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1 Cazadora cazada

Me declaro culpable de no vivir de una profesión honesta, confieso que he robado y estafado en repetidas ocasiones a gente muy acaudalada, definitivamente soy culpable de haber entrado en sus moradas y llevarme objetos de valor. Lo que no me esperaba, es que el atraco que llevo planeando me llevara hasta ellas y cómo la pendeja que soy, activara mis marcas.

   Ahora estoy metida en la habitación con el corazón luchando por abrirme el pecho a latidos, mientras ellas entran, cierro los ojos y suspiro abriendolos, con suerte no van a notarme. Pero cuándo las marcas en mi espalda comienzan a arder me doy cuenta quiénes son ellas y si yo las siento, ellas seguramente me sienten a mí. Me escabullo al balcón, saliendo muy despacio, los ruidos han cesado y ahora se dispersan para buscarme en silencio.

   —Aquí estás —una mano toma mi muñeca mientras me estaba descolgando para llegar al balcón de abajo y siento un mareo— ¡Cariño ven al balcón, tenemos a nuestra rat... —supongo que ella también siente el mareo y a ambas nos cuesta respirar, enlazamos— ¡Súbela sin tocar su piel! —le dice la rubia de ojos avellana a la otra mujer.

   Una pelinegra se asoma y veo directo a sus ojos verdes, le hace caso y con una fuerza sobre humana me suben, dejándome caer al piso, intento escapar y la pelinegra al tomarme roza mi cintura en la piel expuesta. Cagada doble, ambas están pegadas a mí ahora, enlace con las dos.

   —¿Quién eres? —pregunta agitada.

   —No soy nadie, déjenme ir y no volverán a verme —digo a través de mi mascara por la cual solo se ven mis ojos café—. No me busquen.

   Sigo muy mareada, la rubia que me tocó primero intenta pararse, su mareo está pasando y se toca la muñeca en el momento que lo hace mi espalda arde aún más y veo que una marca se está formando. Maldita sea, en Eva se formó solo cuándo mi prima la aceptó ¿Ahora solo apareció? Es que de verdad, a veces creo que estoy meada por un tiranosaurio Rex.

   —¡No hagas eso! —le grito y ella mira a la mujer a su lado, ambas se miran— ¡Duele! —La otra toca su marca y me retuerzo en el piso con el aire que me falta, Theia me dijo que mientras más me negara a aceptar a mis almas gemela, más iba a dolerme. Las voy a aceptar mis dos ovarios— ¡¿I don't speak inglés correctamente, you stupid sorda de mierda?! —mezclo el español y el inglés, porque ellas me hablaron en inglés. Mierda eso me ha dolido un montón.

   Esta vez la cara de la rubia que me atrapó primero se pone seria y mira su muñeca, va a tocar la marca, me enderezo y aparto su mano de un golpe y la pelinegra me toma la muñeca. Es para nada gracioso cómo estamos las tres enredadas, cada una sosteniendo la muñeca de la otra.

   —No lo hagas, te acabo de decir que duele.

   —¿Quién eres?

   —Eso no importa, lo importante es que... me disculpo por irrumpir en su habitación, en realidad hubo una confusión. Entonces me voy.

   —No, vas a irte así cómo así, estás conectada a nosotras, nos debés algunas explicaciones —dice la rubia.

   —¡Yo a ustedes no les debo nada! —le escupo con rabia—, no tengo porque darles explicaciones y menos aún decirles algo. Sigan con su vida y yo seguiré con la mía y por cierto, me vale mierda las estúpidas marcas, no voy a atarme a ustedes dos —suelto la muñeca de la rubia, pero la otra no me suelta—. Suelta o te haré daño.

   La rubia coloca la mano sobre ella y recién ahí afloja su agarre, yo retrocedo de a poco y la de la derecha intenta acercarse, pero recurro a lo que no quiero saco mi arma y le apunto, ni siquiera está cargada, pero ellas no saben eso.

   —No vas a lastimarnos —dice la rubia— si nos lástimas, te lastimaras a ti.

   —Puede que no las mate, pero definitivamente si puedo herirlas.

   —Solo dinos quién eres. Por favor, solo queremos entender, Alba ¿Ese es tu nombre? —la pelinegra exclama desesperada, su expresión al decirlo, sentir su dolor, me duele el pecho. Esto hace que me cueste respirar.

   —¿Cómo sabes mi nombre? —mi nombre real, no una de las muchas identidades falsas que tengo— Supongo que esta no es la habitación 538.

   —Es la 537.

   —Yo no cometo errores, perdón, no volveremos a cruzarnos. Me iré.

   —No podemos dejarte ir —dice la rubia y ayuda a levantar a la de cabello negro a su lado— ¿Entenderás, verdad?

   —Lamento no poder quedarme a tomar el té con ustedes. Ha sido un placer conocerlas, mis almas gemelas. Pero si se cruzan en mi camino otra vez, no seré tan amable. No pienso atarme a ustedes y mucho menos aceptarlas.

   Corro en medio de ellas y salto para caer por el balcón, mientras la de cabello negro casi salta detrás de mí pegando un grito al verme caer y la rubia la detiene, abro mi paracaídas y aterrizo en un estacionamiento dónde dejé aparcada mi moto. ¡Tanto trabajo por meses para nada! ¡¿Cómo pude haber sido tan imbécil de equivocarme de habitación?! Por supuesto tengo que averiguar quiénes son ellas, pero antes debo alejarme lo más que pueda, para que no vuelvan a encontrarme.

   Llego a la costa, subo mi moto al barco y me voy de ese lugar, es mucho mas fácil entrar y salir por agua que hacerlo por tierra. Mientras estoy en mis dominios y luego de guardar la moto en el compartimento que la oculta, me dispongo a hackear el sistema del hotel y averiguar el nombre de ellas.

   Dos nombres aparecen en la pantalla Aida McGrant y Madeleine Delacroix.

   Haciendo uso y abuso de todos los programas que tengo para hackear y meterme a la deep web no tardo mucho en meterme a averiguar quiénes son realmente ellas, la rubia de ojos avellana es Madeleine Delacroix White, es tan blanca que hasta en su apellido lleva el nombre del color, nació en Francia, criada en Londres, tiene 29 años y es agente de la interpol graduada con honores, la mejor de su clase, genial lo que me faltaba era que un alma gemela fuera del bando que me caza. Yendo con el otro nombre, Aida Gretchen McGrant Wood, 28 años, nacida en Londres, criada también ahí, es una bióloga, algo lógico uno de sus apellidos significa literalmente pequeño bosque, osea que es una abraza árboles, en pareja con la rubia hace 3 años, que tiernas, basta dije que no voy a enlazarme a ellas.

   ¿Pero cómo terminamos en el mismo hotel? ¿Quizás me sintieron? ¿Cómo sabían mi nombre? Son preguntas que ellas y sí, solo ellas pueden responderme solo queda la opción de volver a verlas. Me lleva la súper verga.

   Dirijo el barco de nuevo a la orilla pero en otro puerto, saco la moto y me voy a un hotel de mala muerte con salidas laterales para escapar, si me va a caer la interpol quiero tener tiempo de escapar. Desde que enlacé con ellas, no he dejado de sentirlas, el dolor, la angustia, la incertidumbre, algo casi que primitivo me hace sentir atraída hacía ellas, desde que toque la costa siento un deseo por caminar y encontrarlas.

   —¿Qué pasa si no quiero aceptarlas? —le mando un mensaje a mi prima, Theia.

   —Solo será peor, solo si ellas ya no quieren buscarte, la señal por así decirlo se bloqueará, recuerda lo que te conté que me pasó con Eva y recuerda que te dije que parecía que me habían arrancado una parte del alma, que pensé que iba a morir sin ella esos años que me rechazó, por mi culpa. ¿Eran a la final dos? ¿Una pareja y un hijo como en nuestro caso?

   —Son dos mujeres —respondo cortante—. Gracias prima, cualquier cosa te escribo.

   Dejo el teléfono cargando, me meto a bañar y caigo rendida, estuve días en alerta vigilando y recopilando información antes de ingresar a hacer mi trabajo, estoy tan agotada que no tardo en quedarme dormida. Despierto con el ruido de un camión que parece que va a desarmarse, miro la hora 6:47 a. m, ni el sol se ha despertado aún, sigue todo de noche, no opto por volver a dormir si me duermo no voy a despertar por lo menos hasta el mediodía y necesito terminar con esto lo antes posible.

   Me dirijo al centro y dejo mi moto al alcance de mi mano, evalúo bien la zona dónde voy a tomar mi café, analizo todas las vías de escape y por supuesto aunque no me guste si tengo que dejar mi moto para escapar la dejaré. A las ocho en punto, muchos cafés abren sus puertas a los turistas, las calles de Italia se llenan del olor matutino de las mañanas, pan recién horneado y el aroma al café inunda las calles, se huele la dulzura en el aire. Me siento en una mesa a esperarlas, sé que van a llegar, por que así cómo yo me siento atraída hacía ellas, a ellas les debe pasar lo mismo y también lo sé, porque mis marcas en la espalda arden.

   —Hola nuevamente, Alba Catalina De la Cruz Guerrero —dice la rubia tomada de la mano a la pelinegra.

   —Buenos días, Aida y Madeleine, las estaba esperando, siéntense por favor —ninguna de las dos se sorprende cuándo digo sus nombres, Aida que es la pelinegra de ojos verdes no deja de mirarme—. Solo les daré una advertencia, si sospecho que quieren atraparme, escaparé porque lo haré y no me verán en un tiempo.

   —No haremos nada para que te vayas —dice Aida—, solo queremos respuestas ¿Quién eres y qué nos une?

   —En resumidas cuentas, almas gemelas —miro a la rubia que me analiza— ¿Digo la verdad, Agente McGrant?

   —Sí, dices la verdad.

   —Estamos enlazadas, es lo que pasó ayer que las tres nos mareamos —doy un trago a mi café, y llega la orden para ellas. Estar conectada a tus almas gemelas es saber cosas de ellas cómo sus gustos. El mozo deja las bebidas pero no a quién pertenece— Madeleine prefieres el café fuerte —le digo a la rubia— con dos tostados —cambio la órden de lugar— y Aida supongo que lo tuyo es un frapuccino con crema, salsa de caramelo encima y canela en polvo, con un cupcake de vainilla —eso le sorprende a la pelinegra que abre los ojos, pero la rubia se mantiene seria.

   —A ti te gusta el té en hebras, con endulzante bien caliente y prefieres tomarlo sin comer nada.

   —Acertaste rubia —le sonrío, pero ella a mí no. Público difícil.

   —¿Por qué sabemos cosas de ti sin conocerte? ¿Por qué te sentimos cerca? ¿Por qué te alejas de nosotras? —una metralla de preguntas dispara la de ojos avellana antes de dar siquiera un trago a su café.

   Algo en esa última pregunta le dolió a Aida, y Madeleine también se dió cuenta y lo sintió, yo también sentí su dolor, pero a diferencia de la rubia que le dió la mano para reconfortala, yo bajé mi mano de la mesa y también mi mirada con algo de culpa, ellas clavaron su mirada en mí.

    —¿Entiendes que sentimos todo, verdad? —asiento— ¿Por qué haces las cosas más difíciles entonces? —es la rubia quién pregunta— ¿No te das cuenta de que no solo te dañas, sino que también nos lastima tu rechazo?

   —Es mejor que sigamos de esta manera. Miren, es largo de explicar.

   —Tenemos tiempo, así que empieza.

   Dice Madeleine fría, Aida me mira con los ojos suplicantes y entonces es mejor que les cuente todo.

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