En los siguientes días me fijé más en Tarnan, siempre era amable conmigo, pero no en el tipo de 'me gustas', sino más de forma filial, como un amigo. Era extraño y me sentía incómoda.
Los entrenamientos no mejoraban, sí que había aprendido los movimientos básicos, pero no era capaz de alcanzar el nivel del resto de la clase, era como si algo me lo impidiera, siempre iba por detrás de ellos, era realmente frustrante. En las clases teóricas con la ayuda de Garrick me había puesto más o menos al nivel de los demás, pero no te daban puntos por saberse la teoría. Para ser la primera de la clase tenía que pasar una serie de pruebas, la primera de todas era un combate cuerpo a cuerpo con los 20 alumnos qué éramos de los iniciados, tenías que luchar con los 19 restantes, aquellos 10 primeros que consiguiesen más victorias pasaban a la siguiente ronda, lucha con armas, los 5 mejores lucharían finalmente con armas y con los animales que representaban a sus casas, por supuesto, nadie había sabido decirme qué animal representaba mi casa. ¿Cómo iba a conseguir ser la primera?
Una noche volvía de la biblioteca, Garrick me había dado un montón de material para leer sobre estrategias cuerpo a cuerpo pero no creía que me sirviesen de nada. Estaba harta y frustrada, estaba todo oscuro y de repente yo sí que lo vi claro. Dejé los libros en una esquina y corrí hasta el exterior de la escuela, nadie miraba, continué corriendo y pasé sigilosamente por una puerta lateral del castillo, dejé atrás el castillo y ayudada por la luz de la luna huí, estaba segura que encontraría algún paso en la montaña, no me importaba cuánto tardase, prefería morir libre que volver a ese infierno. Corría por el bosque hacia las grandes montañas, grandes sombras que se movían por encima de los árboles me alertaron, ¿salamandras?, me quedé quieta mirando el cielo de la noche pero nada se movía, un claro se abrió delante de mí y lo crucé corriendo, volví a ver la sombra y huí de ella pero de repente algo me izó en la oscuridad, grité e intenté apartarme hasta que me di cuenta que no era una salamandra lo que me había cogido sino Arco, volaba en su forma humana y me había atrapado entre sus brazos, volamos hasta las montañas donde había un pequeño cañón entre ellas, se introdujo por él hasta una amplia cueva, por el cañón bajaba un río y al entrar en la cueva había formado un lago subterráneo. Millones de rocas irisdicentes alumbraban la cueva, estaban pegadas en las piedras y daba un aspecto fantasmagórico a todo el espacio. Arco me dejó caer al agua por sorpresa. Chapoteé y salí del lago como pude con la ropa empapada y el pelo pegado a mi cara, se había transformado por completo en humano y me esperaba enfadado en la orilla.
- Ibas a huir!! - me acusó - ¡estabas huyendo!, ¿en qué pensabas????
- ¿Pensar?, no pensaba en nada, solo en el infierno que estoy pasando.
- ¿Y huir es la solución? - sus ojos azules estaban enfadados de verdad.
- Pues sí, dijiste que no volvería a ver a mi familia sino era la primera, ¿les has visto?, es imposible que lo consiga!!!
- Esfuérzate más entonces Senda!!! - me gritó.
- Qué te den Escamoso! No tienes ni idea de lo que me has hecho pasar, todo esto es culpa tuya, tú y tus estúpidas normas, maldito reyezuelo barato, ¿quién te manda meterte en mi vida?
- Volverás de nuevo, te esforzarás y serás la maldita primera de tu maldita clase Senda...
- O qué? Ya no puedo ver a mi familia, ¿qué más me harás?.
Se abalanzó hacia mí y me cogió por los brazos, intenté zafarme pero solo conseguí que me cogiera con más fuerza, le miré atemorizada, su enfado era grande lo sentía dentro de mí y de repente me besó, con furia, como castigo me besó. Separó sus labios de los míos y me miró volvió a besarme una y otra vez, me quitó la ropa, me desnudó y luego me hizo el amor con rabia contenida. Cuando llegamos al orgasmo caí sobre su pecho y creo que me desmayé. Al volver en mí lo encontré sentado en una roca mirándome, seguía desnuda pero no hice ademán de taparme, no quería, no tenía porqué sentirme avergonzada y le miré desafiante.
- Volverás Senda, serás la primera de tu clase.
Sus alas se desplegaron y sus piernas se convirtieron en las patas del dragón salió volando de la cueva y me quedé ahí quieta hasta que me di cuenta que la cueva estaba en un maldito cañón entre las montañas y me había dejado tirada. Salí corriendo desnuda detrás de él hasta la entrada de la cueva, solo vislumbré su figura recortada contra el sol que amanecía, me quedé un rato parada mirando por si volvía y cuando me cansé volví a entrar en la cueva, me lavé en el agua del lago, me volví a poner la ropa que estaba seca y trencé mi pelo para quitármelo de la cara. Cuando estuve lista bebí agua por última vez y salí fuera de la cueva, elegí una pared y empecé a escalarla, daba lo mismo cual, no sabía dónde estaba, solo que tenía que salir del cañón como fuera.
Dos horas después seguía escalando la pared de roca maciza, me paré a contemplar el día, el sol ya había salido del todo y allí estaba yo, en mitad de la nada. Siseos, oía siseos en mi mente, todo mi cuerpo reaccionó con miedo, sabía lo que significaba eso, salamandras! Miré a mi alrededor pero no vi nada, tenían que estar por allí, ya lo había oído una vez y no me había equivocado, seguía oyendo los siseos... trepaban por las rocas más abajo de donde estaba yo, pero yo no era su presa, miré hacia arriba y vi un nido de águila, los siseos me decían que los huevos eran la presa, pero no era iguales que las salamandras grandes que vi aquella vez, esta eran más pequeñas y no tenían alas, casi como lagartijas, su cuerpo más delgado y afilado y de unos dos metros de largo. Pequeñas o no, había como cinco lagartijas trepando por la pared e iban por los huevos de águila. No pensé bien en lo que hacer, empecé a trepar más rápido hasta llegar al nido, había dos huevos dentro, me quité el peto y los metí dentro. Los huevos eran grandes y pesaban bastante pero podría ponérmelos a modo de mochila en la espalda. Me giré para coger un palo que me sirviese de arma por si acaso y me encontré cara a cara con una de las lagartijas, no sabría decir quién de las dos estaba más sorprendida de ver a la otra pero yo fui más rápida y la golpee con el palo, perdí el equilibrio y caí en el nido, por poco aplasto a los huevos. Salí del nido arrastrándome y me encaré con la lagartija a la que había golpeado, una sombra se deslizó en mi espalda y de repente sentí como mi espalda se desgarraba bajo la garra de otra de las lagartijas, lancé un grito de dolor, me di media vuelta y golpee a la lagartija que me había arañado la espalda, el dolor era punzante, terrible. Dos lagartijas delante, pero había contado cinco, me faltaban tres lagartijas más, el ataque combinado de las dos lagartijas fue formidable, utilizaban su cola como arma y sus ataques eran rápidos y concisos, no había ningún movimiento superfluo ni que sobrase, economizaban sus movimientos al máximo. Me defendía como pude con el palo que había cogido, me acostumbré rápido y a los movimientos de sus colas y fui parando los golpes hasta que una de sus colas aterrizó sobre mi estómago y volvió a lanzarme dentro del nido. Los huevos seguían dentro de mi peto metidos, cogí el peto y me lo puse como una mochila tal y como había pensado. Las lagartijas estaban en el borde del nido mirándome, tres, me faltaban otras tres lagartijas, ¿dónde estaban?. Pateé a una de las lagartijas en la cara mientras que la otra se lanzó hacia mí, lo único que encontró fue la espalda de la compañera que rasgó con sus patas. Corrí hacia la pared dispuesta a seguir escalando cuando oí dentro de mi mente una voz cantarina que me decía 'Salta!', era distinta a la voz de los dragones, más aguda, más hueca, distinta. Hice caso a la voz y salté hacia el acantilado, en aquel momento una de las lagartijas consiguió alcanzarme y me rasgó con su garra el muslo, la lagartija cayó hacia el acantilado y yo detrás de ella, pero de repente algo me sujetó la muñeca, una enorme águila me había cogido la muñeca y me llevaba zarandeándome hacia otra de las montañas. Me soltó en un risco y me raspé la rodilla pero estaba viva, ¡estaba viva!, ¡había conseguido sobrevivir al ataque de 5 lagartijas!, bueno, las tres que no veía se las debían haber cargado el águila, pero conseguí sobrevivir a las otras dos. Lo estaba celebrando cuando me di cuenta que había cuatro águilas posadas cerca de mí, me quedé parada por la sorpresa, una de las águilas hizo un gesto y sentí dentro de mi mente que me preguntaban por mis heridas.... Mis heridas... el muslo estaba marcado por tres terribles tajos que habían cortado toda la piel, salía sangre aunque no demasiada y podía seguir moviendo los músculos por lo que solo había cortado la piel, volví a arrancarme una de mis mangas y me la anudé como pude al muslo. La otra manga siguió el mismo camino, con cuidado dejé los huevos en el suelo todavía dentro del peto y me anudé la otra manga en la espalda y por el pecho a las altura de dónde me había arañado la primera lagartija, luego cogí los huevos y los dejé en un nido vacío que estaba en el mismo risco donde me encontraba. Sentí la aprobación de las águilas dentro de mí. Me quedé mirando a las águilas, esperaba que no me considerasen una presa y acabase como comida para los nuevos pollitos pero sentía que no era así, me daban las gracias. Me acerqué lentamente hacia un águila grande, con plumas marrones y doradas, de pié el águila era más alta que yo pero bajó su cabeza hasta que golpeó con su frente mi frente y ahí la dejó, cerré los ojos y disfruté de la sensación mientras miles de hermosos colores se colaban desde su mente a la mía, era su forma de agradecerme el haber salvado a sus huevos.
Miré hacia la montaña donde habían estado las lagartijas y me estremecí, Lara tenía razón, las salamandras nos acechaban, se acercaban al castillo a través de las montañas. Sentí la llamada de las águilas, en mi mente me preguntaban si quería que me bajasen de la montaña, le dije que sí con la cabeza, no podía hablar, el dolor de las heridas hacía que llorase y si abría la boca sería para gritar. El águila marrón alzó su pata para que pudiese sujetarme, antes me había arañado todo el brazo con sus uñas por lo que usé una de las tiras de cuero de mi bota para sujetarla a la pata y yo poder sujetarme a ella. Cada movimiento era una agonía pero tenía que seguir moviéndome. Un nombre se deslizó en mi mente, Caius, un nombre muy romano, pensé, pero era el nombre del gran águila marrón, Caius, muy apropiado. El águila extendió sus enormes alas y me levantó con facilidad, la cinta soportaba mi peso como había pensado por lo que solo tuve que contener los alaridos cuando el aire tocaba mis heridas. Bajó con cuidado en el bosque cerca del castillo, desanudé la tira de cuero y alzó de nuevo el vuelo, supe que no sería la última vez que veía al gran águila. Cerca de allí estaba la casa de la vieja Tilly, como pude caminé arrastrándome, sentía como perdía sangre a través de los vendajes, se me nublaba la vista y me choque contra la puerta de la casa, no recuerdo nada más.
Me desperté atontada, dolorida y muy entumecida, alguien había cambiado mis vendajes y emplaste marrón se filtraba por ellos, ¡Tilly!, enfoqué la mirada y vi que estaba dentro de su casa, y allí estaba la anciana, enfrente de un enorme caldero al fuego, por un momento me sentí como Hansel y Gretel con la bruja hasta que el dolor de mi espalda hizo que mis ojos se llenasen de lágrimas.
- El ungüento tardará en hacer efecto, las heridas son profundas. - me dijo sin mirarme - Han sido las lagartijas, ¿verdad?, no es la primera vez que veo heridas así.
- Sí, unos monstruos parecidos a lagartijas - intenté incorporarme sin resultado - ¿Cuándo crees que me recuperaré?.
- La constitución de los aprendices es fuerte, así que en unos días podrás moverte, pero te quedarán unas cicatrices muy feas.
- Las cicatrices no me importan mucho, no puedo quedarme atrás en los estudios.
- Esas heridas te dificultarán cualquier cosa que hagas.
Volví a intentar incorporarme, creí que mi espalda se rompería como el papel, pero esta vez lo conseguí.
- Gracias - le dije - muchas gracias por todo.
- Senda, ¿contra quién luchaste?
- Unas lagartijas atacaron el nido de unas águilas y me vi envuelta en la pelea.
- ¿Águilas? - me sonrió suavemente - eres toda una Morlan, ¿verdad?.
- ¿Por? - mi cara de sorpresa debía de ser amplia.
- Las águilas son el animal de la casa Morlan.
- ¿Águilas?, no lo sabía. - Sacudí mi cabeza de un lado a otro intentando asimilar la información - vaya.... Debo irme, si no estoy en el comedor me echaran una buena bronca.
- Hoy hay fiesta fuera del castillo. - Me dijo Tilly - no creo que tengas problemas para entrar.
- ¿Fiesta? - nadie me había dicho nada.
- Entra por la puerta lateral, pero ten cuidado con las heridas, con cualquier golpe se volverán a abrir, las he cosido, sigue con el ungüento y si tienes algún problema vuelve.
- Gracias de nuevo Tilly, me has salvado la vida.
- Creo que serás tú la que salves las nuestras dentro de poco aprendiz de Jinete. - dijo a modo de predicción.
- No lo creo Tilly - negué - no podría salvar ni a un gato en este momento.
Salí de la casa bamboleándome, el frío del bosque me desperezó un poco. Tal y como había dicho Tilly había fiesta en el castillo y en toda la calzada que iba hacia él, por lo que nadie me prestó atención, la noche había caído y numerosas antorchas iluminaban alegremente todos los rincones, la gente bailaba, comía y bebía y pasé desapercibida por todas partes.
Llegué hasta mi habitación y me tumbé en la cama, me hice un ovillo, me tapé hasta la cabeza con una manta y dormité, en la mitad de la noche volví a sentir la sensación de que alguien me observaba y me descubrí la cabeza con miedo de ver una lagartija delante de mí, pero como siempre allí no había nadie, volví a cubrirme la cabeza y dormí de nuevo. Me desperté al alba, me aseé con cuidado intentando mojar lo menos posible los vendajes, me lavé el pelo como pude y me lo recogí en una coleta mal hecha, me cambié de ropa y me dirigí al entrenamiento. Tal y como Tilly había predicho las heridas volvieron a abrirse, nadie notó la sangre pero antes de ir a clase volví a mi habitación para aplicarme más ungüento y cambiarme los vendajes, cubrí las heridas con enormes vendas que me daban un aspecto grueso al torso, el peto me quedaba muy ajustado y en los siguientes días tuve que escuchar cómo me llamaban gorda y cosas peores. Lo peor eran los entrenamientos, las heridas iban curando pero muy lentamente, todos los días alguna parte de la herida se iba abriendo, con el paso de las semanas se curarían completamente pero también como predijo Tilly unas enormes cicatrices cubrían mi cuerpo. Mi muslo derecho tenía tres enormes cicatrices de la garra de la lagartija que lo cruzaban, estaban rojas y abultadas y tras tantos días necesitaba el ungüento para que no me doliesen. La espalda tardó bastante más en curar, las cicatrices empezaban en el omóplato y terminaban por encima de mi hombro hasta alcanzar el seno. Mi perfecto cuerpo había quedado marcado aunque con el tiempo miraría esas cicatrices con orgullo, me gustaban, eran mi primera victoria. Pero por el momento lo único que parecía era un Quasimodo venido a menos, encorvada sobre mí misma todo el tiempo, intentando proteger mis heridas de cualquier roce o contacto, debía de ofrecer un aspecto bastante lastimoso.
En los siguientes días al ataque intenté hablar con mi preceptor acerca de las lagartijas sin éxito, Rem me dijo que me estaba inventado historias para no entrenar, fui a hablar incluso con Dorc el Maestro de Jinetes que también me despidió sin darme tiempo a explicarme. Pedí audiencia con el Rey pero se rieron de mí y no me dejaron verle. Incluso Garrick, el bibliotecario, me dijo que lo debía haber soñado, nadie creyó que las lagartijas estaban tan cerca del castillo.
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