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Cuando Kageyama Tobio No Está En Casa

Capítulo dedicado a: sunflowersoflove, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!

Shoyo dejó que el delicioso aroma a arroz recién hecho ingresara por sus diminutas fosas nasales. Por el momento, sólo se encontraban él y su pequeño en el comedor que estaba en la misma habitación que la cocina. El aspecto tradicional japonés de su hogar era bastante acogedor y único para la pequeña familia constituida por tres integrantes, a pesar de que la mayoría de las casas de la zona cercana eran similares: con suelos que no eran de azulejo y puertas corredizas que no tenían seguro alguno, era tranquilo y único. Tobio no se encontraba en casa por cuestiones de la selección nacional japonesa, y a Shoyo le tocara al día siguiente asistir, así que justo ese día estaba tranquilo, seguro de todo, teniendo a su niño de cinco años sentado en la mesa, a su vista. Parecía entretenido jugando con la cuchara y un tenedor, como si imitaran las poses de dos jugadores: un armador y un rematador con una pelota invisible y mucha imaginación. Él, por su parte, estaba demasiado enfocado preparando en el sartén el pedazo de chuleta que acompañaría el arroz con las verduras cocidas.

Todo calmado, no había nada que perturbara la paz que golpeaba su cuerpo y creía que podría permanecer así para siempre. El de hebras naranjas creía eso.

Claro, como siempre, ese tipo de pensamientos atraían las desgracias, y el sonido agudo de un jarrón de decoración que Asahi les regaló el día de su boda y que había estado colocado en el pequeño pasillo que daba a la entrada de la casa, avisó de antemano que no sería la excepción cuando cayó fuerte contra el piso. Hishou se puso de pie en su lugar, con una rapidez y reflejos excepcionales, su cuchara y tenedor los soltó y el mayor sólo pudo notar como el infante empezaba a temblar mientras su vista azulada se posaba contra el mantel de la mesa, y su mirada aterradora se agudizaba, se agudizaba. El único adulto presente en casa sintió que el mundo se le caía en pedazos.

«¿Llegó Tobio? Pero, no estoy seguro de haber escuchado la puerta recorrerse. Además, siempre es ruidoso, así que sí hubiera tirado algo, empezaría a gritar del susto», empezó a descartar la posibilidad más lógica, aceptando que después de ese ruido sonoro, todo había quedado en silencio. Sólo para que, al segundo, se escucharan las maderas rechinando porque alguien pasaba por ellas.

Ahí, algo asustó al menor: ¿era un fantasma? La simple idea lo hizo entrar en pánico. Empezó a tentar por los botones de la estufa hasta lograr atrapar la única que manejaba la flama arriba del sartén con la chuleta, y la apagó por completo, para evitar un posible accidente

Giró sobre sus talones, viendo la figura de su hijo completamente congelado. Hishou ya estaba hecho un manojo de lágrimas, con sus ojos listo para derramarlo todo, sus labios temblando y su carita roja.

—Papá... —chilló el de hebras lacias, en un susurro apenas audible.

—Iré a ver qué es, ¿sí? No te preocupes. —Trató de calmarlo el mencionado, ocultando muy bien sus temores con una falsa fachada de tranquilidad, moviendo sus manos de arriba a abajo para mostrar que no había nada de malo, y empezó a caminar a pasos lentos hasta la salida de la cocina, mientras en su mente se reproducía una y otra vez la idea de querer huir.

Todas las puertas estaban cerradas, y las únicas ventanas abiertas eran del cuarto de Hishou para que entrara un poco de brisa fresca antes de ir a dormir. Deseó con todas sus fuerzas volver a ser un niño de nuevo, uno muy pequeño al que nunca le tocaba tener el rol de ir a ver un movimiento extraño en la casa porque debía ser protegido.

Pero él sabía que los tiempos cambiaban, y ahora a él le tocaba ser el que protegiera, a pesar de que todo daba indicios de que había un fantasma en la casa. ¿Lo peor? Era que el reloj apuntaba las 7:00 PM, dando más miedo porque los fantasmas aparecían de noche.

Al llegar a la pequeña puerta a paso lento, tuvo que dar una larga exhalación antes de siquiera poder abrirla, con el miedo acumulado, creyendo que en algún lugar podría haber un fantasma aterrador que se comía todo ser viviente que encontrara. Se puso pálido y casi se le escapó su valentía, pudiendo mantenerla cuando notó por el rabillo del ojo como Hishou temblaba con todo el pánico acumulado. Shoyo se conmovió por esa escena y se dedicó a tragar grueso. 

La apertura fue suficiente para que asomara su cabeza con el temor al límite. Fue donde notó el pasillo vacío, como siempre lo había estado y sin mucho cambio más que los pedazos de jarrón roto, y la puerta principal de la casa abierta de par en par. Tal vez a Hishou se le olvidó cerrarla después de haber regresado de jugar con el hijo Sawamura y el niño Tsukishima. Todo normal, todo correcto, nada aterrador de por medio y todo en su lugar... sí, de no ser por el pequeño animal peludo similar a un mapache, de grandes colores que mostraban el negro y el café, completamente quieto, quizás algo asustado y sigiloso después de haber tirado el jarrón por accidente.

Shoyo Kageyama se pudo reír de su propia ironía: ¡sólo era un pequeño y amigable perro mapache!

—Un tanuki —habló de improviso para que su hijo lo escuchara. Hishou dejó de lagrimear al oír esa afirmación, y lo único común que pudo hacer en medio de un impulso, fue el acercarse y enrollarse en las piernas de Shoyo—. ¡Es tan lindo! —comentó con completa alegría y un enorme rubor en su cara el único adulto.

Hishou, al principio no dijo nada, observando con cierta sorpresa al pequeño animal y dando unos cuantos parpadeos, tratando de reconocerlo entre las pupilas e irises azules de sus ojos. Pronto, a su mente llegó el pequeño tanuki de montaña al que siempre le regalaba agua y comida a escondidas de sus padres para que no lo vieran: ¡era el mismo! ¡Era igual que todos los demás tanuki, pero su corazón le decía que era el que cuidaba!

—¡Mi tanuki entró en mi casa! —gritó con completa emoción y cierta alegría que era un poco difícil de diferenciar al Hishou de antes. El número diez se extrañó ante la afirmación, y creyó que ya tenía más sentido la razón de que hubiera entrado en casa.

—¿Conoces al señor tanuki, Hi-chan?

—¡Sí, es mi amigo! —aludió con mucha seguridad, mostrándose emocionado en todo momento. Logrando recordar a Shoyo por unos breves instantes que cuando él era un niño, había decidido adoptar por su cuenta a una cría de zorro colorado de las montañas. Su madre se asustó demasiado al verlo cargándolo como si nada y lo alejó de él. Nunca más lo volvió a ver.

—¿Y cómo se llama? —preguntó con una pequeña sonrisa en su rostro y un rastro de interés genuino Shoyo. El niño de cabellos lacios amplió su casual sonrisa, y Shoyo incentivó a Hishou con unas pequeñas caricias en sus cabellos para que lo soltara y él pudiera salir por completo de la habitación.

—¡Se llama tanuki! —Orgulloso del nombre que le había puesto, al menor le brillaron sus ojos.

«Qué simple», pasó por la mente de Shoyo por un breve lapso de tiempo, dando una pequeña sonrisa al haber disimulado bien su comportamiento y miró a su hijo a la cara.

—Sacaré al señor tanuki de la casa, pero podrás seguir cuidándolo, Hi-chan —afirmó sin siquiera titubear, sabiendo de sobra que aunque esos animales no eran muy violentos, tenía el deber y la necesidad de proteger a su Sol. Así que, con su mano libre, empezó a cerrar la puerta ante la atenta mirada curiosa del niño. El perro mapache sólo lo traspasaba con la vista, sin apartarle la mirada, y tampoco se había movido ni un centímetro en modo de poder pasar desapercibido en el ambiente, como un método desesperado de supervivencia—. Por lo mientras, no salgas de la cocina... —La puerta se cerró, y sólo quedaron en el pequeño pasillo que daba al exterior Shoyo y el perro mapache...

El duelo iniciaría.

Movió sus pies con mucha facilidad hasta quedar frente a él, no temiendo en lo absoluto porque no era la primera vez que veía a ese pequeño animal, además, eran demasiado tiernos, eso no lo podía negar. Por eso, se mostró cálido, alegre como siempre, estiró sus brazos al aire y se agachó lo suficiente para poder estar a la altura del animal. El pequeño animal entró en pánico ante esa acción inesperada y dio un salto hacia atrás, asustado.

—¡Vamos! ¡Ven! —pidió, con un tono de voz lo más amable posible, queriendo atraparlo. Movió un poco sus dedos y sonrió de par en par, con una personalidad brillante. El perro mapache entró más en pánico y dio un salto hacia atrás, erizando su pelaje en modo de ponerse en guardia, de querer atacarlo si hacía algo que no debía.

Shoyo se congeló y se quedó completamente quieto, con sus ojos abiertos de par en par y con un miedo creciente al ver al animal actuar hostil con él. Lo único que pudo hacer fue ponerse de pie, con los ojos llenos de un miedo inexplicable. Para colmo, cuando se puso de pie, eso alertó más al tanuki dando un salto hacia atrás y rasguñando por impulso el piso de madera del pasillo. El joven de rasgados ojos tembló, pero se quedó completamente quieto frente a la puerta que daba a la cocina, tratando de protegerla.

Sus piernas débiles temblaban y nunca se creyó tan cohibido por algo en su vida. Hasta ese día... donde descubrió lo lindos y aterradores que podían ser esos animales que alguna vez creyó que eran demasiado perfectos como para tenerlos entre tus brazos y mimarlos.

Ya entendía por qué cierto tiempo atrás, su madre no dejaba que él y Natsu se acercaran a los que se encontraban en el patio de su casa por llegar del bosque.

Cuando menos se dio cuenta, ya había sacado su teléfono de uno de los bolsillos del pantalón azul marino que utilizaba, en menos de un segundo ya se había pegado lo más que podía a la puerta para impedir la entrada y la salida, y ya tenía timbrando en su oreja en espera de que Kageyama contestara.

Su esposo debería de estar cerca, la reunión acababa a las 5:30, así que ya debería de estar por los alrededores. Para su suerte, no tuvo que esperar mucho antes de que la llamada fuera atendida.

—¿Qué pasa, Shoyo? —contestó la voz seria y rasposa de Kageyama al otro lado de la línea. Shoyo nunca creyó que se alegraría tanto cuando pudo establecer conexión con él.

—Sólo quería saber si ya venías a casa... —Sonó lo más normal que pudo, pero dejando escapar un pequeño grito agudo cuando el animal salvaje amenazó con saltar sobre él.

—¿Papá? ¿Estás bien? —La voz desesperada de Hishou fue la primera en llegar a oídos del de cabellos alborotados.

—¿Shoyo?

—Sí, no pasa nada, todo está bien. —Rio con nerviosismo, pegándose más a la diminuta puerta porque el tanuki empezaba a estudiar si era mejor acercarse antes de atacar. Shoyo tragó grueso.

Te oyes agitado...

—¿Dónde vienes? —insistió el chico de cabellos naranjas, manteniendo la conversación al ver por segunda vez al animal erizarse.

Bajé hace poco del autobús, estoy subiendo la pequeña ladera. Estaré ahí como en cinco minutos... —El tono era tranquilo, pero se notaba algo inquieto. Shoyo creyó que lo estaba haciendo preocupar—. ¿Por qué? ¿Pasa algo?

—A-ayuda... —pidió con un tono de voz algo bajo, dando un grito para nada disimulado esa vez porque el animal ya se estaba preparando para saltar. Quiso llorar: ¿él qué le había hecho? ¿Por qué tanta hostilidad?—. ¡No, no te acerques! —Muy contrario a las palabras anteriores, Shoyo Kageyama ya no quería que se le acercara el animal. También olvidó que estaba en línea con Tobio.

¿¡Qué está pasando!? —exigió una explicación el hombre ausente, al no entender la situación en la que estaba.

Shoyo volvió a gritar, y Hishou copió su acción sin saber qué pasaba y con una enorme sonrisa en su cara. El perro mapache tomó impulso una vez más, ahora sí decidido a saltar. Shoyo vio su inminente muerte.

Adiós, siempre amó a su querido esposo, Kageyama Tobio, y a su precioso hijo, Kageyama Hishou. Fue muy feliz a su lado, gracias por todo. No se iría al otro mundo con arre-...

—¿Qué demonios está pasando? —La silueta alta de Kageyama en el umbral de la puerta, con completa agitación y demasiado sudoroso, se topó con la escena de su pareja siendo atacado por un perro mapache. Tal vez fue el rostro aterrador que mostró Kageyama Tobio en su primer aparición, o por su imponente presencia, pero eso sirvió para que el tanuki diera un largo salto asustado y terminara por huir, corriendo como un pequeño animal desquiciado por debajo de las piernas de Tobio.

Tobio vio al animal salir, a Shoyo respirar con alivio y sólo pudo quedarse completamente quieto: de verdad, ¿qué había pasado mientras él no estaba?

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