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5 En Londres

Llegamos finalmente a Londres y casi que de manera exagerada beso el suelo del aeropuerto, un par de horas con ellas y casi me vuelven loca. Dios sé que no soy la mejor sirva de tu rebaño, pero si voy a ir presa, prefiero que sea por robo y no por homicidio. Bueno vamos 24 hs, solo me quedan 8 meses y 30 días con ellas.

  —¿Estás bien? —se acerca Aida.

   —¿Pueden darme algo de espacio? —me alejo un poco—, me siento asfixiada.

   Me dirijo a la cinta transportadora de las maletas para buscar mis bolsos. Ellas me siguen atrás tomadas de las manos, a una distancia prudencial. Se acercan y me ven con los ojitos grandes y eso me hace sentir culpable por lo que les dije, pero no tan culpable cómo para dejar que se acerquen.

   —Las sigo.

   —Podrías ir de la mano con nosotras —sugiere la pelinegra.

   —No, gracias. Prefiero ir así.

   —¿Te damos vergüenza? —pregunta confundida la rubia.

   —No me dan vergüenza —suspiro—, pero ustedes son pareja.

   —Las tres lo seríamos. Es que somos las tres almas gemelas y eso es lo que hacen las triejas ¿Sería así la definición correcta amor? —le pregunta a la pelinegra.

   —Sí, mi vida. Pero creo que, Alba se refiere a que nosotras salimos hace años y ella recién nos está conociendo, por eso le es extraño que...

   —Lo que me parece raro es que acepten a una persona más en su relación...

   —No eres una persona más o alguien cualquiera, Alba, eres nuestra alma gemela. Nosotras no estamos de acuerdo con una relación abierta, ni con el intercambio de parejas, pero eres parte nuestra, por eso te aceptamos de inmediato —dice Aida y Madeleine asiente.

   —Solo mantengamos una distancia ¿Sí? Y vamos a su casa.

   Ellas me hacen caso, caminamos a la par pero ellas tomadas de las manos y yo a unos pasos de ellas, Aida no deja de mirarme al costado, Madeleine va ocupada con su teléfono, sé que la pelinegra quiere tomar mi mano, entonces meto las manos en mi sudadera y me coloco la capucha. Siento su suspiro y su frustración.

   Llegamos a un auto en el estacionamiento, Madeleine se adelanta abre el baúl y guarda mis bolsos y sus maletas, me quedo con la mochila. Nos abre la puerta a ambas y luego se sube ella cómo piloto.

   —¿Quieren barras de cereal? —les ofrezco.

   —Te gustan demasiado ¿Verdad? —dice la rubia— te vi comerlas en España, también en el avión y ahora.

   —¿Quieren o no?

   —Yo sí —dice Aida y al momento de entregarle una, roza mi mano.

   —Yo también —la rubia estira la mano, pero cuándo se la paso toma mi mano, besa mis nudillos tomando la barra, provocando que me sonroje.
  
   —Ella es la más afectuosa —agrega la pelinegra.

   —¿En serio Robocop es la más afectuosa?

   —No me digas así, no me gusta.

   —Entonces, Madeleine, eres la más afectuosa —yo parezco ser la más afectada.

   —Puedes decirme, Maddy, amor, mi vida o algo así

   —Madeleine por ahora está bien —la rubia suspira.

   Llegamos a una casa común, nada extravagante. La rubia vuelve a abrirnos la puerta a ambas, besa a Aida cuándo baja del auto y se dispone a bajar mis bolsos, yo tomo uno y ella me lo saca para darme el más liviano mientras Aida va a abrir la puerta, de camino a la casa roza mi mano, pero no la toma.

   Al entrar se ve bastante ordenado y pulcro, diría que la decoración es minimalista, no tienen nada en exceso, nos recibe un living comedor con sillones en L de color gris, tiene almohadones color crema y salmón, que combinan con la alfombra del mismo color, el juego de comedor tiene sillas blancas y la mesa es de color natural claro.

   —Linda casa.

   Me siento extraña en su hogar, me pregunto que van a decir cuándo sus amigos pregunten por quién soy yo ¿Una amiga, una prima lejana, una conocida? ¿Quién seré yo para el círculo de ellas?
  
   —Ven te muestro tu habitación —Aida señala las escaleras y sube primero, entonces la sigo y la rubia va detrás de mí con mi otro bolso—. Esta será tu habitación —hay una cama grande con un acolchado color magenta, el suelo es de madera clara y la pared del fondo es de un magenta pero tirando al bordo, raro. Las puertas de un placar empotrado de color claro están a la derecha— este es tu baño, al lado está la oficina de ambas y en el otro extremo está nuestra habitación ¿Qué te parece? Si quieres puedes decorarla cómo te plazca, no esperábamos encontrarte, sino la podríamos haber dejado a tu gusto, hasta que decidas dormir con nosotras —¿Qué tipo de alucinógenos consumen estás dos que piensan que dormiré con ellas?

   —Si no es de tu agrado, podemos coordinar para ir a comprar lo necesario, y hasta pintarla para dejarla a tu gusto, queremos que te sientas lo más cómoda posible en casa —agrega Madeleine.

   —Está bien, solo estaré por unos meses, no es necesario que cambien nada.

   Ambas se miran y Madeleine sale cabizbaja dejándome con Aida. Ella me mira, va a correr las cortinas y abrir las ventanas, pasa por mi lado sin decir nada y la tomo del brazo, dije algo y el humor de ellas cambió.

   —¿Qué pasa? Solo dije la verdad, nuestro acuerdo es por 9 meses.

   —Es solo que recién llegas y ya estás pensando en irte, Alba. Estábamos muy emocionadas porque has vuelto a casa con nosotras, pero ni siquiera te notas un poco alegre con eso. Finalmente encontramos a quién nos faltaba, de casualidad, pero te encontramos y al fin nos sentimos completas. Entiendo que para ti no es así, ya que ves nuestro lazo cómo una maldición, pero no por eso duele menos que busques constantemente tenernos lejos —suelto mi mano de su brazo—. Instálate tranquila iré a hacer la comida, te llamo cuándo esté todo listo.

   —Gracias.

   Me siento en la cama dejando uno de los bolsos a mi lado, y veo el otro sobre el mueble abajo de la televisión colgada a los pies de la cama. Me levanto para mirar por la ventana y veo un poco el vecindario, ellas tienen su vida resuelta ¿Por qué incluir a una desconocida que es su alma gemela? ¿Acaso no ven que están mejor sin mí? Una ladrona de poca monta y estafadora.

   —¿Está todo bien? —la voz de Madeleine se hace presente desde mi espalda, parada a la orilla de la puerta— ¿Necesitas algo?

   —Solo estaba pensando —cierro la cortina. Ella asiente y se da la vuelta—. En realidad —digo y ella voltea a verme— ¿Me ayudarías a ordenar la ropa? Pareces tener una buena aptitud para el orden —con una gran sonrisa entra de nuevo a la habitación y abre el placar.

   —¿Te gusta de alguna manera? Cómo de verano a invierno, por colores, por función.

   —Me da igual es ropa, la usaré en la medida que la necesite —otra vez mi toque pedante, sus hombros decaen un poco y logro sentir que mi comentario la dejó algo incómoda—. ¿Bueno tú que me dices? Eres quien vive aquí a diario, sabes cómo es el clima.

   Ahora siento que su interior se calma y se relaja pensando, es un poco odioso sentir lo que ella siente, pero imagino que en la intimidad debe ser algo mágico, sonrió y ella me ve.

   —¿En qué piensas? Me llegan unas sensaciones... —Me aclaro la garganta y despejo esos pensamientos.

   —En nada, ordenemos.

   Colgamos la ropa, bueno ella la coloca en orden por color y deja a un lado otras prendas para doblarlas, no tengo mucha ropa y terminamos rápido. Me paro frente al placar abierto a admirar nuestro trabajo, la verdad es que ella tiene buen ojo y yo jamás en toda mi vida había tenido la ropa tan perfectamente ordenada cómo ahora. Una sensación de calor, que definitivamente no me pertenece me inunda, miro sobre mi hombro hacía atrás y ahí está la rubia algo colorada, pero muy concentrada observando una de mis bragas negras de encaje diminuto.

   —Eso ya lo guardo yo —le digo avergonzada quitándosela de las manos y ella me mira extrañada.

   Una risita se hace presente desde la puerta y yo siento mi cara arder. No es la manera en la que quería que mis almas gemelas vean mi ropa interior ¿En qué manera estoy pensando? Estar rodeada de ellas, me está afectando.

   —Veo que se están divirtiendo.

   —Sí, acabamos de ordenar su placar —dice entusiasmada la rubia y le muestra abriéndolo a la pelinegra— ¿Qué te parece?

   Yo aprovecho a darme vuelta abriendo la ventana y guardando la ropa interior en uno de los cajones rápidamente. Aida aprueba nuestro trabajo y besa a la rubia, me mira a mí, pero conservo la distancia, no necesito cariñitos de aprobación, no soy un perro.

   —Tienes poca ropa —dice Aida— ¿Quieres que vamos a comprarte este fin de semana?

   —Compraré más cuándo tenga mi propio dinero —ella intenta refutar—. Escuchen casi tenemos la misma edad, pero esto me hace sentir cómo si yo fuera la hija de la pareja lesbiana —sus gestos se tornan en sorpresa.

   —Te pido disculpas por ambas, no ha sido nuestra intención generarte ese tipo de incomodidad. Comprendo que esto es algo nuevo para ti, pero no te consideramos nuestra hija, eso implicaría un vínculo filial con el que no nos sentimos familiarizadas, ya que ambas te vemos y te deseamos cómo nuestra pareja —esa afirmación hace subir el calor por mi rostro—. Es más si quieres podemos mostrarte que nuestro deseo va más allá de un vínculo madre e hija, si nos das la oportunidad te haremos el amor para despejarte las dudas.

   —Está bien, por favor que pare de hablar —le pido a Aida y ella toma la mano de Madeleine—. Ya entendí ¿Ya está la comida? —la pelinegra asiente y yo bajo de inmediato, intentando respirar. Voy al patio así el aire fresco me da en el rostro y puedo respirar.

   —¿Estás bien? —pregunta Aida a mi espalda— no fue su intención hacerte sentir incómoda.

   —Lo sé, pero... —suspiro— lo sé. Ella solo es algo "particular".

   —Te terminas acostumbrando, muchas veces pasé bochornos, pero en cuanto te das cuenta que no lo hace con maldad y mucho menos con dobles intenciones de hacerte sentir incómoda, entiendes que ella es así. Maddy es "especial" y no por ser autista, sino que ella no tiene maldad prácticamente, no entiende el sarcasmo, casi todo lo toma literal, así que no bromees con que podrías matar a alguien o que te estás muriendo cuándo estás muy cansada, una vez llamó al 911 porque dije eso. Pero es buena observando y muchas veces te sorprende con regalos o detalles, que otro no notaría. Eso también la hace "especial" —me coloca una mano en el hombro—. Lo que dijo también es cierto, no te consideramos nuestra hija. Vamos a comer.

   Llegamos ambas al comedor y la rubia nos espera con la mesa puesta parada en un extremo, no dice nada, corre la silla para Aida y luego para mí, entonces ella toma asiento y nos servimos de la fuente en medio de la mesa. La pelinegra está en la cabecera y cada una de nosotras a un lado.

   —Hablé con mi prima, y me dijo que fuera cuándo quisiera por el restaurant así vemos en que puesto puedo empezar a trabajar ¿Saben por dónde pasa el transporte público?

   —Podemos llevarte —dice la rubia—, podríamos conocer a tu prima de paso —¿Cómo las presentaría? La miro dubitativa.

   —En realidad amor, ya la llevo yo —le dice Aida—, recuerda que tenías que ir por la agencia y aclararles de paso que estás de vacaciones.

   —Claro, se los diré amor.

   Aida me saca del apuro, pero sé que solo es la mitad del asunto, aún queda el detalle de ir al restaurant y por supuesto la conversación que seguramente se dará en el auto.

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