3 España, olé
Finalmente llego a España luego de haber estado por días en el mar, lo primero que hago es bajar toda la mercadería en un bolso y dirigirme a la caseta de José Antonio, el hombre que es vigía y vive en el puerto.
—Buenas, José.
—Buenos días señorita, ya era tiempo que viniera por aquí, se la ha extrañado —me acerco más a él y le extiendo dinero, aunque él no me cobra nada, sé que el dinero no le sobra—. Señorita...
—Escuche, José, sé que el dinero nunca viene mal y siempre me cuida muy bien el barquito. Solo aceptelo ¿Está mi moto aquí?
—Sí, la tengo guardada en el cobertizo bajo la manta como la dejó —nos dirigimos al lugar y ahí está mi otra moto—. Tengo algo de combustible en un bidón —le coloco la batería, inflo las ruedas y con el combustible arranca de buenas a primera—, es toda una máquina, la han querido comprar varías veces, la última vez vinieron dos mujeres y me ofrecieron dinero por ella.
—¿Dos mujeres?
—Sí, muy bonitas, una rubia y una de cabello negro —mi corazón late con fuerza— se notaba que eran de Estados Unidos o alguno de esos países que hablan inglés, aunque la rubia lo hablaba con acento raro al Español como si fuera de...
—Francia —digo y él asiente— ¿José hace cuánto que esas mujeres han venido?
—Hace dos días ¿Las conoce? Preguntaron por una chica de cabello lacio castaño, ojos café, en realidad te describieron a ti.
—Ya no me quedaré José, guarda mi moto por favor.
Él me mira extrañado, y me llama pero corro y no me detengo, tomo el bolso y corro al llegar al bote ¿Cómo es posible que supieran a dónde iba a estar? ¿Cómo es posible que no las haya sentido? Desengancho el barco y me subo rápido subiendo las velas, salgo del puerto lento pero segura, miro hacía atrás y nadie me sigue, sigo sosteniendo el timón, pensé que tendría más tiempo.
Entonces es cuándo finalmente las siento, la siento, caigo de rodillas tomándome la espalda del lado derecho y es ella quién sale imperturbable, tomando su marca en su antebrazo, haciendo presión que también le sangra, pero no le importa. Me quedo de espalda mirando al cielo, sin poder respirar, es Aida quién se agacha a mi lado y le grita que pare, debajo de mi espalda comienzo a sentir mojado y sé que es sangre.
—¡Me lastimas, Madeleine! —le digo intentando respirar, siento su enojo— ¿Para esto querías que me quedara?
—Está sangrando —es cuándo ella escucha esto que sale de su trance de enojo y su antebrazo también sangra—, ve por toallas, Madeleine ¡Ahora! —ella con mirada culpable y callada va por toallas abajo—. Lo lamento, lo siento tanto —me dice Aida, soteniendome en su regazo—, no quería que esto pasara así.
—Nunca las cosas son cómo tú quieres y cada vez que son como ella las hace, me lástima ¿Para qué quieren que lo intente si cada vez que las tengo cerca termino lastimada, adolorida y sangrando?
Madeleine llega y con mirada culpable me extiende la toalla, yo me levanto tambaleandome y giro el timón para emprender la vuelta, si esto va a terminar, si van a arrestarme quiero darme una ducha decente al menos y comer algo que no venga en lata.
—¿Qué haces? —pregunta la rubia.
—Pego la vuelta al puerto, si van a arrestarme, quiero darme una ducha decente y comer comida que no venga en lata ¿Me darías al menos eso?
Digo indignada y ella asiente bajando la cabeza. Aida está mucho más enojada que yo, Madeleine intenta tocarla pero ella le aparta la mano, sentir las emociones de dos personas más en mí, hace que mis propias emociones se confundan en el vaivén que llevo dentro, ahora no sé cuales son mias y cuáles de ellas. Aida baja enojada y Madeleine se queda en cubierta, mirándome de cerca, pero no tan cerca.
—Ve si quieres, no voy a escapar.
—No puedo confiar en ti.
—¿Piensas que llegaré muy lejos con esta herida en la espalda? —me volteo y ella ve mi marca sangrante— gracias por cierto, cada vez que te tengo cerca, duele.
Lo digo enojada y sí, esperando que ella se sienta culpable o al menos muestre algo de arrepentimiento. Y aunque no lo dice lo siento, logré mi cometido, ella se siente culpable. Se marcha y baja por la cubierta, a buscar a Aida, y no sé de que hablan, pero siento a la pelinegra enojada y dolida, siento el arrepentimiento de la rubia y siento llorar a Aida. Amarro el barco al puerto y tengo muchísimas ganas de salir corriendo, una oportunidad así no se presentará otra vez, pero no lo hago, algo me ancla al barco y aquí me quedo terminando de atar las velas. La rubia sube corriendo y me busca con la mirada desesperada, yo estoy sentada en el puerto con el bolso al lado esperando que ellas bajen mientras como una barra de cereal.
—No te has ido —dice Madeleine, yo no le respondo, solo la miro sobre mi hombro.
—Quiero ir a bañarme ¿Puedes llamar a Aida?
Ella asiente y va a buscarla, yo me acerco para ayudar a bajar a la pelinegra estirándole la mano, en cuánto a la rubia, que se ayude a ella misma a bajar. Luego me subo y aseguro el bote cerrando todo con llave, cargando otro bolso y una mochila de ropa sucia, ropa limpia y otras cosas.
—Te ayudo —dice la rubia intentando tomar un bolso, pero me aparto.
—Prefiero hacerlo sola ¿Dónde dejaron el auto? —ni siquiera sé cómo lo sé— José, me voy a mi casa, cuídame la nave —él sin entender el show de recién, se limita a sacarse y ponerse la gorra asintiendo.
Subo los bolsos atrás de la camioneta y voy guiandolas mientras miro por la ventana, estoy demasiado agotada. Bajo la ventana y respiro el aire fresco, es el último respiro de libertad antes de que ella me encierre tras las rejas.
Bajo en mi casa callada, tomo los bolsos y coloco la llave en la cerradura. Periódicamente, le pago a la mujer de José que me haga la limpieza, así que el lugar está impecable. Si le aviso con tiempo hasta llena la despensa, pero como caí de improvisado, tuve que bajar mis provisiones.
—Sientanse cómo en su casa, iré a bañarme.
La luz que prendo ilumina mi pequeña morada, cocina comedor, un baño y una habitación, dejo el bolso con la colada de ropa sucia frente al lavarropa y la bolsa de mercadería en la mesada de la cocina, paso a la habitación para meterme a bañar. Salgo con una camiseta limpia mangas cortas, en pantalón corto y descalza con el cabello mojado, el frío no me afecta, de hecho lo amo.
—¿Aida podrías colocarme crema cicatrizante en la espalda? —ella asiente y la rubia no me mira.
Sus manos, el roce de Aida por mi piel se siente mejor que la crema misma, ella me toca y me sana a diferencia de Madeleine, que parece odiarme.
—No te odio —dice ella.
—No parece —le respondo, Aida nos mira no entiende de que hablamos, ni yo tampoco sé cómo ella supo lo que pensé—. Bueno son mis invitadas —miro la mesada y todo está guardado en las alacenas y la ropa en el lavarropa.
—Maddy ordenó la mercadería y yo metí la ropa a lavar.
—Gracias, ¿Qué les puedo cocinar? Tengo pescado que saqué está mañana del agua.
—Eso estaría bien —dice la rubia—. Perdón por mi comportamiento de estos últimos días, no ha sido mi intención producirte lesiones de gravedad, pero dada tu posición de querer huir en repetidas ocasiones, opté por una manera poco métodica para retenerte y que no huyeras nuevamente. No te preocupes que las autoridades, no están enteradas de nuestro arribo o de tu situación legal, mucho menos se les ha informado o levanto un alerta para darte caza —la señalo con el cuchillo.
—Habla como una IA —Aida sonríe.
—Mi lenguaje y modo de expresarme se debe a que poseo rasgos del espectro autista, lo que me hacen la mejor en mi area de trabajo, pero entiendo por Aida que puede ser algo dificultoso a la hora de establecer relaciones sentimentales.
—¿Quién te dijo que quiero una relación sentimental contigo, rubia?
—Bueno no tienes muchas alternativas, ya que aunque no lo quieras estás unida a nosotras por algún tipo de conexión almica, física o química, por lo que entiendo y Aida me ha explicado, aunque yo no le encuentro ningún sentido.
—De verdad que es cómo hablar con una IA. Escucha Madeleine, ya se los dije, yo no quiero una, mucho menos dos relaciones.
—Pero ni siquiera nos has dado la oportunidad, Alba. Decidiste por las tres que no quieres estar con nosotras —interviene Aida.
—¿Y van a obligarme sino?
—La situación, Alba, es la siguiente —habla la rubia—. Tienes cargos con diferentes alias en varios países, puedes cambiar tus nombres y apellidos, pero no tu apariencia, varias cámaras te han tomado y con todo eso puede armarse un caso en tu contra e irías presa por varios años —tomo de la botella de agua.
—¿Crees que me importa ir presa? ¿Qué no puedo irme ya, si quiero por esa puerta o por la ventana y llevarme tu camioneta? —le muestro las llaves en mi mano y ella se palpa los bolsillos— me importa tres carajos si tienen cargos en mi contra aquí o en la luna ¡No me van a obligar a estar con ustedes! ¡¿Quedó claro?! —Madeleine me mira frunciendo el ceño.
—Mejor interviene tú, Aida, que sabes negociar mejor con ella —le pide a la pelinegra.
—Solo te pedimos que nos des un tiempo a prueba, te ofrecemos que estés con nosotras un año, si después de ese lapso aún así no quieres estar con nosotras, lo aceptaremos.
—¿Es cierto? —ambas asienten— y no vas a perseguirme —miro a Madeleine—, ni cómo agente de la interpol, ni cómo mi alma gemela —ella a regañadientes asiente luego de que la pelinegra la mira suplicante y le toma la mano acepta—. Pero por 6 meses.
—10 meses —dice la rubia.
—Creo que hasta un bebé necesita 9 meses, y me parece un tiempo prudencial para que las tres podemos convivir —la rubia y yo asentimos—. Las tres pondremos voluntad para llevarnos bien en ese tiempo, así que tregua —Aida coloca su mano palma abajo—, no sean tímidas acérquense —la rubia es la primera en coloca una mano boca abajo sobre la de la pelinegra.
—Me parece un acto tan infantil —dice la rubia.
Yo me seco las manos y me arrimo a ellas dos, al momento de colocar las tres las manos unidas y tocarnos las tres, una corriente nos recorre el brazo que hace que nos apartemos.
—¿Qué fue eso? —pregunto asustada.
—Se supone que tú eres la experta —responde la rubia.
Me tomo la mano, y me veo el brazo pero no tengo nada. Las veo a ellas y la más afectada es Aida de las tres, se toma el pecho y sonríe, me abraza de manera inesperada y le devuelvo el abrazo, Madeleine se mantiene al margen, aunque me mira dubitativa de si acercarse o no, nuestros encuentros siempre han terminado con alguna de nosotras herida o enojada con la otra.
—Voy a terminar la comida.
—¿Dónde dormiremos las tres? —pregunta la rubia, mientras me alejo— porque no nos separaremos ahora que has aceptado —suspiro y me acerco a ella hasta quedar ambas frente a frente.
—No voy a escaparme, si es lo que insinúas —le apunto con el cuchillo.
—No es una insinuación. Lo afirmo si te deja más tranquila. Yo no confío aún en ti cómo para irnos a otro lado a dormir y que al volver aún sigas aquí. Tampoco puedo esposarte la última vez te las quitaste con bastante facilidad.
—¿Sugieres que durmamos las tres en la misma cama?
—Por lo que logré apreciar al ir al baño, tienes una cama tamaño king, cabemos las tres perfectamente —me río ante su comentario, pero ella se mantiene seria.
—¿Ella no bromea verdad? —Aida niega, claro que Madeleine no bromea— Estás totalmente mamada de la cabeza, si piensas que vamos a dormir las tres en la misma cama, loca.
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