Pastel De Mora
Capítulo dedicado a: RikuxTowaa, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
A Kageyama Tobio le encanta el pastel de mora. Shoyo lo recuerda claramente, ya que durante su época de preparatoria, no era raro que después de comer un bollo que les compraba Daichi, Kageyama saliera con algo como: «Hinata, vamos a la pastelería, quiero pastel de mora». Todas las veces Shoyo lo acompañó, todas las veces Shoyo fue testigo mientras se comía su tarta de fresas que Tobio le compraba, como el mayor devoraba su pastel de mora.
La ilusión que mostraba en sus ojos, un brillo incomparable. El movimiento de su boca al masticar y ser silencioso en todo momento. Shoyo no pudo evitar creer que una de las adoraciones de Tobio en la vida (dejando de lado al voleibol por unos segundos), era el pastel de mora.
Shoyo nunca fue bueno cocinando.
Al principio, cuando empezó a vivir con Tobio era un pan de cada día comer comida ligeramente quemada. Ni hablar de la etapa del embarazo, donde los intentos de Shoyo se iban entorpeciendo por sus cambios de humor, y al pequeño error, empezaba a llorar. Por supuesto, con el paso del tiempo, mejoró demasiado: la comida ya no sabía quemada, la comida que llevaba huevos ya no venía incluido con cáscaras y el arroz ya no estaba salado.
Tobio se sintió orgulloso de los logros de su pareja, y con la mejora de Shoyo, pudieron dividir la cocina entre los dos. Sin embargo, no importando cuánto hubiera mejorado, siempre había un nivel del cual no podía pasar, ¡como un jefe final de un videojuego!
El jefe final era el pastel de mora casera. Durante todos los nueve años que llevaban casados, y todos los cumpleaños de Tobio, empezó a tratar de hacerle un pastel de mora.
El primer y segundo año salió una tarta líquida.
En el tercero fue demasiado dulce.
En el cuarto año estaba aguada.
En el quinto año tenía buena forma, pero no sabía a nada, muy insípida.
En el sexto año y séptimo año, tenía forma, pero era tan empalagosa que no podías comer más de un bocado al día.
En el octavo año estaba agria.
El noveno año...
—¡Feliz cumpleaños, Kageyama! —Hoshiumi gritó con emoción al hombre que buscaba a alguien entre los invitados de la sala, Tobio volteó a ver al chico de cabellos blancos, dando una reverencia amable.
Tobio buscaba a Shoyo. Lo único que recordaba antes de ir al baño era ver al sonriente chico abrigando a Hishou con prendas extras por el frío invernal, cuando su hijo le expresó su deseo de querer salir a jugar con Hiroshi, Hiro y Misato por la reciente nevada. La navidad ya estaba a la vuelta de la esquina. A tres días, específicamente.
Completamente abrigado, salió de la casa, topándose a los cuatro niños jugando, a medio proceso de crear un muñeco de nieve. Hishou se veía radiante, feliz y emocionado, con un poco de nieve sobre la punta de su nariz tras una guerra de bolas de nieve que inició Hiroshi, pero no parecía sentir frío. El hijo de Kageyama tenía una chamarra de color café claro, con una enorme bufanda verde donde escondía parte de su boca y barbilla, dando la impresión de que su rostro era muy redondo.
Al salir, se le escapó un respiro y dejó a su paso su aliento congelado. Afuera se encontraban Noya y Tanaka, jugando con los chicos, mientras reían con fuerza y les enseñaban a los cuatro infantes, cómo hacer el muñeco de nieve perfecto (realmente sólo disfrutaban demasiado ver como la inocencia natural de los niños, permitía que los vieran con admiración: «Tanaka-senpai», «Noya-senpai»). Tanaka y Noya no tenían hijos, ni tampoco daban indicios de querer formar una familia de ese estilo, pero eran realmente amables con los hijos de sus amigos, los cuidaban y les enseñaban varias cosas.
Tobio giró su cabeza, hacia la pequeña terraza sin barandal de la entrada, y ahí estaban sentadas las dos féminas invitadas: Yachi y Kiyoko, hablando tranquilamente. Cuando sus ojos azules chocaron con los ojos a través de las gafas de la mujer mayor, el hombre sintió la necesidad de preguntarle a ella, al no ver rastro de Shoyo afuera.
—¿Han visto a Shoyo? —cuestionó, y las dos chicas negaron casi a la par.
—Hemos estado aquí un rato, y no ha salido —completó la información Kiyoko Tanaka, dando un asentimiento certero y actuando con seriedad.
Kageyama arqueó sus cejas ante esa respuesta y sólo pudo agradecer, antes de volver a ingresar al interior de la casa. Seguiría buscando por todos lados para ver si lograba visualizar su figura. Su desconcierto logró llamar la atención de Akira, quien estaba sentado en el sofá tratando de entrar en calor al tomar un poco de ponche, mientras veía como su pareja, Yutaro, empezaba a cantar con euforia en el karaoke improvisado que trajo Ennoshita para animar el ambiente.
Cuando pasó a su lado, Akira Kindaichi, con toda la fuerza de voluntad que claramente no tenía, su temblorosa mano logró tomar del brazo a Kageyama, y lo obligó a mirarlo.
—¿Buscas algo?
—A Shoyo —respondió el mayor con mucha facilidad. Akira Kindaichi abrió sus ojos con mayor medida y empezó a pensar, recordando en el proceso que cuando Shoyo desapareció, Tobio había ido al baño—. ¿Lo has visto?
Y algo conectó dentro de la mente del serio chico adormilado.
—Recuerdo verlo ir por el pasillo del fondo y después ya no lo volví a ver —contestó, dejando completamente quieto a Tobio porque no pensó en buscar en las habitaciones primero. Claro, tal vez tenía sueño y se fue a dormir—. Creo que llevaba algo en las manos, pero no alcancé a ver qué era.
Tobio tuvo un mal presentimiento, con esa última frase, al saber por dónde iba la cosa. O más bien, sabía a qué alimento se refería Akira con: «llevaba algo en las manos».
Como lo esperó, apenas abrió la puerta, se topó con Shoyo sentado sobre la cama que ambos compartían, a oscuras, en sus manos tenía la tarta de mora, ese bendito pastel que Shoyo siempre trataba de hacerle durante sus cumpleaños, y por eso se veía obligado a comerse muchos desastres hechos por él. Esa vez, diferente a otros años, la tarta nunca le fue entregada, el menor ni siquiera la mencionó. Tobio pensó que Shoyo no la había hecho ese año.
Pero ahora la volvía a ver, esa noche, siendo ya comida una buena parte por el estático Shoyo que lo miraba sorprendido, con sus grandes ojos cafés derramando lágrimas que rodaban por sus mejillas infladas por la comida.
Aun así y en esa situación vergonzosa, el chico de menor estatura sonrió entre sus lágrimas, y con rapidez, pasó la manga de su suéter por sus ojos, limpiando el agua que quedaba y tragando el pedazo de pastel.
—¿Qué pasa, Tobio? —habló y a su vez rezó con todas sus fuerzas, deseando que su voz no se oyera cortada y por la oscuridad de la habitación, Kageyama no se diera cuenta de la situación.
—Más bien, ¿qué te pasa a ti? —interrogó el más alto con seriedad, entrando por completo a la habitación tras escuchar desde afuera como Kindaichi en lugar de cantar, pegaba unos fuertes gritos desafinados pero que salían del fondo de su corazón. Al cerrar la puerta tras él, el silencio reinó y el ruido afuera se calló sólo un poco para Kageyama. Ahí sólo existían los dos.
—No me pasa nada... —afirmó el de cabellos naranjas, tratando de cambiar el tema de conversación y fingiendo indiferencia.
Tobio lo miró a la cara por un buen rato, y en medio de la oscuridad, Shoyo se dio cuenta de que no podía mentir. Al final, el adulto terminó dando una pequeña risa rota y miró su novena creación mal hecha.
—Honestamente me emocioné cuando vi que la tarta tuvo buena forma, pero cuando la probé, me di cuenta de que estaba muy agria —contó los hechos, volviendo a enterrar la cuchara en la comida y sintiéndose desnudado cuando Tobio por fin encendió la luz. Así vería las huellas de sus lágrimas en su cara, y peor aún, en su garganta se formaba un nudo y sus ojos informaban que volvería a llorar en cualquier momento.
—¿Y por eso te estás comiendo mi pastel? —cuestionó con autoridad el de ojos azules, empezando a acercarse a la cama y llegándose a sentar a un lado del adulto que apenas escuchó esa pregunta, empezó a llorar como un niño pequeño.
—Siempre te comes mi tarta, ¡sabe fea! —sollozó Shoyo, no haciendo nada cuando Kageyama le quitó de las manos el pastel y la cuchara con la rebanada. A pesar del llanto de Shoyo, Tobio no tardó en meter a su boca la cucharada de pastel, forzándose a cerrar uno de sus ojos y no escupirla ahí mismo por lo agria que estaba.
Shoyo lo miró sorprendido y trató de quitarle la cuchara, fallando en vano porque los reflejos veloces de un colocador acostumbrado a un rematador veloz no se lo permitieron.
—Pues sí, es mía —incentivó el hombre, alzando sus hombros y no entendiendo su punto. Shoyo arqueó sus cejas hacia abajo, molesto y preparándose para dar un reclamo certero.
—¿A quién le gustaría comerse una tarta que está aguada, o que está muy dulce o muy agria? —respondió el chico de ojos cafés, empezando a enojarse por la simpleza con la que Kageyama se tomaba las cosas—. ¡No te volveré a dar una tarta hasta que ésta sepa bien! Por lo mientras, me las comeré yo... —informó, dejando en blanco a Tobio, quien no le tomó mucha importancia a esa declaración y volvió a meter la cuchara en la tarta, sacó otro pedazo y se lo metió a la boca.
Shoyo se sintió un perdedor al ver a Tobio ignorando sus palabras.
—Cada que haces una nueva cada año, sabe mejor. Por ejemplo, a ésta sólo le falta más azúcar, pero todo lo demás está bien hecho —concordó y asintió tras haber pasado el bocado. Shoyo escuchó esas palabras, y pudo ser testigo de como su esposo delineaba una sonrisa algo torcida y el rubor empezaba a inundar su cara, preparándose para seguir hablando—. A pesar de que fallas mucho, nunca te rindes, eso siempre me ha gustado de ti. Ta-también me hace feliz que quieras hacerme un pastel de mora todos mis cumpleaños —confesó el mayor, viendo como el chico que estaba parado frente a él, empezaba a dibujar una honesta sorpresa, empezando él también a ruborizarse y sintiendo como su corazón empezaba a latir demasiado rápido dentro de su pecho—. A-así que, siempre que tú las hagas para mí, yo me las comeré, ¿lo entiendes?
Esa pregunta salió de los labios del número 10, logrando que Shoyo volviera a sollozar y en medio de su cara empapada en lágrimas, una sonrisa azotó sus labios y estiró sus dos brazos al aire, para que Tobio captara que quería un abrazo. Al principio el jugador profesional entró en pánico al tener el pastel en las manos, sólo atinando a dejarlo sobre el buró a un lado de la cama y torpemente estiró sus brazos, esperando que el menor corriera a sus brazos.
—¡Tobio, cásate conmigo! —chilló Shoyo con euforia, lanzándose en los brazos de su pareja que se encontraba sentado a la orilla de la cama y lo recibió.
Shoyo se sentó arriba de las piernas de Tobio, y se aferró con fuerza a su pareja, sintiendo calidez cuando el mayor pasaba sus largos dedos suaves sobre sus hebras naranjas y uno de sus dedos delineaba su espalda.
La posición en la que ambos estaban fue beneficiosa para que ambos se miraran a la cara, y entre carcajadas dadas por el que era más expresivo de los dos, aceptó que su pareja pasara sus dedos sobre su rostro y le limpiara las lágrimas.
—¿Está bien que nos casemos mañana? —relató Tobio, logrando que Shoyo apretara más el abrazo, y con el color rojizo en su cara empezó a asentir con rapidez, estando de acuerdo con la petición y sólo atinando a besar la frente de su pareja, tras apartar con sus manos, sus lacias hebras de su frente.
—Feliz cumpleaños, Tobio —felicitó Shoyo, volviendo a reír entre su felicitación y viendo como el mencionado se ponía ligeramente rojo ante esa afirmación, antes de corresponder tímidamente el abrazo de su pareja al colocar sus dos manos en su cintura.
Desde que estaba con Shoyo, sus cumpleaños habían dejado de ser solitarios, la ausencia de sus padres tras la muerte de su abuelo en esas fechas, se opacaba por todos los invitados divirtiéndose en la sala, la presencia del pequeño Hishou y de Shoyo. Tobio era muy feliz.
Afuera del cuarto se alcanzó a escuchar la carcajada de la joven Natsu tomando el micrófono, todos estaban en la sala, mientras ella anunciaba que cantaría una canción navideña. Sí, El Burrito Sabanero empezó a sonar mientras Tobio besaba la mejilla de Shoyo y se empezaba a portar cariñoso con él al mimarlo.
Sí, esa noche los dos fueron demasiado cariñosos.
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