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Primera vez: El dolor de un huérfano

El vehículo finalmente se detuvo frente a un gran edificio que no tuvo tiempo de analizar detenidamente. Era simplemente grande, y eso era todo lo que logró procesar. Su mente se sentía adormecida, como si estuviera actuando en piloto automático, con una densa neblina que le impedía percibir claramente lo que tenía delante.

—Vamos, Nate. —La voz del hombre que lo llevó hasta allí sonaba distante, como si estuviera bajo el agua, pero aún así su cuerpo siguió sus indicaciones al entrar al edificio, donde una multitud de niños de todas las edades se agolpaba para verlo de cerca, como si fuera un animal exótico en exhibición y aunque no le gustaba esa atención, irónicamente tampoco le importaba.

La curiosidad humana es algo común, especialmente en edades más jóvenes. Aun así, le parecía ridículo cómo los niños, que probablemente tenían muchas otras cosas que hacer, se reunían frente a un nuevo conocido como si fuera el evento más importante del año. De cierta manera, incluso le resultaba divertido.

—¿Es él? —Volvió a la realidad cuando una voz desconocida se acercó a sí. Al levantar la mirada, vio a un hombre de unos 40 años con expresión sonriente frente a él.

—Se llama Nate River y acaba de perder a sus padres en un accidente. Tiene 5 años y una inteligencia sorprendente, incluso para un adolescente. —La mención del reciente fallecimiento de sus padres hizo que las demás palabras se convirtieran en un zumbido incomprensible en sus oídos.

Pasaron segundos, quizás minutos, y Nate seguía con la mirada apagada fija en un punto aleatorio de la oficina, hasta que una mano adulta se posó en su hombro, obligándolo a salir de su ensimismamiento y prestar atención.

—¿Te parece Near? —¿Quién es Near? A juzgar por las miradas fijas que le dirigieron, asumió que se referían a él, por lo que asintió casi de forma automática. Ni siquiera sabía que había afirmado, pero eso era lo de menos en su mente, donde la neblina comenzaba a disiparse, otorgándole nuevamente un control parcial sobre sus acciones y pensamientos.

Sin decir ni escuchar otra palabra, salió de la oficina y cerró la puerta a sus espaldas, dejando atrás a un par de adultos que simplemente lo miraban con cierta lástima.

Una vez se encontró en completa soledad, se permitió despertar su mente, la cual poco a poco comenzó a asimilar todo lo que le había ocurrido en tan poco tiempo. Apenas el martes por la mañana se despidió de sus padres cuando lo dejaron en las puertas de su escuela, y hoy se encontraba parado en medio de los pasillos de un orfanato para genios, observando a múltiples niños y adolescentes continuar con vidas relativamente normales, tan ajenos al dolor que apenas notó que oprimía su pecho.

Caminó con lentitud y mirada perdida por los pasillos, chocando en el camino con un niño un poco más alto que corría a toda velocidad en su dirección. Al estrellar su cuerpo contra el suelo con fuerza, comenzó a llorar como si un botón en su interior hubiera sido presionado.

—¡No te cruces! —Gritó el niño, que solo veía como una silueta borrosa debido a las lágrimas que brotaban con fuerza de sus ojos.

—Ya lo hiciste llorar. —Habló otro niño mirándolo desde arriba junto al que lo derribó.

—¿¡Eh!? —El grito del primer niño lo hizo cubrir su rostro tratando de evitar que los niños, que sospechaba eran mayores, lo siguieran observando.

Sintió cómo alguien se agachaba a su altura, acariciando con cierta torpeza su cabello en busca de transmitirle calma, al menos eso supuso él.

—Vamos, enano, no llores. —Susurró el niño con el que chocó, con cierta desesperación, tal vez temiendo que lo culparan de su llanto. —Fue sin querer, ¿te lastimaste?

Si era sincero, la verdad es que ni el choque ni la caída le dolieron; de hecho, el golpe fue lo que necesitó para despertar por completo, y eso sí dolía.

—No... —Susurró finalmente, hablando por primera vez desde que llegó al orfanato; su voz sonaba algo ronca por no haberla usado desde que se despidió por última vez de sus padres.

—¿Entonces, por qué lloras? —Preguntó el niño, que acababa de notar que tenía el cabello rubio, acercándose a él para ayudarlo a levantarse del suelo donde seguía sentado.

No supo qué responder; dentro de su mente podía encontrar tantas respuestas y a la vez ninguna. Era como si cada explicación fuera simplemente una excusa para justificar las lágrimas de alguien que no tuvo el coraje de llorar en el funeral de las personas que más amaba en su vida. Eran solo lágrimas de un cobarde.

Sin saber por qué, se aferró a ese niño rubio, pidiendo silenciosamente un momento de calidez que nadie se atrevió a brindarle en esos últimos días. Quería sentirse protegido, aunque fuera por última vez.

—¿Estás bien? —Preguntó el rubio abrazando el pequeño y frágil cuerpo de quien ahora se hacía llamar Near, con la confusión reflejada en sus facciones.

Near no supo si habían pasado horas, minutos o simplemente unos breves segundos cuando finalmente se separó de aquel desconocido que parecía preocupado y confundido a partes iguales.

—Creo que lo mejor es llevarlo a un lugar más privado. —Habló el otro niño, girando la cabeza para mirar al corrillo de niños chismosos que se amontonaban a su alrededor, curiosos por la peculiar escena, murmurando entre sí y teorizando sobre el motivo de las lágrimas del más pequeño. —Cotillas.

—¡Métanse en sus propios asuntos! —Ese grito logró como por arte de magia dispersar a la gente a su alrededor, yendo en todas direcciones, incluso los más pequeños parecían asustados por el tono que utilizó el rubio. Aparentemente, era alguien temido en ese lugar; no querían meterse en problemas con él ni con nadie.

Quería alejarse de ese par, pero algo en su interior lo hacía sentir cómodo a su lado.

—¿Cómo te llamas? —Preguntó uno de los dos niños, aunque estaba tan desconcentrado que no se percató de quién fue.

—N-Near. —Odiaba el leve temblor en su voz que le impedía pronunciar las palabras con claridad, haciéndolo parecer un niño pequeño, aunque claro, eso es lo que era; simplemente no le gustaba que lo vieran así.

—Mucho gusto, soy Matt y este idiota es Mello. —Se presentó el pequeño castaño con una sonrisa amistosa que parecía contagiar alegría a cualquiera que lo mirara el tiempo suficiente.

—¿Por qué lloras, enano? —Preguntó Mello, sin tener la sensibilidad que se esperaría ante un niño con la nariz roja y los ojos húmedos por el llanto.

Near lo miró fijamente sin emitir respuesta, con el miedo de abrir la boca y soltarse a llorar nuevamente, pues incluso en ese momento, pequeñas lágrimas reposaban en la comisura de sus ojos, intentando recorrer sus mejillas en un viaje sin retorno.

—Toma. —Volvió a hablar Mello al notar que su pregunta no recibiría respuesta.

Levantó su cansada mirada, notando cómo entre las manos del rubio se encontraba un pequeño robot de juguete de color blanco, no más grande que la palma de su propia mano. —Te lo regalo si dejas de llorar.

Con mano temblorosa, agarró el juguete envolviendo sus dedos alrededor de él, como si fuera un salvavidas que lo mantenía anclado a la realidad.

—¡Bienvenido, Near! —Exclamó Matt con una cálida sonrisa, extendiendo los brazos para abrazar a Near de forma lateral. Near respondió con una leve sonrisa de cortesía, secando los últimos rastros de sus lágrimas.

Porque la primera vez que Near lloró, Mello y Matt lo consolaron, brindándole esperanza y la calidez que creyó perdida atrás el fallecimiento de sus padres.









Portada hecha por Xx_MattGemitas_xX

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