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Cuando mueren los Azulejos

Título: Cuando mueren los Azulejos.

Escritor: TamiNobara.

Ilustrador: Pendiente.

Palabras: 1, 167.

Fue a mediados de noviembre, aquellas aves creaban una imagen paradisíaca en un viejo y olvidado pueblo, pero nos otorgaban la belleza y vida que quizás día a día le restábamos.

Los azulejos.

Su temporada de ausencia devolvía el panorama gris y lúgubre entre sus calles y casas pérdidas en su arquitectura un siglo atrás.

Bosques poco densos pero repletos de verde, escasos de flores y demasiada fauna. Cerca de las montañas en primavera los depredadores anidaban con cautela. Poco se podía argumentar o saber de aquellos rostros que se esfumaban al amanecer sin huella alguna.

Simplemente era olvidar.

Lo mejor que sus personas hacían.

Yo era impropio, furtivo de las advertencias y un extraño cada primavera que visitaba a mis abuelos. Se sentía como viajar en el tiempo y rara vez algo parecía diferente por esos lares.

Mi primer hallazgo peculiar ocurrió con su presencia encontrada en medio del bosque. No hallé motivos razonables por los que me sentí paralizado a sus ojos grises pero fue mortificante el sentimiento.

Esos orbes grisáceos y su melena albina eran lo que más resaltaban mientras lucía una piel trigueña embarrada en tierra, raíces y hojas. Mi reaccionar fue una sorpresa para mi, ella se dejó a centímetros del suelo en cuclillas y su acción provocó la mía retroceder hasta tropezar.

Era observado en todo instante, fue como elevar su guardia ofensiva y siempre sentir que era desarmado por lo afilado de su mirar. Baje la vista, ese sólo segundo me bastó para tener los nervios a flor de piel pero debí conocer el terrero que pisaba para no volver a caer.

La impresión me llevó de forma instantánea empujando mi cuerpo hacia atrás, la pequeña ave azul rígida por la muerte rodó a mi cercanía y para peor hacerme notar esos plumajes índigo por así toda la tierra de ese preciso lugar.

—Diablos.. —broto en susurro de mi boca. Y al elevar la mirada, ella no estaba pero ese sentimiento mordaz persistió por lo que restaba de ese día.

Ese escenario no podía desvanecerlo mente; un paraje índigo de muerte. Quizás debía imaginar ahora que la misma muerte tenía un color e irremediablemente le dedique ese precioso azul.

—Hay vida que ya no puede existir aquí, siempre por esas bestias infernales. Lo único capaces de hacer es destruir todo lo bello. —aquel fue el comentario de mi abuela tras relatarle mi encuentro con ella y esos azulejos.

Luego mi abuelo la regaño para que callase y se pudiese cenar; más yo me mantuve con la incógnita sobre una de sus tantas palabras.

¿A que, exactamente, denominó "Bestia"?

Esos siguientes días, ni una nube apareció para celar la radiante luz del sol y sirvió para que mis abuelos me arrastrarán con tareas. La más odiada era limpiar las tejas y después su deforme cobertizo repletó de herramientas capaces de haber podido formar parte de la tortura humana antigua.

Bajar al pueblo desde caminos empinados y llenos de maleza se convirtió en mi mayor proeza desde pequeño al inventar mi propio atajó a través de una parte del bosque y el final de la carretera.

En ese lar nuevamente no evite recordar su encuentro e inconscientemente imaginaba como podría ser el siguiente. Me detuve a sólo admirar un pequeño nido de azulejo al alcance de mi mano, podrían ser aves demasiado indiscretas al exponerse y no albergar sus nidos en las altas copas de los árboles; habían dos huevos y ni pista de sus padres.

Finalizando las compras de mi abuela por el pueblo, la última parada era a pedido de mi abuelo; un martillo. Estando en camino de regresó escuché otra vez esa palabra junto varias voces pero sólo una rompía en llanto.

—¿Por qué..? ¿por qué otra.. vez, no puede tener un fin? —lamentaba algo que desconocía a mis oídos, pero nadie del pueblo me dirigía palabra ya que les era un extraño, sólo mis abuelos eran siquiera capaces de recordarme año tras año. — M-mi hija...

—Es lamentable, esa bestia no tendrá amparó jamás.

Sujete, firme como podía, las bolsas y fui confiado por donde pisaba en mi atajó hasta que vuelve a suceder.

Ni un rastro desde días hasta hoy. Entre dos árboles la vislumbre de rodillas sobre el suelo, parecía hablar con algo invisible pero sólo fue por unos segundos antes de notar mi presencia. Ese sentimiento que había abandonado días atrás, regresaba.

Me paraliza, casi me congela la sangre pero no intentaré retroceder esta vez. Desobedecer mis instintos y esperar.

No tenía porque correr.

Ella se fue primero la última vez.

Y esta vez.. no.

Se puso en pie entre aquellas aves y camino directo a mi. Mientras más cerca estaba, más detalles lograba capturar en mi memoria sobre ella. Pecas oscuras bajo sus ojos y sobre su nariz, su labio inferior parecía estar roto, partido y sangraba, fue un escalofrío mi respuesta biológica pero tarde noté los vestigios de sangre por sus mejillas, manos y esa sucia camisa que usaba.

Una pluma azul colgaba del cuello de su vestimenta. Mi cerebro tardaba en procesar, todo seguía en cámara lenta con su caminar hacia mi, más y más cerca. Un impulso me gritaba, rasgaba e incluso llora a dentro de mi para que reaccionará y... ¿Que?

No conocía la respuesta.

Bestia.

La nombrada palabra brilló en mi cabeza. Me estaba diciendo algo, algo a mi mismo que no lograba entender.

Fue todo.

Esos ojos grisáceos resplandecieron a sólo centímetros de mi. Sus pupilas se volvían pequeñas, delgadas como las de un gato y sentí las mías expandirse tras un frío sudor instalarse por mi cuerpo.

Bestia.

¿Quien..?

Parecía una pesadilla, la sangre seca en sus mejillas lucía viva, como si cobrará vida y volviera a escurrirse fresca y brillante en su oscura piel. Lo mismo ocurrió en su roto labio inferior, fluía hasta su garganta y se perdía por el cuello de su ropa.

Era extraño y más petrificado estuve, imágenes mentales se atropellaban en mis ojos tratando de enseñarme la razón de este sentir y darme la motivación suficiente para huir.

Despeinada, se detenía sin reparos totales de mi estado a sólo observar mis ojos, los suyos estaban cargados de lagunas grises que se oscurecía con el traspaso de los segundos. Aquello me revelaba como un secreto y parecía confiar en que lo callaría sin preguntar siquiera.

Porque no habría otra oportunidad.

Sus labios se separaron e hilos rojos de saliva colgaron de unas fauces casi animales.. no, lo eran.

Veía su burla, su sorna y sobre todo hambre.

Bestia.

Si, lo entiendo ahora.

Ocupó con sus mandíbulas toda mi visión y allí solté un alarido más parecido a un pobre y débil sollozó.

El hedor a muerte estaba en ella.

Fui confiado e indiscreto como uno de ellos. Al alcance de su final me deje estar porque no corrí ni escondí igual que aquellos de plumas índigo.

Muerte profesa y los indicios estuvieron presentes. Este corazón ya se detuvo sin lograr hallar más aire.


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