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8 Sorpresa

Me demoro una eternidad bañándome, la verdad es que no quiero estar con Aida a solas, no quiero preguntas que no puedo responder, no sé porque siento lo que siento. Suspiro bajo el chorro de agua y salgo para vestirme, dejo la puerta abierta por costumbre en cuánto me coloco la ropa interior, por estar pensado y buscando una explicación a esto que siento, solo me percato de su presencia cuándo la veo apoyada en el umbral de la puerta mirándome, pero no me visto de inmediato, ni oculto mi cuerpo.

   —¿Pasa algo?

   —Te estabas demorando y Maddy está por llegar —otra vez esa mirada que desnuda con los ojos—. Bueno te dejo vestirte, me voy.

   —Espera —no quiero que el clima siga raro entre nosotras. Me acerco y le toco el hombro, cuándo voltea tiene lágrimas en los ojos—. Aida —suspiro y la abrazo—, está todo bien, de verdad —ella llora—. Por favor no llores, está todo bien entre nosotras —beso su frente y me separo de ella para limpiar sus lágrimas, quedando ambas muy cerca—. Es raro estar abrazándote en ropa interior, mejor me visto antes de que llegue Madeleine o va a pensar cualquier cosa.

   —¿Qué voy a pensar?

   Aparece la voz hipnótica de la rubia en los pies de la escalera y ambas la vemos. En cuanto Aida se separa un poco de mí y ella me ve se le cae el maletín que traía al suelo y observo otra vez lo bien que le queda el taje, ella observa lo bien que me veo semi desnuda.

   —¿Empezaron sin mí?

   —No es lo que crees —digo— salí de bañarme y... ¡Te tenemos una sorpresa! —ella empieza a desprenderse la camisa y sacarse los zapatos— no, no esa sorpresa, no ese tipo de sorpresa ¡AIDA!

   —Cariño la estás poniendo nerviosa —le dice la pelinegra, pero ella no aparta la vista de mí.

   —Yo también quiero, por qué empezaron sin mí —hace un puchero.

   —Alba ve a vestirte —cierro la puerta y las escucho conversar afuera, con el corazón que me late sin parar—. Amor, Alba recién sale de bañarse, déjala cambiarse y vamos abajo que ahí tenemos tu sorpresa.

   —Prefiero que ella sea la sorpresa.

   —Vamos.

   Una vez vestida bajo y la rubia me mira algo más tranquila, pero noto igual en su mirada rastros del fervor con el que me había estado mirando hace tan solo un momento. Aida me extiende la mano para que me acerque, y Madeleine se para, para seguirnos al lavadero, en cuanto prendemos la luz ve el nuevo lavarropa y se agacha con una gran sonrisa a verlo, cómo si fuera un niño en navidad. Toca sus botones, abre y cierra la puerta, se para lo admira dando un paso atrás y voltea a vernos con una gran sonrisa.

   —Es hermoso —ambas sentimos la genuina felicidad que irradia, pero es algo más, ella es totalmente transparente.

   —Alba lo compró —la sonrisa de Madeleine desaparece.

   —¿Con qué dinero? —dice seria y suspiro.

   —Recordé que tenía una cuenta con dinero ahorrado —ella hace la pregunta que Aida no hizo— Trabajando.

   —¿Del trabajo que te encontramos haciendo? —la miro frunciendo el ceño.

   —¿Piensas que no he tenido trabajos honestos? —suspiro ya comenzando a irritarme y aprieto mis labios dibujándolos en una sola línea— si tanto dudas, ya te paso el número de cuenta, para que veas desde cuándo y en qué cantidades ingreso el dinero. Si no te gusta, Aida sabe dónde lo compramos, puedes devolverlo y pedir el reintegro —me marcho, Aida intenta tomarme del brazo pero me safo y subo las escaleras en dos zancadas.

   Claro que es dinero que ahorre trabajando, una gran parte fue honestamente y otra parte, bueno de trabajos no muy honestos pero que fui ingresando de manera paulatina y en pequeñas cantidades para no llamar la atención de nadie, una parte es del interés acumulado. Pero si le decía toda la verdad, ella no iba a quererlo porque una parte de ese dinero fue ganado de manera deshonesta.

   Golpean la puerta y no atiendo.

   —¿Alba podemos hablar? —es la rubia.

   —No.

   —No voy a investigar de dónde salió ese dinero, voy a confiar en ti —una parte en mí, duele porque tampoco he sido muy honesta—. Alba por favor abre, por favor —luego de un momento abro la puerta y ella está a los pies de la escalera—. Me ha gustado el regalo.

   —Supongo que lo disfrutaré 8 meses, 2 semanas y 3 días con ustedes.

   Y veo un dejo de tristeza en su rostro, y decepción. Me doy cuenta que fui mala al decirle eso, su humor cambia y callada y cabizbaja baja la escalera. Yo no puedo sentir placer por ver el dolor en su rostro y de hecho no lo siento, me siento de la mierda. Hoy no ha sido un buen día para las tres, y parte del estado de humor actual lo he generado yo ¿Qué tan bien les hago teniéndome cerca?

   —Comenzaré a trabajar desde el lunes en turnos rotativos en el restaurant —digo callada en la mesa, Aida nos mira a ambas que no nos hablamos.

   —Podemos organizarnos para llevarte, irte a buscar o dejarte uno de los autos. Si quieres, claro —dice Madeleine viendo su plato lleno, sin llevarse bocado.

   —Madeleine —le digo y ella levanta la mirada—. Fui cruel con mi comentario, estaba enojada y no debí decir eso, sé que es algo que les duele.

   —¿De verdad cuentas el tiempo para estar lejos nuestro?

   —No lo hago.

   —Menos mal, porque sino cuentas mal y se nota, porque te queda con nosotras 8 meses, 3 semanas y un día. Yo si llevo contando el tiempo que estás con nosotras y el que te queda, porque disfruto mucho nuestro tiempo juntas —y ese comentario me hace sentir de la cagada, porque no he sido precisamente una ternurita desde que estamos juntas—. Te pido disculpas si te ha ofendido mi reacción de hace un momento, pero dada las circunstancias en las que nos conocimos y tus antecedentes, no quisiera algo que fuese pagado con dinero que ganaste de manera deshonesta. Valoro mucho la honestidad y si me dices que lo has ganado y ahorrado de manera...

   —No todo fue ganado de manera honesta —suelto y al fin puedo respirar—. Maldita sea, no puedo mentirles. Pero la parte que pague y con la que compré lo de hoy, ha sido pagado con el dinero honesto —exhalo aliviada.

   —Gracias por tu honestidad Alba —dice Madeleine—. Igual sabía que mentías, recuerda que sentimos todo.

   —¿Tú también? —miro a Aida y ella asiente.

   —Bueno se sentía cómo que una parte no estaba bien. Prométenos que no vas a usar el dinero que ganaste de manera ilícita.

   —Aida, es mucho.

   Ambas me miran serias y yo tiro la cabeza hacia atrás frustrada, entonces no solo va a ser fingido lo de comprarme una moto con lo que lleve trabajado, será algo real.

   —Bien, está bien. Estoy entonces estoy oficialmente al borde de la quiebra y por cierto, también compré un secador de cabello, ya que escuché que el que tenían se estropeo —tomo la caja con un moño dejándola sobre la mesa—. Sorpresa.

   —Genial gracias, cariño —me dice Aida.

   —¿Ósea que no hay más sorpresas?

   —¿Qué más sorpresa quieres Maddy? —le pregunta la pelinegra.

   —A ella en ropa interior —me señala, con el tenedor— de preferencia en nuestra cama para terminar de sacársela nosotras —de repente hace cómo que demasiado calor, me tomo un trago el vaso de agua— ¿Por qué te ruborizas? Si ya te he dicho antes que te deseamos, es más sentí antes de llegar a casa el deseo de Aida, entonces  me apuré en llegar —claro que yo lo había visto y ambas optamos por obviarlo, hasta que la rubia lo ha traído a colación.

   —Amor —Aida la toma de la mano—, mejor come callada ¿Sí? —ella también está ruborizada.

   Miro las manos de ambas y que no tienen anillos y eso me llama la atención, porque Aida me dijo que estaban casadas.

   —¿Y sus alianzas? —ambas se miran las manos. Y sacan un collar largo con sus alianzas— ¿por qué no las llevan puestas?

   —Las llevamos puestas —dice Madeleine.

   —En la mano, no así.

   —Consideramos que para que no te sintieras incómoda, lo mejor sería llevar nuestras alianzas de esta manera. No queremos que si vas con nosotras te sientas abrumada al decir que somos tus parejas y que estamos casadas entre nosotras, pero no contigo —sigue comiendo y de pronto me mira— ¿Quieres una alianza también?

   —No, no estoy casada con ustedes.

   —En realidad aunque quisiéramos no sería legal, solo podríamos hacer una ceremonia —dice la rubia.

   —No quiero cansarme, Madeleine.

   —¿Ni siquiera con tus almas gemelas? —cada vez que tocamos el tema, su expresión cambia cómo si le estuviera explicando la fórmula para armar una bomba atómica, ella simplemente no entiende— ¿Por qué no querrías?

   —Porque no y punto.

   A punto de decir algo más, Aida le toma la mano y ella comprende que se debe quedar callada.

   —No obstante, si cambias de opinión, con gusto te haremos y seremos tus esposas.

   Agrega al último, y suspiro mirando al techo a Aida la causa gracia, sonríe y sigue comiendo. Al fin el clima es menos tenso entre las tres y yo solo pienso en el dinero que les acabo de prometer que no voy a usar que podría comprarme la moto que quiero, aunque si lo pienso por culpa de ellas perdí una moto, así que teóricamente estaríamos a mano si me compro una moto aunque sea con ese dinero.

   Ambas me miran mientras yo divago en mis pensamientos, que genial que no puedan escuchar lo que pienso, sino ahora estaría en problemas. Pero una parte de mí, sabe que solo es una excusa, para zafarme y salirme con la mía. No puede hacerle esto a ellas, no es la manera de hacer las cosas.

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