El Secreto De Kageyama Tobio
Capítulo dedicado a: laspequitas_dYams y Ashal_Kageyama910, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
Cuando llegaba el año nuevo era demasiado normal para la familia Kageyama visitar el primer día de enero el templo más cercano a la casa, buscando pedir por buena fortuna, para que el año venidero fuera muchísimo mejor que el anterior. Tener que esperar en la fila era un poco cansado y agotador para Shoyo, con el impulso de estar moviéndose por todo el lugar. Kageyama, completamente quieto, ingería un pequeño atole blanco que vendían en la entrada del templo, una bebida caliente que lograba hacer sentir cálido con el primer trago.
Hishou también se había visto limitado en sus movimientos, siendo un niño inquieto por naturaleza, tuvo que permanecer la mayor parte del trayecto formado, sin moverse de más. Una estrategia algo sucia de parte de Tobio, pero que había servido sin que su hijo sospechara: darle algo caliente para que no se pudiera mover mucho y no terminara perdido en el templo. Tobio se sentía orgulloso de haber perfeccionado sus dotes de paternidad en los siete años que llevaba con ese bonito regalo.
Una brisa de aire helado recorrió el templo, haciendo clara alusión al frío que haría y así se iniciaría el nuevo año. Hishou estaba abrigado hasta más no poder, con grandes chaquetas que Shoyo le había colocado por su insistencia y su terror de que se enfermara, junto con orejeras, bufanda y gruesos guantes, todas de color verde (el color favorito de Hishou) para soportar el frío.
—Creo que el clima no cambiará en el transcurso del día —habló Shoyo, aceptando la invitación de su pareja para que tomara un poco del contenido caliente que guardaba el vaso compartido. Después de un pequeño trago y que Tobio lo alejara de él, pudo pasar su lengua por sus propios labios, para limpiar los rastros que quedaron.
—Según el pronóstico del tiempo, se cree que hoy en la noche podría llegar a nevar otra vez. —Encaró sin una pizca de tacto lo que había visto en las noticias Tobio, logrando que Shoyo tuviera un obvio escalofrío como contestación.
—Significa que hará más frío —exclamó con un posible traqueteo en su cuerpo. Tobio no dijo nada al principio, dando un vistazo hacia arriba con completa felicidad honesta que no fue mostrada en su imperturbable rostro; pero estaba atestado de calidez, desde que conoció a Shoyo su pecho se sintió de esa manera, como si una bolsa térmica se hubiera pegado a su abdomen y por eso siempre se sentía cálido—. ¡Regresemos corriendo a casa para entrar en calor...!
—Buena idea. —Se limitó a decir, dando un vistazo al cielo, guardando absoluto silencio cuando sus pupilas azules captaron todo el horizonte cubierto de nubes. Y recordó sus momentos de soledad de secundaria, su encuentro con Shoyo que significaba demasiado para él, a todo el Karasuno, el deporte que se volvió tan divertido al jugar con ellos, la graduación, su separación por el viaje de Shoyo a Brasil, su reencuentro, sus partidos en equipos contrarios, su boda, el nacimiento de Hishou y su crecimiento, la selección nacional japonesa, los momentos que había vivido. Todo lo que alguna vez pensó que era horrible, todo lo que creyó que no valía la pena, la bella emoción prematura de muchas experiencias felices, nunca las cambiaría por nada. De verdad, esperaba vivir más momentos así.
—¿Tobio? —El de hebras naranjas picó una de sus mejillas, queriendo llamar su atención. La fila volvió a avanzar cuando dos amigas que habían ido a pedir unos cuantos deseos al templo y a dar las gracias ya se retiraban. El mencionado regresó a tierra firme, volviendo a encontrar la mirada curiosa de esa persona especial que le había dado mucho color a su vida—. ¿Te pasa algo?
Tobio no respondió, ni siquiera se preocupó en atreverse a negar con pequeños movimientos de su cabeza. Se quedó en completo silencio, mirando cara a cara al hombre que era mucho más bajo que él. Eso, como era de esperarse, sólo logró que Shoyo se sintiera un poco alerta, como un pequeño animal que había estado desprevenido y ahora estaba a su merced. No fue extraño que tratara de tomar su distancia, bajara sus cejas hacia abajo y se preparara para reclamar con su clásico: «¿quieres pelear?»
Sin embargo, ninguna de las acciones anteriores pudo llevarse 100% a cabo, debido a que al tratar de retroceder, fue lo suficientemente lento como para que Kageyama lo apresara al pasar uno de sus brazos alrededor de sus hombros. Lo pegó a él, y cuando el menor trató de buscar una respuesta a ese comportamiento al levantar su vista y abrir un poco sus labios, fue el momento perfecto de Tobio para darle un beso. No duró mucho ni tampoco fue uno largo y de esos extraños. Hishou vio las acciones de su padre, con un claro gesto de terror bien marcado en sus infantiles facciones, y trató de llevarse la atención de su progenitor al tomar su mano con una rapidez impresionante.
Cuando se separaron, Shoyo estaba demasiado ruborizado y se quedó completamente mudo cuando Tobio continuó dándole mimos de repente, besando su frente en tres ocasiones seguidas hasta que por fin se dignó a soltarlo.
—¿Qué te pasa tan de repente? —cuestionó, un poco dubitativo ante la idea de ver a Kageyama tan ansioso por alguien. Hishou volvió a darle un tirón, sacando un gruñido por su desventaja, y Shoyo tuvo que voltear a verlo por mero impulso paternal—. ¿Qué pasa, Hi-chan? —cuestionó, al notar demasiado ansioso al pequeño niño abrigado de pies a cabeza que trataba de llamar su atención, correspondiendo el agarre de su mano sin perder el tiempo y darle una sonrisa amable. Hishou se sintió en el Cielo, sus pequeñas irises azules temblaron y se pegó por mero impulso todavía más a la persona que siempre lo hacía sentir a salvo.
De una u otra forma, eso sí logró generar un impacto un tanto negativo en Tobio, al sentirse excluido por los actuares tan extraños de su hijo y terminó por tomar su decisión. Entre la bebida caliente y la multitud en el templo, Kageyama apegó más el cuerpo de Shoyo contra su cuerpo, y el integrante menor de la pequeña familia soltó un grito consternado, antes de oscurecer sus facciones y apretar más la mano de su padre. El número diez de la selección japonesa, se quedó completamente quieto, sintiendo como se recargaba en el pecho abrigado de Tobio y Hishou jalaba de él para que lo soltara: dos personas importantes para él, muy similares en cuanto a apariencia, se peleaban por él.
Kageyama vio a Shoyo una vez más, y luego observó a Hishou (quien lo miraba con un enojo nada disimulado). Shoyo terminó por suspirar cuando la fila avanzó una vez más, y esa pequeña pelea se detuvo a medias.
—¿Ya sabes qué vas a agradecer y pedir en el templo? —aludió de repente la amable voz de Shoyo Kageyama al hablarle, con un poco de emoción plasmada en su cara a su esposo.
Kageyama asintió y volvió mirar a ambos. Hishou ya tomaba otro trago de su bebida.
—Supongo que agradeceré por poder tener lo más importante en mi vida, y pedir que pueda seguir con eso por siempre —confesó, apartándole la mirada. Así no pudo ver el rostro para nada disimulado de Shoyo al tratar de bromear con él.
—¿El voleibol?
—No... —aseguró sin vacilar, dando un pequeño vistazo al frente cuando tres jóvenes de preparatoria por fin decidieron alejarse del templo y pasaba el siguiente pequeño grupo. Después, irían ellos—. Ahora tengo algo más importante que el voleibol —aseguró, volviendo a mirar a ambos.
—¿Y qué es?
—¡No te diré! —afirmó el mayor, estallando en rojo y siendo sincero en todo momento.
Despedida
Dos de enero, el cumpleaños de Hishou número ocho.
Hishou sabía lo inevitable desde días atrás por palabras de Ryusei. También Shoyo y Tobio le explicaron la situación.
Hishou recibió muchos regalos, desde un enorme pastel que le dieron sus padres, y su pequeña fiesta sorpresa donde estaban todas las personas importantes para el pequeño chico de cortos cabellos lacios y potentes ojos rasgados. El único que no pudo estar presente durante su fiesta fue el señor Asahi, debido a cosas del trabajo en el extranjero, pero esa mañana, el amable hombre le había mandado un mensaje de felicidades por medio del contacto de Shoyo, y su pareja Noya le iba a entregar un regalo de su parte.
Nishinoya estuvo todo el tiempo pegado a él, al igual que Tanaka. Kiyoko Tanaka, la bella mujer de cortos cabellos y rostro apacible y tranquilo, fue la principal fotógrafa de la fiesta y Yachi prometió ser la que decorara las fotografías. Hishou, con su enorme gesto emocionado, miró a ambas féminas, y les pidió que las fotos donde estaba soplando las velas, debían de verse grandes y brillantes.
Shoyo estuvo llorando a mares, lleno de felicidad y euforia cuando la melodía de la canción y las voces desafinadas se deshacían en el ambiente, las velas se apagaban y Hishou pedía un deseo, Tobio tuvo que darle unas pequeñas palmadas en la espalda para calmarlo. El cumpleaños de Hishou era un día después del inicio oficial del año, una tradición extremadamente linda ya que siempre en sus cumpleaños terminaban jugando los típicos juegos de esas fechas.
Hiroshi Sawamura, Hiro Sawamura, Ryusei Tsukishima, Misato Kindaichi y Hishou Kageyama; era el habitual grupo de niños que se reunía para jugar casi todas las tardes. El jefe era Hiroshi, el de mayor edad, con nueve (casi diez años); los segundos eran Hishou y Ryusei, que sólo se llevaban un mes de diferencia. Los más pequeños eran Hiro y Misato, con seis y cinco años. Aunque no era muy habitual ver a Misato por ahí, ya que era el que más lejos vivía y con eso, asistía a otra escuela. Ese grupo de niños se divirtió a lo grande durante el cumpleaños de Hishou. Tanto, que Hishou terminó olvidando todo, entre risas infantiles, partidas amistosas y la plática y burla de los adultos, llegó al punto menos esperado.
—¡Nos vemos mañana, Hishou! —Se despidió Ryusei, perdiendo desde tiempo atrás los honoríficos en los nombres de los chicos de su edad o menores a él, con su enorme sonrisa y su mano moviéndose en una despedida temporal. Hishou amplió su sonrisa, sus ojos azules eran igual de inexpresivos que los de su padre Tobio, pero todos pudieron ver ese pequeño rastro de tristeza saliendo de ahí.
Normalmente, en las fiestas que hacían los antiguos miembros del Karasuno, era costumbre que éstas acabaran muy tarde. La familia Tsukishima siempre estaba presente a pesar de la cara de pocos amigos que cargaba Kei, también, siempre eran de los últimos en irse, pero esa vez, eran los primeros.
El sonriente rostro lleno de pecas de Ryusei se despedía de él, y movía sus manos con impaciencia mientras su otra pequeña mano era sostenida por la de Tadashi. Hishou sonrió, y Shoyo no se atrevió a decir nada cuando su pequeño hijo daba indicios de querer llorar.
Que mañana se verían de nuevo, sería una mentira, ¿verdad?
Ryusei le decía esa mentira para no lastimarlo.
La mudanza ya había llegado desde la mañana, esa tarde ya era de noche, muchas veces Tsukishima salió de la reunión con teléfono en mano, el impenetrable gesto de Tobio cruzado de brazos, Shoyo acercándose a Tadashi para darle un abrazo y deseándole suerte en el trabajo porque fue transferido a la prefectura de Hyogo, en la sede principal de la empresa.
Misato fue el primero en salir corriendo hasta Ryusei, antes de abrazarlo, alejándose de Akira Kindaichi demasiado rápido que cuando menos se dio cuenta, ya había saltado a los brazos de Ryusei, para despedirse de él. El pequeño chico de lacios cabellos negros, cejas gruesas y ojos oscuros, terminó por reír en medio del abrazo que Ryusei tardó un poco en corresponder.
Luego, Ryusei alzó la vista, y a través de sus pequeñas gafas pudo ver a Hiroshi y Hiro acercándose a un lado de Hishou. Hiroshi movía su mano con torpeza, con una sonrisa y lágrimas en los ojos; Hiro copiaba su acción, sólo que tenía una gran sonrisa en su cara, sin entender del todo qué pasaba. Pero Hishou ni siquiera se despidió, en algún momento, las manos a sus costados se habían hecho puños, los apretaba con fuerza, su cara se puso roja y tenía sus cejas hacia abajo, inflando sus mejillas y con sus ojos al borde de las lágrimas.
—El tren se irá pronto, deberíamos de irnos ya —aseguró Kei, teniendo su típica cara seria y tratando de evitar la cara llorosa de Nishinoya y su silueta que ya corría hasta él. Se dio cuenta tarde, cuando Nishinoya ya saltó sobre él. Koushi y Tanaka también lo hacían, pero habían aprendido a ser un poco más discretos desde la boda de Tobio y Shoyo.
—¡Te iré a visitar diario! —advirtió Noya a Tsukki. El mayor tuvo un temblor en su ceja y le evadió la mirada, con un leve rubor en su cara.
—No te molestes, por favor...
Hishou apretó más sus dientes y frunció más su ceño. Ryusei le dio una última caricia a Misato, y cuando éste se separó para ir a buscar a Kindaichi, Ryusei caminó hasta donde estaba Hishou.
Ryusei sonrió con suavidad, pero Hishou ni siquiera lo notó, no quiso levantar la cabeza.
—Nos veremos, Hishou —soltó de pronto el chico que era unos cuantos centímetros más bajo que él. Fue en ese momento, donde el susodicho levantó la mirada de golpe, topándose con el chico rubio que tenía una diminuta y apacible sonrisa en sus facciones. Suficiente para que las lágrimas terminaran por desbordarse—. Nos volveremos a ver, lo prometo, papá me dijo que podríamos hablar por teléfono una vez a la semana, y que puede que algún día vengamos a visitarlos —contó con una gran sonrisa el chico, dejando que Hishou empezara a sollozar, sorbió sus mocos y todo cayera poco a poco. Shoyo observó a Kei al oír esa revelación de parte de su hijo, y el hombre implicado no pudo hacer más que evadir la mirada. Tadashi Tsukishima sonrió con levedad—. ¡Así que definitivamente nos volveremos a ver!
Hishou no respondió, volvió a bajar la vista y se perdió en sus lágrimas. Ryusei eliminó de su boca su sonrisa casi al instante, y en menos de unos segundos, al no recibir conversación del chico de cortos cabellos negros, giró sobre sus talones y caminó de nuevo hasta atrapar la mano de Tadashi, quien correspondió al instante.
Hishou escuchó la última despedida, los gritos alterados del rubio mayor porque Yuu se aferraba más a su abdomen, y las dos manos de Tobio posándose en sus hombros al querer consolarlo, lo hicieron reaccionar. No vería a su mejor amigo dentro de mucho tiempo, su corazón se sacudió ante esa idea, por lo que no fue extraño que levantara la mirada y observara la pequeña silueta de Ryusei alejándose.
—¡Te voy a esperar! —gritó Hishou, con su cara completamente roja y su rostro algo arrugado por haber llorado. Ryusei giró con sorpresa y detuvo su andar, deteniendo a Tadashi de la misma forma. Sus pupilas verdes estaban temblando en el aire, y un pequeño color rojizo inundaba sus facciones infantiles. Hishou parecía hablar en serio—. ¡Prometo esperarte, así que tienes que volver!
Ryusei, al oír esas palabras, tardó un poco, quedándose congelado en su sitio y sólo atinando a que sus lentes resbalaran del tabique de su nariz; pero terminó dibujando una enorme sonrisa en su cara.
—¡Te lo prometo!
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