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Oikawa & Las Sorpresas

Oikawa estaba consciente de que Tobio Kageyama y Shoyo Hinata se habían casado, y él no había podido asistir por estar enfrascado en su sueño, literalmente, al otro lado del mundo. Por supuesto, cuando Shoyo le contó eso, no pudo evitar felicitarlo, y de cierta forma también le quiso mandar sus condolencias (sin embargo, no lo hizo, porque por unos instantes había creído sentir a Iwaizumi detrás de él, acariciando una perfecta pelota de voleibol que luego se impactaría contra su nuca). Cuando giró y no vio a nadie, su paz mental volvió y lo único que pudo hacer al recibir la foto de la celebración que había pasado, fue maldecir la imagen de un Tobio sonriendo como un mocoso al que forzaban esa mueca para una fotografía escolar, con su boca más abierta de lo normal y su dientes y ojos le daban una apariencia aterradora. Si no fuera porque conocía a ambos, hubiera creído que su querido amigo Shoyo conoció lo paranormal al tomarse una foto, y a un lado de él, se había presentado un ser de aspecto grotesco. 

Bien podría enseñárselo a alguno de sus compañeros del equipo nacional de Argentina, y apostaría que pensarían lo mismo.

Aunque le boda no era algo que le extrañara del todo, porque ya lo presentía desde que los veía demasiado juntos en preparatoria, con sus sonrojos casuales y sus obvias miradas de enamorados. Su teoría se reforzó cuando se encontró con Shoyo en Brasil y lo nervioso que se ponía cuando mencionaba a Tobio. Pero algo que sí fue lo más raro que notó esa mañana, fue cuando abrió su Twitter en su celular mientras desayunaba esa mañana para ver todo lo nuevo. Ingresó un pedazo de cereal a su boca, y masticó con absoluta calma, bajando para ver lo que encontraba.

Primero encontró algunas fotos de su compañero de equipo que se había tomado con su novia, todo bien.

Luego encontró una foto de Kindaichi completamente de pie y con una mochila puesta en sus hombros, alrededor de su espeso cabello que siempre iba hacia arriba, unas flechas rojas lo señalaban; la foto lo había subido Kunimi y se podía leer claramente en la publicación: «¿verdad que parece un nabo?», todo bien.

La siguiente publicación consistía en un hilo que decía: «20 pruebas de que los aliens existen y están entre nosostros», interesante, lo leería cuando regresara de su práctica matutina.

Bajó más y se topó con una publicación de Shoyo en su cuenta privada... ahí fue cuando todo se cayó por la borda.

Oikawa dilató sus pupilas y por mero impulso terminó por escupir su cereal de su boca por la sorpresa: en la fotografía no salía el querido jugador Shoyo Kageyama de MSBY, más bien se mostraba al idiota de Tobio vistiendo su chamarra deportiva de los Adlers, y en uno de sus brazos cargaba con un mocoso de aproximadamente un año de edad, idéntico a él... ¡idéntico a él! La descripción era fácil y sin muchas vueltas: «Hishou y Tobio. ❤».

¿Qué significaba eso? ¿Tanto había pasado desde que él se fue de Japón? ¿Cómo era posible que Tobio se reprodujera tan rápido? ¡Qué precoz!

—El mocoso se parece demasiado a Tobio-chan... —aseguró Oikawa, dejando de desayunar con el mismo humor que había iniciado, para tomar entre sus dos manos su teléfono y enfocarse en el descubrimiento del siglo. No importaba cómo los viera, lo único que cambiaba en ellos era la edad y la ropa, y un poco en la apertura de sus ojos, el mocoso llamado Hishou los tenía un poco más abiertos, el único rasgo que había heredado de Shoyo. Tragó grueso y una de sus cejas tembló: los mismos ojos azules que se perdían en la indiferencia, tenían la misma sonrisa torcida y digna de una película de terror, la misma nariz, los mismos cabellos lacios y casi peinados igual. No importaba que lo viera mil veces, era como de esos juegos donde te pedían encontrar las diferencias: ¡pero casi no habían!—. Dos Tobio-chan... —murmuró, enredándose en sus propias palabras.

Era increíble que no se hubiera dado cuenta, nunca supo cuando fue que Shoyo se embarazó, o cuando nació Hishou. Ahora que lo pensaba, había estado muy desconectado de las redes sociales desde que se había peleado con Iwa hacía dos años atrás, y había hecho un berrinche, diciendo con dramatismo que no quería volver a hablar con él. Su mente se perdió en el espacio, recordando que hasta hizo un anuncio algo exagerado —muy exagerado— en Twitter tras eso, y se distanció de las redes sociales excepto YouTube. Su enojo con su pareja fue estúpido y se reconciliaron casi al día siguiente, después se perdió del mundo a su alrededor y se enfocó en su carrera.

Pensó que no muchas cosas habían cambiado, pero ahora llegaba y se enteraba de repente que uno de sus mejores amigos había tenido un hijo con un tonto, y que el hijo había salido igual al tonto. ¡No se había preparado para una invasión de Tobios!

La curiosidad lo mató, y terminó por ingresar al Twitter personal de Shoyo donde sólo sus amigos más personales podían consultarlo, y empezó a explorar en las imágenes y publicaciones para ver que más podía encontrar. Ahí Oikawa pudo encontrar algunas fotografías de Shoyo con su equipo, haciendo poses extrañas con sus manos simulando garras y sacando la lengua, fotos mal enfocadas de Kageyama y de vez en cuando se le presentaban imágenes de Hishou Kageyama.

Oikawa las observó en silencio, inflando un poco sus mejillas y completamente molesto, sin una razón realmente válida. Sólo era él siendo él. Su propia personalidad madura, «casta y pura» (según él), sacaba a relucir su actitud más inmadura cuando se trataba de Tobio.

Vio varias imágenes del mocoso. A veces era acompañado de Shoyo, a veces con Tobio y a veces estaba esa pequeña familia completa. El corazón áspero de Oikawa se empezó a chocar, hasta que encontró una fotografía donde el pequeño niño (sí, ya no era mocoso, era niño) estaba dormido a un lado de Tobio, los dos completamente arropados y mostraban facciones iguales: tenían la boca abierta de par en par y parecía que el alma se les iba del cuerpo. Oikawa no pudo aguantarlo más, un rubor inundó sus mejillas y sus pupilas temblaron. Tuvo que inflar sus mejillas para no dejar escapar un grito, y colocó una de sus manos abierta sobre sus ojos para cubrirlos.

«Me rindo, el niño es muy tierno», aceptó la derrota en su mente.

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