Capítulo 24
Los incendios fueron apagados durante la noche, la gente del pueblo trajo comida y bebida y la repartió entre los Jinetes y los Dragones. Los destrozos ocasionados deberían valorarse cuando llegase el amanecer. Fui viendo que los distintos heridos fuesen sanados según su gravedad, Tilly y varias mujeres pusieron ungüentos en los cortes y golpes de los que habían luchado o ayudado en la extinción del fuego. No podía parar de ayudar a unos y otros, en el fondo me sentía culpable de no haber detectado a los monjes. Las lagartijas y las salamandras eran sencillas de oír con sus desagradables siseos en mi mente, pero los monjes tenían la misma fuerza en su conexión que yo y sabían ocultarse mejor. En uno de mis paseos vi que Arco tenía un feo corte en el antebrazo vendado con un trozo de tela sucio. Le pedí una tela limpia a Tilly y un poco de ungüento, estaba reunido con varios consejeros y con gente del pueblo, entre ellos Brom. Me acerqué sin hacer ruido y le cogí el brazo con cuidado intentando no interrumpir, le lavé con todo el mimo que pude y le puse el ungüento, luego le vendé el brazo fuertemente para que no se le cayese la venda. La luz clareaba entre los árboles y el esqueleto del primer pajar quemado se veía claramente, me froté los ojos con cansancio, ¿cómo no pude darme cuenta que aquellos seres deformes caminaban entre nosotros?. Sentí un brazo encima de mi hombro y Arco me acercó a él, me apoyó contra su pecho y descansé mi cabeza dolorida, gruesas lágrimas cayeron por mis mejillas llenas de hollín, había fallado, ¿cómo no los había detectado? Me sequé la cara con mi camiseta y volví al trabajo, habían empezado a desescombrar y me uní a la primera cuadrilla que se había formado, me agaché y cogí los troncos que se habían enfriado y los empecé a echar en un carro. Llevaba un rato trabajando cuando Arco se acercó a mí y empezó él también a desescombrar, la gente del pueblo se le quedó mirando por lo inusual de la acción pero yo me sentí inmensamente orgullosa al verle trabajar, le dediqué una enorme sonrisa y me correspondió con un movimiento de cabeza, siempre en modo rey...
Estuvimos toda la mañana ayudando a despejar los caminos, los aprendices pronto se unieron a nosotros y todos juntos al acabar el día habíamos dejado limpia la zona para poder rehacer los edificios. Estaba cansada, sentada en la hierba con varios aprendices a mi alrededor, todos hablaban sobre cómo había pasado, yo todavía no entendía cómo podía haber fallado. Los maeses nos llamaron para volver al castillo y nos fuimos levantando. El Rey vino hacia mí con varios jinetes y dragones.
- Senda, nos vamos, despídete - quizá en otro momento me hubiese molestado ese tono que usaba como si fuese una niña pequeña pero estaba demasiado cansada para decirle nada. Dije adiós con la mano y volvió a cogerme por la cintura para elevarnos en el aire. Vale, esa manía de arrebatarme de los sitios sí que tenía que hablarlo con él.
Volamos directamente hacia la Sala del Consejo, allí me bajo y se dirigió hacia el trono, Draco se puso a mi lado y nos quedamos en medio de la sala.
- Senda, hija de Morlan, debes contarnos cómo descubriste a los monjes - me dijo Dorc, me miraba con preocupación.
- Salí tarde de estudiar en la biblioteca, era muy tarde cuando llegué a mi habitación, solo salí a respirar un poco de aire a la terraza y a lo lejos creí distinguir humo... - mi garganta falló llena de lágrimas.
- Senda... - me dijo Arco, yo rompí a llorar.
- No les oí, me bloqueaban todo el rato, no les oí acercarse - los sollozos hacían que no se me entendiese - fui a comprobar que todo estuviese bien y me los encontré, luché contra ellos pero me hirieron y tuve que esperar ayuda mientras ellos.... Ellos.... - mis sollozos aumentaron de volumen - no los oí y solo podía arrastrarme mientras ¡quemaban todo! - Arco bajó de su trono y me abrazó fuertemente.
- ¿Te hirieron? - me preguntó.
- En la espalda, en el abdomen - profusos lloros salieron de mi garganta - no conseguí detenerles, eran demasiados, me bloqueaban todo el tiempo, grité pidiendo ayuda ¡pero no llegaba!!, ¿cómo es que no les oí?? - rompí a llorar nuevamente, me sentía tan culpable.
- Senda para, estás afectando a todo el consejo - me pidió Arco, el resto de consejeros estaban sentados u arrodillados sintiendo el mismo dolor que sentía yo pues les proyectaba mis emociones, cuando me di cuenta paralicé esa extraña conexión que había establecido y pudieron levantarse - ¿Por qué sientés miedo? - me preguntó.
- Querían capturarme, ¡viva!, tienen sanadores como nosotros, querían herirme lo suficiente para poder llevarme sin problemas y luego que ellos me curasen - el consejo estalló en gritos y voces yo seguí llorando inconsolable.
Arco siguió abrazándome sin soltarme ni un momento, poco a poco mis sollozos cesaron y solo quedaba un tímido hipo.
- Preceptor Rem, llévatela, acompáñala a su habitación y que la atiendan las criadas, por hoy ya ha tenido suficiente - dijo el Rey, depositó un casto beso en mi frente y Rem se hizo cargo de mi cuerpo cansado.
Al llegar a la torre cinco criadas me esperaban, me bañaron y me masajearon el cuerpo dolorido, me secaron el pelo al fuego de la chimenea y me dormí.
Me desperté en mitad de la noche con la acostumbrada sensación que me observaban, me quité la manta de la cabeza y salí con cansancio todavía a la terraza, tenía demasiadas cosas en la cabeza.... De repente le vi, apoyado en la barandilla, los brazos cruzados sobre el pecho mirando hacia mí, me quedé paralizada por un momento. ¿Qué hacía el Rey de todos los dragones en mi terraza mirándome?.
- ¿Qué.... Qué haces aquí? - le dije mientras me acercaba a él.
- Verte dormir... - me dijo suavemente.
- Tú eres... eres el que... - no pude terminar la frase, ¿era él el que me observaba cuando dormía?.
- Me gusta verte dormir - no se había movido.
- ¿Por qué???? - le pregunté sorprendida.
- Siempre me ha gustado verte dormir, me relaja y me tranquiliza, puedo pensar y concentrarme mientras te observo - le miré como si fuese un bicho raro, ¿qué clase de persona admitía que era un acosador en potencia?, se puso en pie y se dio la vuelta para mirar hacia la noche apoyado en la barandillas - te has acostumbrado a mi presencia, sueles despertarte de vez en cuando para buscarme.
- ¿De vez en cuando? - le pregunté con voz entrecortada.
- Suelo venir todas las noches - admitió sin atisbo de culpa.
- ¿Sabes cuántas noches me he despertado pensando que eras el dragón original???? O una lagartija???- él me miro fijamente.
- Sí, lo sé - volvió a mirar hacia la noche.
- Esto... Oye Escamoso, la próxima vez entra y acuéstate, ¿vale?, al menos dejaré de imaginarme cosas raras. - Estaba cansada para darle más vueltas al asunto, me metí en la habitación y volví a la cama.
Me acosté y me arrebujé bajo la manta, hacía frío, al rato noté que alguien se metía en la cama y me abrazaba por detrás.
- Dime que eres tú y no una salamandra que se ha metido en mi cama - Arco se rió silenciosamente y me besó la base del cuello.
- Tienes que descansar - me dijo.
- ¿Por qué no me lo has dicho en todo este tiempo? - miré hacia la oscuridad de la habitación. Le sentí inspirar profundamente.
- No estabas preparada - me dijo quedamente.
- ¿No estaba preparada para que me dijeses que te gusta ver dormir al personal? - me hacía gracia.
- No estabas preparada para decirte que llevo observándote dormir desde el mismo momento que naciste - esta vez fui yo la que aspiró profundamente de la impresión.
- Tienes razón, no estaba prepara para escuchar eso... - Arco volvió a abrazarme fuerte.
- Duerme, mañana hablaremos.
Al poco tiempo su respiración se hizo más pesada, era él el que se había dormido, me incorporé y le miré en la penumbra, sus rasgos serios se habían suavizado y dormía tranquilo. Arco me conocía desde que nací, me había estado observando, ¿vigilando?, ¿qué pasaba aquí?. Eran demasiadas preguntas sin respuestas, toda mi vida era una constante pregunta sin respuesta, volví a acostarme a su lado. Puse mi cabeza en su pecho y me quedé dormida con aquella 'almohada' que tanto me gustaba.
Unos labios me besaron, abrí un poco los ojos y vi a un sonriente dragón encima de mí.
- Tengo que irme - me dijo.
- ¿Tan pronto? - y le hice un mohín.
- Ya ha amanecido querida - me indicó señalando la terraza iluminada por el sol. Me incorporé en la cama de golpe.
- ¡Oh no!!! Te verán salir! - dije con miedo.
- Jajajajaajaja! ¿y crees que alguien le importará que visite a mi prometida? - me dijo riéndose nuevamente.
- Ah! sí claro, lo de la prometida y eso.... - me besó en la frente.
- Hoy te necesito en el aire, querida, aséate, desayuna y los maeses te acompañarán a la explanada.
- Vamos a hacer una batida, ¿no? - le pregunté temerosa.
- Sí - contestó serio - tenemos que contestar esta provocación, pero antes quiero asegurarme que cuando ataquemos sea el lugar correcto. Siento que no puedas ayudar en el pueblo, ojalá pudiera dejarte a salvo con ellos.
- Soy una guerrera Escamoso, mi lugar está a tu lado para luchar y defender aquello que amo - sonó como una declaración de amor hacia él - ¡el pueblo!, ¡la gente! - me corregí deprisa - a ellos quería decir.
- Me hubiese gustado más que te refirieses a mí - me dijo mientras salía volando.
- Y a mí me hubiese gustado que me lo dijeses tú a mí - le dije a la habitación vacía.
Después de bañarme, me puse mi ropa de aprendiz y bajé a desayunar. Maese Rico me interceptó para decirme que me esperaría para llevarme a la explanada. Cuando llegué a mi mesa los aprendices estaban allí hablando de las tareas asignadas para la reconstrucción de los edificios del pueblo, serían los encargados junto con los cachorros de dragón de tales menesteres, los Jinetes y los dragones estarían en operaciones de vigilancia o conmigo en la batida que haríamos.
- Senda, ¿qué te ha tocado? - me pregunto Moria.
- Batida de caza - le respondí - ¿y a ti? - Moria me miró azorada porque no había pensado que me tocaría luchar.
- El molino al lado del río - contestó en voz baja y avergonzada.
- El molino es muy importante para los aldeanos - le dije - me alegra que alguien como tú esté en ese proyecto - Moria me miró sorprendida y luego se le iluminó la cara con orgullo.
- Lo haré lo mejor que pueda jefa - me dijo.
- Sé que lo harás - le afirmé.
- ¿Te vas? - me preguntó Tarnan llegando hasta nosotras.
- Sí, vamos a ver qué hay por ahí afuera. - Le contesté con naturalidad.
- Vuelve - me dijo Tarnan serio. Me acerqué a él y le besé en la mejilla.
- Si me lo pide mi segundo le haré caso - dije adiós con la mano y me reuní con Maese Rico que me estaba esperando.
Llegamos a la explanada, seguía preguntándome cómo reconocer a los monjes, cómo podía averiguar que era ellos, pero nadie podía contestarme, mi conexión era tan fuerte que nadie había experimentado algo igual, estaba sola en esto. ¿Cómo saber qué estaban allí?, ¿cómo evitar su bloqueo?, me sentía culpable por no haber profundizado más en las conexiones que establecía, todo era tan natural para mí que no sentí nunca la necesidad de estudiarlas o de esforzarme en establecer nuevas conexiones en distintos seres, ni siquiera de intentar hacer yo un bloqueo con nadie. Me sentía tan impotente.
El Rey ya estaba preparado dando órdenes a los dragones y jinetes que estaban allí, el cielo era un pulular de dragones que iban y venían incesantemente. Le hice el saludo protocolario y él asintió hacia mí, uno de los criados me dio mis armas, mi cuchillo y la espada del último Jinete de los Morlans. Me armé como siempre sola, a estas alturas ya me había acostumbrado. Vi que mi preceptor Rem se acercaba y fui a su encuentro con mi carta en la mano.
- ¡Preceptor Rem! - le dije y extendí el sobre.
- Senda, será un honor guardártela, como siempre - asentí con lágrimas en los ojos. Habíamos establecido esas palabras y las repetíamos todas las veces que salía fuera a luchar, todas las veces rogaba porque fuese cierto que volvería.
- ¡Preparados! - dijo uno de los jinetes. Corrí hasta Draco que ya me esperaba transformado en dragón. Arco me cogió del brazo y me paró, le miré sorprendida, ¿yo no iba a volar?. Él me miró, nos envolvió con sus alas mientras me abrazaba y me besó. Me puse como una amapola, vale que nadie nos veía pero todos se imaginaban qué estaríamos haciendo, cuando me soltó me dijo.
- Vuelve a mí.
- Siempre. - le contesté.
Monté sobre Draco y echamos a volar.
- ¡Enlazad! - gritó el Rey, extendí el brazo y enlacé a los Jinetes con sus dragones y a los viejos jinetes que volaban tras Draco.
Volamos hacia la cadena de montañas más allá del mar, donde a Draco y a mí os habían atacado días antes de caer en la selva de los monos.
Debíamos reconocer las montañas, sentí las órdenes del Rey en mi cabeza y las transmití al resto de dragones. Nos dividimos en grupos y volamos en direcciones opuestas. Las lagartijas estaban allí abajo, fui avisando cuando veía que nos iban a atacar pero sin rastro de monjes.
- Draco, tengo que bajar, tengo que tocar esas rocas - le dije al dragón. Volamos en picado hasta aterrizar, Draco se transformó en semi humano.
- ¿Qué ocurre?, esto no son órdenes del Rey - me dijo preocupado.
- Lo sé, pero necesito averiguar cómo distinguir a esos monjes deformes - le dije.
Toqué las rocas, era la misma roca del menhir de los dragones, aquella enorme piedra donde había aprendido el idioma de los dragones. Como me pasó al tocar la piedra aquella vez podía sentir bajo mis dedos como unas pequeñas vibraciones, las rocas estaban vivas.
- Draco, ¿lo sientes? - le pregunté. - Indican un camino.
- Si siento, ¿el qué pequeña? - me preguntó extrañado.
- Las vibraciones, ese pequeño zumbido en la palma de tus manos - Draco tocó la pared de piedra de la montaña.
- No siento nada pequeña, ¿estás segura?.
- Sí, puedo seguirlas hasta el corazón de la montaña.
- Avisa al Rey pequeña - hice lo que me dijo y avisé a Arco, al rato estaba aterrizando a nuestro lado.
- Senda, estás sudando - me dijo a modo de saludo.
- Demasiadas conexiones - le dije - demasiado tiempo. - Seguía conectada a todos los dragones advirtiéndoles de los ataques inminentes de las lagartijas, mi mente iba a mil y al mismo tiempo estaba allí notando aquellas vibraciones que emanaban de las montañas.
- Esas vibraciones que dices, ¿puedes indicarme hacia dónde van? - le señalé un punto en mitad de la cadena montañosa. - Bien, acerquémonos. - Asentí con la respiración entrecortada, sabía que el 'mal del jinete' no me volvería a atacar pero también sabía que en un momento dado mi cuerpo diría 'basta' y me desconectaría como una linterna con la pila gastada, me apagaría.
Volamos hasta el punto y nos quedamos sin ser vistos en el aire, podíamos ver agujeros excavados que llevaban a distintos túneles, un enjambre de lagartijas salían y entraban de ellos, pudimos divisar también a unos cuantos monjes azuzando a las lagartijas.
- Lo hemos encontrado - dijo el Rey. - ¿Senda?
- Tengo que bajar ahí y tocar la pared para saber qué hay debajo - le dije.
- Ahora no - me contestó el Rey - no tenemos refuerzos y estás cansada - diles que se replieguen a todos.
- Sí majestad - di la orden y volvimos al castillo, atravesando el mar me desmayé sobre Draco.
Abrí los ojos y me encontré en la explanada en brazos de Draco, ¡vaya! Debía haberme desmayado...
- Bájame, amigo mío, estoy bien - le dije. Me hizo caso y me bajo.
Puse los pies en el suelo y al momento corrí hacia la pared para vomitar violentamente.
- Ahí va mi desayuno - dije para mí. Un criado estaba a mi lado con agua y un paño limpio. Me sentía mejor pero terriblemente cansada.
Volví donde estaba Draco que me miraba preocupado, los otros jinetes y dragones también tenían esa misma preocupación en la cara.
- Pequeña.... - me empezó a decir mi dragón.
- Estoy bien Draco, me recuperaré - le dije con una sonrisa.
- Senda, hoy comerás con nosotros, esta tarde prepararemos la ofensiva.
- ¿No nos estarán esperando, majestad? - preguntó Draco.
- Eso espero viejo amigo, eso espero. - dijo el Rey, se dirigió hacia el consejo - Mañana atacaremos, demostraremos que si nos hieren nos defendemos, que el dolor nos hace más fuertes y que la muerte nos espolea, mañana demostraremos que los dragones somos los más temidos del planeta. Mañana demostraremos que nuestro Reino es inexpugnable y que aquellos que osen atacarnos serán destruidos.
El Consejo aplaudió fuertemente mientras gritaban consignas de guerra y el nombre del Rey. Mañana atacaríamos a las lagartijas, mañana entraríamos en combate.
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